El abuelo Julián, cuando estuvo viviendo de joven en la
ciudad, arregló una casa que antes fue un inmueble de robusta fortaleza, muy
cerca de la Plaza Mayor y entre ésta y la plaza de la Imprenta. Era uno de los
inmuebles desocupados en el centro de Ourense durante la Dictadura de Primo de
Rivera, que compró don Julián con la intención de hacer allí su residencia
hasta acabar sus días. Luego, la vida le llevó a Madrid. Como iban cambiando
los tiempos y no precisamente para estar muy tranquilo con la seguridad del
país, antes de que llegara la República hizo una reforma muy seria y dejó la
casa como una mansión sólida y de elegancia envidiable. La fachada de piedra de
granito estaba rematada por el mas puro estilo gallego, con detalle en las
esquinas a semejanza de las saeteras de un castillo, ciegas con piedra de
mármol. Por dentro era muy acogedora y no había ninguna habitación sin uso, ni
que sobrara o supusiera desmesura. Don Julián pasó los últimos meses, antes de irse
de viaje por el mundo con unos compañeros de estudios, dedicado a su nieta
Martina. Una inteligente niña de cinco años que estaba loca por la compañía de
su abuelo. Él, que encontró en su nieta una inteligencia fuera de lo común, le
fue contando, no solo relatos de la literatura tradicional gallega y europea,
sino todos los consejos sabios que la experiencia le fue enseñando a él. Se
pasaban el día yendo de habitación en habitación, como si lo hicieran de país
en país, sumidos en todo tipo de aventuras. Le leía siempre un libro de Walter Scott,
adaptado para niños, que le compró y le
encantaba: Ivanhoe. Terminaban siempre en la torre, así llamaban a la
habitación pequeña más alta, desde la que se podía ver casi toda la ciudad. Así
pasaron los días hasta que un día el abuelo retornó a Madrid para su viaje. Para suplir la compañía del abuelo llegó,
desde Allariz, Nerea, una prima de su madre que apenas tenía diez y seis años, pese
a su poca edad tenía al parecer buena mano con los niños y necesitaba estar en
la ciudad para seguir con sus estudios. Nerea cuando volvía con la niña del
colegio, donde estudiaban las dos, se pasaba las horas muertas con Martina, incluso
compartiendo las horas de estudio. Lo curioso era que más parecía que la niña
enseñaba a jugar a su tía segunda que ésta a la niña. Todo iba bien hasta que
un buen día cambió todo y la preocupación fue adueñándose de la casa.
Aquel día estaba Martina en su cuarto, donde la acababa de
dejar Nerea y cuando la llamaron para cenar, no contestó. Subió Mercedes, su
madre, preocupada por si le había
ocurrido algo, pero en su cuarto no estaba, empezó a llamarla por toda la casa
elevando la voz y conforme la preocupación iba aumentando, su padre y Nerea se
incorporaron a la búsqueda. Por mas que la buscaron no estaba en la casa. No
pudo salir de ella porque ya habían cerrado las puertas con llave y, en todo
caso, la niña no podía alcanzar a abrirlas. A la hora de la búsqueda, su padre,
Martín se puso tan descompuesto que en menos de diez minutos había estado hasta
en la policía; allí intentaron tranquilizarle diciéndole que esperara, porque
lo normal es que Martina estuviera dentro de la casa escondida en algún lugar. Buscaron
por toda la casa, debajo de las camas, en los armarios, en los baúles, en cajas
de cartón grandes, en la despensa, en fin, en todos los lugares en los que
podía caber la pequeña y que tuviera fácil acceso pero con resultado negativo. Cuando
menos lo esperaban, de improviso, se oyó la voz de Martina y estaba en otra
habitación y planta de donde desapareció, como si no hubiera ocurrido nada. De
poco sirvió preguntarle donde había estado, lo más que decía era, como cantado:
-Martina estabaa en casaaa. Con papáa, con mamáa, con Nereaa.
No dijo más. A partir de ese día, todos los días, a la hora
más inesperada, volvía a desaparecer. Estando
en el salón, en el dormitorio que ocupó su abuelo, en el suyo y, desde luego, cuando la situaban en la
torre. Allí donde estaban con ella, si dormían o tuvieran que salir a cualquier
cosa, cerraban con llave la habitación, pero aún así desaparecía. Y poco
después, volvía a aparecer. Algunas veces cuando sus padres o Nerea se quedaban
dormidos, se despertaron con un pequeño ruido que creían atribuir a la puerta
que se cerraba. Pero la puerta estaba ya cerrada y con llave echada. La
buscaban por donde la habían visto la última vez pero, como la niebla de noviembre
se disipa con la tarde, así, ella no se volvía a ver. Se desvanecía sin dejar
mas rastro que algún juguete o prenda que llevara en ese momento. Luego, sin
saber cómo, aparecía en la casa en cualquiera de esas habitaciones o llamando
desde la escalera. Le preguntaron una y otra vez. Martina seguía jugando ella
sola a las aventuras de que le había enseñado su abuelo. De vez en cuando
hablaba con su lenguaje de nombres raros, que les extrañaban, como Cedri de
Rotevu.
A la semana, pese a la preocupación por lo extraordinario del
fenómeno que observaban con la Martina, parecían haberse hecho a los
acontecimientos y ya no lo comentaban fuera de los muy anchos muros de la casa
nada de lo que ocurría. Martín, el padre de la niña, se pasaba las horas
muertas ante el ordenador buscando explicación en las páginas de parapsicología
que encontraba en Internet, pero no encontraba nada parecido. Hasta que un buen
día, llamó el abuelo Julián desde Buenos Aires y, cuando le contaron lo que
pasaba, les dijo riéndose: Ja, ja ,ja, que chica esta… no, no pasa nada;
claro que os debía haber dicho a vosotros el secreto de la casa. En las
esquinas, hay en cada planta un habitáculo secreto que se accede desde las
librerías que hay en cada una de las habitaciones que dan a la esquina, conectados por una pequeña escalera de caracol.
Se iluminan los habitáculos por las saeteras, que solo están cegadas con
alabastro traslúcido, no con mármol. Pulsando el resorte del listón de la
izquierda de las librerías se accede. En ellos,
jugaba yo con Martina a las aventuras de Ivanhoe. Por eso decía
ella lo de Sir Cedric de Rotherwood.
Así pues,
desvelado el secreto, todo vino a la normalidad y Martina, la niña evanescente,
siguió jugando a sus aventuras
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 28/6/2013).
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