20071126

EL AGUA LAVA LA HIEDRA



El agua lava la hiedra, decía Juan Ramón con su pluma rasgando el papel terso de sequedades inevitables, haciendo salir las letras encadenadas con tinta fresca de negra humedad. El agua, la sigue lavando hoy de sus polvos recogidos, en días interminables que suelen jugar a ser los mismos de siempre y, no lo son. Días amanecidos tiernos, preñados, de promesas que nunca llegan a cumplir del todo. Aunque sigo yo, como la hiedra, esperando la lluvia fresca frecuente que lava todos los sedimentos que llegan sin haberlos pedido, quizá sin haberlos merecido. El agua lava y lava, de manera callada, de vez en cuando, sin pedir permiso alguno, sin que nadie se apreste a la protesta airada. Sigue lavando en mañanas de noviembre, de escarcha madrugadora.
El agua lava la piedra… y en mi corazón ardiente, llueve, llueve dulcemente. Sabía Juan Ramón de las voces del sentimiento que mana y brota de tanto corazón abierto.
Un día rosa persiste, en el pálido poniente
Oscuridad de poniente y de saliente, nacimiento y muerte; o muerte y nacimiento que da sentido a el palpitar de ánimas sensibles prestas a sentir la vida; con la sencillez anónima que encubre la grandeza de una dignidad nunca perdida.
El agua lava la hiedra, lava la piedra. También lava los ojos secos del que se mantiene erguido ante tanta agresión que degrada la vida en comunidad. En su soledad compartida con otros. Sin saberlo. Llueve, llueve dulcemente.

20071120

TORMENTA



Me dicen que lo cuente y yo obedezco. Ni el miedo ni el gran temor al final que se presume va a contener las ganas de compartir esta grande desazón que me invade. Después del mediodía el cielo empezó a cerrarse y todo el Universo parecía próximo a la extinción. Oscureciendo en las alturas, sólo en los horizontes entraba claridad. Con las luces cambiadas, el día trocó sus horas de mañana por las de atardecida y las luces, que deberían venir por el sureste, estaban acudiendo por el noroeste. Después de eso, ya no tuve control sobre mí. A las quince y cinco minutos de la tarde el viento, que embravecido rugía como un desollado, de manera súbita, fue trayendo gran cantidad de arena roja que hacía masticar la tierra y sudar sangre seca. No pude aguantar más, cogí el triciclo y comencé a pedalear todo lo que mis fuerzas me permitían para llegar cuanto antes a casa. No me asustaba tanto la soledad en esos terribles momentos como la angustia de saber que estaba sola sin mí. Corrí, pedaleé hasta la extenuación cuando el viento me empujaba con el odio ciego que la naturaleza emplea en los que ignoramos su poder. Los minutos que tardé en llegar, luego de equivocar el camino dos o tres veces, me parecieron una eternidad. Finalmente, entre aquella nube rugiente de arena y polvo abrasante, fue dibujándose los contornos de la casa. Confundí la trasera con la entrada y me desesperaba no encontrar en esa confusa luz terrosa la puerta de entrada. Al fin llegué a ella y traté de entrar. No la podía abrir, algo impedía que girara. La llamé a voces y no contestó. Empujaba y no podía abrir. Empleé todo el esfuerzo en empujar y nada. Hasta que averigüé lo que pasó: estaba totalmente liado con las sábanas y me estaba asfixiando sin poder mover ni un solo miembro. Nunca he despertado con tanta ansiedad y con la sensación de sucumbir sin poder hacer nada.

20071114

SOBRE LAS BRASAS



Me elevo alto a las siete, después de la anochecida callada por el trasiego de Barcelona, en un cielo negro, profundo de silencios desconocidos solo rotos por el zumbido del avión que se levanta en un enorme quejido. Se ladea sobre el lado de mi ventanilla para que vea en toda su dimensión las brasas que se extienden por el inmenso brasero de la ciudad. Pienso que en una de ellas esta mi hija llevando su vida con la intensidad como hace ella todas sus cosas. Solo pensarlo hace que las costuras de mi afecto a ella se vayan rompiendo otra vez con esta nueva despedida. Hacia unos minutos que la dejé, ella en su tristeza y yo en la mía, callados los dos por mantener el tipo como no se qué ni quien lo demandan. Solo el orgullo de verla defenderse sola me tranquiliza. Aunque le he dejado de recuerdo mi especial visión de su cara que deje impresa en un folio cualquiera y con un portaminas común, siempre me quedo con ganas de darle más.
Es una forma de recordarme esta rotura, que supone dejarla una vez más, que la naturaleza me muestre las huellas de tanta habitación viva haciendo las ascuas de Barcelona. Después fui viendo todas las del recorrido en un mapa del gasto eléctrico que rompe la noche. Ni contemplar todas las ciudades y pueblos del camino en brasas parecidas pudo templar mi ánimo hasta el vértigo final de Barajas.
Sigue mi vida como siempre aunque con la enorme fuerza que me da el sentirme querido. Y claro que lo siento.
Barcelona es una buena ciudad para vivir. Siempre está abierta en la que nada queda por hacer y todo se esta haciendo. Lamento que las aguas puedan anegar parte de la ciudad si los pronósticos se van cumpliendo. En la convivencia con el mar, la ciudad ha hecho que se cuente con él como un elemento más del vivir. Dudo yo que el mar tenga en cuenta estas cosas. Él va a lo suyo, como toda la naturaleza y bien haremos con saberlo.
En la noche oscura, negra profunda, se esconde el mar confundiéndose con la tierra. Solo las brasas dan cuenta de la vida. Mi hija sabe estas cosas.