20100625

LAS ABEJAS HAN VUELTO








Desde hace años el panal que hay en mi casa del campo no tenía abejas. No se si fue por alguna mala helada o por los pesticidas del entorno, o por lo que comentan los artículos científicos de todo el mundo, pero lo cierto es que al parecer las abejas están disminuyendo en un número que pudiera calificarse como preocupante. Han sido muchas horas y meses viendo la caja del panal sin el rumor de las abejas cuando venía el buen tiempo. Ahora ,cuando tengo planes para repoblar de frutales el pequeño huerto, que será probablemente una de mis principales ocupaciones cuando me jubile, han debido enterarse ellas y se han traído gentilmente una colonia para que trabajemos juntos para mejor vivir. Con ellas tengo garantizada la polinización correcta y completa de los frutales y conmigo tiene seguro el polen que necesitan para su sociedad.

Ayer vi cómo en el aligustre en flor runruneabam muchas de ellas para alarma de mi hijo. Hace tiempo comprendí que si les dejas tranquilas, por muy cerca que estén, no hacen nada, no pican. Son buenas chicas. Creo que hace falta comprender que son esenciales para nuestra vida.

Según me cuentan si desaparecieran las abejas del mundo, los días del género humano estarían contados. La preocupación actual proviene del descenso en algunos estados americanos de más del 30% de las poblaciones de abejas. Una de las posibles causas de su desaparición podría ser las ondas electromagnéticas de los teléfonos móviles, o celulares, que desorientan a las abejas reinas de las demás, con la consiguiente dispersión de las colonias.

Ya lo tengo muy pensado, cuidaré de las de mi colmena para que al menos ,éstas ,no tengan problemas y sigan en concierto con nosotros. Es una simbiosis que es muy productiva para las dos partes. Son mis abejas y me caen bien.


20100609

EL RASTROJO


















Los horizontes se abren con la luz del estío que llega. Desde el amanecer el color de nuestros campos se tinta de una amarillenta extensión: la paja del cereal recién cortada a ras, que traza bandas alineadas ondulándose conforme fue la marcha de la máquina que las cortó. El amarillo claro de la parte superior da la luz al ocre claro de los laterales; toda esta explosión de luces doradas solo la interrumpe el verde oscuro de encinas, alcornoques y algún ciprés perdido en las sierras, o de verde azulado, de olivares y robledales, en otros. Extensiones de secano que dan la personalidad de la Mancha milenaria. Cereales que cumplieron su ciclo anual dejan el testigo de sus últimos restos en un silencioso reposo; queda ocupado por las dos insistentes notas de los roncos cantos de las chicharras; su parcial abandono le deja al servicio de otras utilidades. Cuando son tiempos malos, a la salida del sol, tras el día de la siega, acudirían la gente para espigar, pero la recolección mecanizada deja ya poco margen. La recogida manual llevaba muchos trasiegos, que hacían caer rotas más de una espiga, luego se recogía a mano al día siguiente. Esto que cuento lo he vivido en los anejos de nuestra ciudad, ha tiempo. La privación hace cobrar valor a otras cosas que ahora son desestimadas. Veo cómo miran con avidez las gentes del África subsahariana a una lata de grano. Puede ser la comida de dos o tres días para ellos. La sequía y la guerra les llevan a tener periodos de carestía, cuando no es, simplemente, el no disponer de un suelo donde sembrar, y después recoger, el fruto de la tierra. Me sorprende, y no llego a comprender, cómo gentes que también miraban con avidez a un puñado de grano en la posguerra nuestra, ahora se desentienden o rechazan a todos estos que llegan de aquellos lejanos lugares, jugándose la vida, para sobrevivir.

En un campo segado, se recogía para su venta la chatarra que las máquinas, los herrajes de las bestias, o los arados habían dejado abandonados a la herrumbre, y entre las pajas de estos campos; donde se arrastran las sierpes buscando nidos abandonados por la devastación del día de la recolección. Los escarabajos peloteros aprovechan para hacer su trabajo con el estiércol de los animales que pasaron por él: antaño, las mulas y caballos que llevaban los carros que acarreaban la mies; antaño y hogaño, los ganados que aprovechan lo que queda y de paso abonan la tierra. Entre tanto tostado tallo, que no hace mucho verdeaba cimbreándose al sol, resisten rastreras plantas que aún permanecen verdes: los abrojos, con algún cardillo ya maduro y floreado. Sobrevolando este seco paisaje las aves rapaces buscan sus presas; los ratones y musarañas de campo se quedan quietos cuando advierten la presencia de cernícalos y halcones por el día; caída la noche, ante lechuzas, búhos y autillos o cornejas. Todos ellos, permanecen callados a nuestro paso, cuando el quebrar de las pajas, por nuestros paseos nocturnos en busca de la soledad, nos observan; como lo hacemos nosotros con las constelaciones, los satélites artificiales que se dejan ver o el avión, que viene o va, de Sevilla.

Sembrados de la agricultura del mediterráneo, como estos, se ven en la Provenza francesa, que pintara Van Gogh; en la Toscana italiana, o en los campos milenarios de Grecia, parejos a los nuestros de aquí, de la Mancha, o los de Castilla León. Entre los que se encuentran todavía esas preciosas construcciones circulares, los palomares, que fueron dispensadores de pichones; cocinados de mil maneras dieron proteínas a los hambrientos del Siglo de Oro, con tanta precisión como describe la literatura picaresca. Sembrados, que lo fueron, pintados por el sol del estío de un dorado luminoso y definidos con un sustantivo muy certero, que llena de significado su austera naturaleza: el rastrojo.Q.Ko

20100605

DE CÓMO ES IGUAL ESTAR DENTRO QUE FUERA


Entre los pinares de una sierra de la Rioja se encontraba una pequeña abadía escondida del mundo y de los incidentes de las guerras que por aquel entonces eran frecuentes. Lo mismo árabes que cristianos llegaban hasta allí de camino para lances mejores en los que se conseguía mas botín que el exiguo que conseguían de los frailes que no era otra cosa que sus corderos, gallinas y alguna berza que otra. Oficiaban con copas de azófar y esto no era de gran valor.

Entre los frailes, había uno que era bastante mas joven que los demás y, aunque se encontraba allí por su voluntad, no dejaba de pensar en la vida del exterior como la esencia de la libertad y de los goces de la vida que no tenía. Sacrificaba ésta como don de su devoción, pero la ansiaba todos los días con más fuerza y ello le angustiaba. El abad que era un hombre sabio y muy observador había reparado en él y sabía de su enorme inquietud por el mundo. Un día le dijo:

- Hermano, creo que ha llegado el momento en el que debas emprender viaje para conocer el mundo. Si no lo haces nunca sabrás el valor de apartarse de él.

El joven fue a su celda y recogió las pocas pertenencias que tenía y, luego de despedirse de la comunidad, partió por el camino de la vega hacia donde le había indicado estaba la mayor población que conocía.

Pasaron seis años en los que conoció tanto la felicidad como las mayores desgracias. Le engañaron más de cien veces y otras tantas recibió el favor de las gentes con las que trató. Tuvo la oportunidad de conocer a varias mujeres que le ofrecieron sus favores a cambio solo de su aprecio, pero unas las perdió por la enfermedad y otras por la envidia y la maledicencia de las personas con las que trataron. Finalmente se encontró solo y desencantado, no teniendo mas valor para emprender nuevos negocios u oficios con los que vivir en sosiego, así que, recordando la vida del cenobio, acordándose de cómo salían los brotes en las ramas aparentemente secas de los frutales llegando los principios del mes de febrero; echando de menos el momento en que los cernícalos primilla llegaban a los aleros de la cámara, donde guardaban los frailes el grano, y sabiendo lo reconfortante que era coger los huevos de las gallinas en el último rincón del gallinero, emprendió el camino de vuelta al convento, convencido pues de que lo mismo daba estar fuera que dentro. Lo importante, según él era vivir en paz consigo mismo y dedicarse solo a las cosas sencillas.

Le recibieron con gran alegría, y aunque alguno de los abades ya se habían reunido con sus antepasados, aún quedaba una mayoría, que se alegró de la vuelta del antaño joven y ahora maduro hombre.

- Bienvenido,

Le dijo el abad dándole un abrazo.

- ahora que vuelves con nosotros, ten presente siempre que la felicidad no se encuentra en la fortuna, ni en la virtud conseguida con el sacrificio, es un don que da la vida, todos los días, solo con reconocer que lo que tenemos es lo que hay que disfrutar, intentando no hacer mal a los demás. Que cada uno sea virtuoso como mejor pueda, sin hacer el vano esfuerzo que los demás lo sean. Lo mismo da estar fuera que dentro. Solo que aquí no debemos hacer de la vida una amargura. Vivamos hasta la última gota de vino de la copa de la vida.

Esto mismo le dijo él a los frailes que fueron llegando, cuando terminó siendo el abad de la comunidad.

Hoy, entre la broza del huerto, enmedio de las pocas piedras que quedan de aquel convento abandonado, aún brotan los manzanos llegando el final del mes de febrero. El sol, que sigue saliendo por el mismo sitio, avisa a los gallos cercanos a la hora del alba para recordar que la vida sigue.Q.Ko