20140427

FALTABA PEREJIL


Cansado de oír y hablar de los problemas del mundo, y por los suyos más cercanos, pegados a su piel; habiendo liquidado todas las cuestiones pendientes: facturas, pagos, y la visita al médico, dejó Pamplona y marchó hacia la montaña; fue cambiando de emisora de radio hasta que se detuvo en aquella en la que cantaba Leonardo Cohen, “So long, Marianne”. Agotó el repertorio. Cuando llegó al valle, las montañas ensombrecían con nubes oscuras que no impedían la brillante luz que llegaba en un espacio abierto entre ellas que daba ocasión al sol. Pasado Lumbier, tuvo la impresión que la angustia se iba y una sensación de libertad integral le comunicaba la naturaleza. Feliz y tranquilo, al llegar a Domeño, se apartó a un restaurante, a la izquierda; dejó el coche en el aparcamiento; se quedó un momento quieto en la explanada, escuchando el silencio del lugar, solo interrumpido por el canto de dos lúganos que se llamaban desde los árboles cercanos. Pasó al  interior del restaurante y se sentó en el comedor, sin  prisa alguna, lo que no hacía desde hacía meses. Pensó en cómo iba a organizar su vida a partir de ese momento, mientras, colocaba los cubiertos en perfecta formación y las copas delante de los platos. Recordaba su vida personal, mientras repasaba el pespunte del mantel con las yemas de los dedos, suavemente, con detenimiento, con delicadeza. Por un momento, sonrió al darse cuenta de lo que hacía y no le dio gran importancia: al fin y al cabo no tenía ocasión, desde tiempo atrás,  de acariciar a nadie. La última vez ya casi ni la recordaba. O quizá no quería hacerlo, le dolía aun ese recuerdo. Se quedó mirando una fotocomposición en la pared con la Foz de Arbaiun.  Y en eso estaba, cuando desvió la mirada y la vio observándole. Era muy normal; belleza serena, atractiva. Si en vez de jeans, camisa estampada, calzado deportivo y pelo corto,  hubiera tenido vestido renacentista, pelo largo, recogido con pañuelo: habría pasado por una dama italiana del cinquecento. Le trajeron la comida y la chica le miraba a hurtadillas reteniendo la mirada de vez en cuando. Se interesó mucho cuando comprobó que le miraba cada vez con más frecuencia, lo que empezó a molestar a su acompañante. Por su conversación, que hacían con tranquilidad pero en voz alta, debía tratarse de amigos que tenían algo de sintonía, algo más que mera amistad, aunque ella parecía tomarlo con naturalidad y él con una cierta presión, casi imperceptible; para un observador desconocido como era él, no pasaba desapercibido. – Ander, tómatelo con tranquilidad.- (se dijo), - ¿ya has olvidado los disgustos que tuviste no hace mucho? Pero no le dio importancia, siguió mirando a la chica y ella a él, cada vez con más interés, incluso, en un instante que estaba sola, al ausentarse su acompañante un momento, sonrió dulcemente cuando se estaban mirando. Entonces, sus pulsaciones se aceleraron. Tanto, que se empezó a preocupar por si se notaba su reacción; no era de extrañar, pues era muy suyo ruborizarse en casos así. Terminó de comer y alargó su café hasta que vio como sus vecinos comensales se levantaban y se iban. Pasó un rato, pagó,  y, al salir, estaban aún en la caja de la entrada abonando unas cosas que habían comprado. Ella le volvió a mirar  y, pasando a  su lado, sin que se diera cuenta su amigo, le hizo un saludo con la mano, moviendo los dedos y sonriendo. 
El tiempo que tardó hasta llegar a su casa de  Ezcároz  se le hizo corto. No hacía más que pensar en  la chica, y se decía de vez en cuando: - ¡es una tontería...! 
Abrió su casa, desconectó la alarma, metió el coche en el garaje y se fue a la tienda a comprar las provisiones que le faltaban.  Allí se encontró de nuevo con los dos que conoció en el restaurante, se saludaron, y después de conversar un momento,  se enteró que ella se llamaba Ana y su amigo, era solo su amigo, Fran, venían de Francia donde trabajaban y vivían allí desde algún tiempo.  Vinieron para pasar unos días en una casa  que habían alquilado. Al coincidir en su afición a la marcha de montaña, quedaron para subir al día siguiente. Hicieron  buen recorrido, comieron bocadillos bajo un enorme roble y se relajaron después. El día era bueno, disfrutaban, y su relación con la chica fue siendo cada vez más intensa; Ander empezó a ilusionarse con la aventura. No pareció importarle a Fran que Ana  le abrazara, en un momento de euforia, y le diera un beso. Buscó su boca y Ander no rehuyó el intento, antes bien lo alargó cuanto pudo. Bajaron juntos de la montaña y Fran se adelantó porque parecía tener prisa por un asunto que había de atender. Se fueron besando todo el descenso y no tuvieron prisa por llegar  de vuelta. No sospechaban  lo que les esperaba al llegar a Ezcároz. Fran se empeñó en que cenaran juntos temprano en casa de Ander. Así lo hicieron. Cuando llegó la hora de la cena, aún  no había anochecido y, con el buen tiempo que hacía, prepararon la mesa en el porche interior de la casa. Ana le hizo una confidencia: -Ten cuidado con Fran, es un hombre extraño que reacciona  violentamente cuando no salen las cosas a su gusto.  Ander preparaba la cena, con fiambres y ensalada, pero para aperitivo  les preguntó si les gustaban las gambas al ajillo. A ella no le gustaban nada; Fran dijo que le encantaba, y mucho, y  confirmó con gesto amargo la advertencia de Ana. Dijo: -¡Estoy harto de los dos, a mi no me ningunea nadie, y menos dos mierdas como vosotros! Sacó de su bolso una pistola y dijo: - Mañana, temprano,  os voy a rajar a los dos. Bajareis al sótano, os dejaré allí  toda la noche y  la ejecución será a las seis, con cuchillo, y si os resistís tendréis un tiro. Pero antes me vas a terminar las gambitas que me las voy a tomar yo solito. Lo demás, si queréis y tenéis ganas, os lo tomáis vosotros. 
Terminando de cocinar las gambas, Ander, dijo a Fran: - Espera que coja perejil  para las gambas y las terrmino. Se fue a buscarlo en el jardín del patio. Volvió con un ramillete que cuando lo lavó y picó se lo echó a las gambas que se cocinaban con los ajillos y un trozo de guindilla.
Al día siguiente, a las 9,30,  el encargado del gas, Iñigo, que venía a llenar el depósito, acudió a la llamada de los dos encerrados en el sótano. Fran yacía en el salón, retorcido, junto a una caja de antidiarreico, muerto. Ander echó a las gambas cicuta, que había en el patio, en vez de perejil. Todo, las amenazas de muerte, el guiso con el que se envenenó Fran,  quedó grabado  con las cámaras de la alarma.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real el 26 de abril de 2014)

20140413

DESDE LA VENTANA


No importa, se dijo, - mientras miraba por la ventana de la habitación, sentado en la cama, con las sábanas envolviéndole, casi aprisionándole, -la semana próxima vendrá Claire.
 Los enchufes, el teléfono colgado en la pared, la lámpara de barra sobre la cama, y los emblemas del ISP en el borde de las sábanas lo situaban en el Hospital, desde hacía ya tres meses.
- Preparemos la salida de aquí y ella, que siempre lo hace muy bien, lo tendrá todo listo en media hora. Pensaba en la conversación de aquella mañana, viendo su sonrisa en la pantalla de la CC, bien temprano, saludando con su encanto habitual: -Hola ... soy Claire , te llamo porque dijeron ayer por e-mail los señores médicos del hospital que estarás dispuesto el lunes de la siguiente semana. Eso cumple tus deseos Ramiro. Me alegro mucho y, desde que tuve la noticia buena, estoy preparando la casa, para que esté preciosa cuando vengas. Estaba en el huerto, preparando la tierra para la siembra de todas las simientes que me dijiste querías cultivar. Compré esta mañana todas ellas y, no te preocupes, que no fueron caras, llevé el permiso del AGD. Están conformes con el presupuesto que me dio tío Suso. Tienes  también el último barco de madera que te compré para su montaje, el H.M.S. Bounty, que, según me comentaste, te gustaba. Me han asegurado que es muy asequible para montar, no siendo fácil pero tampoco muy difícil. Justo lo que dijiste que te parecía bien. Bueno, sigue cuidando tu salud; es muy importante para mí, lo sabes. Sin ella estamos separados y con ella juntos. Hasta luego Ramiro. Un beso largo y lento, como te gusta cielo.
Desde la ventana, viendo enfrente, no más allá de tres metros, otra pared, como un muro infranqueable, toda ella, hasta cuanto alcanzaba su vista, con un ventanal muy grande, en cuadrículas, con sus cristales sucios, apenas dejando ver su interior. Una pared más que decía mucho de la política de mantenimiento del patrimonio dispuesta por la norma p- 687. Desde el inicio de la gran crisis solo la habían pintado una vez y de eso ya 30 años. Recordó las palabras del abuelo cuando hablaba de la extraña belleza de la ciudad de Roma, con las casas sin pintar durante muchas décadas, desconchadas, quien sabe si con la primera pintura que le dieron al construirlas. Por eso la casa que heredó del abuelo, mantenía el color inicial elegido por él, rojo Siena; ya solo admitía un lavado al año. Ramiro miraba al frente, por la ventana hacia aquel ventanal, parecía intentar ver alguna vida detrás, pero no veía todo el conjunto de las cuadrículas, solo reparaba en la luz, y su mente estaba en otro lado; veía en su mente la calle de su casa, los árboles, sin querer recordar el sitio donde calló desvanecido cuando su enfermedad hizo crisis.  Siempre le gustaba ver en su mente la frondosa, enorme haya que había enfrente de su casa, en el jardín abierto, donde se sienta en las tardes de verano para ver como declinan sus horas y apagarse lánguidamente las luces de esos momentos de brisa cálida, en las que los vecinos pasan, los jilgueros y verderones empiezan a recogerse con gran alboroto. No quería pensar en el trabajo, pero lo hacía. Los equipos habían cambiado. Habían sustituido a los becarios diez veces en los seis meses, anteriores a su baja por enfermedad. En cuanto aprendían lo suficiente los retiraban y ponían a otros, a los COP. Bueno, la verdad es que entre los “otros” trajeron un día a Claire. No lo dudó un momento cuando le propusieron la configuración de su perfil. Consideraron su situación emocional. Era la compañía ideal que estuvo esperando tanto tiempo. Es verdad que costó mucho convencer al Departamento Estatal de Cambios de Personal (el DECP), para que  hicieran el propio que le convenía, además de trabajar en el proyecto, quedaría adscrita a él con esa frase odiosa que empleaba el DECOP: Adscripción y Domiciliación Permanente Personal. Con lo fácil que era decir: juntos para trabajo y convivencia. Se echó un momento en la cama y mirando hacia el techo de la habitación, pensó en los proyectos de futuro con Claire. Iba a cumplir los treinta y, a final de año, ya podía pasar a la jubilación y tutelaje. Su patrimonio de material  y COPs, estaba dentro de los estándares que ordenan para la jubilación la norma j-340. Los COPs tenían toda la configuración de su trabajo. Ya no tendría que ir a las instalaciones de la empresa, la enorme nave circular 890 de las del Grupo Bank-Domus; y sería el personal físico que le sustituyera los que contactaría con él, un año, en su casa, para hacerse el control del trabajo. Él, como tutor, habría de dar el visto bueno para los avances de los proyectos. Desde que le quitaron el implante se sentía más libre. Tener que comunicarse con todos  a través de la pantalla de la CC, le hizo recordar la vieja tablet que tenía cuando era niño. De eso ya habían pasado veintitrés años y el mundo había cambiado todo. Pensó en qué podía haber sido, en su vida, lo más decisivo, lo que mas valoraba y sentía como importante y no lo dudó un momento: ¡Claire! Desde que estaba con ella, el equilibrio que perdió al morir sus padres y quedarse solo, sus estudios, su trabajo en alta tecnología, todo, le mantuvo durante años en un permanente desequilibrio, desasosiego, insatisfacción. Ahora ya no, con Claire todo estaba en su sitio y los márgenes de miedo o preocupación estaban en los mínimos. Tres meses en esa habitación, tres meses encerrado entre sábanas, deambulando dentro de su cabeza y hablando solo con los intercomunicadores y el personal COC del equipo médico. Pero todo había cambiado ya y sonrió. Se iba a casa. El lunes, Claire. La casa, el taller de madera, la sala de cine. La biblioteca real, con su enorme colección de libros de bolsillo en papel. Se estiró en la cama, se puso el casco integral y se fue a la virtual de Praga. Solo le interrumpió, una hora después el COC-Catering llevándole lo que pidió cuando le liberaron de la dieta: canelones de carne, con queso Caciocavallo siciliano.
El lunes se vistió rápido. Anduvo algo torpe de tanta inmovilización, durante  esos meses. Cogió su electriccar del depósito del hospital, metió el chip de itinerarios, tecleó “home” y llegó en tres cuartos de hora a su casa. En La puerta estaba esperando Claire. Cuando le vio, empezó a dar saltos de alegría. Se abrazaron, se besaron lentamente y entraron abrazados al salón de la casa. Cerrada la puerta, levantó la blusa a Claire, empujó el resorte de c-piel, y vio de nuevo su identificación: COP-509. Los testigos estaban encendidos y ninguno parpadeaba. Cerró él la tapa de c-piel y miró a Claire. -Veo que estas sin problemas. Eres la Cyborg Organic Person mejor que pueda tener, te he echado mucho de menos. Ella sonrió y le acarició la cara, le cogió con las dos manos y le besó dulcemente; dijo: -Y tu la persona física que mejor pueda tener, cuidar, y (empezó a parpadear; a temblar trémula) querer.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 12 de abril de 2014)




20140408

LA SEÑAL DEL ESPECTRO



Marta, una amiga que llamaré así, para guardar la palabra que le di, me contó que su marido desde hacía años había cambiado por un incidente que tuvo. No es el mismo. Viajaba todos los días en coche a su trabajo, fuera de Ciudad Real; así, se levantaba muy temprano con el fin de salir antes de que amaneciera para viajar tranquilo sin prisas y llegar puntual al trabajo. Un día, como otro cualquiera, se levantó a las cinco y media. Después de la ducha, desayunar y recoger sus cosas, paso por las habitaciones a dar un beso a su mujer y los chicos. Le dijo el marido que acostumbraba a repasar mentalmente todo lo que tenia previsto hacer para el día mientras bajaba al sótano a recoger el coche del garaje, de manera que, cuando puso el coche en marcha aquel día, ya estaba con su agenda mental preparada. Tomó con el coche la salida de la ciudad por la Ronda a la carretera Nacional N-420, en dirección a  Carrión de Calatrava. Llevaba la radio puesta y escuchando un programa magazín en el que conversaban con la gente, que le entretenía y ayudaba, tanto para estar despierto como para no sentirse solo. El viaje comenzaba bien; tranquilo; relajado; despierto y con el ánimo dispuesto para una nueva jornada. El tiempo, el propio de el verano, era bueno en esa semana; algo de brisa  y el comienzo del día con temperatura ideal, suave y agradable. Además llegaba hasta él, a través de la ventanilla  que tenia medio abierta, el perfume de las plantas aromáticas silvestres cercanas, de las encinas de una pequeña dehesa  a su izquierda y  de las viñas que se extendían más adelante  a  un lado y otro. Así pues, con el ánimo totalmente positivo, se sentía muy bien. Pero todo iba a cambiar. Eran las seis menos diez minutos cuando, al llegar al cambio de rasante de los cerros de Huertezuelas, vio como a la derecha, en el arcén, a la altura de la salida de un camino, había un hombre que parecía agricultor, con sombrero de paja, que le estaba haciendo una extrañas señas. Conforme se acercaba  comprendió que quería que le prestara atención con sus señales. Levantó el pie del acelerador y fue frenado el coche poco a poco. Cuando estaba a unos treinta metros empezó a arrepentirse de haber disminuido la marcha del coche. Porque no era un hombre normal. Se le veía bien todo el cuerpo, incluso la ropa de trabajo que llevaba puesta, pero todo él parecía refulgir con una luz azulada especial que irradiaba una luminosidad  extraordinaria. Al pasar junto a él, lo miró y trató de entender lo que le podía decir ese extraño hombre, pero, tanto la mirada triste, angustiada y suplicante que tenía, como el hecho de que, a través de él, podía ver un chaparro que había detrás, hizo que supiera en ese mismo instante, que era un extraño fenómeno sobrenatural. Era un espectro o fantasma; es decir, la imagen de una persona muerta. El corazón le dio un vuelco, el pelo se le erizó y unos escalofríos le recorrieron por todo el cuerpo. Pisó el acelerador y no quiso mirar para atrás. En un instante se presentó en Carrión y sin dudar ni un solo minuto, dio la vuelta por la carretera comarcal CR- 211 hasta Fernán Caballero y desde allí volvió hasta Ciudad Real. Este viaje, lo hizo tiritando del terror que le consumía y con las palpitaciones aceleradas haciéndole creer que el corazón iría a entrar en crisis. Llegó hasta su casa, subió deprisa y cuando abrió la puerta del piso, nervioso y atropellado le contó todo a Marta. Luego llamó a su empresa para advertir que estaba enfermo. Se metió en la cama y así estuvo hasta que, a la caía da la tarde, más tranquilo, se levantó. No le dijeron nada a nadie, porque parecía un suceso difícil de creer.  Así siguieron su vida intentando olvidar el asunto.
Un día me encontré con Marta que sabiendo que yo investigaba algunos sucesos parecidos, por haber tenido noticia de ello, me rogó que indagara que es lo que pudiera haber de real en todo esto que acabo de contar, con el ruego que no lo hiciera público para que no se pudiera identificarles.
Aunque he pasado por la cuesta de Las Huertezuelas en innumerables ocasiones desde que era chico, y la conocía de memoria, aún así, me fui a la mañana siguiente hasta allí para ver el lugar justo en el que, al parecer, habrían ocurrido los hechos. Tomé nota del punto kilométrico y el hectómetro en el que estaba. Pensé que si realmente se hubiera aparecido un espectro, en ese lugar, debería corresponder a alguien que habría muerto allí recientemente, y puestos en ello, lo normal es que hubiera sido por un accidente de tráfico.  Días más tarde fui a la Jefatura de Tráfico y pregunté si, en ese mismo lugar, sucedió algún accidente recientemente, para lo que puse como horquilla temporal, para ello, desde el año anterior, por la misma fecha, hasta la del suceso. Acordó el funcionario que me atendió, y que conocía, que, en cuanto lo averiguara, llamaría para decírmelo. En ningún momento le conté el suceso que me tenía intrigado, y, mucho menos, le hubiera descrito el aspecto y descripción del espectro que se le apareció al marido de Marta.
Pasaron tres días y al tercero, a las once de la mañana recibí la llamada del funcionario de Tráfico. La descripción que me contó hizo que me recorriera un escalofrió por la espalda hasta ponerme los pelos de punta: Había ocurrido dos meses antes un accidente de tráfico en ese mismo lugar, a las seis menos diez de la mañana, la víctima había sido un hombre; debía ser agricultor; había salido del camino con su tractor, que fue arrollado por otro vehículo. Cuando llegaron la Guardia Civil y el juez a levantar el cadáver, encontraron en la cuneta el sombrero de paja ensangrentado. Debió entrar en la carretera sin hacer un stop y no debió ver al vehículo que le arrolló.

Lo he pensando muchas veces si debía decirle esto a Marta, pero siempre terminé por resolver que no debería decírselo. Quizá un suceso angustioso que les hizo pasar mal, no debería volver a sus vidas. Pero lo cierto es que, estas cosas de los espectros tiene una parte positiva: siempre cabe la duda si realmente fue verdad o... simple alucinación. A lo mejor lee esto y es la mejor manera de verlo: como un relato.

20140402

Ojos en la noche



Las siete y media, -pensó Mariana-. Se hace tarde y este muchacho no llega. No podía esperar más: cogió las llaves y dos bolsas con la compra, las metió en el coche y, después de poner la antena, arrancó el motor y salió. Más rápido de lo que era habitual en ella. Conducía muy bien; prudente; no solía dar acelerones; pero, era tal el enfado que se le iba acumulando que, salió disparada de su calle,  cogiendo la cuesta de salida de la carretera a Monforte, a más velocidad de la que solía. La tranquilidad pudo venir en cinco minutos y… le vino; pensó que no merecía la pena empezar así los días de vacaciones. Sonó el teléfono y se conectó el manos libres. Le dio al botón del volante y se oyó la voz de Ciprian -¿Si?- Oye Marian… perdona que no haya llegado pero… el coche ¡me ha dejado tirado!.. Me dicen en el taller que ha sido no se qué del carburador… ¿te has ido tu ya? – si tío, claro que si, estaba ya harta de esperar… pero ¿Cuándo, cuando vienes entonces? –En cuanto terminen con él, salgo para allá, estoy en A Cañiza, así que, en una hora o así… y si no lo terminan… me tendré que quedar a dormir en un hotel cerca de aquí… joder, vaya mierda Marian, qué mala suerte. – Bueno no te preocupes, ya estoy a diez minutos de la casa de Cebreiros, allí te espero. Ten cuidado con la vuelta. – Vale. ¿No te va a dar miedo estar sola allí?- No. No creo que haya motivo como para que le tenga. No te preocupes. Ven cuando puedas. Un beso.- Vale Marian. Un beso. Hasta luego-
La tarde estaba languideciendo más pronto de lo habitual. Unas nubes cargadas de agua estaban quitando la poca luz que le iba quedando y, la naturaleza, había tomado colores intensos, propios de una pintura del Renacimiento. La emisora que llevaba puesta, emitía una canción de los ochenta, algo tristona, y cambió a la emisora de rock. ACDC, con toda la potencia de su ritmo, llenó el coche y le contagió su energía. Se puso a gritar cantando el estribillo y así hizo el viaje que le quedaba hasta que tomó el camino de la salida de Cebreiros, hacia las afueras, por el norte. En ocho minutos de marcha lenta llegó hasta la cancela de la finca, bajó, se le cruzó un tejón y le dio un buen susto. Sacó las llaves y abrió la cancela. Volvió al coche y, una vez que había pasado, bajo de nuevo. Se puso a pensar: ¿cierro con llave? ¿O lo dejo abierto? Recordó lo que dijo Ciprián sobre si le daba miedo, y era verdad que no había pensado en ello, pero, cuando le hizo ese comentario se le debió meter en la cabeza alguna mala duda. Cerró con llave. Bajó las cosas del coche y respiró profundo cuando estuvo dentro de la casa. Olía a guardado, como decía su marido. Le gustaba ese olor. Abrió algunas ventanas para ventilar y se puso ha preparar la casa para estar confortable esos días: calefacción, termo, antena de la televisión y recogió bastante leña para la chimenea, mientras pensaba en el tejón. ¡Puto bicho! ¡Vaya susto que me ha dado. Al terminar las  tareas rutinarias, que las hacía sin pensar, se fue hasta el ventanal grande del salón y se puso a mirar la tarde que estaba a punto de caer. La primavera había llegado, pero aun no se notaba demasiado las últimas lluvias. Las hierbas quemadas por el frio de la vaguada le estaban diciendo que aun no había brotado nueva. Repasó toda la línea del horizonte y, entonces, le vio. En la cerca, a menos de sesenta metros había un hombre de unos cincuenta años que estaba mirando hacia allí. Él no le podía ver, por el estado de la casa en penumbra: no había encendido las luces, y aún quedaba algo de luz solar. El desconocido debía estar deslumbrado por la luz exterior y seguro que a ella no la veía. Permaneció allí un buen rato, como si estuviera estudiando la casa. Los nervios acudieron sin llamarlos. Pero el extraño se marchó. Andaba cojeando y apoyándose en un palo que le hacía de bastón. Tenía una extraña forma de mirar, su constante manera de escudriñar todo lo que se le ofrecía a la vista no era solo una curiosidad extrema, era una atención como si quisiera memorizar todo lo que veía. Recapacitó y pensó que se estaba imaginando demasiadas cosas. Recordaba aquellas veces que se quedó sola en la casa y nunca sintió miedo, nunca, pero, en ese momento, empezó a inquietarse y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. ¿Seria por la advertencia que le hizo Ciprián, sobre si le iba a dar miedo? Intentó pensar en otra cosa. Se sentó en el sofá y encendió la televisión. Oir a alguien hablar le hacía mucha compañía y se recostó sobre uno de los brazos, arrebujada con el cojin; llamó a Ciprián con el móvil. El tono seguía llamando pero no lo cogía, al cabo de un minuto, después de volver a llamar, contestó: -¿Marian? Dime. – Ciprián ¿te han arreglado el coche? – No. Les falta no se que pieza y hasta mañana a primera hora no la tienen. ¿No? Entonces ¿te quedas a dormir? – Si claro, ya te dije. Si te da miedo estar sola vuelve a Ourense. Mañana podemos retomar el viaje desde allí. – No déjalo. Mejor te espero aquí. Bueno, ten cuidado; hasta luego; un beso. – Hasta luego, pero hazme caso si te sientes mal, vuelve. ¿Vale?- Vaaale-
“Mejor te espero aquí” es la frase que le dije, pensó Mariana. Espero no arrepentirme de ser tan cabezona.
Estuvo viendo las noticias en le televisión y por si fuera poco, en el reportaje final estuvieron hablando del chupacabras. Ya saben, ese monstruo que deja sin sangre al ganado y que dicen que también lo hace con algunas personas que se vieron sorprendidas en campo abierto. La verdad es que ya había oído  hablar de ello y nunca le había dado la mayor credibilidad, pero pensó en ese momento ¿y si fuera verdad? Dicen que en realidad pudiera ser un extraño extraterrestre de color verde oscuro. En estas estaba cuando oyó un ruido en el exterior como si un animal hubiera tirado algún cacharro. Encendió la luz exterior y se asomó a la terraza con una linterna en la mano, miró en las sombras y cuando la giró hacia la izquierda dio un grito desgarrador. Al fondo, en el macizo de los rosales se veían brillar unos ojos que miraban fijamente. Se dio la vuelta corriendo, se metió en la casa, cerró la puerta con cerrojo,  y bajó las persianas de toda la planta baja. El corazón le explotaba en el pecho, de las palpitaciones que tenía. Se movía por el salón como un animal encerrado y desesperado. Cenó un sándwich de salmón con lechuga y tomate, con un zumo. Permaneció cuatro horas en el sofá, tapada con una manta, con los ojos como platos, viendo la televisión y mirando constantemente de un lado a otro aterrorizada. Pero, poco a poco, el cansancio fue haciendo que se fuera escurriendo en el sofá hasta que totalmente tumbada, quedo dormida.
A la mañana siguiente, se abrió la puerta súbitamente y ella se despertó sobresaltada. Era Ciprián que había llegado. Le contó lo que había pasado y dijo él sobre los ojos que vio: -debía ser un gato, su órgano de la visión está provisto de una lente y una especie de espejo curvo situado detrás de la retina, que es capaz de reflejar un cono de luz hacia la fuente que lo ilumina. – Jopé con el puto gato. –dijo ella.

Pero ya no volvió a quedarse sola allí. (Ni su marido tampoco).