20101214

TRENES



















No se porqué el viajero del asiento de al lado se puso de charla conmigo, una vez que nos dimos los buenos días. Aún no había amanecido y el tren corría con algun retraso hacia Madrid por una avería técnica que debió tener en su salida.

Todos se habían acomodado para echar el sueño en un mortecino vagón que solo hacia sonar el ruido de sus ruedas y de los motores eléctricos del tren. Debió ser porque me vio despierto o simplemente porque me tenía al lado con cara de pocas contiendas. Debía tener los ochenta más que cumplidos y sus ojos, abiertos entre las arrugas que le hacían entornar, se veían vivos, despiertos y con la profundidad que da la inteligencia bien administrada.

Así fue encadenando una detrás de otra todas su frases o pensamientos y, sin parar, contó cuanto quiso.

- Yo no puedo dormir en el tren, aunque lo he intentado más de una vez, pero no puedo. Si le molesto, dígamelo, a veces no se sabe bien cuando uno debe terminar y callar.

- No se preocupe, no molesta.

- Gracias. Todos los trenes son mas o menos iguales, aunque cada uno de ellos tiene su olor especial. En parte por la gente que va dentro, pero gran parte por los materiales con que está hecho y los motores que le hacen mover. El ambiente que hay dentro es muy diferente, aunque los viajeros tengan la misma constante de poner esa cara propia de los que se trasladan y ven su permanencia en él como algo transitorio. Eso, en algunos cambia algo, por la larga duración del viaje. Casi termina siendo una célula mínima de población. Cuando fui varias veces por el transiberiano la ciudad mas cercana después de Moscú es Vladimir, a 210 kilómetros, tres horas después. Lo que parece poco una vez que llegas a la primera gran ciudad como es Perm, despues de 19 horas de viaje, es solo el principio de su recorrido, que termina en Valdivostok a los seis días, después de recorrer 9.298 kilómetros. Así, si decides ir hasta el final, el dormir, comer y pasar el tiempo lo mejor que se puede hacer es tener paciencia y acomodarse, es todo un desafío que hay que tomar con tranquilidad. Los compañeros de viaje terminan por ser alguien conocido que pronto se encargan de enseñarte algo de su vida. Las estufas de cada vagón son un punto de encuentro varias horas al día y son lo que da confort al viaje cuando se ve a través de los cristales el hielo cubriendo toda su extensión. Los olores o aromas del tren llegan a ser aceptados como algo familiar y las papilas olfativas, créame, terminan por saturarse del olor, que al principio resulta harto desagradable, y que, tras unas cuantas horas, ni te acuerdas de él.

Recordé yo como olía a chorizo y escabeches el tren de tercera en el que solíamos hacer este trayecto en los viejos trenes a principio de los sesenta. Muchas veces olía a vomitado y no había manera de quitar semejante olor. Ni siquiera por el predominante olor a carbonilla que entraba por las ventanas y las rendijas del suelo de las plataformas.

- Una vez pasada la primera ciudad del Transiberiano, -decía mi compañero de viaje- cada parada se siente mas lejos. Mucho mas lejos. Por lo que finalmente se acepta con paciencia el discurrir del tren, dejando el destino en manos de los dioses. Todo un viaje. Un uzbeco llamado Arkin me abordó nada mas salir de Krasnoyarsk, decía que solo el viajar es la prioridad mas alta, llegar para él no es sino otra cosa, que no tiene nada de relación con el viajar. Tenía una curiosa teoría sobre el tiempo y el espacio que no sé muy bien si , por que no supiera explicarse o porque se enredaba en la teoría pero lo cierto es que era muy difícil de entender. Imposible. Contaba que debía ver a un hermano que tenía en Ulan Ude, al que no veía desde que estuvo él en la primera guerra de Afganistán, con la URSS, y no se sentía mas lejos de su hermano que cuando estaban juntos y se iba él a trabajar mientra asistía al Instituto. Sin embargo, cuando lo recordaba ahora, despues de tantos años, se le llenaban los ojos de lágrimas. Por la privación nada mas, no por otra cosa.

- Yo-continuaba él- que no derramé ni una sola lágrima cuando murieron mis padres, mis seis hermanos y cuatro de mis siete hijos, ahora lloro por cualquier cosa. Creo que con el tiempo se ablanda el corazón, o simplemente olvidamos las malas experiencias y solo tratamos de recordar lo bueno. Debe ser eso, digo yo. Antes no lloraba porque tenía que afrontar y salir adelante con todos los de la familia y, eso, no da para muchas lágrimas y si para mucho cavilar y buscar salidas. Ahora que ya estoy liberado de mis responsabilidades, lloro como un niño por cualquier cosa. Pero a veces es otra cosa extraordinaria la que te hace no estar al momento, un hecho que detiene todo. Como por ejemplo el invierno de la batalla de Moscu, en el Bulvarnoye Koltso o Anillo de los Bulevares, en el que parecía terminar el mundo, con tantos muertos , por el fuego enemigo y por el frío y el hambre, ahora solo recuerdo con claridad, la imagen de un tilo helado en el que se posó un pavo real y al cantar ( o chillar, que mas parece) se oyó por todas las calles de aquel barrio que abarcaba la vista, nada mas que el canto del pájaro, con las casas arruinadas cubiertas por la nieve al fondo, en silencio, y un cielo gris refulgiendo a las doce de la mañana. En ese momento se borró todo, los muertos, la ruina, el hambre. Todo.

- Algo parecido – continuó- es lo que pasó en el 76 cuando llegábamos a la estación de Bristol. Estaba llena de gente, unos venían y otros iban con mucho ruido y algarabía y sin saber cómo un joven dio un grito: ¡ I passed! Y todo pareció pararse. Nada se detuvo pero solo se atendía a aquel pelirrojo con el brazo en alto y con unos enormes colores en las mejillas que rompió en un grito toda su contenida alegría que dejó sin habla y movimiento a todos. Cada uno estaba en lo suyo, unos con cosas mas graves que otros pero todos con lo suyo, muy distinto de cada quien. En ese momento supongo que más de uno pensó en lo que le motivó a decir aquello, y sin embargo, apuesto a que ninguno coincidía en concretar a qué se refería. No sería de extrañar que uno pensara en algún examen de los estudios, otros en alguna prueba de trabajo o en el carné de conducir, supongo en que supondrían en alguna prueba difícil que ellos mismo hubieran querido aprobar. El caso es que la mayoría sonreían y alguna puso cara de pocas fiestas. En las estaciones, en los trenes la gente se entrega a una actividad fuera de los común. Como si el viajar fuera una prueba que hubiera de cambiar nuestra forma de vida, y no es más que un jodido tránsito, y nada más. ¿Te estoy dando la lata , no?

- No, no se preocupe, me gusta escuchar a gente como usted, con experiencia. Siempre se aprende algo.

Y asi fui llevando el viaje con el hombre aquél que no hacía mas que hablar y contar cosas, aparentemente inconexas. Pero ya hace tiempo que supe que en lo tocante a la comunicación humana… nada hay inconexo.