A medianoche, un día de julio, estábamos mi vecino don Jorge
y yo sentados con tranquilidad en su terraza donde me habló del Universo del
que según él se extraen todos los misterios de la ciencia y de historia. Decía
sobre los alquimistas, y de cómo la alquimia trataba de
práctica protocientífica y disciplina filosófica que combina
elementos de química, metalurgia, física, medicina, astrología, semiótica, misticismo, espiritualismo y arte. Luego paso a
la historia.
Mis conocimientos sobre historia no son pequeños aunque no soy una autoridad,
ni mucho menos, pero lo que iba contando don Jorge eran cosas que jamás había
oído, acontecimientos con detalle asombroso y con datos y citas que jamás había
oído. Contó como en el siglo XVII un grupo de franceses, ingleses y holandeses
desde la isla San Cristóbal en el Caribe empezaron comerciando con los galeones
españoles y luego acabaron pirateándolos. A estos bucaneros, decía que los
sorprendió Exquemalin haciendo grabados de sus habituales quehaceres de una
manera tan precisa como ingenua. Don Jorge llamaba a los bucaneros con sus
nombres y procedencia como si los hubiera conocido, como a Pierre Legrand,
Fançois Lolonois, Bartolomé “El Portugues”, Rok Brasiliano, Montbars o Lewis
Scott. Decía de este último que gustaba de comer la carne cruda, y de
Brasiliano que en cuestión de compañía le daba a todos los palos. Lo que no
deja de ser un chisme.
Oyendo estas cosas y otras, de la guerra de Sucesión española
o de la primera Gran Guerra, se detenía en tantos detalles que parecía los
hubiera vivido en persona. Cuando le pregunté cómo conocía tanto detalle de
acontecimientos tan lejanos, en los que los documentos y archivos no suelen
detenerse en contar, se sonrió. –Bueno. Dijo. –Yo no los he conocido, ni he
vivido esos acontecimientos pero, como se que tu eres una persona seria y no
cierras tu mente a las cosas que se salen de la normalidad, te diré que sí conozco a una persona que ha vivido
personalmente todo esto que te he contado.
Se hizo entre nosotros un silencio largo. Él me estaba dando tiempo para
pensar y yo me lo estaba tomando. Luego con toda la carga de misterio asumida
le contesté:- ¿Quién? – Te diré su nombre actual que no es el propio que
tiene, y que solo él está autorizado para desvelarlo. Yo desde luego no,
mientras no me lo autorice. Se hace llamar Monsieur Surmont. Y, si te interesa,
le invito a cenar una noche y que te hable de todo lo que te pueda interesar. –
De acuerdo. Le dije y poco después, cuando estaban encima, las estrellas Vega,
Daneb y Altair, al frente de sus constelaciones, me retiré a dormir no sin la
inquietud propia de estar ante un misterio que debía investigar, y del que , en
principio no daba veracidad, pero tampoco se la quitaba.
Durante las siguientes semanas estuve indagando sobre el
nombre de Surmont y entre las imágenes que daba la red estaba la de un hombre
joven que me era muy conocido. Saqué
una copia y se la llevé a abuelo del primo Manuel. Pese a sus 98 años tenía la
cabeza en muy buen estado y conocía prácticamente todo. Es de esas personas que
se pasaron la vida leyendo y aprendiendo y ahora, lo que es la memoria remota,
la conservaba en casi perfecto estado, escuchándolo los datos y referencia de
todo lo que había vivido. Llegué hasta su casa, una de esas que nos hacen creer
que empezamos a parecer hormigas, y Manuel me llevó directamente hasta la
pequeña terraza, donde pasaba todo el día el viejecito viviendo sus momentos,
cargados de amplios silencios en los que
removía sus recuerdos. Manuel me presentó y, nada verme dijo: -Joder
Manolo, ¿como no me voy a acordar si le he llevado mas de una vez a la escuela?
(y era verdad). Después, tomo la foto que copié de la red y mirándome me
dijo: - Este es Surmont el amigo de mi abuelo. Era mucho mas joven que él,
vino desde Inglaterra y nos contaba cosas prodigiosas como si las hubiera
vivido sobre los acontecimientos del siglo XIX
y del XVIII. Fue alquimista famoso. La verdad es que nunca le creía
hasta que el año pasado me hizo una visita y vi que estaba igual de joven que
cuando yo era un niño. Creo que su verdadero nombre era el de un noble francés,
pero en este momento no me acuerdo.
Después de confirmar mis sospechas, acudí a la cita con Jorge
y con Surmont, puntualmente a media noche. Allí estaba. No aparentaba mas allá
de cincuenta años, era fuerte y con la mirada profunda, con la serenidad que
solo tienen los viejos muy mayores, los que vieron como pasaba la vida con todo
tipo de incidentes, dramas, alegrías y conocimiento. Efectivamente, cuando
habló de la Guerra de los Seis Días, en el Sinaí, hizo un paralelismo con la
Guerra Madhista, de colonización del Sudán por los ingleses. Contó su presencia
en Jartum con todo detalle y lo mismo cuando estuvo en la conquista de Umm
Qatef y El-Arifh junto a general israelí, Sharon, en la de los Seis Dias. Vino
a decir que, en todas las guerras, lo que hace perderlas es la soberbia de los
que creen que antes de plantear una batalla la dan por ganada por creer que el
número es lo principal. Después de oírle relatar los detalles de su presencia
en la Guerra de Sucesión española, en la batalla de Almansa el 25 de abril de
1707, le pregunté por su verdadero nombre. Me dijo con una sonrisa: -Los
nombres tienen una función cuando se es mortal, yo nací en Transilvania y lo
diré en rumano, soy un nemuritor, que significa inmortal. Pero quizás vos haya conocido
mi presencia con el nombre mas divulgado: soy el Conde de Saint Germain, y mi
virtud está en eludir la violencia, mi vicio, tomar y nutrirme con la especial colación
que descubrí ha muchos años, que me hace vivir permanentemente, hasta que
encuentre algún sentido en no hacerlo. El misterio se había desvelado.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 6 de julio de 2013)
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 6 de julio de 2013)
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