A las cinco de la mañana estaba Cirilo esperando a su
compañero en el bar. Acababan de abrir y el café que le dieron sabía a rayos.
Tenía todas las grasas acumuladas del día anterior la cafetera y aún no se
había aliviado de ellas. De todos modos, caliente, y con una tostada con aceite
de oliva entraba con facilidad en su cuerpo quebrantado por el madrugón. Como
sabía que era poco para él, Manolo, el dueño del bar, le acababa de hacer un
par de huevos fritos a los que estaba dando cuenta sin pausa. La calle estaba
en silencio, no muy lejos se oían ya a los mirlos preparar la amanecida con sus
parloteos confidenciales, y los coches aparcados yacían dormidos con los ojos
abiertos. Pensó Cirilo que lo que le habían encargado era lo más extraño que le
habían dicho en su vida. A nadie se le ocurre pensar que buscar la manera de
evitar que se movieran las cajas del archivo, tuviera que hacerlo tan temprano.
Quizá estuviera pensando el Oficial Mayor que había alguien que se introducía
por la noche y trasteaba entra las cosas del archivo. Temían en el Ayuntamiento
que se estuviera robando documentación valiosa. El caso es que una vez que
terminó su tempranero desayuno, como vio que no acudía su compañero, le llamó
con el móvil y éste le dijo que no podía ir. Se había puesto enfermo con una
enterocolitis. Se levantó de la mesa, le dio una voz a Manolo que estaba en el
interior, preparando la bollería para el bar, y cuando salió se despidieron.
Anduvo Cirilo por la calle Pedrera absorto en todo esto que le ocupaba, lo que
hacía que andara como perdido, con la vista en el infinito, moviendo las
piernas como un autómata y sin demasiada prisa. Las calles en silencio; un gato
cruzó rápido y se detuvo en la acera de enfrente quedándose mirando muy fijamente,
cuando él le miró se le erizó el pelo al felino y con un rugido espeluznante
dio un salto y salió corriendo hacia la primera bocacalle. En ese momento, una súbita
brisa fría le paso rozando empujando suavemente su cuerpo. Sintió escalofríos y
le pareció que al oído le decían: Pero… me mató… Se sintió mal. Miró
hacia atrás y hacia todos los lados pero junto a él no había nadie. Aceleró el
paso y en unos minutos escasos estaba en el archivo municipal. Cerró con llave
la entrada y, una vez dentro se sentó en un sillón acomodándose con los
auriculares de la radió puestos. Y esperó. Empezó a dar vueltas lo que le dijo
la voz. ¿a que se pudiera referir eso de “pero…me mato?..
A las cinco, treinta y cinco minutos vio como se empezaban a
mover unos legajos de la estantería de los documentos más antiguos y uno
concretamente empezó a salir poco a poco hasta quedar fuera de línea, unos ocho
centímetros, y se paró. Pese a estar aterrorizado, se levantó para ver qué
pasaba y volvió a recibir la brisa fría que le envolvió, dándole un suave
empuje que le hizo desplazarse un paso. Los auriculares enmudecieron y oyó con
claridad: - Pero…me mató. Paresce non sirbieron años de leal servicio a don
Juan y a don Enrique… é non façieron gracia ni audiençia. Cirilo se quedó paralizado
por el terror que sentía, y, aun así, sin saber porqué, dijo en voz alta: -¿pero…
quien… te matóoo?.. La brisa fría le envolvió de nuevo y se oyó claro: -
don Pero. ¿Quién? Insistió Cirilo tiritando de miedo. La voz contestó: -
Pero Díaz de la Costana. ¿Y qué quieres? Le dijo
Cirilo. – Justicia…
Cuando
llegaron las siete, ya amanecida la mañana, la ciudad ya daba señales de haber
despertado. El movimiento de las calles
y los primeros empleados llegaron cambiando el silencio por animación.
Entró el Oficial Mayor y vio a Cirilo pálido con los ojos espantados y recogido
en el sillón con las piernas abrazadas, hecho un ovillo. ¿Qué pasa Cirilo?
¿Estas malo? El pobre Cirilo no se atrevió a decir la verdad. No le iban a
creer y le tomarían por loco. Solo se le ocurrió decir para justificar su
situación: He pasado mucho frío. Pero no ha pasado nada…
Cuando
pudo dormir un poco en su casa, a media tarde, se fue hasta el ordenador y
empezó a buscar en Google el nombre que le oyó a la voz de aquella noche. En un
principio no salía ninguna referencia, pero al cabo de un rato, y después de
ensayar diversas búsquedas, al asociar el nombre con los de don Juan y don
Enrique, salió el nombre en un documento de los juicios de la Inquisición: Reverendo
señor Pero Díaz de la Costana, liçençiado en Santa Theología, canónigo en la Iglesia
catedral de Burgos, nombrado inquisidor del Tribunal de la Inquisición de
Ciudad Real en 1483. Entre los condenados y muertos por el Tribunal, estuvo Juan
González Pintado, Secretario que fue del Rey Juan II y de Enrique IV; fue
acusado y muerto el 24 de febrero de 1484.
Cirilo estuvo meses pensando en cómo podría hacer que se
hiciera la justicia que demandada el Secretario de los reyes. Porque siguieron
moviéndose las cajas del archivo y revolviéndose la documentación. Finalmente
acordó hacer algo insólito para él. Mandó una nota a los periódicos, pagando un
anuncio destacado relatando la desventura de Juan González Pintado. Una vez se
publicaron los anuncios, dejaron de observarse las perturbaciones en el archivo
y nunca más se supo de cuanto ocurrió en él.
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 22/6/2013).
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 22/6/2013).
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