20101214

TRENES



















No se porqué el viajero del asiento de al lado se puso de charla conmigo, una vez que nos dimos los buenos días. Aún no había amanecido y el tren corría con algun retraso hacia Madrid por una avería técnica que debió tener en su salida.

Todos se habían acomodado para echar el sueño en un mortecino vagón que solo hacia sonar el ruido de sus ruedas y de los motores eléctricos del tren. Debió ser porque me vio despierto o simplemente porque me tenía al lado con cara de pocas contiendas. Debía tener los ochenta más que cumplidos y sus ojos, abiertos entre las arrugas que le hacían entornar, se veían vivos, despiertos y con la profundidad que da la inteligencia bien administrada.

Así fue encadenando una detrás de otra todas su frases o pensamientos y, sin parar, contó cuanto quiso.

- Yo no puedo dormir en el tren, aunque lo he intentado más de una vez, pero no puedo. Si le molesto, dígamelo, a veces no se sabe bien cuando uno debe terminar y callar.

- No se preocupe, no molesta.

- Gracias. Todos los trenes son mas o menos iguales, aunque cada uno de ellos tiene su olor especial. En parte por la gente que va dentro, pero gran parte por los materiales con que está hecho y los motores que le hacen mover. El ambiente que hay dentro es muy diferente, aunque los viajeros tengan la misma constante de poner esa cara propia de los que se trasladan y ven su permanencia en él como algo transitorio. Eso, en algunos cambia algo, por la larga duración del viaje. Casi termina siendo una célula mínima de población. Cuando fui varias veces por el transiberiano la ciudad mas cercana después de Moscú es Vladimir, a 210 kilómetros, tres horas después. Lo que parece poco una vez que llegas a la primera gran ciudad como es Perm, despues de 19 horas de viaje, es solo el principio de su recorrido, que termina en Valdivostok a los seis días, después de recorrer 9.298 kilómetros. Así, si decides ir hasta el final, el dormir, comer y pasar el tiempo lo mejor que se puede hacer es tener paciencia y acomodarse, es todo un desafío que hay que tomar con tranquilidad. Los compañeros de viaje terminan por ser alguien conocido que pronto se encargan de enseñarte algo de su vida. Las estufas de cada vagón son un punto de encuentro varias horas al día y son lo que da confort al viaje cuando se ve a través de los cristales el hielo cubriendo toda su extensión. Los olores o aromas del tren llegan a ser aceptados como algo familiar y las papilas olfativas, créame, terminan por saturarse del olor, que al principio resulta harto desagradable, y que, tras unas cuantas horas, ni te acuerdas de él.

Recordé yo como olía a chorizo y escabeches el tren de tercera en el que solíamos hacer este trayecto en los viejos trenes a principio de los sesenta. Muchas veces olía a vomitado y no había manera de quitar semejante olor. Ni siquiera por el predominante olor a carbonilla que entraba por las ventanas y las rendijas del suelo de las plataformas.

- Una vez pasada la primera ciudad del Transiberiano, -decía mi compañero de viaje- cada parada se siente mas lejos. Mucho mas lejos. Por lo que finalmente se acepta con paciencia el discurrir del tren, dejando el destino en manos de los dioses. Todo un viaje. Un uzbeco llamado Arkin me abordó nada mas salir de Krasnoyarsk, decía que solo el viajar es la prioridad mas alta, llegar para él no es sino otra cosa, que no tiene nada de relación con el viajar. Tenía una curiosa teoría sobre el tiempo y el espacio que no sé muy bien si , por que no supiera explicarse o porque se enredaba en la teoría pero lo cierto es que era muy difícil de entender. Imposible. Contaba que debía ver a un hermano que tenía en Ulan Ude, al que no veía desde que estuvo él en la primera guerra de Afganistán, con la URSS, y no se sentía mas lejos de su hermano que cuando estaban juntos y se iba él a trabajar mientra asistía al Instituto. Sin embargo, cuando lo recordaba ahora, despues de tantos años, se le llenaban los ojos de lágrimas. Por la privación nada mas, no por otra cosa.

- Yo-continuaba él- que no derramé ni una sola lágrima cuando murieron mis padres, mis seis hermanos y cuatro de mis siete hijos, ahora lloro por cualquier cosa. Creo que con el tiempo se ablanda el corazón, o simplemente olvidamos las malas experiencias y solo tratamos de recordar lo bueno. Debe ser eso, digo yo. Antes no lloraba porque tenía que afrontar y salir adelante con todos los de la familia y, eso, no da para muchas lágrimas y si para mucho cavilar y buscar salidas. Ahora que ya estoy liberado de mis responsabilidades, lloro como un niño por cualquier cosa. Pero a veces es otra cosa extraordinaria la que te hace no estar al momento, un hecho que detiene todo. Como por ejemplo el invierno de la batalla de Moscu, en el Bulvarnoye Koltso o Anillo de los Bulevares, en el que parecía terminar el mundo, con tantos muertos , por el fuego enemigo y por el frío y el hambre, ahora solo recuerdo con claridad, la imagen de un tilo helado en el que se posó un pavo real y al cantar ( o chillar, que mas parece) se oyó por todas las calles de aquel barrio que abarcaba la vista, nada mas que el canto del pájaro, con las casas arruinadas cubiertas por la nieve al fondo, en silencio, y un cielo gris refulgiendo a las doce de la mañana. En ese momento se borró todo, los muertos, la ruina, el hambre. Todo.

- Algo parecido – continuó- es lo que pasó en el 76 cuando llegábamos a la estación de Bristol. Estaba llena de gente, unos venían y otros iban con mucho ruido y algarabía y sin saber cómo un joven dio un grito: ¡ I passed! Y todo pareció pararse. Nada se detuvo pero solo se atendía a aquel pelirrojo con el brazo en alto y con unos enormes colores en las mejillas que rompió en un grito toda su contenida alegría que dejó sin habla y movimiento a todos. Cada uno estaba en lo suyo, unos con cosas mas graves que otros pero todos con lo suyo, muy distinto de cada quien. En ese momento supongo que más de uno pensó en lo que le motivó a decir aquello, y sin embargo, apuesto a que ninguno coincidía en concretar a qué se refería. No sería de extrañar que uno pensara en algún examen de los estudios, otros en alguna prueba de trabajo o en el carné de conducir, supongo en que supondrían en alguna prueba difícil que ellos mismo hubieran querido aprobar. El caso es que la mayoría sonreían y alguna puso cara de pocas fiestas. En las estaciones, en los trenes la gente se entrega a una actividad fuera de los común. Como si el viajar fuera una prueba que hubiera de cambiar nuestra forma de vida, y no es más que un jodido tránsito, y nada más. ¿Te estoy dando la lata , no?

- No, no se preocupe, me gusta escuchar a gente como usted, con experiencia. Siempre se aprende algo.

Y asi fui llevando el viaje con el hombre aquél que no hacía mas que hablar y contar cosas, aparentemente inconexas. Pero ya hace tiempo que supe que en lo tocante a la comunicación humana… nada hay inconexo.

20101019

EL PRÓLOGO del 2004. VALE

Me parece que no ha lugar hacer ninguna invocación a duques de Béjar alguno, ni condes de Lemos, ya que los nobles no solo ya no tienen oficio que proteger ni amparar como antaño, pues la condición de la república es la de no dar ocasión a persecución alguna por razón de letras ni de la opinión que pueden contener, sino tampoco facilitar licencia alguna que ya no es necesario, ya que el Estado de Derecho dejó bien claro esta cuestión, por lo que ningún vecino de estas tierras de las Españas ( que siempre han sido muchas) ha de tener paquete o caja en el que tenga que contener todo su ingenio, sino todo al contrario, que no hay medida o tasa alguna para el talento, la invención y la expresión de cuantas artes sean dadas.

Así pues, todo aprovecha para que tanto cuanto escriba pueda hacerlo llegar a los que con tanta paciencia me siguen leyendo en estos rinconcicos. He de escribir en consecuencia, con la única limitación de los dones que la naturaleza me dió, las historias que llegaron hasta mi, no por ningún Hamete sino por muchas gentes, que son las que fui conociendo en estas tierras de la Mancha, de la que soy hijo, bien que a veces algo pródigo.

Para el relato de estas hechos, tan reales como las que pudo haber escrito el mismísimo Plutarco, aunque lo haga yo con bastante menos ingenio y habilidad, tendré presto y he de procurar administrar bien la prudencia, el exceso de erudición y la vanidad, que siempre llevan al que se excede a la soledad más absoluta. Porque la imprudencia conduce al atropello del prójimo, el exceso de erudición a la pobreza de ingenio, del que tanto necesitan narraciones y opiniones, y la vanidad a que se pierdan en un minuto grandes glorias que fueron en años ganadas.

Así mismo confesaré con tanta contrición como pueda lo vivido en estas tierras de la Mancha, que dieron mucho que pensar desde que siendo infante miraba colgado entre nogales, higueras y olmos, horizontes que parecían no terminar, hasta que mediada la luz de las tardes se empeñaba el sol en dejar que la tierra enseñara sus contornos, dulcísimos en colores y de gran variedad. Luego, más tarde, tanto en la juventud como en eso que llaman madurez, que en los frutos son el mejor estado para su provecho, se me fueron largando los pies, y la cabeza les siguió, hasta donde fui llegando, y en esos viajes encontré caras para dar nombre y aconteceres de los que tomar buena cuenta para no dejar en el olvido. En esas estoy cuando va agonizando el año de dos mil cuatro y no quiero que me sorprenda el cinco que le sigue sin dejar noticia de algunas de las venturas que pueda contar. Son estas no de un solo hombre o mujer sino de mucha gente, que en todos estos años da para mucho recorrer y para más conocer, si se pone atención y se apresta a la memoria a guardar, antes de que llegue el olvido, como decía, y se robe lo que se deje descuidado. No quisiera lo que Miguel de Cervantes hiciera, reunir en una sola persona todas las virtudes y faltas que hicieran representar de manera magistral la condición de un hombre, porque no es necesario advertir la distancia entre él y este atrevido escritor, que es notorio, sino que he de hacer pasar, por las relaciones que he de hacer cada lunes, a cuantos vayan mostrando la condición de estas gentes no solo del campo de Montiel, sino de toda esta mi tierra que no dejó nunca su limpia naturaleza relatada en aquel siglo bien contado del dieciséis. Me despido pues con latines como se hacía entonces y así lo digo: “vale”. Que quiere decir: “todo conforme”. O algo así. Q.Ko.

20100930

Duendes

Se encuentra aturdido por el intenso olor, detrás de la frondosa espesura de una planta de tomate, plenamente desarrollada y en sazón. Como siembre, el tercer día de la semana, el miércoles. Oscurecido por la sombra irregular de la planta y con el claroscuro de las luces y rayos del sol, casi horizontales, que semejan líneas de un fuego privado de su furor. No sabría cual es su ropaje; sus diminutos ojos tienen en su negro fondo un extraordinario poder de atracción, de pacífica seducción. Una vez atrapados por ellos, cuando miran fijamente, todo lo que les circunda queda difuso y no hay manera de entrar en los detalles. Solo cabe pensar en cuánta intención y significado tiene su mirada. Que se ilumina cuando las últimas luces de la tarde declinan por el horizonte y de sus pupilas emerge una luz fría y dulce que se confunde fácilmente con los de una luciérnaga. En ese momento pueden pasar por la memoria mil y una miradas que se detuvieron en nuestros ojos; y reconocer a sus propietarios y el mensaje que contenían. Pueden hacer que estallemos de alegría interior, o en un profundo y amortiguado dolor, al reconocer la pérdida de aquellas personas que recordamos, quizá muy cercanas. Inicia a veces una sonrisa apenas esbozada que da un mensaje directo de pacífica concordia. Los músculos inmediatamente se relajan, y el Universo recobra su equilibrio antes perdido por nuestra ansiedad. Todo eso ocurre en un instante, en fracción de tiempo nunca medido que pese a su corta duración nunca se siente insuficiente, y jamás encuentra desgaste por el olvido. Es el avistamiento de un duende. Suele encontrarse entre las hortalizas; con la comodidad y seguridad suficiente como para seguir allí, mientras la albahaca desprende sus aromas, y la verdolaga extiende sus carnosas hojas llenas del agua que a hurtadillas retiene en las regueras.

La música del roce de las hojas que hay en la huerta empujadas por la brisa de la tarde, encubre el leve sonido de sus pisadas.

El otro que he vuelto a ver no ha mucho, se sienta en el tercer estante de la librería, escondido, y sin embargo, está a la vista. Tiene una mirada de inteligencia suprema. Resuelve con la sencillez con que hacen su función las criaturas que la naturaleza creó. Utiliza la oscura y negra sombra de una pequeña cántara de barro, cocido y pintado con los verdes óxidos de cobre, por Tito, en Úbeda. Para ello creo que se viste de ropas muy oscuras; con ellas se funde con las sombras, sentado, tumbado o en cuclillas, pero siempre, escondiéndose y a la vista, y con ese desusado modo de ocultación, que se sirve de la lógica, y la contracción de las pupilas humanas para que no le reconozcan, que no le divisen.

Por eso, cuando la luz eléctrica, con fuerza, ilumina toda a estancia, los libros, montones de documentos, carpetas y revistas salen a exhibir toda su realidad; con sus volúmenes, vivos colores, y perspectivas hacen encoger las pupilas por el exceso de luz; es por eso por lo que las sombras negras de los objetos de los estantes sirven como el mejor lugar para observar y para esperar que crucemos nuestras miradas: cerámicas, cubos de lápices y pinceles, alguna foto enmarcada, y los pequeños coches que me hacen retener pizcas de mi infancia, ofrecen un lugar seguro para él. Sin esconderse tras alguno de ellos. Simplemente fundiéndose con las sombras. Él me enseñó a esconderme así cuando chico. Cuando jugaba al escondite bastaba la sombra de un árbol grueso para que, tumbándome en ella, no fuera descubierto. El que venía buscando, deslumbrado por la luz era incapaz de verme. Ahora, los dos, me siguen enseñando cosas. Como saber esperar que llegue el momento adecuado para cada cosa.

Si no son duendes es por que les llaman de otra manera. Pero ahí están.

20100921

Cumulonimbus

El otoño esta acabando con el veranillo de San Miguel y me ha pillado de vacaciones en mi tierra, donde este veranillo siempre se ha aprovechado para dar los últimos sorbos al verano. Unos enormes cumulolimbus aparecen sin avisar y, como siempre, amenazan con traer las siempre sorprendentes tormentas, cargadas con tanto fuego y agua como cantaban los Fireworks de Hendel. Aunque la verdad es que el dramatismo de las tormentas en directo nadie lo ha podido expresar con tanta fidelidad como la naturaleza los da. Detrás de los oscuros grises de una profunda nube que viene por poniente parecen estar las profundidades del océano Atlántico, desde donde emergieron las gotas de agua que vienen hasta aquí. Viendo estas colosales masas de agua haciendo cambiar sus volúmenes por el viento se engrandece ante mí la figura de los navegantes que, metidos en pequeñas naves de robusta madera, se entregaban a la mar en un acto de valentía casi suicida.

Al fondo del valle apenas hay una parcela que se ilumine con los pocos rayos solares que se escapan entre las nubes. La humedad del momento hace resaltar los colores oscurecidos por la falta de luz. Los rastrojos de amarillento y vencido pasto, las encinas oscuras y soberbias, fieles a su carácter austero y el verdear de las márgenes del arroyo, que aún guarda la humedad de aquel invierno de lluvias que tuvimos guardan con toda su riqueza la vitalidad de la naturaleza nunca vencida.

Las tórtolas aceleran sus tareas de suministro y se avisan de las novedades cuando paso cerca de los cipreses. Los aceites de las coníferas sueltan su aroma con más intensidad que en la sequía y el sonido de las cercanas montañas llegan con más claridad que de ordinario. Miro al panorama del gran valle y siento el silencio apenas roto por la vida de la naturaleza. El mundo y su clima esta cambiando y como siempre pasa con estas cosas desde que el mundo es mundo, nadie se entera, entretenidos como estamos todos con las industrias y negocios diarios.

20100905

UN MARINERO EN TIERRA


(Imagen:http://www.infonavis.com)

Ayer me llamó mi amigo el Guaje. Oía las olas cuando me decía que hablaba sentado en la aleta de babor, mar adentro. Comentaba que había una buena tarde, de suave viento que llevaba el velero con firmeza, algo así como una hoja de sauce en la reguera de una huerta. Yo, patroneaba el coche por las inmensidades de esta plana y ancha tierra. Mientras debía él estar tomando el cabo para cambiar, me recordaba el viaje que hicimos más allá de la ría con algo de viento y que nos dejó en la mitad la salida. El agua del mar pasa siempre por el velero, es su costumbre, como simulando una corriente, para que no nos demos cuenta de la marcha que llevamos, parece que vamos deprisa cuando apenas nos movemos en la mar. Intenta no desanimar al marino para que siga bogando. O vogando, que así lo decía Magallanes, sin reparar en el tiempo y en el espacio.

Al frente, miro a las montañas que levantan las leves barreras de la cuenca del Jabalón y aunque verdean en pardo, aún así me recuerdan al monte San Esteban guardando la ría del Navia. Por un momento, me sentí refrescado por la brisa del mar y la que me llegaba del ventilador de climatizador del coche empezó a oler a yodo. Me pareció oir unas gaviotas con sus armónicos chillidos.

Navegar es un ejercicio de soledad que se puede hacer en compañía. El balanceo del velero y el ruido de las cuadernas consiguen el milagro de que, aún en compañía, cada uno se meta en sus adentros y disfrute de su soledad. Posiblemente porque la mar nos reduce a la categoría de bien mostrenco, es decir, el que está a disposición sin condiciones. Aún así nos fortalece la dignidad al hacer ese ejercicio de valentía de plantarle cara.

Alberto, al que yo, con la confianza que me da su buen genio, le llamo Guaje, tiene metida en el cuerpo el ánima que anda suelta por los puertos y que hace partir al mar a los que aman la navegación. Ese bien oculto que se guarda en el zurrón del corazón, aun estando en el interior practicando ese oficio tan poco reconocido como el de la función pública.

Observando el vapor del café subiendo desde la taza, sentado un sábado cualquiera en la cafetería habitual y oculto detrás de las páginas del periódico, vienen a la memoria recurrente y más reconfortante los buenos días de buen viento que hace salir de la ría. Un marinero lo es allá donde esté, aunque le engulla el interior de la tierra como la ballena a Jonás. Siempre termina saliendo con el viento a popa y con la sentina llena de los mejores pensamientos.


LA CEPA EN LA LADERA


Bajo una cepa de garnacha encontré lo que parecía un hacha del paleolítico. En forma de cuña dejaba ver los tres cortes para su despunte hechos con otra piedra. La sombra de la cepa es un pequeño refugio que cubre del sol abrasador de la Mancha. En donde estaba, la altura superaba con mucho los setecientos metros, los mismos que tiene más de una población de alta montaña. Desde allí se domina todo el valle del Becea y debió ser un lugar estratégico para vivir en la antigüedad. De eso dan testimonio los diversos asentamientos descubiertos en el entorno. La vid garnacha es una de las cepas cultivadas más antiguas de la península, se dice que los aragoneses la llevaron a Cerdeña y allí se cultiva con la denominación de cannonau. Como era de esperar, los sardos dicen que fue el proceso inverso, que fue traída de allí por los de Aragón. Sea una cosa o la otra lo cierto es que la garnacha tiene unos aromas que entroncan con los vinos clásicos del imperio romano. Habrá que ver si se pudiera analizar los restos de un ánfora romana que tuvo vino de aquí, si lo que contuvo era vino de garnacha.

En la falda de la montaña a solano prospera la cepa con el cálido amorcillo de la insolación en invierno. Los suelos ácidos y pedregosos le hacen más recia y austera. Una sola uva de esta cepa abre las referencias de toda su vida entre nosotros con los intensos aromas recogidos en su pequeño contenido y llevados al extracto por la sequía del verano. No se si el que hizo el hacha tendría a su mano una cepa para tomar los pequeños racimos y densos de estas ancestrales uvas. Tampoco se si los antepasados del cernícalo primilla, que me mira desde la copa de una acacia cercana, podrían contarme cuando llegaron allí los primeros plantones para hacer el primer majuelo. Pero lo que si es evidente es que en un pequeño espacio de la ladera, dando una referencia de verde intenso a la pedriza, la cepa sigue dando uvas todos los meses de agosto, haga el tiempo que haga, en invierno o en verano. Por eso acuden los tordos hasta allí para acabar con los racimos en cuanto les dejen. Y el cernícalo me las guarda para poder sentirme como dicen que se sintió Noé cuando tomaba las suyas. Aun no he podido esperar a fermentarlas para coger una cogorza bíblica. Todo se andará.


20100713

PEDALEANDO













Imagen: http://ricardoruizvarea.files.wordpress.com


La rueda de la bici se movía cabeceando a un lado y otro conforme iba pedaleando por la carretera. Aún se levantaba un gran calor desde el asfalto, luego de una tarde abrasadora de un once de julio. Había leído en la primera página del ABC que Richard Nixon, como vicepresidente de los EEUU estaba en Mallorca, hablando con Martín Artajo, ministro de asuntos exteriores de la dictadura y, supongo ahora, preparando el acuerdo de las bases en nuestra tierra. Entonces apenas me llegaba la edad para saber de qué iba todo aquello. Pedaleaba como si en ese momento esa acción fuese todo el argumento de la vida. Detrás de mí quedaba la casa de la Nena, vieja hortelana de la Poblachuela, en cuya casa se decía habían estado los maquis no ha mucho. Aún se estremecían algunos por la posibilidad de algún encuentro con ellos. Seguía pedaleando. Desde las huertas cercanas llegaba el olor de las madreselvas y pericones que empezaban a abrirse. Estaban recién regados con el sistema tradicional árabe de regueras abiertas a golpes de azadón.

Seguía pedaleando y al llegar a la desviación de la casa de mi prima doblé con energía y arrecié la marcha por el camino de tierra. Entre acacias y algarrobos iba llegando a la casa. El cielo abierto con luz aún cegadora me trajo a la memoria mis noches frescas con la astronomía. Apenas sabía de cómo funcionaban las cosas, y mucho menos de cómo la vida, el clima y el tiempo, están todos bajo unas condiciones de equilibrio que cambian por muchos factores: el sol, los astros, la rotación de la tierra y la dinámica propia ésta, que esta en continua evolución. El Universo era para mi un gran misterio y llenaba, por lo que podía cavilar, dentro de sí las claves de todo, de la vida, de la historia, de los grandes desastres y de los acontecimientos más importantes de la Humanidad. Algo me contaba mi padre cuando nos sentábamos a la caída de la tarde, tomando el fresco.

Los años cincuenta se vivían con las limitaciones del momento. El país más prospero y fuerte, los americanos (en lenguaje habitual), empezaban a influir en la cultura de Europa con su música, el cine y sus modas nuevas en las que el vaquero, las camisas hawaianas de colorines floridos, otorgaban un signo de modernidad. En el cine de verano ponían las películas de Hollywood, con sus curiosas versiones de cartón piedra sobre la Edad Media. Aún así, había un amplio margen para soñar. Yo sudaba pedaleando y, entre tanto, iba abriendo el archivo de mi cabeza con los conocimientos necesarios para imaginar mil cosas.


Ahora no guardo nada de aquello que se ha ido desmenuzando como arena entra las manos. Lo que sé hoy me impide pensar en las tardes de julio como lo hacía entonces. Ya no veo el Mundo y el Universo como en aquellos días de 1956. Hoy me preocupa en gran medida los cambios que se están produciendo en nuestra vida, el clima, la cultura, la descomposición de la política por la fuerza de las finanzas. Sin embargo y, pese a las pesadumbres que nublan estos días, creo que voy a coger la bici y, viendo cabecear la rueda en cada pedalada, sentir que voy avanzando con mi esfuerzo. Algo recuperaré de aquellos calurosos días del verano del 56. Lo que veo no me gusta. Tendré que imaginarme, como entonces, algo mejor.



20100625

LAS ABEJAS HAN VUELTO








Desde hace años el panal que hay en mi casa del campo no tenía abejas. No se si fue por alguna mala helada o por los pesticidas del entorno, o por lo que comentan los artículos científicos de todo el mundo, pero lo cierto es que al parecer las abejas están disminuyendo en un número que pudiera calificarse como preocupante. Han sido muchas horas y meses viendo la caja del panal sin el rumor de las abejas cuando venía el buen tiempo. Ahora ,cuando tengo planes para repoblar de frutales el pequeño huerto, que será probablemente una de mis principales ocupaciones cuando me jubile, han debido enterarse ellas y se han traído gentilmente una colonia para que trabajemos juntos para mejor vivir. Con ellas tengo garantizada la polinización correcta y completa de los frutales y conmigo tiene seguro el polen que necesitan para su sociedad.

Ayer vi cómo en el aligustre en flor runruneabam muchas de ellas para alarma de mi hijo. Hace tiempo comprendí que si les dejas tranquilas, por muy cerca que estén, no hacen nada, no pican. Son buenas chicas. Creo que hace falta comprender que son esenciales para nuestra vida.

Según me cuentan si desaparecieran las abejas del mundo, los días del género humano estarían contados. La preocupación actual proviene del descenso en algunos estados americanos de más del 30% de las poblaciones de abejas. Una de las posibles causas de su desaparición podría ser las ondas electromagnéticas de los teléfonos móviles, o celulares, que desorientan a las abejas reinas de las demás, con la consiguiente dispersión de las colonias.

Ya lo tengo muy pensado, cuidaré de las de mi colmena para que al menos ,éstas ,no tengan problemas y sigan en concierto con nosotros. Es una simbiosis que es muy productiva para las dos partes. Son mis abejas y me caen bien.


20100609

EL RASTROJO


















Los horizontes se abren con la luz del estío que llega. Desde el amanecer el color de nuestros campos se tinta de una amarillenta extensión: la paja del cereal recién cortada a ras, que traza bandas alineadas ondulándose conforme fue la marcha de la máquina que las cortó. El amarillo claro de la parte superior da la luz al ocre claro de los laterales; toda esta explosión de luces doradas solo la interrumpe el verde oscuro de encinas, alcornoques y algún ciprés perdido en las sierras, o de verde azulado, de olivares y robledales, en otros. Extensiones de secano que dan la personalidad de la Mancha milenaria. Cereales que cumplieron su ciclo anual dejan el testigo de sus últimos restos en un silencioso reposo; queda ocupado por las dos insistentes notas de los roncos cantos de las chicharras; su parcial abandono le deja al servicio de otras utilidades. Cuando son tiempos malos, a la salida del sol, tras el día de la siega, acudirían la gente para espigar, pero la recolección mecanizada deja ya poco margen. La recogida manual llevaba muchos trasiegos, que hacían caer rotas más de una espiga, luego se recogía a mano al día siguiente. Esto que cuento lo he vivido en los anejos de nuestra ciudad, ha tiempo. La privación hace cobrar valor a otras cosas que ahora son desestimadas. Veo cómo miran con avidez las gentes del África subsahariana a una lata de grano. Puede ser la comida de dos o tres días para ellos. La sequía y la guerra les llevan a tener periodos de carestía, cuando no es, simplemente, el no disponer de un suelo donde sembrar, y después recoger, el fruto de la tierra. Me sorprende, y no llego a comprender, cómo gentes que también miraban con avidez a un puñado de grano en la posguerra nuestra, ahora se desentienden o rechazan a todos estos que llegan de aquellos lejanos lugares, jugándose la vida, para sobrevivir.

En un campo segado, se recogía para su venta la chatarra que las máquinas, los herrajes de las bestias, o los arados habían dejado abandonados a la herrumbre, y entre las pajas de estos campos; donde se arrastran las sierpes buscando nidos abandonados por la devastación del día de la recolección. Los escarabajos peloteros aprovechan para hacer su trabajo con el estiércol de los animales que pasaron por él: antaño, las mulas y caballos que llevaban los carros que acarreaban la mies; antaño y hogaño, los ganados que aprovechan lo que queda y de paso abonan la tierra. Entre tanto tostado tallo, que no hace mucho verdeaba cimbreándose al sol, resisten rastreras plantas que aún permanecen verdes: los abrojos, con algún cardillo ya maduro y floreado. Sobrevolando este seco paisaje las aves rapaces buscan sus presas; los ratones y musarañas de campo se quedan quietos cuando advierten la presencia de cernícalos y halcones por el día; caída la noche, ante lechuzas, búhos y autillos o cornejas. Todos ellos, permanecen callados a nuestro paso, cuando el quebrar de las pajas, por nuestros paseos nocturnos en busca de la soledad, nos observan; como lo hacemos nosotros con las constelaciones, los satélites artificiales que se dejan ver o el avión, que viene o va, de Sevilla.

Sembrados de la agricultura del mediterráneo, como estos, se ven en la Provenza francesa, que pintara Van Gogh; en la Toscana italiana, o en los campos milenarios de Grecia, parejos a los nuestros de aquí, de la Mancha, o los de Castilla León. Entre los que se encuentran todavía esas preciosas construcciones circulares, los palomares, que fueron dispensadores de pichones; cocinados de mil maneras dieron proteínas a los hambrientos del Siglo de Oro, con tanta precisión como describe la literatura picaresca. Sembrados, que lo fueron, pintados por el sol del estío de un dorado luminoso y definidos con un sustantivo muy certero, que llena de significado su austera naturaleza: el rastrojo.Q.Ko

20100605

DE CÓMO ES IGUAL ESTAR DENTRO QUE FUERA


Entre los pinares de una sierra de la Rioja se encontraba una pequeña abadía escondida del mundo y de los incidentes de las guerras que por aquel entonces eran frecuentes. Lo mismo árabes que cristianos llegaban hasta allí de camino para lances mejores en los que se conseguía mas botín que el exiguo que conseguían de los frailes que no era otra cosa que sus corderos, gallinas y alguna berza que otra. Oficiaban con copas de azófar y esto no era de gran valor.

Entre los frailes, había uno que era bastante mas joven que los demás y, aunque se encontraba allí por su voluntad, no dejaba de pensar en la vida del exterior como la esencia de la libertad y de los goces de la vida que no tenía. Sacrificaba ésta como don de su devoción, pero la ansiaba todos los días con más fuerza y ello le angustiaba. El abad que era un hombre sabio y muy observador había reparado en él y sabía de su enorme inquietud por el mundo. Un día le dijo:

- Hermano, creo que ha llegado el momento en el que debas emprender viaje para conocer el mundo. Si no lo haces nunca sabrás el valor de apartarse de él.

El joven fue a su celda y recogió las pocas pertenencias que tenía y, luego de despedirse de la comunidad, partió por el camino de la vega hacia donde le había indicado estaba la mayor población que conocía.

Pasaron seis años en los que conoció tanto la felicidad como las mayores desgracias. Le engañaron más de cien veces y otras tantas recibió el favor de las gentes con las que trató. Tuvo la oportunidad de conocer a varias mujeres que le ofrecieron sus favores a cambio solo de su aprecio, pero unas las perdió por la enfermedad y otras por la envidia y la maledicencia de las personas con las que trataron. Finalmente se encontró solo y desencantado, no teniendo mas valor para emprender nuevos negocios u oficios con los que vivir en sosiego, así que, recordando la vida del cenobio, acordándose de cómo salían los brotes en las ramas aparentemente secas de los frutales llegando los principios del mes de febrero; echando de menos el momento en que los cernícalos primilla llegaban a los aleros de la cámara, donde guardaban los frailes el grano, y sabiendo lo reconfortante que era coger los huevos de las gallinas en el último rincón del gallinero, emprendió el camino de vuelta al convento, convencido pues de que lo mismo daba estar fuera que dentro. Lo importante, según él era vivir en paz consigo mismo y dedicarse solo a las cosas sencillas.

Le recibieron con gran alegría, y aunque alguno de los abades ya se habían reunido con sus antepasados, aún quedaba una mayoría, que se alegró de la vuelta del antaño joven y ahora maduro hombre.

- Bienvenido,

Le dijo el abad dándole un abrazo.

- ahora que vuelves con nosotros, ten presente siempre que la felicidad no se encuentra en la fortuna, ni en la virtud conseguida con el sacrificio, es un don que da la vida, todos los días, solo con reconocer que lo que tenemos es lo que hay que disfrutar, intentando no hacer mal a los demás. Que cada uno sea virtuoso como mejor pueda, sin hacer el vano esfuerzo que los demás lo sean. Lo mismo da estar fuera que dentro. Solo que aquí no debemos hacer de la vida una amargura. Vivamos hasta la última gota de vino de la copa de la vida.

Esto mismo le dijo él a los frailes que fueron llegando, cuando terminó siendo el abad de la comunidad.

Hoy, entre la broza del huerto, enmedio de las pocas piedras que quedan de aquel convento abandonado, aún brotan los manzanos llegando el final del mes de febrero. El sol, que sigue saliendo por el mismo sitio, avisa a los gallos cercanos a la hora del alba para recordar que la vida sigue.Q.Ko

20100501

COMO EL VERDERÓN

Imagen:www.fotonatura.org


Verde oliváceo, pico fuerte y claro, franja en las alas y en la cola amarillenta, que en la hembra es más apagada, de porte algo más pequeño que el gorrión; así es el verderón. Lo conozco desde que un buen día le oí cantar su chuip bajo la sombra de las hojas de un nogal. Eran otros tiempos; por entonces en mi casa no entraba “El País” sino el “ABC”. Aquél, ni siquiera había nacido, y este era el más civilizado de la dictadura, decían que era monárquico. Esos días estaba con el “ABC” y el libro de física y química encima de la pequeña mesa; bajo el nogal, peleándome con la ley de Boyle-Mariotte, a la sombra, con la luz deslumbrante del mes de julio, en La Poblachuela. Oyendo el reiterado golpe de la palanca de la noria, con el agua cayendo en la artesa, solo podía prestar atención al chuip,chuip del verderón. Atendiendo a sus nerviosos pero confiados movimientos en las ramas del árbol. La ley de Boyle Mariotte resultó nada más que una explicación culta del cuanto ocurre con las flatulencias de las judías: hablaba de la relación del espacio que ocupan los gases y la presión consecuente.

Si, los tiempos cambiaron. El ruido de la carretera de Puertollano, que antes era intermitente, y muy espaciado, ahora es constante. Ese es el sonido del progreso, como lo es que ya la noria solo está en la memoria. En el suelo, junto a la pozeta de riego de la alberca crecía el zacate, o hierba de limón, todos los años. Con ella conjuraba las sonrisas de mis tías cuando venían de visita. Su olor eran llave cierta para abrir voluntades. Las calenturas de los atardeceres se llevan mejor luego de haberse remojado en una alberca. El aliento de la huerta recién regada, alegra también a los verderones, que aprovechan para bajar a llevarse todo lo suyo.

Yo seguía al día siguiente con Gay-Lussac: su ley tenía algo que ver con la relación de los gases con la temperatura, que lleva a aumentar la presión. Bastante tenía yo con retener un poco todo aquello, sin dejar de poner mis sentidos en aquella explosión de la naturaleza que me llevaba a cumplir con la vida, como los verderones. Entendí a Gay-Lussac, cuando oí pasar a lo lejos el tren con su locomotora soltando el vapor con gran sofoco. Camino de Puertollano iba pitando sus dibujos en la lejanía, sobre inmensos rastrojos que se lucían en miles tonalidades de amarillo y ocres que languidecían con el sol declinando.

Todos los años seguí, durante algún tiempo, oyendo los chuip, chuip de los verderones, siempre con su quehacer diario, sobreviviendo, disfrutando de la vida, reproduciéndose. Haciendo de su nido, entrelazado, con sedosas y algodonosas fibras, entorno a un círculo perfecto, donde depositan sus huevos pequeños con unas apenas apreciables pintas. Lo soportaba un trenzado de ramas que sólidamente hace resistir a los vientos. Su canto, arrastra su parlamento como una llamada de sumo interés, terminando con un trino; en su vuelo toda una serie de armónicas y hermosas creaciones, propias de la perfección de un artista.

Los olmos se doblaron un día con el viento de la primera tormenta de agosto, el olor a tierra mojada avanzó la lluvia que vendría en enormes goterones que levantaban el fino polvo del camino, trillado por el paso de los carruajes. Yo, como los verderones, aguardaba en mi casa que comenzara el espectáculo. No tardaría en llegar. Broncos truenos, deslumbrantes rayos que quebraban el firmamento en rupturas apocalípticas y, después, una dulce calma que, cargada del oxígeno del ozono desprendido, nos llevó a todos a creer en la bondad del futuro día.

Es bueno seguir como los verderones, viviendo. Aunque parezca a veces que se hunde el mundo.

Q.KO



AMANECE CANÍCULA

Imagen: www.vroblas.blogspot.com



El tiempo en el que nació Sirio es el más caluroso del año, se le llama Canícula. Ese nacimiento alegró a su padre, el dios Eolo, señor de los vientos; el mismo que hizo encerrar a todos los vientos en una vasija, menos uno, con el que Ulises podría volver a su tierra, Ítaca; hasta que la codicia de sus compañeros hiciera que destaparan y liberaran de su encierro a los vientos, creyendo que guardaba un tesoro. La tempestad los devolvió a la isla Eólica de donde habían salido. Los vientos son los que nos traen el verano.

Sirio es la estrella más brillante del firmamento. Es pues fácil de reconocer, en la constelación del Can. Es ahora cuando mejor se ve, en las noches limpias y breves del año, en la oscuridad perlada de brisas aromáticas y sugerentes. Noches cortas pero intensas. Siempre lo hermoso acostumbra a venir escaso, se prodiga poco.

En estos días que vienen cargados de calor, por el templado aire de latitudes del sur, el color de la ciudad se ilumina de manera brillante, deslumbra de radiación hasta hacer entornar los ojos. No abundan ya los viejos tejados de barro cocido, rosas y ocres tostados, amortiguados por los líquenes, que arraigaron en sus tejas, en amarillos y pardos verdes, apagados por la sequedad. Ahora son terrazas y azoteas de muy mala resolución, como diría un arquitecto. Esa parte se lleva la virtud escueta de su funcionalidad, de servir para lo que se hizo, pero sin que belleza alguna dignifique al edificio y a quien lo habita. Desde la calle ya no se ven y, así las cosas, poco importa su tratamiento: cuanto más económico mejor. Sin embargo, todavía abundan vecinos que sacan las hamacas a estrechas terrazas de pisos minúsculos, apretados en un bloque. Carnes caídas y blanquecinas, cargadas de abandono a las comidas pesadas, o a los años y trienios, se asoman a la calle para pasar revista al vecindario. Desde allí, y con su camiseta que fue blanca, sin mangas, elevan el tono de la sospecha, de la admiración, y del recuerdo no desprovisto de alguna envidia. Batas horrorosas, que ni con las flores del estampado llegan a hermosear el hábito, se mueven con el escaso viento caliente haciendo que la dueña sienta que su compra sirvió para algo. Dirá a su vecina que es muy fresquita, pidiendo sin querer indulgencia por el adefesio. El aliento de pensión que sale del piso les impide soñar con Hawai o con Bombay. Eso les libera de ciscarse en todo aquello que les imposibilita tener una renta algo más digna. Ya se sabe que no se desea lo que ni siquiera se sueña.

Con los vientos que traen los calores, especialmente los del Sahara, además del polvo del desierto con el que se mastica el duro verano, vienen sofocos que turban las mentes llenando de confusión, desde una simple galbana, que nos sestea las horas de la digestión; hasta ese no dejar aprender para los últimos exámenes, que precisan la vigilia. Habría que conseguir de Eolo que nos permitiera guardar en una tinajilla los vientos del verano algún rato que otro.

La negra sombra de un árbol de cerradas hojas es lo más amistoso que podemos encontrar en las horas del día. Bajo ella, sentados, podemos ayudar a la imaginación a seguir viviendo con iniciativa. Ni los años, ni la estúpida inercia de los que desprecian la utilidad de aquellos que ya han pasado por los caminos, y saben donde están los agujeros, pueden arruinar la disposición de seguir peleando por vivir dignamente. No solo están hechas las espesas sombras para leer un libro, o para dormirse oyendo la radio. También se puede acudir a la llamada de conversación que la abubilla nos propone. Para eso basta con dirigirse al silencio, abandonando el ruido del que esta ciudad está eternamente manchada, sin remedio conocido.

20100418

DE LAS LLUVIAS Y OTRAS COSAS

Foto: Mundofotos


Del Atlántico norte vienen en pocas horas masas de nubes que recogieron el agua del mar. Ahora, ocultando el sol de esta mañana de abril con oscuras nubes de gran densidad está cayendo el agua que trajeron en Madrid. Antes de coger el tren subterráneo, me da tiempo a mirar las nubes e intentar averiguar sus intenciones. Avanzan lentamente, tan lentas que parecieran estar paradas. Pero no es así. Cambian su apariencia oscureciendo un poco más este día de primavera que es muy diferente a los que he conocido. Luego, maduro en el tren las conclusiones que saco de la observación de la naturaleza orgullosa, mientras miro a los viajeros con su tristeza habitual mostrando todas sus frustraciones, en la meditación apartada que le permite la espera hasta la estación donde se apean.

Sigue abril mordiendo el calendario en bocados estudiados con la facilidad que le vino de un invierno mas duro de lo habitual. Las borrascas que se sucedieron una y otra vez, siguen haciéndolo de vez en cuando, con el presagio de los malos años que se avecinan.

Los viajeros del tren van y vienen con la misma indiferencia con que leen el periódico que les advierte que les están robando, justo en el tiempo que deben rebañarse el bolsillo para liquidar con el fisco. Cabe preguntarse ¿y como es eso así? La indiferencia es casi siempre producto de la indefensión y la impotencia. Si tuvieran la certeza de que podrían utilizar un resorte para evitar el latrocinio se movilizarían de inmediato. Tal resorte se comprobó que no existe. Nadie va a procurar justicia. Cualquier excusa es buena para mantener las cosas como están. Mejor esperar a que escampe. Por eso, leen el periódico con indiferencia. Solo se les ilumina la cara cuando tienen alguna satisfacción con las incidencias del futbol. Sus disgustos ocasionados por las cosas del deporte saben que son temporales, más pronto que tarde cambia la suerte. Así ha sido siempre y así seguirá siendo.

Las lluvias y las bajas temperaturas nos vienen por las corrientes de los océanos y por las incidencias con los vientos que se generan por las diferencias de temperatura. Así, como se esta trocando el régimen de temperaturas nos vendrán malas temporadas de viento, lluvia y nevadas. De momento no veo el tope con el que tranquilizar las expectativas de futuro. No solo se esta calentando la tierra sino consecuentemente todo el clima cambia y drásticamente.

Para el día que me vea, leyendo un libro, sentado en una hamaca bajo un castaño, sospecho que lo tendré que hacer con un jersey de pura lana Setland, aunque sea en pleno mes de julio. Aun así, si puedo hacerlo, si para ese tiempo tengo algunas monedas en el bolsillo y ninguna pendencia seria a la vista, podré intentar abrigar la necesaria esperanza con la que dar instrucciones a los hijos y a los nietos, si es que los tengo.

Mientras, seguiré escribiendo y pintando, con el apartamiento social y mental como lo hacía el cavernícola que hizo la crónica de Altamira.

20100312

SOMBRAS DE MADRUGADA


No supo nunca muy bien por qué lo hizo. El caso es que a las cinco de la mañana de un miércoles de finales de enero se vio haciendo el equipaje con cuatro cosas que fue cogiendo conforme se le antojaba, hasta que la bolsa se llenó del todo y tuvo que tomar la decisión, sin mucho disgusto por cierto, de dejar el resto de sus cosas. La casa estaba muy oscura y en silencio, los muebles ya ni se quejaban, como solían hacer cuando se iba a acostar, ajustando sus formas a la falta de presión o al cambio de temperatura por la agonía de la lumbre en la chimenea. La calle estaba solitaria y en silencio también, según pudo comprobar al abrir la puerta de la casa. Cuando tiró de ella, y con el golpe que dio la mano de bronce del llamador, supo que estaba en ese momento cerrando un tiempo de su vida que ya no volvería.
Hacía noche oscura, alumbrada con las escasas tulipas de porcelana del alumbrado público. Subía por la cuesta hacia la estación del ferrocarril con paso cansino pero decidido, más pensativo que triste y menos dormido de lo que podía parecer, parecía recrearse en un inusitado paseo sin expliación, teniendo en cuenta el madrugón.
La calle, pensaba, era una de tantas de una ciudad pequeña ,en la que había durante todo el día trajín por los transportes ferroviarios y de viajeros. Cuando llegaba un tren, la vecina de enfrente estaba preparada en su sillón de mimbre, arropada con las faldas de la mesa camilla, dispuesta a disparar su curiosidad para alimentar su comadreo. Posiblemente lo hacía para olvidar su prematura viudez o para no pensar en las putadas que le hacía su único hijo, adolescente, que casi siempre acababan con una visita de la policía. No creo que fuera consciente de que fisgonear fuera reprobable, al fin y al cabo lo venía haciendo el periódico en una sección fija, dando cuenta de quién se iba a Madrid y porqué y quién venía. Supongo que ese vicio pudo haberse engendrado en el país por aquella maldita Cédula de Policía de 1824, ordenada por Fernando VII, por la que se fundó, de hecho, el Estado policial que controlaba a todos. La vecina, mujer de ojos de cuchillo y de lengua cargada de veneno, se movía más por sus bajos instintos que por un supuesto interés público. Nunca tenía suficiente y la confesión de sus pecados la dejaban nueva para emprender su oficio con nuevos bríos.
Era aquella, una calle sembrada con boñigas de las bestias de carga que nunca terminaban de dejarla limpia, por muchas rondas que hiciera con el carrillo el barrendero municipal. Por ella subían, remontando la calle con fuerza, las campanadas de la iglesia de los jesuitas que, por más medianas que grandes, salían con un timbre agudo que llenaban los oídos de su molesto son. Golpes de bronce que llamaban a misa, a triduos, novenas, a rezar el Rosario y hasta las cansinas Gregorianas. Por esa calle bajaron las bandas de música, tanto la local como las de los pueblos vecinos, cuando venían a las procesiones llevaran armados o no, que solían hacer su pasacalle desde el Bar de las Cuatro Esquinas, frente a la estación; desfilando luego, todo recto, partiendo con sus sones la ciudad en dos, con una recta de sur a norte. Por otra parte no era mala decisión esa de hacer tal recorrido, porque así era todo bajar y hubiera sido más penoso terminar subiendo la cuesta de la estación. Pero también bajaban por ella todos los entierros del barrio y aún más los que traían ocasión por algún féretro que hubiera venido en el tren desde otro sitio. Unos, los mas caros y terriblemente tenebrosos, en carroza a la federica, con los caballos adornados con enormes plumeros negros que movían con su cabecear, los otros en viejos furgones americanos Buic, Pontiac o Chevrolet, bien conservados y acristalados propiedad de las funerarias.
Calle arriba siempre estaba abierta la puerta falsa de la bodega, que le olía el aliento a los alcoholes y vinazas. Allí acudían todos los del barrio y la visitaban como buenos parroquianos para comprar sus raciones de vino o los aguardientes con los que trabajar los dulces. Sobre las puertas de las casas en toda la calle, se veían los repletos haces de cables de la luz sujetados con unas mugrientas grapas a punto de caer. Sobre ellos en primavera, bajo los aleros hacen todos los años sus nidos las golondrinas y aviones que venían desde África, a tiro de las pedradas de cualquier chico experto con tirachinas. Por esta menguada via de la que se despedía escurren las aguas con prisa y caudal en los aguaceros y todo lo que iba recogiendo acababa en la Plaza, nadando y llenándola en su inundación, con la caída de cuatro gotas. Calle de sol inclemente en verano, de frios crueles en invierno. Sagrada con los aromas de un pangino en primavera, que hacía con su perfume trascender.
En esa calle nació.
Al principio y en la casa, habituada tanto a amaneceres como a ocasos, fueron pasando los días con emociones en carga y las luces de los días llenando sus ojos para impregnar la memoria de hasta el último rincón. De la casa le sacaron un día como a un detenido para meterle en una escuela de párvulos de un colegio de monjas toda una mañana, llena de niños chillones y con un insoportable olor a leche agria y deposiciones. La hermana que los apacentaba tenía un genio que la llevaba a la violencia con los niños con harta facilidad. Sospecho que pagaba con las criaturas su frustración al no poder profesar, por no ser bien nacida a los ojos de la Comunidad que la amparaba y a la que pretendía incorporarse. De ahí y con sus lamentos le llevaron a la escuela en la que daba clase su tía. Abrieron la puerta gris de la clase donde iba a estar con ella, para entrar en una gran habitación de techos altos; paredes encaladas con un enorme crucifijo y dos fotos del dictador y del supuesto ideólogo mártir; con suelo de tarima tan vieja que ya no se veía barniz alguno y las tablas habían cogido un color grisáceo por la humedad: los nervios de la madera se veían tan claros y sobresaliendo como las venas de un viejo. Las mesas, redondas, muy bajitas, con una pequeña pizarra de piedra sobre la qu alguien había dejado un cilindro de grafito: mas parecían las herramientas de los enanos de Blancanieves que otra cosa.
De pequeño tuvo que estar en cama por unas tifoideas complicadas que le tuvieron unos meses con muy delicada salud. Después, cuando le empezaron a inyectar la penicilina , que consiguieron de estraperlo a un empleado de RENFE que la traía de Portugal, fue mejorando hasta que llegó a la curación. Aún así pasaron los meses en los que dejó de ir a colegio y con ello, en su reposo, aprendía a emplear los sentidos como nunca lo había hecho. Fue como un ciego que veía, ya que su inmovilidad no le permitía ver cuanto pasaba por la calle, pero lo imaginaba y reproducía con su memoria; sin perder ni un solo detalle de los sonidos y las luces que se proyectaban en dirección contraria en el techo, a través de un balcón entornado. Esas formas y la memoria de la vida de la calle le fueron acompañando hasta que cogió el tren. La niebla era muy densa aumentada con los vapores que salían desde la máquina del tren. Apenas se dibujaban los contornos de los escasos viajeros que empezaron a subir. Poco después de que cantara un gallo en un corral cercano, con un silbido agudo el tren emprendió la marcha y, su casa, su ciudad y su infancia se alejaron para siempre. Desde aquel día todo solo se convirtió en sombras y vagos recuerdos que alimentar en los momentos de soledad.

20100225

POR EL SOCAVÓN

Siempre estoy en otra parte cuando me meto en el socavón. Espero en el andén, miro de soslayo a la pantalla esperando que diga que el tren esta llegando y espero. La paciencia es una de las herramientas con las que se convive en Madrid y sin ella sería un acto de auto inmolación intentar sobrevivir. Es esa especie de virtud llamada paciencia la que me sujeta y evita más de una desesperación. El tren llega haciendo tanto ruido que ocupa los espacios de la estación que por un momento parece estrecha. Se abren las puertas y vuelve a ocurrir: los que esperan dentro no son los que he visto otras veces. Se turnan sin darse cuenta por el azar, que coloca a cada uno en el momento oportuno.

Me mira un chino con cara de ser de las estepas del viejo Cathay. Juraría que dejó no hace mucho el viejo buey lanudo del que se servía para todo. Mira perdido al fondo del vagón con las pupilas en movimiento por el continuo trajinar de su memoria. Las placas gris verdoso del cielo plomizo de su tierra le persiguen allá donde quiera que vaya. Bajo ellas persiguió de chico a sus primos las largas mañanas de aquellos interminables inviernos alimentados con la leche de las vacas lanudas. Las reglas de la tribu no eran complicadas ni difíciles de entender, solo que la rigidez con las que se seguían las hacía extremadamente pesadas, agobiantes, y dejaban al desnudo las pocas expectativas de aquella lejana vida que dejó. Todo cambió cuando llevaron la primera televisión. En la tienda del tío abuelo se reunían todas las tardes-noches para ver aquella ventana asomada a otro mundo. Allí vio por primera vez que había otras perspectivas, otra vida y presumiblemente mejor: no había más que ver el buen color y aspecto de las gentes que circulaban por las calles. Cuando se acabó su principal sujeción, de muerte natural de los padres, solo tuvo que despedirse del abuelo y que ése le deseara suerte.

Las niñas que hablan a mi lado dicen, con el fin de que nos enteremos, su historia cuando les echaron en cara su naturaleza en un casting, para un anuncio de comida seca, que eran de Parla, ( no sé para qué) y, a estas alturas, no lo voy a dudar, ¡vaya que no! pero es tan cierto como que tienen las mismas presunciones que todas las de su edad. Una estúpida rebeldía que sin causa asoma por el pescuezo y les hace picar las ganas de demostrar que tienen un sitio y los demás deben reverenciarlas por ello. Tiene los rasgos del altiplano boliviano, muy marcados. Apenas una generación desplazada de aquellas tierras y ya se les olvidó cómo llegaron sus padres y para qué. Estas, cargaron con toda la bisutería de un Chino y ahora exhiben sus alhajas como quien tiene una carga valiosa. Las escasas virtudes del joyerío quedan peor y desmerecidas por la falta de aseo de unas caras nuevas ennegrecidas; parecen que fueron olvidadas en un desván lleno de polvo. Han aprendido rápido los hábitos de sainete de los de aquí, sin acordarse de que también hay que comprar de vez en cuando una pastillica de jabón. Es tan “interesante” todo lo que dicen en voz alta que los ánimos del vagón entero decaen. Unos miran a otro lado y los más impacientes bufan mirando al techo con resignación.
Porque:
Julia
medijoelotrodia,
fijatequetonta,lamuygilipollas, quea
lomejorRuriselallevaeljuevesconella,fijatebienloquetedigo,
ELJUEVESCONELLA…nosinoh esaniñanoescamientadespuesdelodelToño…

El tren sigue por el socavón y se va tragando mis pensamientos, las conversaciones de las niñas y los recuerdos del chino de mirada perdida y cansada, harto como esta de trabajar y no ver aún las mejores cosechas de esta nueva buena vida.

20100211

1946. Jueves, 21 de noviembre

Q.KO
Las chimeneas de las casas humeaban con el olor a azufre que daba el carbón, en uno de los días brumosos del mes de noviembre. Solo el olor valía para distinguir entre el humo y la niebla, que resultaba teñida no sé muy bien si por el humear o por el color parduzco de las fachadas. El silencio general era el natural previo a una nevada y solo lo rompía el silbido del tren que avisaba de las entradas y salidas de la estación. En la ciudad, apenas había gente ocupada, acarreando leña, preparando el sacrificio de las reses y las verduras en el mercado, abriendo alguna sacristía, cerrando algún calabozo tras la expulsión del último borracho sin hogar, y los carros del transporte subían la cuesta de la última calle para recoger sus mercancías del muelle ferroviario. Las bestias iban dejando sus boñigas humeando sobre el firme de los adoquines. Aún era pronto para el trabajo en los servicios públicos y en la panadería se derramaba el olor del pan que ya estaba listo para la venta. El alguacil roncaba en su cuarto, aturdido por los vapores del amoniaco de un bacín lleno. Y los colegiales aún dormitaban sepultados entre un cerro de mantas y los colchones encajados en las altas camas de frío hierro negro, aguardando, sin ser conscientes, la hora de acudir a la escuela.
En el bar de la plaza, aun con luz eléctrica, pese a que estaba completo el amanecer, se despachó un café para el abogado. El reloj redondo de pared, con la marca francesa en el centro, sonó dando las siete y media. Llegó desde su casa, luego de estar toda la noche peleando con los escritos del pleito. Mirando a la taza, medio dormido, pensativo y con un punto de tristeza, repasaba todo dando vueltas con el índice por el borde. Pensaba en lo fácil que es resolver un conflicto si hay buena disposición y lo difícil si no la hay. ¡Cuanta mala leche había en las letras de la demanda! Pensaba. La misma que habría en la contestación. Así se habían producido los hechos desde el principio y así seguiría mas adelante. Por una cuarta de linde o un palmo de medición mal hecha se tenía la necesaria materia para destrozarse las partes toda una vida. Al fin y al cabo solo era el instrumento de su cliente y nada cambiaba con su opinión. Pero ese trabajo, fundado sobre pura mierda, no le hacía feliz precisamente. Le miró el chico de los periódicos cuando pasaba camino de la papelería y, por un momento, el jurista envidió su cara despejada de preocupaciones. Por un momento también, el chico pensó en cuanto tendría que trabajar para estar sentado en el bar tomando tranquilamente un café.
Llegó el abogado a su casa cuando la muchacha, con las mejillas prendidas de rojo por el frío, estaba ya en el patio encendiendo con un soplillo de esparto los dos braseros de picón. Subió por la escalera y fue directamente a su cuarto volviendo a hacer crujir las tarimas del salón donde aún calentaban en la chimenea las brasas del fuego que hizo confortable su trabajo nocturno. Se echó en la cama vestido y calzado, con los pies fuera por un lateral; después de poner el sonoro despertador para una hora mas tarde. Se quedó mirando el techo, enmarcando con los cercos de la escayola todas las ideas buenas que pudo acumular. Se quedó recreándose con el recuerdo de sus mañanas bajo el castaño de la huerta, junto al río, leyendo los Episodios Nacionales y oyendo a las oropéndolas llegar curiosas hasta la higuera próxima. Cuando empezó a ver en color las hojas del castaño, se quedó plácidamente dormido.