20091209

TEMPUS FUGIT

(Imagen:www.casas-madera-prefabricadas.com)



En el reloj de mesa, que había encima de la que recibía la luz de la lámpara de pié, marcaba las siete de la mañana. Un despertador antiguo no muy lejos le seguía con la cuenta de las horas marcando los segundos con el tictac que aterrorizó al Capitán Garfio. Con la luz de la lámpara se veía el salón en suaves colores amarillos y cremas en toda su gama. Estanterías, libros, cajas de hojalata que ayer fueron envase y las que hoy lo parecen, (pero son mas guarda memorias), juguetes en las baldas, un mueble costurero de madera cerca del sofá, una televisión durmiendo en stand bye, una panoplia colgada exhibiendo un viejo Mauser con el cerrojo sin montar y un Colt del 45, dos tapices, tres cañas de pescar recogidas dentro de un viejo paragüero de latón con una estampa de caza y ocho cuadros de diverso tamaño, le observaban en silencio.


Desde la ventana llagaban las primeras luces del alba. Sonaba en la radio, al fondo, una canción de las Andrews Sisters con una cadencia dulce y amable daba vida a la habitación; la misma melodía que había llenado de nostalgia las trincheras en la Borgoña en el 44. Tumbado en el sofá, con el periódico caído sobre él y las gafas prendidas entre los dedos, se le veía rendido y descansando como un niño. Las mejillas enrojecidas destacaban sobre la cara limpia y tranquila. La calefacción mantenía cálido el ambiente.


No muy lejos, en el escritorio de la buhardilla donde solía trabajar en sus cosas, sobre el escritorio habia una cuartilla escrita a medias que terminaba diciendo: cuando te despidas, no me des la mano como si no fuera tu abuelo, jodío chico. Tu padre, que es un cachondo, también lo hacía… Estaba la pluma estilográfica con el capuchón puesto. Los lápices de acuarela se encontraban derramados al lado y parte de sus colores los había reunido con lentitud magistral en un dibujo que asomaba detrás del escrito. Era una la figura de un niño pequeño de apenas cinco años que a su vez estaba dibujando en un papel un barco velero sobre el mar picado. Los contornos del niño estaban sin terminar, apenas esbozados con el grafito de un lápiz graso. La mano, con detalle, había alumbrado el volumen en sombras marcadas con leve roce de color marrón con trazos de verde y rosa. En el dedo índice apoyado sobre un lápiz que sujetaba el chico se veía con claridad el brillo de la uña.


El olor a pino de la madera de las tarimas se mezclaba en un complejo perfume que había recogido hasta el último café preparado en la cocina. Cuando la canción hizo un piano moderato, se oyó aullar en el monte a una raposa que aún no había encontrado el remedio a su desventura. Respiró mas profundamente, se removió acomodándose en el sofá, cayendo las gafas al suelo; le siguieron las páginas literarias del periódico que se desparramaron por la alfombra.


Tempus fugit, se leía en el mueble del reloj de pared y éste, marcó en silencio las siete y cinco.


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