20061219

SINFONIA SEPIA EN DO

Con este tren no se vive. No está hecho para sentir el pulso de las horas, de los minutos que se acomodan junto al viajero. Grandes virtudes tiene el AVE, alta velocidad, pero escasa vivencia; no da para vivir el viaje. No se vive, pero quizá se sueña, o se desentraña una peculiar pesadilla. El concepto del paisaje, el campo, la sierra, se trocan por una abstracción. No sólo se acorta el espacio a la vez que se encoge el tiempo, devorándo los segundos en sombras fugaces con la digestión pesada de los metros, sino que se engulle el pulso normal del aliento vital. Como el que se hace con la ingestión de un copioso cocido invernal.
La campana de las Estaciónes enmudecieron, no permiten los derechos de viaje parar en poblaciones cubiertas por la niebla, enmudecidas de sus voces animales, de las esquilas lejanas o de algún ladrido intemporal. En la larga mesa de la cantina muerta en el pasado sepia, las tazas en formación lineal, como una blanca columna de zapadores de altura, no se confortan con la leche y el café regados por las espitas de la cafeteras humeantes, en un concierto a dos manos. También el polvo acabó con los décimos colgados en la pared, anunciando la salida oficial de la Navidad.
Entre el vapor de la máquina y confundiéndose con la niebla, un abrigo de paño, bajo un firme sombrero de fieltro cubre la oscura sombra de un hombre recurrente, que ayer esperaba al pié del estribo, presto a subir, y hoy va subido en una fugaz calentura de luminosidad. Los servicios se rebelan contra el desarrollo y la modernidad y vuelven a inundar con desfachatez su nauseabunda, orgánica, y apestosa marea, como en los vagones de tercera clase. Ayer se agarráron los olores a la madera del vagón, hoy, a los plásticos del aparente lujo post-kitch.
Para no ver, para no sentir, los suaves guantazos de la estéril nostalgia, es menester esconderse tras las columnas del periódico. Éste sigue oliendo a celulosa y tinta, hace sonar la sequedad planchada de sus hojas y las letras impresas son leales con su trabajo. Siguen contando cosas. Asomando al mundo.Explicando como todo fluye, todo cambia. Heráclito lo dijo.

20061211

JUAN RAMÓN

Los ojos están fijos en un punto lejano. El camino de Moguer, tras las higueras salvajes, levanta el polvo por el viento de la tarde ardiendo, cuando los juncos del arroyo, clavados en la ribera seca, atenazados quedan por las broza y papeles viejos. En uno de ellos, del ABC, se cuenta del júbilo en Madrid por el nóbel. En un punto fijo están los ojos, apartando las palmeras de San Juan y la brisa dulce del mar.
Un perro en las últimas tapias llama su desesperada alerta al paso del viudo que carga forraje para los cerdos, en tanto recuerda en silencio sus días de alegría, tan lejanos como el poeta.

Le cubren con un fino cobertor, mientras la luz del hospital esconde las visitas que no cesan. Los aluviones de miradas sonrientes, se alejan de su pensamiento. Zenobia, ha tiempo ausente, susurra en sus sienes dormidas. Apenas un medido verso recurre una y otra vez a su mundo engrandecido por la conciencia que se le expande. Inconsciente, llena de respiración sus ansias de brisa del mar.

El mar, cerca de Moguer, alienta de brisa las calles, solitarias por la madrugada nueva. Un burrillo, trota en solitario por el callejón buscando la cuadra. Sus pequeños cascos hablan de soledad.