20150425

LA SEÑORA DEL METRO


Don Teófilo, el vecino, empezó a toser. Si, eran las seis y media. La hora en que  se levantaba, ya no fuma pero da lo mismo, tantos años fumando  Ideales y Peninsulares le han dejado una bronquitis crónica que le hace toser todos los días del año. Abrió Vincent  la ventana dejando que las luces de la calle entraran en su cuarto. Se duchó, desayunó, preparó la cartera con los papeles que debía llevar a la reunión y puso en ella dos barritas energéticas para mitad de la jornada. Después de comprobar que llevaba el móvil, las gafas y la billetera, salió de su pequeño piso y de la casa, camino del metro. Madrid era un rumor permanente, le sorprendía cómo desde tan temprano había por todo los barrios tráfico rodado; aún así, su calle permanecía desértica, el fresco de la mañana era más de invierno que de abril, pese a eso, no se había abrigado demasiado. Desde los tejados y azoteas, algunos mirlos conversaban dándose voces comentando el paso de aquel solitario paseante que marcaba su paso con energía. Un estruendo sonó en el solar abandonado: una chapa había caido y cuatro gatos salieron corriendo sorprendidos por su propio estropicio. En unos minutos llegó hasta la puerta del metro y se dejo sumergir en las enormes profundidades por la escalera automática. Tranquilo, sin saber de la experiencia que iba a cambiar su vida durante las próximas semanas. En dos minutos llegó el tren y subió al vagón. Cuando se puso en marcha de nuevo, se sentó en una plaza vacía y al momento iba pensando en los valles del Pirineo francés, donde solía ir a casa de su tío Jonás, en Olorón: Las mañanas sentado en la orilla de río Aspe, leyendo…Una señora en el asiento de enfrente, de unos sesenta años, muy limpia, vestida con colores vivos, el pelo de melena corta que antes debió ser muy rubio y ahora blanco, le miraba con insistencia; al percibirse él, hizo una señal con la palma de la mano, para que se acercara más y entre el ruido del tren, sonriendo, le dijo con un castellano con acento extraño: - Me llamo Fiona. Tienes razón, se está mejor sentado en la orilla del río, de cualquier río, leyendo, que en este tren ruidoso. ¿Cómo te llamas? Él, sorprendido por las palabras de la señora, saliendo de la sorpresa contestó: -Vincent. – Ese no es un nombre español, es más bien francófono ¿no? Soy de Dinamarca, de Aharus, nací y viví en el barrio viejo de la ciudad y cuando me casé me fui a vivir a Copenhague a la Frederiksberggade, allí pasé prácticamente los últimos cuarenta años, en un piso amplio encima de una tienda que aquí llaman ferretería, pero con mas cosas a la venta dedicadas al hogar;  y… esto de lo que te sorprendes, ya sabes, lo de oír lo que dices cuando estas callado, es una facultad que me viene de familia, de mi abuela Annelise; ella creo que lo heredó de su madre. No, no es lo que piensas, lo veo por tu cara, es solo lo que hablas sin pronunciar palabra, tus pensamientos personales, íntimos, no los oígo, al menos que los dirijas a quien te oye como yo o sean palabras que pudieras decir en confianza a cualquiera, por no ser reservados. Bueno, me tengo que bajar, la próxima estación es la mía, encantada de conocerte Vincent. No te reserves tus buenos sentimientos, sácalos, aunque sea, como antes, hablándolos sin palabras. – Se levantó, se fue hacia la puerta y al momento se abrió ésta. Volvió la cara y sonriendo se despidió en danés: -Vi ses senere
Vincent se quedó abstraído pensando en lo que le había ocurrido con Fiona, la extraña mujer que podía oírle sus pensamientos. Era muy extraño, no desconfiaba, pese a que era una total desconocida para él, y le había infundido un afecto más propio de un familiar muy próximo, de alguien al que se le quiere. Un poco extraño, sí. Pensando en estas cosas casi se le pasa la estación en la que se tenía que bajar y en poco tiempo estaba en su mesa del trabajo, frente al ordenador y mirando a un folio, encima de la mesa, sin poder dejar de pensar en Fiona. Una voz de su compañero le sacó de su ensimismamiento: - ¡Vincent!, ¡despierta!, estás en otro sitio, joder tío, espabila que tenemos que acabar la cuenta del Seguro, ¡anda tío, venga! Volvió a su realidad y no paró hasta terminar la jornada. A la vuelta, cuando tomó el metro, al momento se acordó de Fiona y empezó a mirar en Internet, en el móvil, fenómenos parecidos de lectura del pensamiento: Nada convincente, en la posibilidad de la telepatía, al parecer, la comunidad científica no ha podido probar nada, y solo se remiten a los casos testimoniales en los que se ha podido establecer alguna comunicación.
A la mañana siguiente, cogió, como todos los días, el metro para ir al trabajo. Tuvo que esperar más de diez minutos hasta que llegó. El vagón, totalmente lleno, iba tan apretado que apenas podían moverse del sitio. Como otras veces, para evadirse de aquella situación, recordó el camino de la sierra por el que subía hasta el Pico de las Águilas. Parecía ver la hierba de los bordes del camino, donde él tantas veces había encontrado las plantas silvestres más raras, tanto las aromáticas, medicinales, como las comestibles y las venenosas. Recordaba que la última vez que había subido estuvo un buen rato cogiendo los brotes de un rodal de collejas que habían salido al lado de la finca del herrero. El cielo plomizo, cargado de nubes grises, tan oscuras, que oscurecían la mañana de aquel domingo de abril; la brisa fría hacía algo desapacible el paseo, pero la escasa luz que dejaban las nubes, daban un color intenso a la vegetación y a las piedras que brillaban por  la lluvia de la noche anterior. Dos águilas sobrevolaron la ladera: buscaban algún conejo o liebre de los muchos que habían desde que desaparecieron los zorros de la sierra.  De pronto oyó, entre el ruido del tren una voz conocida: -¡Vincent! Miró hacia donde se oía que le llamaban y, entre las cabezas de un chino y dos chicas que más que hablar chillaban, descubrió a Fiona, que sonreía. En la siguiente estación, se vació el vagón lo bastante para que se pudiera acercar hasta ella. – ¡Hola Vincent! A mi también me gusta coger hierbas silvestres del campo. Aquí en Madrid no lo puedo hacer, en Dinamarca lo hacía con frecuencia. Un día estuve en la sierra de Madrid y en Rascafría me di un paseo grande yo sola, y llené un cesto de plantas para la cocina. Pero no lo puedo hacer con frecuencia como antes.  Él se volvió a sorprender que ella hubiera escuchado, oído o percibido lo que estaba pensando momentos antes. – No te sorprendas Vincent, la mejor cualidad de la persona sabia es la de esperar y no sorprenderse de las cosas, por muy extraordinarias que sean. Tú eres inteligente y creo que lo tomarás bien.

Fiona y Vincent, hicieron una buena amistad y terminó él, oyendo lo que le decía ella, sin pronunciar palabra.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 18 de abril de 2015)

LA RANA DORADA


Al parecer, cuenta la auténtica narración de la fábula.

Hace mucho tiempo, un día de agosto que la temperatura había subido por encima de lo normal en las frondas de los Alpes, cerca de los baños de Bad Gastein, una muchacha, joven, hermosa, delicada, paseaba con unas amigas por el bosque. Llevaba un libro en el bolsillo de su falda y se detenía de vez en cuando a ver las plantas del borde del camino y los minerales que iba encontrando. Las lecciones de profesor Kellen Schrader la tenían muy interesada en la naturaleza. Algo sofocada por el esfuerzo que había hecho subiendo la pendiente, decidió sentarse en una roca en el borde del camino que serpenteaba por la montaña bajo la sombra de una enorme haya. Los haces de luz del sol llegaban desde las copas de los árboles dándo color a la naturaleza. Desde lejos la llamaban sus amigas que habían decidido bajar antes que ella. - ¡Emmanuelaaaa! ¡Ven con nosotras! Vamos a ir a comprar al pueblecito más cercano. –Ella les contestó con firmeza: – ¡Marchad vosotras! Yo bajaré dando un paseo, quiero buscar algunas plantas que me interesan. – Bueno, allá tu, pero no te demores o nos regañarán a todas, por favor, no lo hagas. No os preocupéis, enseguida bajaré a la Residencia. – Dicho esto, Emmanuela siguió sentada en la roca  abanicándose con lentitud y mirando con detenimiento a todo lo que veía alrededor. Un arroyo bajaba pleno con la corriente precipitándose por la pendiente por un lecho de piedras y rocas entre las que habían prosperado plantas acuáticas que servían para amortiguar algo el gran rumor que llenaba todo el contorno. La resina de las coníferas perfumaba el aire y atenuaba el olor de la umbrosa humedad de hongos y de podredumbre de la madera muerta. Desde lo alto de los árboles, un cascanueces y el gallo lira se escondían de una águila real que sobrevolaba en las alturas; aun así, se oía cantar a los pájaros que no parecían temer su presencia ni la de la chica. Se sentía tranquila, no parecía temer la soledad que le iba envolviendo y aun era temprano para inquietarse por la vuelta para la hora de la comida. Quizá la reprendieran por quedarse, pero ella no temía estar sola.  Tan bien estaba, que se recostó en el tronco del haya junto a la roca y sacó el libro; lo abrió y leyó el título: Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut. Del Abate Prévost.   Pasando por encima de la advertencia del autor, comenzó  a leer: Me veo obligado a hacer remontarse a mi lector a la época de mi vida en que me encontré por primera vez con el caballero Des Grieux. Ocurrió unos seis meses antes de mi viaje a España. Aunque rara vez saliese de mi soledad, la complacencia que sentía por mi hija me obligaba en ocasiones a diversos viajes cortos…  El bosque la envolvía mientras leía y en unos momentos parecía que nada ni nadie la iba a importunar,  sin embargo, de manera súbita, no muy lejos, oyó la voz de un hombre,  como encerrada en vasija, que la llamaba: - ¡Joven, por favor, acércate! – Ella, algo asustada, miró hacia donde parecía que estaba el origen de la voz  cerca del arroyo, sobre una pequeña roca. Pero no veía nada. Miraba para un lado y otro pero no veía a nadie. – No joven, no, por favor, no me vas a ver como imaginas, estoy aquí encima de la roca pequeña la que está rodeada de helechos. Emmanuela miró a donde le decía y allí no había ningún hombre o joven, nadie; pero sí había una pequeña rana de color dorado que parecía mirarle. – Si, si, soy yo, la ranita ésta pequeña que estas viendo. -La rana se movía y parecía mover la boca cuando se oía la voz. Sorprendida por el prodigio que estaba viendo, una vez recuperada de la sorpresa preguntó. -¿Cómo es que hablas? ¿Quién te ha enseñado? ¡No sabía que los batracios pudierais hablar! – Bueno (dijo la rana) en realidad no me ha enseñado nadie, y las ranas no suelen hablar. Soy Francisco del Este, heredero de los Ducados de Módena y Reggio y estoy llamado para regir después de mi padre. Un brujo, que vivía en el castillo al servicio de mi padre y que solía vivir a su costa, enojado por haber seducido a su hija, le dio por pedir más de lo razonable y mi padre se enfureció con él, así que lo despidió. Él se ha vengado echándome un conjuro convirtiéndome en esta rana exótica que ves. Solo hay una manera de romper el hechizo: una joven de sangre real debe besarme en la boca y al momento recuperaré mi forma humana. ¿Usted joven es de sangre real? Mire, eso creo, soy Emmanuela de Parma, hija natural de Fernando de Parma, y sí, tengo sangre real que corre por las venas de las monarquías de Francia, España, y Parma. – Entonces quizá pudierais ayudarme y hacerlo también con los Ducados del Módena y Reggio, si falto yo lo mas probable es que haya un  grave problema con la sucesión y con esos conflictos, suele correr la sangre. Eres muy hermosa y gentil, veo que te gusta leer, con lo que deduzco que eres inteligente y culta, escuché que les decías a tus amigas que buscabas plantas, solo una persona que le interesa la naturaleza puede ser buena con la gente y tratarla con dignidad. Yo he conocido muchas jóvenes hermosas y de buena cuna, y creo que a lo mejor podía hacer que te interesaras por mí, soy apasionado y culto y pienso hacer feliz a la mujer que quiera casarse conmigo. No, no digas nada todavía, se que las relaciones entre dos jóvenes deben ser lo suficientemente respetuosas para que pueda haber algo mas que atracción y que puedan quererse. No podrás saber cómo soy si no se rompe el conjuro, ahora solo ves una pequeña rana.La verdad es que estoy muy confusa y no se que pudiera hacer, tal y como lo dices ranita, parece razonable, y el esfuerzo que debo hacer no es muy difícil; siempre me han gustado los animales y una pequeña ranita no me da ni miedo ni asco. Esto parece locura pero… ¡Acepto este desafío que me propones! Haré lo que me dices y necesitas. - ¡Bieeen, muchísimas gracias! Eres muy gentil y te lo agradezco mucho, creo que me gustas.

Diciendo esto, Emmanuela se acercó a la roca con las palmas de la mano en forma de cuenco, que con sus guantes de seda pareciera un hermoso lecho, y saltando sobre ellas la ranita, la cercó hasta su boca y la besó en la suya. Un gran destello iluminó esa parte del bosque deslumbrando a Emmanuela. Luego de disiparse una bruma apareció un joven de hermosas facciones vestido de amarillo dorado que sonreía. La joven Emmanuela empezó a sentirse muy mal, el corazón se le empezó a acelerar y una gran parálisis le empezó a invadir por todo el cuerpo. Viéndola mal, él sin dejar de sonreír le dijo: - Debo disculparme contigo, y lo siento mucho. No te dije que el brujo me convirtió en una rana dardo venenosa o con su nombre científico: Phyllobates terribilis. Lo siento chica, morirás en breve, pero, como dijo Maquiavelo, es una Razón de Estado.

(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real el 11 de abril de 2015)

RUE DE TRONCHET, 32


Manuel, amigo de mi padre, dijo que comunicaría algo de interés; mandó un archivo por correo electrónico; en él, incluye su aventura en París que cuento si omitir nada: 1. En París.-La mañana de tres de abril llegué a París en avión. Tenía todo arreglado y solo había que firmar los papeles. Iba pensando en el tren, camino de la Estación del Norte, sobre cómo podía ser mi vida a partir de ese día. Algo intranquilo por las gestiones que había encargado a la inmobiliaria que me recomendó mi amigo y compañero Jaime: esperar a que llegaran las compras en el piso y cerrar la compra del pequeño local comercial para el taller. Los cambios hay que tratarlos con valentía, dije para animarme. Eso es lo que estoy haciendo. Desde Estación del Norte hasta la casa cojo el taxi, no estaría mi destino muy lejos, pero las dos maletas pesan lo suyo. Llego a la casa en el 32 de la Rue de Tronchet y, cuando despido al taxi, echo una mirada hacia arriba: no me había equivocado, la casa es de las clásicas del urbanismo parisino, incluidas buhardillas. Entré en el portal y me aborda un hombre de mediana edad. -¿Quería algo?Bueno…sí, voy al tercero, creo que me están esperando; verá, he comprado piso aquí y me van a dar las llaves. Debe ser el portero; se queda mirando y esboza una sonrisa; cambia su seriedad y me llama por mi nombre: - ¿Monsieur Manuel Sánchez? Le esperan arriba. – Merci. Dije sonriendo. Cogí el ascensor. Llamé al timbre en el tercero y abrió la puerta una amable muchacha que sonrió. -¿Monsieur Manuel Sánchez? Repitió.- Soy Claudine, de la inmobiliaria. Entre. Bueno este es el piso, espero que le guste, esta todo limpio, se ha pintado de nuevo, es amplio, orientado al mediodía, y como ha visto muy céntrico. (Fue muy sincera la inmobiliaria al confesarme que el precio era muy barato por el asesinato que hubo en él meses atrás). – Si, me va gustando lo que veo. Estuve un rato mirando al detalle. Había llegado lo que había comprado por Internet: el  menaje de cocina; vajilla y cubertería; la cama de madera y ropa de cama; dos sillones y una mesa: finalmente di mi conformidad y firmé los papeles. La inmobiliaria se haría cargo de administrar los impuestos y del mantenimiento en mi  ausencia. Me dio las llaves y me despedí de ella.
 2. La mañana es triste, sucia. El cielo plomizo permite que desde las ventanas entre una luz que llena las estancias con claridad. El salón  tiene suficiente luz para sentirse confortable. Después de descansar un rato salgo y tomo algunas cosas en una creperie cercana. Cojo el metro y llego al 14 de la Rue de Vintimille,  donde he comprado el pequeño local. En el momento de dar la vuelta a la llave, comprendo que en ese momento comienza una nueva vida para mí. En ese local, esta puesta mi esperanza de realizar un trabajo creativo, sin prisas, sin temer a  depender de ello para vivir, vaya bien o mal; donde dejaré atrás todos los pensamientos que me atenazan y no me dejan encontrar la tranquilidad. Mi nueva y gran fortuna me da una oportunidad. Sí. Allí esperaban al fondo la mesa de carpintero, las estanterías con las herramientas, los tintes, las selladoras, las ceras, la pasta de madera y aerosoles. Sierras antiguas y modernas de todo tipo, lijadoras, taladros, barrenas, en fin todo lo necesario para empezar con pequeños trabajos. Lo mejor, las tablas para preparar. En la derecha, las maderas; su olor ya perfumaba el local. Descorrí el tablero que cubría el ventanal grande del patio y la luz del sol llegó hasta el taller, tamizada por las paredes del patio. Encima de la mesa había un paquete. Lo abrí y sí, habían hecho bien el encargo: las cortinas traslucidas blancas de los ventanales de la entrada. Fui al armario cerrado, que tenía las llaves en sus cerraduras. Todo los permisos, Seguridad Social, del Ayuntamiento de Paris y de los Impuestos. Al lado de la mesa, un escritorio de persiana abierto tenía todo lo necesario para empezar; solo faltaba el portátil, la conexión a Internet estaba operativa según me habían dicho.
Salí a respirar profundamente en la calle y miré a la parte superior. Tendría que poner el rótulo: SÁNCHEZ. CHARPENTIER. ÉBÉNISTE. RESTAURATEUR. Llamé y me confirmaron, mañana por la mañana lo pintaban. 2.- Comienzo de mi vida en París. A la semana siguiente ya había empezado a hacer mis trabajos en el taller. Compré varios muebles antiguos y estaba con ellos. A media semana, el martes, salí a tomar un café y me abordó una muchacha muy gentil y de una belleza especial, delicada, con una tristeza que no le parecía agobiar. – ¿Señor Sánchez?  Soy… Claire… Levallois. Me interesa que me repare un sillón Luis XV, ¿podría? – Por supuesto, tráigalo al taller y  lo vemos. Si no está muy deteriorado seguro que algo se podrá hacer. Solo le pongo una condición: no le doy tiempo de reparación; yo, me tomo mi tiempo; ¡y no me gustan las prisas!. – Ah, de acuerdo, no hay prisa, solo me interesa que quede bien, le tengo mucho cariño a ese viejo sillón. – Bueno, pues le espero. – Mire, yo no lo llevaré ni lo recogeré, se lo llevaran, a nombre de Levallois. – De acuerdo, lo anoto: Levallois. – ¿Le importa que venga aquí algún día a hablar con usted y me dice como va? Perdone, no me interprete que le quiero dar prisa: solo es que me interesa seguir el proceso. – Como quiera. De acuerdo.
3. Después de su conversación al día siguiente me llevaron el sillón y cada tres días acudía ella a hablar conmigo, bien en la creperie donde tomaba café o en el taller. Parecía que Claire se sentía conmigo con una cierta empatía, que le gustaba mi compañía y me preguntaba sobre mi vida particular y sobre todo lo que se le ocurría; yo, aunque no se molestaba, no le contestaba a las personales, solo evasivas. Creo se quedó algo desilusionada cuando dijo: - Perdone que pregunte: ¿Tiene pareja? ¿Alguna relación?  Con una sonrisa más que forzada contesté algo seco: -No; no lo pienso siquiera. Su cara se quedó no se si triste o decepcionada. Pero ya no quiso seguir hablando y pasados unos minutos, se despidió y se fue. Le avisé cuando estuvo arreglado el sillón. Vinieron a por él.
4. Después de que retiraran el sillón, esa noche oí en el apartamento pisadas de alguna mujer con tacones, me levanté varias veces y nunca vi nada. Se oían a cualquier hora de la noche, pasos cortos, largos, pequeñas carreras…Se repitieron otras noches… Estuve investigando en Internet cual habría sido el crimen que allí se había cometido. Después de varios días de búsqueda, encontré una noticia en los periódicos. En Le Monde y Le Figaró informaban de la muerte de una señora que mataron con la pata de un sillón Luis XV. Se llamaba Mariana Levallois, dejaba una hija, Daniele. Fue culpado y arrestado un hermano suyo. Venia una foto de la victima. Era la misma cara de Claire, la muchacha que me había estado visitando y cuyo sillón arreglé. 
Esa noche se volvieron a oír los pasos de una mujer, taconeando en el apartamento. Pasados unos segundos, espontáneamente grité: -¿Claire?
Se pararon en seco. No volvieron a oírse.

5. Algunos días, en el taller, cuando más estoy concentrado en la reparación de algún mueble, oigo los pasos cerca. Digo: - Hola Claire, siéntate si quieres. Se oyen algunos pasos, se mueve algo el sillón del escritorio y  pienso que ella está conmigo. Ya no estoy tan solo. Pienso que ella, tampoco. 
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 28 de marzo de 2015)

CUANDO SE FUÉ DOMINGO TOUCIÑO


Brixida de Moas y Touciño, la hija del tallista y ebanista Francisco de Moas, natural de Santiago y de  Andrea Touciño, la cual nació y se crió en Ourense, era chica sensible e inteligente. En aquel año en el que se publicó en París el primer tomo de la Enciclopedia de Diderot y d`Alambert y  en los que reinaba en España  Fernando VI, no había muchas posibilidades de que una chica lista y espabilada pudiera tener algunas letras. Los cuatro reales de vellón que tenía de jornal el padre no daban para mucho, aunque con gran esfuerzo y con la ayuda de  su pariente Ignacio Vázquez de Quintela, próspero mercader de paños, que  procuró más de un libro, y la paga de Marta de Aguiar, maestra de niñas, pudo hacer que la chica tuviera ilustración. Así pues Brixida, día a día fue adquiriendo buena cultura y con su sensibilidad y bondad, consecuentemente, teniendo mejor juicio que la mayoría de las muchachas de su edad.
La casa de su padre, Francisco, en la planta baja, por la que se accedía por un portalón, era suficiente para entrar el carro y la mula hasta al fondo del patio, junto a la cuadra. Fue con la aldaba de ese portón con la que llamó su tío Domingo, el cantero, aquel día de Difuntos, antes de partir hacia Sevilla en el barco que zarpaba de Bayona. Fue el último día que su madre lo vio y el último que ella habló con él. A la derecha de la portada, tenía el taller, A la izquierda, una cocina con  hogar y chimenea que cubría todo el ancho de la habitación, mesa grande y dos arcones, que servían de diván bajo las ventanas exteriores; desde las que se veía un prado de mijo menudo con algunos frutales diseminados que alegraban la vista en su tiempo de floración y  cosechas. Fue allí donde la niña Brixida leyó su primer libro, sentada en el hueco de la ventana durante el día y junto a la lámpara de aceite durante la noche; allí también leyó más tarde, cumplidos los diez y seis, el libro en el que se trataba de venturas y desventuras de Gil Blas de Santillana, de Alain-René Lesage, traducida del francés por un profesor de la Universidad de Santiago, y Robinsón Crusoe de Daniel Defoe, traducida al portugués en Oporto, por Bieito, tenedor de libros. Digo esto porque no era estas cosas muy frecuentes en aquel tiempo, más bien extrañamente raro; pues las rapazas, y más de su condición, estaban obligadas a forjarse bien para el trabajo de casa y al cuidado de los hijos, cuando los tuvieran. Así pues hablo de una persona excepcional, como lo fueron también sus padres, y su pariente Vázquez de Quintela, el mercader de paños que citaba, conociendo su inteligencia, que le fue ayudando y protegiendo para que se hiciera una mujer culta y preparada. Por eso, el párroco estaba empeñado en hacer con ella una buena monja y Brixida le despachaba siempre con la misma contestación, en gallego: - Xa o irei pensando señor cura; non creo que Deus teña présa... Con el temple que tenía no le daba más importancia a estas cosas, pero su madre, Andrea, si se la daba; miraba más a lo que pudiera pensar la gente de ellos, que en hacer las cosas conforme a lo que pudiera parecer conveniente, así era frecuente terminar discutiendo con su hija que no se ceñía a la manera de vivir que su madre le quería ir poniendo, más por conseguir apariencias que por ser un ejemplo. El 22 de marzo, lunes, con el cielo totalmente cubierto por nubes grises, que se iban oscureciendo conforme avanzaba la mañana, Brixida había terminado de recoger la cocina y estaba cambiándose porque iba a salir, cuando su madre entró en su alcoba y le dijo: - Niña, me dijiste que salías a ver a la señora Marta, tu maestra ¿se puede saber para qué? Brixida, que cuando se ponía ha contestar en serio lo hablaba en gallego dijo. Nai, falei con ela e teño interese en ver como podería dar clases como mestra, aquí en Ourense ou noutro sitio. Interésame moito.Eso sí, ¡mejor eso que aplicarte en tu casa y buscarte un buen mozo que te de buenos hijos y algo de comer! ¡Pero bueno! ¿Cuándo se te van a ir de la cabeza todos los pájaros que tienes dando vueltas? ¿Te estas volviendo tonta, o loca? Todo eso viene por los libracos esos que has estado leyendo y que te metieron fantasías en ella. Conmigo no cuentes ¿sabes? No cuentes; ni que te ayude para que te estrelles de tanta tontuna. Nai vostede non ve mais que o que ten diante dos narices e co seu xeito (manera) tan estreito de pensar esta faciéndose moito dano e nolo fai á familia; o tío Domingo fartouse (se hartó) de vostede, e doíalle (le dolía) moito que se rise (riera) vostede das marcas que poñía nas pedras; por falar demasiado vostede,  perdeu a obra da casa do notario, perdeu a do Concello e, se non se chega a ir, aínda (aún) estaría a traballar para outros de mal xeito (mala manera). No, si tendré yo la culpa de todo, buenos está. ¡Se acabo la charla!
Brixida termino su preparación para ser maestra y como su madre siguió con sus temas de siempre y no la dejaba vivir tranquila, acudió a la llamada de su tío Domingo, cantero en Sevilla, y allí pudo poner escuela en las habitaciones que le cedió él en la casa que compró en la judería. No tardó en acomodarse en su nueva residencia y en acceder a hacer trabajos de archivo en la Casa Lonja de Mercaderes, donde sus conocimientos de las lenguas clásicas y del francés la hicieron tener el respeto y el prestigio entre las gentes de ilustración.
Un día, cuando ya estaba casada, y con dos hijos, habiendo requerido a su madre muchas veces a que viniera a visitarla, finalmente, no se sabe muy bien si por que le pudo más la sangre que compartía con su hija o la edad en la que ya se veía quebrantada y cada vez más sola, accedió a coger el primer barco que pudo en Bayona y se fue a verla a Sevilla. La recibieron Brixida y su hermano Domingo en el puerto y se fundieron en abrazos, pero en pocos momentos comprobaron hija y hermano que la que tuvo, retuvo, y seguía Andrea con sus prejuicios de siempre.

Dos días después salieron a dar un paseo por la ciudad madre e hija, al que no quiso ir Domingo por no aguantar sus impertinencias. Estuvieron viendo los monumentos y edificios más hermosos de la ciudad y, en la mayoría de los que se habían edificado más recientemente, con el asombro de su madre, Brixida le fue enseñando en las piedras la señal de su tío, que había participado en la construcción en muchas de ellas: una “D” atravesada horizontalmente por una “T”; cerca de los arcos,  en los escudos y las piedras maestras. Tambien le enseñó el edificio de la Lonja donde trabajaba ella. Cuando llegaron a la casa, se fue Andrea a ver a su hermano y le dijo – Tenías razón, me he dado cuenta lo importante que es tu trabajo y lo justo que es que tus señales estén en ellos. Estoy muy orgullosa de vosotros. Ya sabes que soy muy tonta. Brixida le dijo: - Non es parva, só que non liches nada.  (No eres tonta, solo que no leíste nada). 
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 21 de marzo de 2015)

VISITA OCULTA


Las 7 y cuatro minutos. Día 14 de abril del 2010. El sol hace ver los ladrillos del bloque de enfrente en llamas. Desde la ventana de la escalera Claudio Iribarren ve más allá las montañas azuleando como si quisieran desvanecerse. Todo eso desaparece cuando oye el ascensor abrir las puertas. Él se gira hacia él, entra en la cabina y repasa mentalmente la agenda del día, un pensamiento recurrente venía a su cabeza una y otra vez: la noche extraña que había tenido. Recordaba: Cerró con llave la puerta a las doce y tres minutos, apagando después la luz del salón; estaba seguro, como todas las noches, que el sueño y el cansancio embargaba todo su cuerpo. Se metió en la cama y apagó la luz. Empezó a relajarse  procurando no pensar en nada, acomodándose en su postura habitual. Doce minutos después creyó que le decían: ángelos llegará para darte el mensaje. Poco tiempo después se repitió dos veces lo que le decían y, según entendió después, se durmió profundamente.
A las siete y quince minutos se despertó con los pasos de la vecina que andaba con los tacones yendo y viniendo por el pasillo. Poco después,  sintió cómo cerraba la puerta y de nuevo se hizo el silencio. Minutos después, apenas dormido, entre el sueño y la consciencia, volvió a oír la frase de la noche anterior: ángelos llegará para darte el mensaje. Dos veces, con el intervalo de unos minutos; cuando llegó la tercera se despertó incorporándose agitado en la cama. –Solo un sueño. –Se dijo.
La luz del sol, que brilla con fuerza durante la mañana va debilitándose a lo largo de las horas, a Claudio le parece que, o bien sus oídos han perdido audición o, lo que es más improbable, algo impide que le lleguen los sonidos con la fuerza de los demás días, oye como si estuviera algo más alejado de todo y sin embargo lo oye, o mejor dicho, no importaba si el origen de los sonidos está cerca o lejos, todos los oye igual y de manera tenue, siente sus pisadas y las hojas de los árboles de la avenida, que están a unos sesenta metros, de la misma manera, con la misma intensidad. Pero, ¿Cómo explicar esto? Calla todo, no dice nada, a nadie; coge el móvil, tentado en llamar, y decírselo a alguien, pero no, solo piensa que debe ir al otorrino.
En el trabajo le advierten  que tiene mala cara y eso le preocupa. ¿Estará enfermando? ¿Está volviéndose loco? ¿Está desarrollando aptitudes extrasensoriales que no había tenido antes? Sigue Claudio su vida habitual y advierte que conforme se acerca el final de la tarde se intranquiliza más. Cuando vuelve en el autobús  del trabajo, amodorrado en el asiento, por un momento le empieza a abandonar las fuerzas y coger el sueño; mas, cuando está en ese tránsito, vuelve a ocurrir: parece  que le dicen: ángelos llegará pronto para darte el mensaje. Levanta bruscamente la cabeza y se espabila como si le hubieran echado un jarro de agua. Una vez en su casa después de mirar el correo electrónico y repasar las cuentas de las redes sociales, busca en la red: oír voces. Al punto lee las páginas que se ofrecen: “Oír voces en la cabeza. ¿Afecta a mucha gente?” y otras. Puede ser esquizofrenia; pero un hombre decía que en la cultura maorí es normal que las personas oigan voces, según ellos son ancestros que advierten de algo para ayudar. Luego busca la palabra ángelos, por si se trata de un nombre especial: Averigua que ángelos es palabra griega y era el nombre que le daban en la antigüedad a los ángeles o mensajeros que vienen en la literatura religiosa del Cristianismo, del Judaísmo y del Islam. La definición de todas ellas sobre ellos es común: seres creados de la luz. Nada de esto le tranquiliza y consecuentemente, al llegar la noche, después de cenar, y puesto que hace muy buena temperatura, decide salir a la terraza y sentarse en la butaca de ratán, oyendo música, con algún libro para leer. Teme ir a la cama y que se vuelvan a repetir las voces. Pasan las horas y el sueño no venía, un cierto estado de nerviosismo lo tiene encogido. Aun así, lee sin parar el libro que había cogido: “Los habitantes del bosque” de Thomas Hardy. Quiere distraer su pensamiento obsesivo.
A las tres y veintidós ve una luz intensa que súbitamente viene hacia la terraza. Se llena de luz azulada con una enorme intensidad que no hace daño a la vista y que se va disipando en unos segundos. Al instante se  materializa una figura humanoide, muy alto, con una transparencia similar a la de las medusas, se mueve con gestos lentos y de una extraña elegancia. Claudio siente que le hablan pero no se oye sonido alguno. Debe ser comunicación telepática. Dice el visitante: Soy el ángelos que comunica que tu tiempo esta contado,  aprovéchalo para hacer cuanto tengas pendiente y te pueda inquietar, tu viaje esta próximo y es conveniente que lo tomes con tranquilidad. Luego de comunicar esto, hace un gesto de despedida y se desvanece con un haz de luz similar al que le hizo aparecer.

Estuvo  Claudio Iribarren  dándole vueltas en su cabeza sobre todas las cosas que le habían pasado en aquellos días. Entendió que no podía estar angustiado por eso y acordó contárselo a su amigo Manuel, el hijo del médico de su familia, don Zacarías Bermúdez. Estuvo Manuel un buen rato pensando lo que le decía Claudio, y estaba preocupado por ello. Días después llamó Manuel a Claudio a su trabajo: - ¿Claudio? He estado dándole vueltas a todo lo que me has dicho y después de mucho pensar y de investigar lo que te comunicó el extraño ente que viste, encontré una noticia en Internet: El Gobierno de Estados Unidos ha desclasificado múltiples documentos confidenciales que han tenido en secreto y hay uno que habla de una experiencia como la tuya. Es un informe del FBI, fechado en San Diego, California, el 8 de julio de 1947, en el que habla de unas entidades, humanoides de mucha estatura y transparentes que vienen, no de otro planeta sino de otra dimensión y que están entre nosotros, luego te lo mando por mail. - Uff, gracias Manolo. Me tranquiliza eso. Pero no mucho el contenido de lo me decía sobre mi “próximo viaje”. – Bueno Claudio, tu haz lo que creas conveniente que sé que lo harás bien. –Eso espero. –Dijo Claudio Iribarren. A los pocos días, no volvió a saberse más de él.  
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 14 de marzo de 2015)