20060802

DE ORION


Durante las últimas horas de la noche el silencio es tan intenso que parece ser el dueño de espacio y tiempo. Las noches del invierno son tanto más oscuras cuanto les dispone el frío. En verano se mantiene el corazón dispuesto a la alegría. Invierno y verano prestan sus noches para la ensoñación. Así ocurre en la infancia.
Apoyado en el alféizar de la piquera, (ese agujero de un metro de alto y metro cincuenta de ancho por el que se metía la paja en el pajar a golpe de horca), miraba hacia el cielo lleno de la oscuridad del Universo. Solo algún perro alertaba muy lejos la presencia de algún merodeador. Hacía tiempo que los autillos dejaron de llamarse y todos dormían profundamente en sus cuartos. Desde ese observatorio miraba a las estrellas. Era chico, con un mono azul de peto con hebillas que le hacía enseñar sus rodillas algo sucias al gatear por el tejado. La camisilla asomaba sus picos, se salían del pantalón hartos de tanto movimiento, de tanta inquietud. Su cabeza, pelada, parecía que de un momento a otro le fueran a salir las ideas que tenía. Eran muchas, se pasaba el día imaginando. Desde allí vio a Orión. El día anterior su padre le contó de su existencia y de la forma que tenía. Allí estaba en todo su esplendor. Posiblemente la más bella y hermosa constelación del Universo. Vio a las estrellas de los hombros: Beltegeuse y Belatrix; las tres estrellas del cinto: Alnitak, Alnilam y Mintaka y las dos estrellas de los pies: Saiph y Rigel. Orión fue el hijo del dios Neptuno, rey de los occéanos, y de Euríala. Se casó con la Aurora y tenía por costumbre ir por los mares con la cabeza fuera. Diana, que disputaba con Apolo, disparó por confusión contra él dándole muerte. Cuando se dio cuenta del error, para reparar el agravio, lo convirtió en constelación. Está a 310 años luz de nosotros y desde allí nos manda sus destellos en las noches haciendo que olvidemos la oscuridad.
Hace mucho que el chico sonreía viendo las estrellas. Ahora es tan mayor como lo era su padre, cuenta la leyenda de Orión.
Cambiaron los tiempos aquí, pero en otras regiones de la tierra se repiten las imágenes de niños parecidos que se asoman en las últimas horas de la noche para conocer a la constelación, para imaginar la historia de Orión. Son niños de ahora que están en países con la misma situación de subdesarrollo como había aquí en la década de los cincuenta. En alpargatas o descalzos, como aquél; pelados para evitar los piojos, tostados por el sol: en el Tibet, en Bolivia o Ecuador, en cualquier país de Africa. En muchos lugares del mundo. Sus miradas se elevan hacia el cielo buscando la explicación a esa peculiar disposición de estrellas que parece señalar los puntos de energía de un cuerpo humano, gigante, como Orión.
Detrás de la constelación lo más hermoso del conjunto, su nebulosa, una galaxia. Desde 1500 años luz nos envía sus luces para avisar de la inmensidad del Universo y que no estamos solos. Luminosa mano que atrapa los sueños de cualquiera que deje sus cautelas detrás. Solo los niños lo hacen de manera natural, confían. Es esa disposición la que hizo de Gandhi el motor de la independencia de la India, sin violencia, haciendo caer el imperio Británico. Es la misma limpia y sencilla disposición que hace llenar de luz y sencillez los cuadros de Miró. Son las luces de las noches en las que todos los que miran como niños al firmamento se atreven a soñar; que es la mejor forma de poder poner la inteligencia en forma, para luego idear el progreso, la innovación. De vez en cuando es muy bueno quedarse un rato mirando a la constelación de Orión. Aunque haya que trasnochar, o madrugar un tanto.