20060430

EL VACÍO




Una luz hiriente
llena el inmenso valle
vacío.

Las aves vuelan y su voz
las trae y lleva el eco
y no contesta e nadie;
ni el agua del arroyo,
ni los sauces,
ni el viento.
Solo vacío que se alarga por el tiempo.

Un casa ciega en la llanura,
de las cuencas de sus ventanas, el hueco;
tras la puerta, las paredes desnudas
devuelven mi voz desalentada
y un olor a ceniza húmeda;
que hace el vacío mayor.

Un susurro de voces
advierten mi presencia
vuelven del pasado
recuerdan mis ilusiones perdidas
muestran las frustraciones que me anegan;
desconfiados y temerosos,
solo prestan al que busca:
el vacío frío que no termina.


(Escritor: R.Gallego Gil)

MI FOZ


Vi la luz de este día llena de silencio. El sol salió con ganas de agradar y el aire se esta quieto. Los pensamientos del día anterior revientan por las costuras de la cabeza. No dan tregua para la tranquilidad, ni el sosiego, ni siquiera se compadecen de mi entrega, en esta rendición sin condiciones, que hace de cualquier contienda un juego estéril. El mundo quiere prestarme los colores para iluminar toda mi vida interior. Y la verdad, no sé como se hace.
El futuro, que nunca supe muy bien de qué va y si tenemos algún poder sobre él, me da el mismo vértigo que asomarse a la foz de Arbaiun. Hermosa foz , que fue excavando el pacífico río Salazar durante millones de años. El río, que vio a mi bisabuela lavar en el río, y la bañó alguna vez, sigue pasando por la foz, arropado por las cortadas llenas de madroños, que vigilan los buitres y águilas, amarilleándose en sus hayas por los fríos que no la perdonan.
Tengo una foz metida dentro. Nunca tanto sentimiento hermoso ha podido causar tanto daño, como este corte limpio de cuchillo nunca blandido, como el que tengo. Mi vértigo, no se acuerda cómo funciona el pecho y el reloj que le marca la vida. Antes de que me engullan las aguas; negras aguas de la profundidad del tiempo, dejaré llevarme por las horas, minuto a minuto, por si flotando boca arriba veo llegar la luz que me ha de enseñar todo, incluso si hay esperanza. O el camino para seguir andando.
(Escritor: Ramón Gallego Gil)
(Ilustración: Com. Navarra)

20060413

CARPE DIEM

¡Disfruta del momento!¡Quien sabe si mañana otro día tendremos! De esta forma se manifestaba el gran padre de la poesía occidental Quinto Horacio Flaco. Hace dos mil años escribió estas palabras. No lo decía a humo de pajas. Horacio nos dio varias razones para vivir con dignidad sin ser necesariamente complaciente, ni amargarnos la vida con aplazamientos innecesarios. Horacio hacia verdad el proverbio romano aquel: “se dice de los poetas y de los pintores que tienen la facultad de atreverse a todo”. Él manifestaba siempre lo que creía ser cierto, sin preguntarse en si le iba a traer malas consecuencias o no.
Hoy, como entonces, se nos hace difícil eludir la adulación o la crítica al que poder ostenta, sea una alta magistratura o una cercana concejalía. La verdad es que, cuando me tropiezo con alguno conocido, sea tirio o troyano, a lo más que me atrevo ahora es a preguntarle por las cervicales o cosa parecida. La República marcha con desigual fortuna, lo que me depara, a veces, momentos de tribulación momentánea. Digo momentánea porque creo que hice algún esfuerzo de juventud por ella y, ahora, uno, va teniendo menos compulsión por solucionar en persona los problemas del mundo; y menos gusto por la púrpura que entonces. Creo necesario dar paso a los más jóvenes para que se den un garbeo por el Helesponto y que conozcan y se comprometan por el mundo, sus glorias y miserias. En la vida hacemos muchos planes; sin reparar que eso es un trabajo realmente baldío. Nada de lo que planeamos sale igual; ni siquiera con aproximación a ello. Lo que no quiere decir que salga mal necesariamente. Es el día a día el que va trazando los márgenes de lo posible y lo imposible. Lo realizable y lo, en modo alguno, factible. Es de inteligentes poner los pies en el terreno y mirar lo que tenemos solo al alcance de la vista.
Se le pidió en una ocasión a Horacio una oda a Marco Agripa y la verdad es que él no aprobaba todo lo que iba haciendo el senador. El poeta, como no era precisamente tonto, y no quería la alabanza, se salió con inteligencia del compromiso. Hizo una oda que decía: “Si existe un poeta capaz de con sus versos/ cantar tu valentía y tus victorias/ ese, Agripa, es el aedo Vario”. Así puso el maestro Horacio, en la fama de otro, Vario, lo que él no quería decir. Aguantar con dignidad el mantenimiento de nuestro propio criterio es todo un ejercicio de humanidad. No pido yo más a los dioses.
Terminaba el poeta romano haciendo una consideración sobre cómo vivir en la Oda 11 titulada “Leuconoe: Carpe Diem”, la misma con la que empezaba, y aseguraba: …“la vida es breve, olvida la esperanza/mientras ahora charlamos huye el tiempo/ envidioso…”
La vida realmente pasa en un sorbo. No es saludable estar padeciendo sobre si se hizo mal o bien lo que se hizo, sobre si lo que se ha de hacer debe tener igual tratamiento. Vivamos el momento; con dignidad; dando todo lo que podemos dar sin esperar recibir, puesto que todo lo que venga será mejor si es inesperado. Las estrellas no son la causa de nuestro infortunio. Es nuestra disposición la que nos lleva hasta donde estamos. Hacer de nuestra vida un ejercicio de pasión por la humanidad no requiere grandes, públicas ni espectaculares hazañas. Seguir el camino que nos traza el corazón va siendo además de inusual, valiente. Apuremos la copa y disfrutemos lo que tenemos. Carpe Diem. Tenía razón Horacio, igualmente, cuando manifestó que él no moriría del todo, puesto que la parte mejor de su vida, su voz, en sus escritos, seguirían vivos. Así es.

(Escritor: Ramón Gallego Gil)

20060410

EL PENITENTE

Esperar todo un año para vestirse con un cucurucho es todo un mérito. Creo que hay pájaros que se adornan con materias vegetales para llamar la atención e incluso para asustar. En la Edad Media se hacía penitencia con el capillo puesto, con el fin de purgar los pecados sin dar cuartos al pregonero. Porque una cosa es purgar y otra perder la fama. Lo del cucurucho es darle un toque infamante toda vez que era un tocado propio de los autos de fe de la Inquisición. No creo que haya sido la intención de los que penitencian desde el siglo XVII hasta ahora el pasar por infieles. Más bien era un toque de rigor para dar a la penitencia. Desde entonces hacer la procesión es un rito purificador. El que lo hace, creo que piensa que de alguna forma se le quitan las culpas; o quizá el complejo de tenerlas. Alguien piensa que es un buen método para poder seguir pecando sin cargar demasiado el zurrón. Aunque sospecho que tal y como van las cosas para algunos no es más que la continuidad del carnaval por otros medios, (algo mas morboso por otra parte).
Con paso firme y rápido, dando vuelo a la túnica y más a la capa; con el capillo en la mano, descubierta la cerviz, baja por el ascensor y le da un susto de muerte al infante tierno que desde la Jané le mira con terror. Huele a esencia de Loewe, ( y no precisamente a esponja con vinagre) y recorre sus rutinas, entre las que está tomar el café con whisky junto con su cuadrilla, solazándose de que han corrido este año quince números por delante de él. El muerto es baja segura en la cofradía. Parecido recorrido hará a la vuelta, con el capillo de nuevo rendido, y despeinado con las marcas del sudor como galones de una batalla ganada.
Nadie sabe en qué emplea el penitente la ronda procesional, solo él. Se le presume la penitencia como el valor al soldado. Pero da lo mismo. El pecado al fin y al cabo no es mas que la infracción que atañe al fuero interno de cada uno, y ahí, no entra ni San Pedro bendito que bajara de los cielos.

20060402

Vuelven

Vuelvo una y otra vez a los sitios donde reconozco mi propia historia. Las casas, robustas, fortificadas de grandes piedras de granito aguantan entristecidas por la humedad de cientos de aguaceros y tormentas que llegaron hasta Madrid; no pudieron con el resistente polvo que se empeña en sellar el tiempo. El aliento de los portales es frío, con olor a col y algo del café de la mañana. Ya no chirrían los tranvías, dolíéndose en las curvas. Su rastro está enterrado bajo treinta centímetros de aglomerado asfáltico. Les acompañan sus amigos dolientes: adoquines de basalto aguantando firmes en su formación. Volverán a salir con la primera avería del Canal de Isabel II.
Como vuelven los jóvenes a calentarse en las terrazas, firmemente convencidos de que son los primeros en descubrir ese asentamiento. Todas las primaveras ( y ya he conocido varias decenas) el sol convoca a todos a su gran afición: solearse. No lejos , alguien prueba un piano en una tienda de instrumentos. Chopin se amarga el momento escuchando tanta reiteración. Vuelven mis pensamientos buscando los sueños perdidos entre los fríos de enero. Un petirrojo me los trae con la forma de una sonrisa que acude. La tuya. Si, vuelve la Primavera y creo que podré soportar tanta hermosa espectativa.

El Parque

La noche inundó ya el parque. El silencio enseña sus dientes sembrando una brisa dasapacible y húmeda. Desde mi despacho sigo esperando que cante alguna de las aves nocturnas. Ninguna decide llegarse hasta aquí. El domingo se arrastra en su agonía enseñando las cartas del lunes para endulzar sus estertores. ¡Vaya una necedad! Nunca he conseguido sacarle lustre a las tardes de los domingos. En el colegio solo me enseñaron a odiarlo con la frialdad del que siente la batalla perdida. Y sus canijos minutos, envidiosos de los de las tardes del viernes, apenas si sirven para preparar el hato para mañana.
Debajo de mis pies, no se a cuantos metros o, tal vez, kilómetros, el magma de los volcanes que yacen durmiendo con un ojo abierto bajo el campo de Calatrava, calientan la tierra esperando el primer movimiento para salir. Los vecinos de esta ciudad, que sospecho algo deducen, se entretienen arrasando cualquier vestigio de su historia. Alguna maldición judía debe pesar sobre estas tierras rojas, como manchadas de la sangre que se vertió en su día.
El domingo acaba no se si dulcemente, pero sí en silencio. La semana me espera para seguir peleando por todo eso que pocos lo defienden ya: la propia dignidad, que no se contamina ni por la pasta ni por el poder sin causa legítima. Me lo temía. El domingo me está haciendo que se me vaya el pisto.
(Escritor e ilustrador: Ramón Gallego Gil)