20060329

De la soledad

A la carencia voluntaria o involuntaria de compañía la llamamos soledad; también al pesar o melancolía por la ausencia de una persona o cosa. Pero juraría que es más, mucho más que todo eso. Las sombras humanas callejeras, cargadas de años y estaciones; de amaneceres y lentas caídas del sol; de horas vividas y sufridas; una mirada fija en nosotros por un instante tiene mucho más que todo aquello, para definir la soledad. Es la prueba de la tremenda herida de la ausencia. Miradas de nuestro primario sentido animal. Como en el gato agonizante, el perro herido, el pájaro caído, dando estériles aleteos. Es la de un gato subido en un tapial, encogido sobre sus patas, con los ojos adormecidos; buscando errático un lugar a salvo. La “solitudo” de los latinos, indispensable para el desarrollo del pensamiento, de la reflexión. Hablé una vez con el ilustre escritor mexicano Carlos Fuentes. Me aconsejó, cuando supo que escribía, que lo hiciera en soledad; según él aislarse del mundo hace surgir las ideas.
Pienso en los constructores de las iglesias románicas, piezas maravillosas de la sencillez y genio humanos. El arquitecto, medieval debió ser un hombre solitario que contemplaba la naturaleza como fuente de conocimiento. En las formaciones rocosas pudo comprender la justa unión entre la fortaleza y la belleza; solo con la distinta disposición de los volúmenes, de las formas geométricas. A veces basta con hacer sobresalir, o hundir la piedra, para hacer que las líneas marquen un distinto lenguaje de belleza sencilla y a la vez majestuosa. Es conjugar la distribución de los volúmenes con las resistencias, los espacios, los materiales y la iluminación, necesarios para el fin preciso. Los arcos, las borduras y disposición varia de los ladrillos, para el alarife mudéjar creando, necesitaron momentos de meditación, de reflexión en solitario, de soledad buscada y disfrutada. Lo mismo necesita el pintor y el escultor haciendo sacar de la nada la definición de la obra. Soledad para la reflexión, para la ejecución que puede ser voluntaria o involuntaria. Ésta última es siempre acompañada por la tristeza, por la melancolía. La desgracia no esta muy lejos en algunos casos. En momentos de desgracia algunos sacan virtud de la oscura, angustiosa, despiadada soledad. Miguel de Cervantes en el húmedo alojamiento de su prisión alumbró la escritura del “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Así pues parece la soledad más condición que situación. Porque la voluntad de las personas puede quebrar la más dura, o la más injusta. Solo su voluntad, que es lo que hizo aquel hombre de Alcatraz, en el cine Burt Lancaster, redimiéndose con su especialización en ornitología.
La calle esta llena a diario de caras manchadas de soledad. Unas con la mirada puesta en otro lado, lejos, muy lejos, allá donde residen sus difíciles sueños, de los que les separa la incomprensión de otros, los prejuicios sociales o simplemente la extraordinaria carga de la responsabilidad cogida en exceso, más allá de lo razonable. Otras, miradas llenas de soledad y tristeza van gritando en silencio la ausencia de aquellos a los que tanto se echa de menos; a unos con la certeza de que nunca volverán, a otros pendiente solo de la esperanza.
En lugares donde el tiempo a lo largo de la historia llenó de abandono y ruinas- donde se ven aún los vestigios de otras culturas, restos de vidas pasadas, con una alta carga de dramatismo y emociones suspendidas allí- se sumerge uno obligadamente en la soledad acumulada, que demanda la memoria de los que hicieron de la vida un hecho digno del recuerdo; es devolverles la vida aunque sea en parte. A veces, la soledad se reconoce como una compañera ocasional que siempre termina volviendo. Porque es cosa de dos o más su remedio y eso no es fácil. Soledad satisfecha, conjurada, es encontrar una sonrisa. Puede ser el principio de su solución.