20090314

ESTOY CON HERÁCLITO:TODO CAMBIA


Tenía que comprar el pan y fui, como todos los sábados que puedo, a la panadería, a comprar pan recién hecho. Comprar el pan puede ser un motivo mas de hacer nuevas cosas. Miré a la estantería. Los más grandes a la derecha y los pequeños a la izquierda. Las empanadas habían llenado con su penetrante olor toda la panadería y apenas sabría distinguir dónde estaban las de carne y dónde las de marisco. Asomó el panadero, con cara de venir de las profundidades del infierno, por la puerta, lleno de harina. Supongo que para observar a la parroquia o aliviarse del encierro y, en ese momento, me preguntó su mujer cual quería. Sin darme cuenta le solté en galego: un pequeno, señalando a los redondos. Un euriño, me dijo, y pagando, cerré la transacción saliendo despacio de la panadería después de guardar en la memoria cada una de las sensaciones y olores que retuve. El sol llenó el barrio de San Francisco esta mañana y bajando hacia el casco antiguo recibí el perfume de un árbol en flor cuando crucé el paso de cebra. Parecía un peral en flor, pero ¿a quién se le ocurriría plantar un peral en el cruce de una calle? Quizá sea un árbol de la misma familia.
La catedral se dejaba querer por la mañana y apenas había trafico por las calles. Marzo ha empezado bien, con ganas de agradar, y hasta los precios de los comestibles se empeñan en darnos una buena acogida. Me siento bien y no tengo ganas de conflictos. Lo noté cuando me dieron un capuchino habiendo pedido café con leche. Me lo bebí con tanta resignación como disgusto, pero… no dije nada. Simplemente me lo bebí. El café capuchino me ha parecido una mezcla como las que hacía mi hermana pequeña cuando jugaba de chica a hacer comiditas. No puedo más que sentir un poco de repugnancia.
Leía el periódico con atención y vi la foto de un presunto mago de las finanzas que se presentaba a juicio vestido con un traje de mil dólares y, sorprendentemente, con cara de conformidad, resignado, sin mostrar el menor temor y con gesto de estar pasando un trastorno pasajero. Creo que piensa que todo es un mal sueño y que volverán las cosas como estaban siempre. Cuando están en las alturas de Wall Street llegan a pensar que no hay retorno en su situación de muy ricos, son incapaces de gastarse lo que ganan y siempre tienen más. Saben que pueden comprar casi todo. Hasta que el azar les arrolla. En otro tiempo me hubiera indignado con semejante bribón, hoy apenas lo aprecio como un animal callejero que hace lo que no debe, pero al que no hay manera de hacerle cambiar. Pero, ya lo creo que las cosas cambian. Oigo a la gente de las mesas hablar y dicen lo mismo de siempre. La crisis no puede con la conversación trivial, ni con las ganas de vivir y de comunicarse. Pareciera que repiten lo mismo de siempre, pero aunque guarden una cierta rutina, todos los días cuentan otras cosas. Lo necesitan para sentirse vivos. Solo la demencia hace que se repita todo como una grabación.
La ciudad está tranquila, pasean, van y vienen todos los vecinos que salen al ver el sol cálido de un sábado hermoso y yo, solo quiero que se alargue lo más posible para descansar. Toda la semana acumulé cansancio para meses. Pero estoy seguro que cuando llegue el lunes me pondré en marcha, como si nada hubiera pasado, como si estuviera más fresco que una lechuga. Ahora estoy en casa, viendo entrar el sol caliente por el gran ventanal del salón y apenas se oye algo. Hay un silencio grande. Las horas van despacio, casi como si fueran días. Pero me han dicho que el tiempo va a cambiar. Cosa que ya sabía. ¿Qué cosa no cambia todos los días? Ninguna. La catedral, esta mañana parecía decirme algo al oído… como si ya lo hubiera advertido durante siglos. Eso de que todo parece igual al levantarnos. Pero no, todo es nuevo cada día.