20061219

SINFONIA SEPIA EN DO

Con este tren no se vive. No está hecho para sentir el pulso de las horas, de los minutos que se acomodan junto al viajero. Grandes virtudes tiene el AVE, alta velocidad, pero escasa vivencia; no da para vivir el viaje. No se vive, pero quizá se sueña, o se desentraña una peculiar pesadilla. El concepto del paisaje, el campo, la sierra, se trocan por una abstracción. No sólo se acorta el espacio a la vez que se encoge el tiempo, devorándo los segundos en sombras fugaces con la digestión pesada de los metros, sino que se engulle el pulso normal del aliento vital. Como el que se hace con la ingestión de un copioso cocido invernal.
La campana de las Estaciónes enmudecieron, no permiten los derechos de viaje parar en poblaciones cubiertas por la niebla, enmudecidas de sus voces animales, de las esquilas lejanas o de algún ladrido intemporal. En la larga mesa de la cantina muerta en el pasado sepia, las tazas en formación lineal, como una blanca columna de zapadores de altura, no se confortan con la leche y el café regados por las espitas de la cafeteras humeantes, en un concierto a dos manos. También el polvo acabó con los décimos colgados en la pared, anunciando la salida oficial de la Navidad.
Entre el vapor de la máquina y confundiéndose con la niebla, un abrigo de paño, bajo un firme sombrero de fieltro cubre la oscura sombra de un hombre recurrente, que ayer esperaba al pié del estribo, presto a subir, y hoy va subido en una fugaz calentura de luminosidad. Los servicios se rebelan contra el desarrollo y la modernidad y vuelven a inundar con desfachatez su nauseabunda, orgánica, y apestosa marea, como en los vagones de tercera clase. Ayer se agarráron los olores a la madera del vagón, hoy, a los plásticos del aparente lujo post-kitch.
Para no ver, para no sentir, los suaves guantazos de la estéril nostalgia, es menester esconderse tras las columnas del periódico. Éste sigue oliendo a celulosa y tinta, hace sonar la sequedad planchada de sus hojas y las letras impresas son leales con su trabajo. Siguen contando cosas. Asomando al mundo.Explicando como todo fluye, todo cambia. Heráclito lo dijo.

20061211

JUAN RAMÓN

Los ojos están fijos en un punto lejano. El camino de Moguer, tras las higueras salvajes, levanta el polvo por el viento de la tarde ardiendo, cuando los juncos del arroyo, clavados en la ribera seca, atenazados quedan por las broza y papeles viejos. En uno de ellos, del ABC, se cuenta del júbilo en Madrid por el nóbel. En un punto fijo están los ojos, apartando las palmeras de San Juan y la brisa dulce del mar.
Un perro en las últimas tapias llama su desesperada alerta al paso del viudo que carga forraje para los cerdos, en tanto recuerda en silencio sus días de alegría, tan lejanos como el poeta.

Le cubren con un fino cobertor, mientras la luz del hospital esconde las visitas que no cesan. Los aluviones de miradas sonrientes, se alejan de su pensamiento. Zenobia, ha tiempo ausente, susurra en sus sienes dormidas. Apenas un medido verso recurre una y otra vez a su mundo engrandecido por la conciencia que se le expande. Inconsciente, llena de respiración sus ansias de brisa del mar.

El mar, cerca de Moguer, alienta de brisa las calles, solitarias por la madrugada nueva. Un burrillo, trota en solitario por el callejón buscando la cuadra. Sus pequeños cascos hablan de soledad.

20061110

VIERNES

El silencio abrió el día, envuelto en sombras y niebla. En el andén apenas unas siluetas mueven su despertar todavía inconcluso. El viernes se inicia tranquilo, lejos de las explosiones de Oriente Medio y, en el papel del periódico, aparece su eco en imágenes duras, repetidas y aún extremadamente dolorosas. Empezar el día asistiendo a los testimonios de venganza trae una visión de la realidad rota por gran desequilibrio del conflicto, alejado en los tiempos y en las tierras. La distancia aleja, no solo el sonido de la expansión de los gases liberados por el fulminante, sino la sensación del terror inminente y la angustia de vivir permanentemente en el fin de la existencia. Acabar con la irracional dinámica de sucesivas venganzas es un oficio imposible sin la renunciación y la mansedumbre. Pensar que eso solo lleva a la muerte por los que se consideran más fuertes, es solo un espejismo. La muerte acecha igualmente en todo caso. Gandhi supo que la mansedumbre, y el pacifismo, tienen el riesgo de la muerte, pero no engendra más violencia. O no tanta ni tan probable. La venganza solo alimenta nuevas formas de destrucción y eliminación, hasta la desaparición de todo lo elemental, de lo sustancial.
La trivialidad que lleva un periódico, hace compartir todo esto que comento con los apuros de Ronaldo por sus excesos en el comer. Eso, le tiene cogido por los pies y no se mueve con la soltura que necesita para sorprender a los defensas y al portero. Creo que esa compulsión por la ingestión que tiene el muchacho no es más que la manifestación de su insatisfacción. Posiblemente por la soledad que lleva el no administrar bien la opulencia, no todo el mundo que tiene cuartos es hábil y prudente con su gestión, lo que les lleva a no disfrutar de los beneficios de su riqueza.
En Atocha pasan los viajeros sin ningún control, desafiando las probabilidades de la ocurrencia, de nuevo, del mayor y más sangriento acto de violencia colectiva que en el pasado reciente hemos tenido. En Barajas se entretienen mirando las colonias y espuma de afeitar, mientras se les miran hasta los últimos restos de su intimidad. Eso si, al equipaje de mano que no se factura, si va por esta vía puede llevar usted los líquidos que quiera. No lo entiendo como no me lo expliquen muy bien.
La gente se mira, se estudia, piensa para sus adentros, y se pierde en lejanos lugares para huir del encierro en el socavón, dentro de un tren con olores amargos y agresivos. Deseando que termine el viaje cuanto antes.
El repaso de la agenda personal del día hace olvidar tanta miseria. Aunque siempre hay algún motivo para sonreír. Basta, a veces, con oír a los de al lado y pasarlo por el tamiz de la razón.

20061017

DIBUJAR EL SER

La lluvia vino al fin en una semana perdida. Corren las regueras en las calles y salta el agua por las vías de la desidia de los ingenieros. Trazaron las pendientes y no se molestaron en comprobar que las hicieran como se trazaron. La suciedad de la ciudad se arrastra mojada con alegría inevitable.
Una horas de trabajo y parece como si la sequía fuera ya un hecho lejano, aunque las praderas, ahora mojadas, empapadas, solo muestran barros y pajas entristecidas por la inundación.
En Oaxaca, México, se vuelven locos, luego de terminar de aguantar a un gobernador, cuya corrupción llegó hasta lo insoportable. Se rompen las costuras de la ciudadanía y empieza el desorden a engordar más de la cuenta. Se me antoja que en esta permanente insurrección incompleta, inacabada, eterna de México solo hay cabida para la literatura y algo de música. Todo lo demás es pura tristeza y amargura.
Un gilipollas cuartelero subido al poder con el miedo y el aparato del comunismo vetusto, sigue haciendo ensayos nucleares en Corea del Norte, mientras se harta de ver películas de Hollyvood sonriendo su estulticia. Su pueblo acumula, mientras, odio para reventar cuando menos se espere. Lo peor es que, en este raro equilibrio de la paz estadounidense, podemos irnos al carajo con una mala galleta que se le atragante al George W. Bush.
Puedo llegarme hasta la memoria del dieciséis y seguir los pasos de Leonardo o de Miguel Ángel, soltando el grafito de mi lápiz sobre la superficie de un papel para crear algo, que me consuele de esta continua destrucción y negativas imágenes que son la realidad de hoy. Sucede que la angustia de la muerte de los niños que veo a diario en la tele se me enquista en la memoria y acaba con la confianza en la democracia. Como acaba con ella tanta información torcida por el interés.
Si, cogeré el lápiz de nuevo. A ser posible para llevar las líneas hasta el retrato de alguien. Un pasajero del tren de cercanías puede ser bueno para eternizar el ser magnífico de un humano.

20061016

DE LA VIDA Y EL SUEÑO

No afirmo que la vida es un sueño. Calderón de la Barca vio el parecido entre el vivir y el soñar. No solo él ha cavilado sobre esta coincidencia. Siempre hay alguien que lo hace. Sin ir más lejos, hace días, un amigo, con el que compartía el café, hacía un repaso sobre la brevedad de la vida y de su apariencia al de un leve sueño. Mas, las apariencias, nos hacen malas pasadas.
Los manchegos creemos que vivimos en la llanura y resulta, que estamos en tierra de alta montaña. Los seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar de Ciudad Real, son los mismos a los que están muchos pueblos del Pirineo, o de los Alpes, por ejemplo. La Unión Europea nos ayudó como zona de alta montaña. Se enteraron, luego de que alguno de nuestros negociadores reparasen en la altura. Las apariencias, nos acompañan toda la vida. A veces para nuestro disgusto, cuando nos miden por ellas y no por cuanto somos.
Uno de los poetas más antiguos, Homero, se acompañaba con el golpe de su cayado, con el que apoyaba su ceguera. Recitaba de memoria, como lo haría más recientemente la Ciega de Manzanares. Homero tenía, en su desgracia, la facilidad para acercarse a percibir la semejanza de la vida con el sueño. En su obra La Odisea, en uno de sus naufragios, Ulises llega al país de los feacios; desnudo en la playa; donde conoce a la hija del rey Alcinoo, Nausicaa se muestra como todo un símbolo representativo de la vida. Después de nuestras tormentas, nuestros fracasos, nos encontramos de súbito, como en una playa, aventurándonos en un mundo nuevo, hermoso, apasionante. Algunos empiezan cuando sobreviven a un infarto. Como " el hijo de la novia" en la hermosa película argentina, luego de confesar que le gustaría irse a la mierda; sin embargo terminó cambiando su vida. En los sueños, a veces pesadillas, percibimos el vértigo de la sinrazón que supone a veces vivir. Cuanto más real, más pesadilla. Tal y como en la vida real, cuanto más irreal o más extraordinario, más sueño parece. Vivimos entre apariencias, aceptadas sin remilgos, y nos escocemos cuando acude la vida real en toda su dimensión. Tan es así, que es muchas veces aceptada la realidad solo por los poetas o escritores, que la recogen con su manto de literatura para mostrarla como es, a los que se dicen vivir en la realidad y no hacen más que malvivir en la impostura.
Vivir la vida como la naturaleza permite, con pasión, con los ojos y los oídos abiertos es un sueño, el que se puede y se debe hacer partiendo de la desnudez de nuestros prejuicios. Como en la desnudez de Ulises se puede descubrir un mundo nuevo, abierto, libre, en el que todo es posible. A veces duele, a veces sangra. Pero siempre termina siendo bueno. Posiblemente lo mejor que podemos hacer.

20061005

EL RASTROJO

Los horizontes se abren con la luz del estío. Desde el amanecer el color de nuestros campos se tinta de una amarillenta extensión: la paja del cereal recién cortada a ras, que traza bandas alineadas ondulándose conforme fue la marcha de la máquina que las cortó. El amarillo claro de la parte superior da la luz al ocre claro de los laterales; toda esta explosión de luces doradas solo la interrumpe el verde oscuro de encinas, alcornoques y algún ciprés perdido en las sierras, o de verde azulado, de olivares y robledales, en otros. Extensiones de secano que dan la personalidad de la Mancha milenaria. Cereales que cumplieron su ciclo anual dejan el testigo de sus últimos restos en un silencioso reposo; queda ocupado por las dos insistentes notas de los roncos cantos de las chicharras; su parcial abandono le deja al servicio de otras utilidades.
Cuando son tiempos malos, a la salida del sol, tras el día de la siega, acudirían la gente para espigar, pero la recolección mecanizada deja ya poco margen. La recogida manual llevaba muchos trasiegos, que hacían caer rotas más de una espiga, luego se recogía a mano al día siguiente. Esto que cuento lo he vivido en los anejos de mi ciudad, ha tiempo. La privación hace cobrar valor a otras cosas que ahora son desestimadas. Veo cómo miran con avidez las gentes del África subsahariana a una lata de grano. Puede ser la comida de dos o tres días para ellos. La sequía y la guerra les llevan a tener periodos de carestía, cuando no es, simplemente, el no disponer de un suelo donde sembrar, y después recoger el fruto de la tierra. Me sorprende, y no llego a comprender, cómo gentes que también miraban con avidez a un puñado de grano en la posguerra nuestra, ahora se desentienden o rechazan a todos estos que llegan de aquellos lejanos lugares, jugándose la vida para sobrevivir.
En un campo segado, se recogía para su venta la chatarra que las máquinas, los herrajes de las bestias, o los arados habían dejado abandonados a la herrumbre, y entre las pajas de estos campos; donde se arrastran las sierpes buscando nidos abandonados por la devastación del día de la recolección. Los escarabajos peloteros aprovechan para hacer su trabajo con el estiércol de los animales que pasaron por él: antaño, las mulas y caballos que llevaban los carros que acarreaban la mies; antaño y hogaño, los ganados que aprovechan lo que queda y de paso abonan la tierra. Entre tanto tostado tallo, que no hace mucho verdeaba cimbreándose al sol, resisten rastreras plantas que aún permanecen verdes: los abrojos, con algún cardillo ya maduro y floreado. Sobrevolando este seco paisaje las aves rapaces buscan sus presas; los ratones y musarañas de campo se quedan quietos cuando advierten la presencia de cernícalos y halcones por el día; caída la noche, ante lechuzas, búhos y autillos o cornejas. Todos ellos, permanecen callados a nuestro paso, cuando el quebrar de las pajas, por nuestros paseos nocturnos en busca de la soledad, nos observan; como lo hacemos nosotros con las constelaciones, los satélites artificiales que se dejan ver o el avión, que viene o va, de Sevilla, o de cualquier otro lado.
Sembrados de la agricultura del mediterráneo, como estos se ven en la Provenza francesa, que pintara Van Gogh; en la Toscana italiana, o en los campos milenarios de Grecia, parejos a los nuestros de aquí, de la Mancha, o los extensos de Castilla León. Entre los que se encuentran todavía esas preciosas construcciones circulares, los palomares, que fueron dispensadores de pichones; cocinados de mil maneras dieron proteínas a los hambrientos del Siglo de Oro, con tanta precisión como describe la literatura picaresca. Sembrados, que lo fueron, pintados por el sol del estío de un dorado luminoso y definidos con un sustantivo muy certero, que llena de significado su austera naturaleza: el rastrojo.

20060912

EL ATARDECER

La luz del sol decae por las lejanas tierras de poniente. El olmo ennegrece sus hojas y todos los árboles le imitan ensombreciendo sus colores. Un perro cansino ladra a los que retornan de trabajar. El riego de los jardines sisea su lluvia tamizada y una brisa húmeda empieza a refrescar el caldo espeso del aire de la joven tarde que se va. Son horas en las que el viejo medita lo que queda y el chico lo que le falta. La poeta Dulce María Loynaz decía al atardecer: “Al atardecer iré/ con mi azul cántaro al río/para recoger la ultima/sombra del paisaje mío”. En las últimas luces la sensibilidad se acrecienta. La ansiedad es amiga de las sombras; el sueño es el recurso por el que transitar por ellas, despierto o dormido.
Con las últimas luces el pericón abre sus flores y sus estambres sueltan el dulzón olor embriagador que entona los cuerpos liberados por el calor.
Transitando por el viejo camino de Miguelturra vuelven las pisadas de los huidos de Alarcos; polvorientas y rojas pisadas que levantan el olor de la tierra caliente, sazonada por el estiércol de sudorosos caballos que ya no pasarán jamás. Por él los empolvados cohombros silvestres, de verde oliva y erizados con sus espinas, explotan al paso de un ciclista, eyaculan su semilla a los cuatro vientos y los abrojos, retirados del camino, en su borde más oculto, añoran los años en que los caminantes les ayudaban a multiplicarse entre maldiciones al sentir sus pinchazos.
La noche va llegando y los que se asearon salen de paseo a soltar sus mentes antes embotadas por la calentura del día. Detrás de una persiana, Chopin vuelve, una y otra vez, con sus nocturnos, repetidos desde un viejo piano martilleado con los dedos, todavía inexpertos, faltos de confianza, de uno que empieza. Una moto, siempre enrabietada, recuerda que ya no es tiempo de música; es el tiempo del querer ir a todas partes y a ninguna; la velocidad envenena la razón. En la plaza dos hombres maduros se van dejando llevar por la suavidad de la noche que va llegando; arreglan el país; planificaron la pretemporada de sus equipos; confirmaron que sienten la misma pasión que en su juventud; abren sus confidencias y se alegran en silencio de la ruptura de la soledad que van experimentando con su amistad renovada. Miran al infinito de vez en cuando, respiran profundamente y sonríen. Ya no son niños. Y sin embargo confiesan que siguen soñando.

20060802

DE ORION


Durante las últimas horas de la noche el silencio es tan intenso que parece ser el dueño de espacio y tiempo. Las noches del invierno son tanto más oscuras cuanto les dispone el frío. En verano se mantiene el corazón dispuesto a la alegría. Invierno y verano prestan sus noches para la ensoñación. Así ocurre en la infancia.
Apoyado en el alféizar de la piquera, (ese agujero de un metro de alto y metro cincuenta de ancho por el que se metía la paja en el pajar a golpe de horca), miraba hacia el cielo lleno de la oscuridad del Universo. Solo algún perro alertaba muy lejos la presencia de algún merodeador. Hacía tiempo que los autillos dejaron de llamarse y todos dormían profundamente en sus cuartos. Desde ese observatorio miraba a las estrellas. Era chico, con un mono azul de peto con hebillas que le hacía enseñar sus rodillas algo sucias al gatear por el tejado. La camisilla asomaba sus picos, se salían del pantalón hartos de tanto movimiento, de tanta inquietud. Su cabeza, pelada, parecía que de un momento a otro le fueran a salir las ideas que tenía. Eran muchas, se pasaba el día imaginando. Desde allí vio a Orión. El día anterior su padre le contó de su existencia y de la forma que tenía. Allí estaba en todo su esplendor. Posiblemente la más bella y hermosa constelación del Universo. Vio a las estrellas de los hombros: Beltegeuse y Belatrix; las tres estrellas del cinto: Alnitak, Alnilam y Mintaka y las dos estrellas de los pies: Saiph y Rigel. Orión fue el hijo del dios Neptuno, rey de los occéanos, y de Euríala. Se casó con la Aurora y tenía por costumbre ir por los mares con la cabeza fuera. Diana, que disputaba con Apolo, disparó por confusión contra él dándole muerte. Cuando se dio cuenta del error, para reparar el agravio, lo convirtió en constelación. Está a 310 años luz de nosotros y desde allí nos manda sus destellos en las noches haciendo que olvidemos la oscuridad.
Hace mucho que el chico sonreía viendo las estrellas. Ahora es tan mayor como lo era su padre, cuenta la leyenda de Orión.
Cambiaron los tiempos aquí, pero en otras regiones de la tierra se repiten las imágenes de niños parecidos que se asoman en las últimas horas de la noche para conocer a la constelación, para imaginar la historia de Orión. Son niños de ahora que están en países con la misma situación de subdesarrollo como había aquí en la década de los cincuenta. En alpargatas o descalzos, como aquél; pelados para evitar los piojos, tostados por el sol: en el Tibet, en Bolivia o Ecuador, en cualquier país de Africa. En muchos lugares del mundo. Sus miradas se elevan hacia el cielo buscando la explicación a esa peculiar disposición de estrellas que parece señalar los puntos de energía de un cuerpo humano, gigante, como Orión.
Detrás de la constelación lo más hermoso del conjunto, su nebulosa, una galaxia. Desde 1500 años luz nos envía sus luces para avisar de la inmensidad del Universo y que no estamos solos. Luminosa mano que atrapa los sueños de cualquiera que deje sus cautelas detrás. Solo los niños lo hacen de manera natural, confían. Es esa disposición la que hizo de Gandhi el motor de la independencia de la India, sin violencia, haciendo caer el imperio Británico. Es la misma limpia y sencilla disposición que hace llenar de luz y sencillez los cuadros de Miró. Son las luces de las noches en las que todos los que miran como niños al firmamento se atreven a soñar; que es la mejor forma de poder poner la inteligencia en forma, para luego idear el progreso, la innovación. De vez en cuando es muy bueno quedarse un rato mirando a la constelación de Orión. Aunque haya que trasnochar, o madrugar un tanto.

20060713

FIEBRE

Envueltos en un invisible cobertor de aire caliente, los días del mes de julio se alargan innecesariamente durante sus tardas horas. Levantarse puede ser un acto heroico. La segura convicción de estar enfermo solo la libera el comprobar que es un fenómeno general. Los muebles, el agua, el aire y hasta la luz, insisten en hacernos ver que estamos en estado febril.
El aire ha cobrado en estos días un sólido estado de permanente presencia con una seca inundación. Su naturaleza hace difícil propagar el sonido con la acumulación de cuantos ruidos se acumulan en el entorno, lo que no evita la irritable sensación de daño en la más profunda intimidad. Posiblemente tengamos el cuerpo propicio a ello por la calentura.
Con la fiebre suelen acudir las figuras monstruosas que distorsionan el orden racional de nuestro subconsciente, suponiendo que tengamos algo de eso, que a veces lo dudo.
A la hija de Saturno, Febris, la consagraron en el templo de Apolo de Delfos, y en Roma le dedicaron dos santuarios, uno en el Palatino y otros en el de los monumentos de Mario, los dos colegios de farmacia. Es la fiebre una cita obligada para cocer la infección. En verano, julio y agosto deben traer alguna suerte de infecta naturaleza que por aquí hace mudar los cuerpos por un piélago de calientes aguas.
Veo pasar a toda prisa, como una visión de ensueño, un predio que fue huerta, mostrando toda su desnudez con impudicia. La alberca seca de años rotos, albergando apenas alguna lata de conservas tan oxidada que posiblemente no le quede ni la memoria de su vida útil. Un retorcido saco de cemento vacío, que el viento debió dejar en su redondo. Rodeada de barbecho seco, con yescas, cardos y euforbias, resecos, se glorifica en sus amarillos y ocres para una imagen de plasticidad inolvidable. Su abandono hace más cruel el paso del calor, más evidente el expolio sobre las aguas escondidas en sus entrañas, retiradas en las profundidades remotas, guardadas por la acidez, quizá por los nitratos, o fósforos, inyectados por la estulticia humana en concentraciones ahora impropias de su antigua naturaleza potable.
El rumor del agua cayendo en la artesa es solo escuchado por los que perdieron la vida, o por los que no perdieron la memoria. El troncón de una higuera es la última referencia a la húmeda sombra de antiguos verdores. El silencio impuesto por la ausencia de los pájaros que se fueron donde la vida aún les es propicia, lo rompe solo una chicharra.
En los segundos en que sucede esto, en un banco de la plaza, ardiendo por el calor, un abatido viajero, se enjuga el cuello con un pañuelo, entregando toda su resistencia, por un momento, a la contemplación del suelo. Su mente no da para más. Como mucho para distinguir, asombrado, cómo puede prosperar, a pesar de todo, una pequeña planta tapizante entre dos baldosas. Los problemas se anudan en la cabeza estrangulando la razón, el calor sigue trayendo la fiebre preñada en monstruos irracionales. La quietud es una forma de esperar a que baje la extraña infección del estío. La ropa mojada por la sudoración atrapa las pocas libertades que el cuerpo se permite. No parece terminar nunca. Pero siempre lo hace. No hay mal que cien años dure…ni cuerpo que lo aguante.

20060625

MOZART, WOLFGANG AMADEUS

Nunca imaginaría él, que en un tren, encerrado en un socavón se oiría su Serenata nocturna, en sol mayor. Así la hemos llamado aquí, entre nosotros. En realidad se titulaba Eine kleine nacht Musik, KV 525. Entre los crujidos de los hierros y el trepidar de los raíles, que revocan en las paredes del túnel negro donde vamos hacia Atocha, Mozart, suelta, con su genio desbordante, inundando como siempre con su imaginación, las evocaciones de una noche mágica.
En los últimos rincones de una fresca noche de verano tienen cobijo el canto de los autillos y búhos y, en ese momento, en el que el grillo marca los frágiles segundos de su peculiar reloj, con exactitud e insistencia, esconde los secretos de la eternidad, entre los aromas de la madreselva y los perfumes de la dama de noche que se expanden por todas las sombras; súbitamente, las notas que salieron de la imaginación de Wofgang buscan una y otra vez nuestra complicidad en los conjuros. En las sombras, que apenas ofrecen resistencia al tililar de una bombilla, amarilleando a lo lejos su propio sueño. Imaginando el antiguo oficio de las velas. Con una danza ritual, rondó cortés que lleva una y otra vez a las concesiones mas diversas: ahora tu, ahora yo. Siempre, con una sonrisa de complacencia, con el placer rebosando la piel de los danzantes. Imaginarios muchas veces, como yo los imagino en este tren acalorado y lleno de humores de un día de intenso trabajo. Reales los más, en cuanto hay espacio, disposición y tiempo para marcar el rondó.
Hoy te traigo de nuevo a mi memoria, dulce compañía que siempre añoro. W. Amadeus me presta de nuevo su música para traer hasta aquí su serena música de ensoñaciones, en este lugar enterrado, entre negras sombras que no alivian ni el grillo ni los autillos. Por un momento, todo lo negativo desaparece y me encuentro entre las frondas, con la brisa acariciando mi cara y como suele ocurrir, imaginando nuevas noches de ensueño.

20060623

BAJO TU FALDA

Trópico de cáncer

Bajo tu falda,
entre tus muslos calientes
y el vientre desnudo,
guardas la noche oscura
y el sexo mudo,
sin madrugada.

Tus piernas uncidas,
se revuelven como dos bueyes
entre lo oscuro;
sin tener el oído presto
a algún conjuro.

Trópico siempre

Entre tus muslos, el aire
de mediodía,
lleva brisas de deseo
hasta mi orilla.

Y un mar de sinrazones
que rompe presto
a bañar mi frente ardiendo,
y yo… me pierdo.

La brisa no mueve
los altos chopos.

El valle queda paralizado
por el bochorno.

20060621

NUBES

Desde la ventana aún veo las últimas nubes resistiendo al sol, en la tarde de un mes de junio que lleva todas consigo para que le confundan con mayo. Eso suele ocurrir cuando uno no hace su papel. Inmediatamente otro lo ocupa. No solo con los líquidos se cumple el principio de Arquímedes. O si no que se lo digan a aquel que dijo la primera vez lo del “que se fue a Sevilla”. Tiene su fundamento histórico, que lo cuentan los eclesiásticos; pero que se aplica igual, aún a los seglares. Sillón vacante, sillón ocupado. Por eso junio, que no hace más que lo que la naturaleza le dice, se le ha antojado hacer de mayo, que es mas lucído que su propio oficio: comienza siempre tostando los tallos tiernos.
La nubes se mantienen en el firmamento con su disimulada mutación silenciosa. Ahora así, dentro de poco, de otra manera, muy distinta. Tan mutable como el criterio de la gente de hoy. Tanta información procesa en sus magines que, sin digerirla, apenas un poco… ya están haciendo pronósticos y afirmaciones. Como es natural, con tan poca base, que apenas sopla un poco de viento, se va al carajo todo. Antes se decía que las opiniones serias venían sobre todo de gente mayor, experimentada. Ahora, en esta locura de información en aluvión, que debemos procesar a diario y que nos llega por televisión, periódicos, radio y via internet, no da tiempo, sin sopesar su valor, salvo a los prudentes, a decir algo sano y aprovechable. Por eso la opinión cada vez tiene menos estima, y por eso también, la opinión pública se cambia y lleva como si fuera la reacción de un banco de peces: ahora allí, más tarde acá.
Como las nubes, calladamente, silenciosamente, uno a uno, vamos cambiando. No supone un gran recurso para la convivencia. Antes bien, perturba todo: la democracia, las costumbres, los valores y sobre todo la tranquilidad. Esperemos que, como la naturaleza hace cambiar de un año para otro a junio y termina poniéndolo en su sitio, también lo haga con nosotros. Hasta la excesiva información se puede acomodar, tras un perido de adaptación.
Igual que las nubes. De una manera natural. Si no, esto no hay ser vivo que lo gobierne.

20060614

JUNIO REVISITADO

Oscura mañana cubierta de fresco viento. Distancias que separan de nuevo como el tiempo inclemente. Los amarillos manchados de ocre, del cereal, cubren y alfombran con luces conocidas el mes de junio. Entre medias, por el efecto de borde, verdean las lindes recordando aún esta primavera efímera. Las soledades que se agarran a los que vamos y venimos, nos hacen enmudecer y mirar con más atención a los minutos que trazamos, apenas limpios de preocupaciones. Muchas de ellas infundadas. Pero, como siempre, siempre nos enteramos tarde de su esterilidad.
En estos días Alfonso VIII preparaba su acometida para resistir en Alarcos, como se hacía entonces. Se llenaron los caminos de gente a caballo, cargada de muerte y un cierto fanatismo. Hemos aprendido poco después de tanto tiempo. Aún hay gente que sigue cargada de muerte transitando los caminos. Ahora suelen ir con el disimulo del que quiere asegurar el resultado y no asumir la respuesta.
Entre la gente que me acompaña, todos los días, alguno habrá que sigua con la cabeza revuelta para hacer su particular redención del mundo. A su lado, los jóvenes que veo repasando las lecciones de física, antes de llegar a su examen, están ajenos al mundo. Su mundo empieza y acaba junto a los folios llenos de una nerviosa letra que solo ellos entienden.
Cuántas mañanas de junio he visto estas mismas luces, bajo las nubes negras de agua tardía, y siempre pensando en el inmediato futuro que nos inquieta. Algo de sosiego tengo que recoger. Aunque solo sea para mirar con una sonrisa a quien me espera.

20060609

A CINCO MARROQUÍES



" Ay, cuando
me sacara del sueño un trueno verde
de tu manto marino"
(Pablo Neruda)


La puerta, no se quiere abrir;
las mañanas del mercado se alejan;
lejos se ven, muy lejos...


Ya, no habrá buñuelos de madre;
ya no cae el chorro de la fuente;
Amina, te sigue llamando: Ven;
la puerta no se abre, no;
entre tu mundo y el suyo.

Ninguna de las promesas abren la puerta;
no abre la puerta la esperanza;
el sabor metálico de la densa oscuridad
quema la garganta entre cuchillos;
el aire del Atlas ya no existe;
las ganas de vivir no son suficientes.


La puerta no la abre las ganas de vivir;
los curtidos en el patio;
la flores del patio se vuelven negras;
las puertas azules que pintaste en primavera;
no pintarás en Europa;
dices: Amina, ¿vienes?
esta puerta no la abren.


Ahora, no hay que ir ni volver;
el mundo se va por la noche oscura;

Europa, no abre la puerta de un camión.

20060606

EL MISTERIO DEL MINISTERIO

Como un reguero de hormigas laboriosas, nada mas apuntar las primeras horas del día todos sus ocupantes empiezan a acudir. Primero, los que, casi seguro, se van los últimos: los que lo guardan.
Después los que mantienen su intendencia.
Rituales, de una obediente liturgia, todos los funcionarios se acercan al reloj electrónico para pasar la tarjeta, él se lo agradece con un gritito, que parece, tanto lamento, como alegría. Entre tanto humano circulante, los espíritus de otros que, no es que se jubilaron, sino que se fueron al otro mundo. Aquellos, que quedaron trabados por el trabajo para toda la eternidad, enfrían las paredes con su aliento. Silencios de solemnidades arraigadas en los pasillos, que no llegaron de protocolos humanos, sino del silencio vacío que arrastran las invisibles presencias de otro tiempo.
Quedaron sujetas en cofres antiguos, donde aún quedan los apretados proyectos, preñados de inútiles e incomprensibles planos, que el transcurso de la historia reciente los desacomodó de su antigua realidad. O en el entorno de unas mesas, con su columna vertebral quebrantada por el peso de los años, olvidadas hoy, enmedio de los pasillos, por sus titulares, que estuvieron más atentos a su vanidad. Esos mismos a los que ya se les murió el cargo hace mucho tiempo miran desde su escondida invisibilidad; viejos muebles manchados por el polvo, retenido por cientos de manos. Preciosos sillones y mesas, envejecidos por el abandono y el despego.
Bajando por las escaleras, cuyo frío natural marmóreo es alimentado por las pisadas de los ausentes, vuelve uno a la naturaleza, comprendiendo la dureza de lo temporal.
Sin embargo, como obedeciendo a una asumida obligación natural, con la laboriosidad de las hormigas, la sala de máquinas del Ejecutivo, en uno de sus Departamentos, marcha sin parar ni un momento, saliendo al paso de lo que se va presentando, evitando que la comunidad pierda del todo la cabeza. Con el impulso también de los ausentes, sin saberlo.
Apenas calentado por un café con churros, ya me están susurrando ellos las advertencias de mi corto paso, como el de todos, por el Ministerio: me dicen que cien años que estuviera, parecerían dos segundos. Tan rápido, como la eyaculación de un puesto brillante, tras el cese.

20060601

PASOS PARA LA MEMORIA


Beethoven hoy también me ha despedido, cuando salía del trabajo. Con uno de los movimientos de su Sinfonía nº 2. El hombre del clarinete, con traje oscuro de funeral rural, como siempre, llamaba la atención, sentado, con sus calcetines de colores, al marcar el compás con el pie. Como un metrónomo de precisión. Un adagio cansino, supongo por el calor de la tarde, para despedirme antes de coger el tren de cercanías.

Para emprender un viaje, con Ludwig van Beethoven, es hacerlo más solemne. Mi paso firme, agradecía el concierto callejero, como salía contento por terminar con un trabajo que no estuvo a la altura de lo que siempre espero.

Bajo un cielo limpio, mis pasos van recordando momentos felices. Con la cartera al hombro, diríase que vengo del colegio, luego de pelearme con la aritmética. La oscuridad de aquellos maestros, que se llamaban religiosos, les trascendía su traje negro. Les llegaba más adentro. Viene a mis ojos la ternura de mis manos con apenas ocho años vencidos. Ya se soltaban con el lápiz y trazaban líneas de ensueño que me salían de dentro. Como entonces, aún retengo bastante inocencia. La que me hace parecer, a veces gilipollas, otras, bobo, las más una pieza fácil de cazar. Entonces no tenía picardías, cosa, eso de tenerlas, era bastante normal y hasta recomendable; ahora tampoco las tengo, porque mi malicia no aguanta una tarde avinagrada. No por ser bueno, sino por que hace tiempo vi la esterilidad de todo ese artificio, con el que se sacan rentas a corto plazo siempre. Y no facilita la concordia con los que están cerca.

Sigo bajando y subiendo escaleras, siguiendo andenes, y con mi cartera a cuestas; sin darme cuenta, estoy soñando de nuevo. Como cuando iba al colegio, igual que ahora, en las tardes de junio, angustiado antes por los próximos exámenes, ahora por los que se me agavillan sin buscarlos. Siempre estamos de exámenes.

Soñando, abstraído, con la cara seria, casi tiesa de toda expresión. Pero soñando.

20060529

NUBES NEGRAS


Oscureció la tarde, después de calentarse al bochorno de una siesta de las que aprovecha el fauno. Nubes negras, cargadas de agua, no se deciden a soltarla con la furia habitual en las tormentas serias. Al oeste, se enrojecen en su oscuridad por la ocultación de un sol que ya estaba agonizando. Los árboles se mueven por el viento, queriendo entrar en la representación.
Agotado estoy, de tanto como estrujé el cerebro en un día que quiso ser mejor y se quedó en impúber. Estérilmente, ya que no tengo entre las manos nada, salvo la expectativa de intentar cambiar el signo de los presagios mañana. Memorizo las tardes que Rubens pintó, y que antes fue acariciando con el trazo del dibujo. Potentes nubes que hacen que recordemos la identidad y poder de la naturaleza.
Truena al fondo, como si fueran maniobras militares; parecieran salvas de cañón, pero no son más que avisos que no aseguran nada.
Se rompe mi línea de hombre, como decía Juan Ramón Jiménez, y me tendría que expandir en la naturaleza abstracta; salvo que yo, en esta tarde sombría, no tengo el cuerpo desnudo de mujer que él sentía. Las nubes densas de oscuridades sobrevenidas apenas me consuelan de una imagen que vuelve una y otra vez, y con la gravedad de su impresionante meteoro, llenar mi deseo vacío. Recuerdo las palabras de Michel de Montaigne (s.XVI): a menudo pensamos que hemos eliminado las preocupaciones y tan solo las hemos remplazado por otras. De tal suerte, pienso, que se van y vuelven como esos negros nubarrones de esta tarde, de amargo anochecer, en el que solo consuela la brisa fresca de un aire que vino cargado de una libertad natural, prudente y desconocida.

20060526

DE LA LÓGICA Y EL KAMASUTRA


El viernes pasado husmeaba entre las publicaciones de la librería que suelo frecuentar y observé algo curioso: en una de las mesas un libro, reedición exacta de una antigua edición de la Editorial Saturnino Calleja, titulado “Héroes del Cristianismo” se levantaba erecta, sobre su lomo inferior; dentro, las santos más diversos y de toda época venían relatados con un extracto de su ejemplar y austera vida cristiana. Permanecía toda esa relación de héroes encima de otro libro, un gran libro con preciosas pinturas, ricas de color y sensualidad, con el delicado gusto hindú: hablaba del Kamasutra. Una mano inocente había colocado allí los dos, de tal guisa; sin advertir el resultado de la composición. Estuve pensando, comprendiendo el alcance de los dos; y aplicando la lógica no pude más que sonreír. Sí, la lógica, esencial para el razonamiento del hombre. La vida inteligente no es posible sin la facultad de razonar. Pero - como sabemos- no siempre se emplea la lógica para llegar a una conclusión. Sin ir más lejos y con el Kamasutra de por medio, sería lógico que, habiéndonos dotado la naturaleza - o los dioses todopoderosos- de una compleja red de nervios que sirven para traer y llevar al un cerebro -más complejo aún- las sensaciones que son recogidas por los sentidos, no hubiera tantas cautelas para su expresión; por el feliz resultado que trae. Los sentidos, creados para la vida, comunicación y acercamiento, mediando el sexo, nos dicen que no parece lógico se cercenen o ignoren las maravillas que comportan su correcto funcionamiento. La lógica lleva al disfrute de la naturaleza tal y como se creó, lo demás será todo lo que se quiera, pero no es lógico, y en consecuencia poco adaptado a razón.
Pero también es cierto que en esta vida, no es infrecuente que no se recurra a la lógica, tan necesaria para el razonamiento, y si al azar, a la ventura de que cambien los planteamientos. Es una especie de desafío, creer que uno es un genio y puede cambiar hasta la lógica de las cosas lo que mueve a alguno a prescindir de ella, y del razonamiento. Quizá no sepa que los auténticos genios fueron los que llevaron al razonamiento más simple y eficaz, a descubrir la razón más hermosa y permanente: la más sencilla. Lógica pura la asiste. Pero lo del orden de los libros que decía arriba es frecuente, no se vio en ese momento de que trataban, se dejaron juntos, sin más.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)
(Ilustración: Jean Antoine Watteau- 1684-1721)

EL PÁJARO ELECTORAL


Es una rara especie de ave que suele acudir estacionalmente, aunque, los hay que arraigan todos los años en un territorio. Suele estar próximos a la gente, pero, aunque, equivocadamente, se piensa que están domesticados, son huidizos del trato habitual y te pueden dar un picotazo que se pueden llevar el trozo. Se piensa que son de la familia de los córvidos, como cuervos y urracas y por lo tanto carroñeros, pero no es seguro, porque los hay de muy distinta especie, y su dieta es muy compleja. Se les denomina por varios nombres: los de cuenta, los pintos, de cuidado etc. Su colorido es tan plural que podría pensarse en su proximidad con loros y cacatúas, lo que justifica su confusión porque son muy dados a la charla y al parloteo. Estas aves, juraría que son el eslabón perdido de los dinosaurios. Pueden parecerse al Tyranosaurio Rex, o al Velociraptor. Su predación es muy voraz, y son especialistas en la celada y la emboscada. Algunos pareciéndose al Rex, solo atienden al movimiento, de tal suerte que si te mueves, ¡estas jodido! El bocado que te pegan, no dejan de ti ni el asiento.
Se le llama pájaro electoral, “legitur compulsa avis”, por que solo engulle comida rápida y sobrevuela los lugares donde hay aglomeraciones y eventos, desde verbenas, inauguraciones de todo tipo, hasta partidos de fútbol, pasando por misas y funerales.
Es una especie que no parece que esté precisamente en peligro de extinción, antes bien, hay por todos los territorios y suelen dejar sin sitio a más de un animal, incluso racional.
No se conoce nada que les ahuyente ni que modere su crecimiento.
(Escritor e ilustración: Ramón Gallego Gil)

20060524

19.15- 0938-Clase Turista


Vuelven las letanías con los avisos de los trenes. Barcelona Sants, Zaragoza Delicias. Los sudores de la prisa angustian al ejecutivo de siempre. Adelantan por todos lados y siempre perdidos. Raro es ver alguno sin alguna batalla perdida. La luz quedó congelada desde la mañana. Es la misma. El olor, cargado de tanto como se malcomió durante el día en los bares de comida rápida. Entre las manos, Faulkner, le cuenta a ella, que le tiene abierto por la página 165: …”permaneció allí durante un segundo, al siguiente él estaba gritando tirándole del vestido, entraron al vestíbulo y subieron las escaleras gritando y él dándole empujones a ella hacia la puerta del cuarto de baño, y ella apoyo la espalda contra la puerta y ocultándose el rostro con el brazo gritando e intentando meterla a empujones en el cuarto de baño cuando ella entro a cenar…” Anda, pero no está allí.
No hacía más que sujetar a la niña el ecuatoriano, que no podía estarse quieta. Él, con el cansancio empapándole todo el cuerpo, ni siquiera sonreía a las gracias de la chica. Se quedó mirando a la de los tacones, corriendo hacia la entrada del tren para Sevilla; parpadeaba el cartel con el aviso de salida inmediata. Las costuras del pantalón no aguantarían mucho. Las salvaría cuando haya perdido el tren. Una agenda imaginaria me lleva anotando, todo el rato, las horas de mañana, cuando apenas ha fenecido la noticia de la aparición de los puentes de siglo XV de la M30.
Avisan para el Ave de Puertollano y Ciudad Real, y todavía quedan 15 minutos. Dos largos de la sala de embarque, andando con paso firme y buscando la tranquilidad que nunca llega, para mirar de nuevo las columnas de hierro que soportan arcadas rectilíneas, todas en fila. Al final está explotando en colores la tienda de regalos. Más guardias civiles para los robos de Cataluña le cuenta la Vanguardia, arrugada, cuando decide pasarse la mano por la calva: está con la relajación propia, luego de una reunión intensa. Envueltas en plástico, ahogadas, como lonchas al vacío, enormes maletas de color metálico, se resisten a viajar más, con dos que tienen pinta de ir de vuelta de la Erasmus; mastican el castellano como si fuera chicle.
Entrego la tarjeta y bajo por la rampa hacia el sur. Parece que llego en barco, y voy de viaje en seco.Nadie me espera. Eso ni siquiera sirve para ganar batalla alguna. Llego igual que los pescadores del caladero del Gran Sol. De tanto esperarles, ellas les dejan que acudan solos. A veces no acuden mas, se los traga el mar o cualquier cosa, y es cuando les lloran. Dicen los estrategas que la sorpresa es un elemento esencial para el éxito. Ya solo hay estrategas en el CESEDEN. Y mis batallas son solitarios en los que, para variar las reglas, y para olvidar tanta cucharada de ricino, termino por hacerme trampas. Hay que seguir. Eso dicen.
(Escritor e ilustador: Ramón Gallego Gil)

20060520

LA SUERTE DE CYRANO



Entre los brazos de Roxana, la mujer que más amó en su amarga vida, abriendo los ojos, recobrada la última fuerza en su delirio, -habiendo derramado el vigor de su naturaleza tras el último golpazo, sórdido golpe de un saco enfebrecido que le embistió, desde su último lugar, sujeto por la maroma a una garrucha reseca y suelta por la última traición- se le hizo repentina la luz cuando ella le besó en la frente.
En ese momento se dio cuenta que todas las palabras, aquellas que le habían hecho la mujer más feliz del mundo, habían salido de él, no de Cristian. Cyrano confesó que le habían quitado todo… menos una cosa. Al preguntar Roxana: dí. Él, exhalando el último aliento, dijo: ¡mi penacho! (mi orgullo).

El orgullo, la convicción de valor propio, la dignidad defendida hasta el final, no quita para que Cyrano, o los miles de Cyrano que en el mundo hayan sido, o son, digan en su interior lo que otro, de parecida suerte, dijo; éste, hombre real de gran cultura, valiente, ingenioso y, pese a su fortaleza física y dominio de las armas, de una grande y extraordinaria sensibilidad, Diego Hurtado de Mendoza, que supo expresar en un hermoso poema, que lo siento hoy aquí:

Desdichas, si me acabáis,
¡cuán buena dicha sería!
Si haréis, si no os cansáis
por mayor desdicha mía.
Poco os queda por hacer,
según lo que tenéis hecho,
en que os podáis detener
en un hombre tan deshecho
y tan hecho a padecer.
La costumbre dicen que es
muy gran remedio a los males;
yo digo que es al revés,
que los hace más mortales.
Ved a lo que me han traído
la costumbre y sufrimiento,
que de puro ser sufrido
vengo a decir lo que siento
cuando estoy ya sin sentido.
Los que vieren que porfío
a quejarme de mi suerte
pensarán que desvarío
con la rabia de la muerte.
Mas, con todo, bien verán
que no es tiempo de mentir;
gran agravio me harán
viéndome para morir
los que no me creerán.
Todo lo tengo probado,
hasta el bien me hace mal;
el no me hallar confiado
era mi peor señal.
Temblaba el alma en los pechos
en ver sombras de alegría;
bienes eran contrahechos,
que siempre el placer venía
víspera de mil despechos.
Si acaso estaba contento,
que pocas veces sería,
venía un remordimiento
que el alma me deshacía.
Profecías eran éstas
del mal en que hora me veo;
mil cosas llevaba a cuestas,
que las llevaba el deseo
sobre mi cabeza puestas.
Y aun me parecían a mí
tan ligeras de llevar,
que nunca tanto sentí
como habellas de dejar.
Esto, ya que era pasado,
si el dejallo me dio pena,
júzguelo quien lo ha probado;
si alguna hora tuve buena,
¡cuán cara que me ha costado!

La suerte de Cyrano, no es mayor o peor que la de cualquier otro, que estuviere en estos tiempos, con nariz o sin ella, olvidado de toda suerte, intentando lo imposible, para no rendirse jamás hasta el último aliento.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)

20060518

CADA DIA VOY DE VIAJE


Cada día decido ir de viaje, como si una compulsión natural me empujara a hacerlo de manera irrefrenable. Como un evacuado, como un refugiado, como si fuera un instinto natural de búsqueda a sitios donde vivir; así como los pájaros que vienen desde África, o del norte de Europa.
Cada día, hago mi corto equipaje, con apenas una nota de mi persona, y a paso lento, pero firme, emprendo el viaje. Unas veces miro el cartel que me lleva a Segovia, y voy hacia allá, subo, me dejo llevar con otros que también decidieron lo mismo que yo. A los dos pasos, bajo del tren. Perdido, recogido cada vez más en mis adentros, me visto de profesión y pasan las horas.

Cada día, vuelvo a querer ir de viaje. Como un autómata llego hasta donde me lleva a Guadalajara, subo al tren oyendo mil conversaciones que llueven en caliente, prisioneras en la caja del vagón; y a los dos pasos, me bajo. Perdido, metido en mis adentros, masticando mi soledad, sin poder tragarla nunca, termino sentado volviendo a empezar.
Cada día, voy de viaje, quiero ir de viaje. No hay mucha diferencia con el burro que daba vueltas a la noria. Con los ojos tapados como él, aún no sé quien es el dios que me tiene así.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)
(Ilustración: RENFE-Cercanías)

20060513

TARDE DE MAYO



Los estorninos cantan a voces sus llamadas;
precisan veloces sus sitios de recogida,
y el perfume del cinamomo baña la tarde.

Tus hombros, se adueñan de mi recuerdo,
frescura de piel sofocando calenturas:
se convierte en dulce sosiego de mis labios.

El Universo, me invita a llamarte.
Cae la tarde, muy lentamente, y en tu regazo,
lugar dispuesto para mi cabeza cansada;
yace mi entrega permanentemente en ti.

Me recogeré con tus caricias, que deseo
sobre tus muslos firmes, dorados por la tarde,
sólido cuerpo de la fuerza de tu atracción.

La noche espera; en ella, siempre estaré contigo.
Juntos, para viajar a lugares de ensueño,
donde el olvido es llave para entrar.
Dejando, detrás, la ansiedad
y delante, el dulce sonido de nuestra vida.

La música de tu voz, la siento entre mis sienes;
llamas y acudo a tus brazos
como si fuera para toda la vida.

Mis sentidos fluyendo, precipitados en ti
van como los ríos, hacia el mar:
naturalmente, desde el tiempo inmemorial.
Hacia el mar abierto, que los recoge en su seno;
donde tú y yo , siempre, nos miramos, y sonreímos.


Solo un sueño, siempre corto y recurrente.

(Escritor: Ramón Gallego Gil)

(Ilustración: Jean Antoine Watteau, 1684-1721)

20060512

EXALANDO

La vez, en la que vi que se aceptaba la muerte con una natural resignación, firmemente, delicadamente, con el agradecimiento eterno, fue en los ojos de una gata que hubo en casa. He visto lo mismo en humanos, muy cercanos y queridos, siempre con la misma constante, pero en éstos, siempre había un punto de lucha, de rabia rendida.

El tiempo, hace estas cosas. El tiempo y la amargura que traen los abandonos. Que suelen venir, también, por salirse uno de la fila. De no hacer lo que es común a la mayoría, lo que es propio de la edad, del sexo, de la costumbre del lugar. Abandonos siempre anunciados, nunca creídos, para mayor sufrimiento.

Crear, para los que nos complace hacerlo, no es más que participar en la naturaleza de los dioses, del que tanta cuenta se ha dado en la historia. Haciendo cuenta de que ellos, los dioses, no son más que la denominación de lo que no es normal y carece de virtud humana conocida y reúnen otras de las que carecemos los mortales. Necesitamos crear ante la inminencia, consciente, de tanta devastación personal como padecemos. Para no morir todos los días, en la vulgaridad, o en la invisibilidad ante las personas que nos rodean. O para hacer salir de dentro tanta vivencia que nos angustia. A la que nunca admitimos, estérilmente, victoria alguna.
Porca miseria, dicen los italianos. Y tienen razón.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)

20060509

DIARIO


Las siete y diez y siete. Se abre la puerta y uno detrás de otro vamos subiendo. Miércoles o lunes, da igual. El mes de mayo no ha sorprendido este año, vino como suele hacer. En la catenaria 25 mil voltios pasan en silencio. Ni siquiera se oye, como antaño, chillar entorno a las jícaras. Con la docilidad habitual tomo mi asiento y comienzo el ritual: asomarme al mundo por el periódico. No impide que vuelva una y otra vez con los temas recurrentes. Poco a poco, voy aprendiendo a llevar el silencio hasta en mis miradas. Cada vez más lejos del interés. El día comienza lentamente y por Valcansado lo que queda después de la colonización del verde golf retoma el propio del monte bajo, apagado aún, desleído en sombras que quieren irse. El puente de hierro del antiguo ferrocarril se retuerce en su curva añorando el paso del tren. Pasé tantas veces entre sus hierros, y hace tanto, que recordarlo me hace creer en una mala fiebre. El tiempo vuelve una y otra vez con sus muestras en el camino. Lo que era el Guadiana, que asustaba pasarlo entre sus fuertes aguas, apenas varios charcos rezumados de ocasionales surgencias. Esta devastación la tengo conocida, y aún padezco los trozos que fui dejando con mi insistencia en no rendir las posiciones. Uno no nace para héroe, ni siquiera para sobresaliente de una corrida que más parece charlotada. Trazar la andadura con rectitud puede ser las más de las veces pura presunción.
Pensando esto veo pasar los minutos y no mucho más, la estación de Algodor. Se mantiene con su grandeza inesperada, con sus ventanas abiertas, ciegas, sin que los cristales simulen el abandono desolador que tiene. El progreso la ha apartado de la ruta y nadie aprecia su majestuosa traza neomudéjar. Si fuese esta tierra del Reino Unido, seguiría impresionando con su belleza, llena de utilidad y de historia. Pero para eso hay que tomar la historia como un inglés, que solo se desprende de sucio y viejo de los calzoncillos. Lo demás está entre lo irrenunciable. Tendré que verla muchas veces y dudo de su recuperación. Para eso, no se deben rendir las posiciones, y no conozco muchos por aquí cerca que lo hagan.
Pasa el tiempo para allí y para acá. Espero que deje algo más que las huellas del palomino en las losas del patio del Ministerio. No siempre detrás de uno se ve la sombra que nos sigue. El silencio no es mío solo. Últimamente tengo que buscar ayuda para coserme la mía a los pies, como Peter Pan.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)

20060430

EL VACÍO




Una luz hiriente
llena el inmenso valle
vacío.

Las aves vuelan y su voz
las trae y lleva el eco
y no contesta e nadie;
ni el agua del arroyo,
ni los sauces,
ni el viento.
Solo vacío que se alarga por el tiempo.

Un casa ciega en la llanura,
de las cuencas de sus ventanas, el hueco;
tras la puerta, las paredes desnudas
devuelven mi voz desalentada
y un olor a ceniza húmeda;
que hace el vacío mayor.

Un susurro de voces
advierten mi presencia
vuelven del pasado
recuerdan mis ilusiones perdidas
muestran las frustraciones que me anegan;
desconfiados y temerosos,
solo prestan al que busca:
el vacío frío que no termina.


(Escritor: R.Gallego Gil)

MI FOZ


Vi la luz de este día llena de silencio. El sol salió con ganas de agradar y el aire se esta quieto. Los pensamientos del día anterior revientan por las costuras de la cabeza. No dan tregua para la tranquilidad, ni el sosiego, ni siquiera se compadecen de mi entrega, en esta rendición sin condiciones, que hace de cualquier contienda un juego estéril. El mundo quiere prestarme los colores para iluminar toda mi vida interior. Y la verdad, no sé como se hace.
El futuro, que nunca supe muy bien de qué va y si tenemos algún poder sobre él, me da el mismo vértigo que asomarse a la foz de Arbaiun. Hermosa foz , que fue excavando el pacífico río Salazar durante millones de años. El río, que vio a mi bisabuela lavar en el río, y la bañó alguna vez, sigue pasando por la foz, arropado por las cortadas llenas de madroños, que vigilan los buitres y águilas, amarilleándose en sus hayas por los fríos que no la perdonan.
Tengo una foz metida dentro. Nunca tanto sentimiento hermoso ha podido causar tanto daño, como este corte limpio de cuchillo nunca blandido, como el que tengo. Mi vértigo, no se acuerda cómo funciona el pecho y el reloj que le marca la vida. Antes de que me engullan las aguas; negras aguas de la profundidad del tiempo, dejaré llevarme por las horas, minuto a minuto, por si flotando boca arriba veo llegar la luz que me ha de enseñar todo, incluso si hay esperanza. O el camino para seguir andando.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)
(Ilustración: Com. Navarra)

20060413

CARPE DIEM

¡Disfruta del momento!¡Quien sabe si mañana otro día tendremos! De esta forma se manifestaba el gran padre de la poesía occidental Quinto Horacio Flaco. Hace dos mil años escribió estas palabras. No lo decía a humo de pajas. Horacio nos dio varias razones para vivir con dignidad sin ser necesariamente complaciente, ni amargarnos la vida con aplazamientos innecesarios. Horacio hacia verdad el proverbio romano aquel: “se dice de los poetas y de los pintores que tienen la facultad de atreverse a todo”. Él manifestaba siempre lo que creía ser cierto, sin preguntarse en si le iba a traer malas consecuencias o no.
Hoy, como entonces, se nos hace difícil eludir la adulación o la crítica al que poder ostenta, sea una alta magistratura o una cercana concejalía. La verdad es que, cuando me tropiezo con alguno conocido, sea tirio o troyano, a lo más que me atrevo ahora es a preguntarle por las cervicales o cosa parecida. La República marcha con desigual fortuna, lo que me depara, a veces, momentos de tribulación momentánea. Digo momentánea porque creo que hice algún esfuerzo de juventud por ella y, ahora, uno, va teniendo menos compulsión por solucionar en persona los problemas del mundo; y menos gusto por la púrpura que entonces. Creo necesario dar paso a los más jóvenes para que se den un garbeo por el Helesponto y que conozcan y se comprometan por el mundo, sus glorias y miserias. En la vida hacemos muchos planes; sin reparar que eso es un trabajo realmente baldío. Nada de lo que planeamos sale igual; ni siquiera con aproximación a ello. Lo que no quiere decir que salga mal necesariamente. Es el día a día el que va trazando los márgenes de lo posible y lo imposible. Lo realizable y lo, en modo alguno, factible. Es de inteligentes poner los pies en el terreno y mirar lo que tenemos solo al alcance de la vista.
Se le pidió en una ocasión a Horacio una oda a Marco Agripa y la verdad es que él no aprobaba todo lo que iba haciendo el senador. El poeta, como no era precisamente tonto, y no quería la alabanza, se salió con inteligencia del compromiso. Hizo una oda que decía: “Si existe un poeta capaz de con sus versos/ cantar tu valentía y tus victorias/ ese, Agripa, es el aedo Vario”. Así puso el maestro Horacio, en la fama de otro, Vario, lo que él no quería decir. Aguantar con dignidad el mantenimiento de nuestro propio criterio es todo un ejercicio de humanidad. No pido yo más a los dioses.
Terminaba el poeta romano haciendo una consideración sobre cómo vivir en la Oda 11 titulada “Leuconoe: Carpe Diem”, la misma con la que empezaba, y aseguraba: …“la vida es breve, olvida la esperanza/mientras ahora charlamos huye el tiempo/ envidioso…”
La vida realmente pasa en un sorbo. No es saludable estar padeciendo sobre si se hizo mal o bien lo que se hizo, sobre si lo que se ha de hacer debe tener igual tratamiento. Vivamos el momento; con dignidad; dando todo lo que podemos dar sin esperar recibir, puesto que todo lo que venga será mejor si es inesperado. Las estrellas no son la causa de nuestro infortunio. Es nuestra disposición la que nos lleva hasta donde estamos. Hacer de nuestra vida un ejercicio de pasión por la humanidad no requiere grandes, públicas ni espectaculares hazañas. Seguir el camino que nos traza el corazón va siendo además de inusual, valiente. Apuremos la copa y disfrutemos lo que tenemos. Carpe Diem. Tenía razón Horacio, igualmente, cuando manifestó que él no moriría del todo, puesto que la parte mejor de su vida, su voz, en sus escritos, seguirían vivos. Así es.

(Escritor: Ramón Gallego Gil)

20060410

EL PENITENTE

Esperar todo un año para vestirse con un cucurucho es todo un mérito. Creo que hay pájaros que se adornan con materias vegetales para llamar la atención e incluso para asustar. En la Edad Media se hacía penitencia con el capillo puesto, con el fin de purgar los pecados sin dar cuartos al pregonero. Porque una cosa es purgar y otra perder la fama. Lo del cucurucho es darle un toque infamante toda vez que era un tocado propio de los autos de fe de la Inquisición. No creo que haya sido la intención de los que penitencian desde el siglo XVII hasta ahora el pasar por infieles. Más bien era un toque de rigor para dar a la penitencia. Desde entonces hacer la procesión es un rito purificador. El que lo hace, creo que piensa que de alguna forma se le quitan las culpas; o quizá el complejo de tenerlas. Alguien piensa que es un buen método para poder seguir pecando sin cargar demasiado el zurrón. Aunque sospecho que tal y como van las cosas para algunos no es más que la continuidad del carnaval por otros medios, (algo mas morboso por otra parte).
Con paso firme y rápido, dando vuelo a la túnica y más a la capa; con el capillo en la mano, descubierta la cerviz, baja por el ascensor y le da un susto de muerte al infante tierno que desde la Jané le mira con terror. Huele a esencia de Loewe, ( y no precisamente a esponja con vinagre) y recorre sus rutinas, entre las que está tomar el café con whisky junto con su cuadrilla, solazándose de que han corrido este año quince números por delante de él. El muerto es baja segura en la cofradía. Parecido recorrido hará a la vuelta, con el capillo de nuevo rendido, y despeinado con las marcas del sudor como galones de una batalla ganada.
Nadie sabe en qué emplea el penitente la ronda procesional, solo él. Se le presume la penitencia como el valor al soldado. Pero da lo mismo. El pecado al fin y al cabo no es mas que la infracción que atañe al fuero interno de cada uno, y ahí, no entra ni San Pedro bendito que bajara de los cielos.

20060402

Vuelven

Vuelvo una y otra vez a los sitios donde reconozco mi propia historia. Las casas, robustas, fortificadas de grandes piedras de granito aguantan entristecidas por la humedad de cientos de aguaceros y tormentas que llegaron hasta Madrid; no pudieron con el resistente polvo que se empeña en sellar el tiempo. El aliento de los portales es frío, con olor a col y algo del café de la mañana. Ya no chirrían los tranvías, dolíéndose en las curvas. Su rastro está enterrado bajo treinta centímetros de aglomerado asfáltico. Les acompañan sus amigos dolientes: adoquines de basalto aguantando firmes en su formación. Volverán a salir con la primera avería del Canal de Isabel II.
Como vuelven los jóvenes a calentarse en las terrazas, firmemente convencidos de que son los primeros en descubrir ese asentamiento. Todas las primaveras ( y ya he conocido varias decenas) el sol convoca a todos a su gran afición: solearse. No lejos , alguien prueba un piano en una tienda de instrumentos. Chopin se amarga el momento escuchando tanta reiteración. Vuelven mis pensamientos buscando los sueños perdidos entre los fríos de enero. Un petirrojo me los trae con la forma de una sonrisa que acude. La tuya. Si, vuelve la Primavera y creo que podré soportar tanta hermosa espectativa.

El Parque

La noche inundó ya el parque. El silencio enseña sus dientes sembrando una brisa dasapacible y húmeda. Desde mi despacho sigo esperando que cante alguna de las aves nocturnas. Ninguna decide llegarse hasta aquí. El domingo se arrastra en su agonía enseñando las cartas del lunes para endulzar sus estertores. ¡Vaya una necedad! Nunca he conseguido sacarle lustre a las tardes de los domingos. En el colegio solo me enseñaron a odiarlo con la frialdad del que siente la batalla perdida. Y sus canijos minutos, envidiosos de los de las tardes del viernes, apenas si sirven para preparar el hato para mañana.
Debajo de mis pies, no se a cuantos metros o, tal vez, kilómetros, el magma de los volcanes que yacen durmiendo con un ojo abierto bajo el campo de Calatrava, calientan la tierra esperando el primer movimiento para salir. Los vecinos de esta ciudad, que sospecho algo deducen, se entretienen arrasando cualquier vestigio de su historia. Alguna maldición judía debe pesar sobre estas tierras rojas, como manchadas de la sangre que se vertió en su día.
El domingo acaba no se si dulcemente, pero sí en silencio. La semana me espera para seguir peleando por todo eso que pocos lo defienden ya: la propia dignidad, que no se contamina ni por la pasta ni por el poder sin causa legítima. Me lo temía. El domingo me está haciendo que se me vaya el pisto.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)

20060329

De la soledad

A la carencia voluntaria o involuntaria de compañía la llamamos soledad; también al pesar o melancolía por la ausencia de una persona o cosa. Pero juraría que es más, mucho más que todo eso. Las sombras humanas callejeras, cargadas de años y estaciones; de amaneceres y lentas caídas del sol; de horas vividas y sufridas; una mirada fija en nosotros por un instante tiene mucho más que todo aquello, para definir la soledad. Es la prueba de la tremenda herida de la ausencia. Miradas de nuestro primario sentido animal. Como en el gato agonizante, el perro herido, el pájaro caído, dando estériles aleteos. Es la de un gato subido en un tapial, encogido sobre sus patas, con los ojos adormecidos; buscando errático un lugar a salvo. La “solitudo” de los latinos, indispensable para el desarrollo del pensamiento, de la reflexión. Hablé una vez con el ilustre escritor mexicano Carlos Fuentes. Me aconsejó, cuando supo que escribía, que lo hiciera en soledad; según él aislarse del mundo hace surgir las ideas.
Pienso en los constructores de las iglesias románicas, piezas maravillosas de la sencillez y genio humanos. El arquitecto, medieval debió ser un hombre solitario que contemplaba la naturaleza como fuente de conocimiento. En las formaciones rocosas pudo comprender la justa unión entre la fortaleza y la belleza; solo con la distinta disposición de los volúmenes, de las formas geométricas. A veces basta con hacer sobresalir, o hundir la piedra, para hacer que las líneas marquen un distinto lenguaje de belleza sencilla y a la vez majestuosa. Es conjugar la distribución de los volúmenes con las resistencias, los espacios, los materiales y la iluminación, necesarios para el fin preciso. Los arcos, las borduras y disposición varia de los ladrillos, para el alarife mudéjar creando, necesitaron momentos de meditación, de reflexión en solitario, de soledad buscada y disfrutada. Lo mismo necesita el pintor y el escultor haciendo sacar de la nada la definición de la obra. Soledad para la reflexión, para la ejecución que puede ser voluntaria o involuntaria. Ésta última es siempre acompañada por la tristeza, por la melancolía. La desgracia no esta muy lejos en algunos casos. En momentos de desgracia algunos sacan virtud de la oscura, angustiosa, despiadada soledad. Miguel de Cervantes en el húmedo alojamiento de su prisión alumbró la escritura del “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Así pues parece la soledad más condición que situación. Porque la voluntad de las personas puede quebrar la más dura, o la más injusta. Solo su voluntad, que es lo que hizo aquel hombre de Alcatraz, en el cine Burt Lancaster, redimiéndose con su especialización en ornitología.
La calle esta llena a diario de caras manchadas de soledad. Unas con la mirada puesta en otro lado, lejos, muy lejos, allá donde residen sus difíciles sueños, de los que les separa la incomprensión de otros, los prejuicios sociales o simplemente la extraordinaria carga de la responsabilidad cogida en exceso, más allá de lo razonable. Otras, miradas llenas de soledad y tristeza van gritando en silencio la ausencia de aquellos a los que tanto se echa de menos; a unos con la certeza de que nunca volverán, a otros pendiente solo de la esperanza.
En lugares donde el tiempo a lo largo de la historia llenó de abandono y ruinas- donde se ven aún los vestigios de otras culturas, restos de vidas pasadas, con una alta carga de dramatismo y emociones suspendidas allí- se sumerge uno obligadamente en la soledad acumulada, que demanda la memoria de los que hicieron de la vida un hecho digno del recuerdo; es devolverles la vida aunque sea en parte. A veces, la soledad se reconoce como una compañera ocasional que siempre termina volviendo. Porque es cosa de dos o más su remedio y eso no es fácil. Soledad satisfecha, conjurada, es encontrar una sonrisa. Puede ser el principio de su solución.

20060109

Como el verderón


Verde oliváceo, pico fuerte y claro, franja en las alas y en la cola amarillenta, que en la hembra es más apagada, de porte algo más pequeño que el gorrión; así es el verderón. Lo conozco desde que un buen día le oí cantar su chuip bajo la sombra de las hojas de un nogal. Eran otros tiempos; por entonces en mi casa no entraba “El País” sino el “ABC”. Aquél ni siquiera había nacido, y este era el más civilizado de la dictadura, decían que era monárquico. Esos días estaba con el “ABC” y el libro de física y química encima de la pequeña mesa; bajo el nogal, peleándome con la ley de Boyle-Mariotte, a la sombra, con la luz deslumbrante del mes de julio, en La Poblachuela. Oyendo el reiterado golpe de la palanca de la noria, con el agua cayendo en la artesa, solo podía prestar atención al chuip,chuip del verderón. Atendiendo a sus nerviosos pero confiados movimientos en las ramas del árbol. La ley de Boyle Mariotte resultó nada más que una explicación culta del cuanto ocurre con las flatulencias de las judías: hablaba de la relación del espacio que ocupan los gases y la presión consecuente.
Si, los tiempos cambiaron. El ruido de la carretera de Puertollano, que antes era intermitente, y muy espaciado, ahora es constante. Ese es el sonido del progreso, como lo es que ya la noria solo está en la memoria. En el suelo, junto a la pozeta de riego de la alberca crecía el zacate, o hierba de limón, todos los años. Con ella conjuraba las sonrisas de mis tías cuando venían de visita. Su olor eran llave cierta para abrir voluntades. Las calenturas de los atardeceres se llevan mejor luego de haberse remojado en una alberca. El aliento de la huerta recién regada, alegra también a los verderones, que aprovechan para bajar a llevarse todo lo suyo.
Yo seguía al día siguiente con Gay-Lussac: su ley tenía algo que ver con la relación de los gases con la temperatura, que lleva a aumentar la presión. Bastante tenía yo con retener un poco todo aquello, sin dejar de poner mis sentidos en aquella explosión de la naturaleza que me llevaba a cumplir con la vida, como los verderones. Entendí a Gay-Lussac, cuando oí pasar a lo lejos el tren con su locomotora soltando el vapor con gran sofoco. Camino de Puertollano iba pitando sus dibujos en la lejanía, sobre inmensos rastrojos que se lucían en miles tonalidades de amarillo y ocres que languidecían con el sol declinando.
Todos los años seguí, durante algún tiempo, oyendo los chuip, chuip de los verderones, siempre con su quehacer diario, sobreviviendo, disfrutando de la vida, reproduciéndose. Haciendo de su nido, entrelazado, con sedosas y algodonosas fibras, entorno a un círculo perfecto, donde depositan sus huevos pequeños con unas apenas apreciables pintas. Lo soportaba un trenzado de ramas que sólidamente hace resistir a los vientos. Su canto, arrastra su parlamento como una llamada de sumo interés, terminando con un trino; en su vuelo toda una serie de armónicas y hermosas creaciones, propias de la perfección de un artista.
Los olmos se doblaron un día con el viento de la primera tormenta de agosto, el olor a tierra mojada avanzó la lluvia que vendría en enormes goterones que levantaban el fino polvo del camino, trillado por el paso de los carruajes. Yo, como los verderones, aguardaba en mi casa que comenzara el espectáculo. No tardaría en llegar. Broncos truenos, deslumbrantes rayos que quebraban el firmamento en rupturas apocalípticas y, después, una dulce calma que, cargada del oxígeno del ozono desprendido, nos llevó a todos a creer en la bondad del futuro día.
Es bueno seguir como los verderones, viviendo. Aunque parezca a veces que se hunde el mundo.