Una noche de invierno, fría, con llovizna helada que traía el
viento, mojando todo, los árboles, la calzada de la gran avenida, la gabardina
raída del viejo secretario de la Cooperativa… Leopoldo se llamaba, y estaba empapándole
hasta los huesos, de manera que sin poder pensar en otra cosa, iba obsesionado
por el acta de la junta reciente que se
la habían pedido con urgencia. Sabía que si fallaba en eso tenía el despido
sobre la mesa. Estaba deseando el presidente adjunto verle un fallo, para
echarle y colocar a su cuñado. –Debí hacer caso de Sonia (pensaba); me dijo que tenía todas las
notas de la reunión en taquigrafía y que, si quería, podría hacerla en un
momento.
Las campanas del Ayuntamiento estaban dando las ocho y las de
la parroquia tañían para la misa. Solo unas cuantas viejas y algún viejo, se
acercaban por la calle de los Cuchilleros para cumplir con sus costumbres. Un
perro, que debió tener pariente, no se si de pointer o de setter, pero que los
tuvo de chucho, merodeaba buscando algo que comer para disimular los huesos que ya le empezaban a apuntar. Con la séptima
campanada, aceleró el paso el secretario, empujado por el tiempo que le acuciaba
y, entrando en el portal de la oficina, sacó la gran llave helada que tenía en
el bolsillo que introdujo en la puerta. Al momento de dar la vuelta a la llave,
sonó un chasquido que no identificó con el habitual de la cerradura al mover la
corredera y abrirse. Fue como el chispazo de un choque de piedras, como un
pequeño relámpago y, al momento, se apagó la luz de la casa. Una densa
oscuridad instantánea llenó todo. - ¡Ya
han saltado los plomos otra vez, me cag...! dijo con evidente malhumor.
Levantó instintivamente las manos y memorizando fue a buscar la pared derecha
del vestíbulo de la oficina. Tanteando avanzó
por ella hasta el cajetin de los plomos y sacando la tapa de cerámica,
comprobó que estaban intactos. Los volvió a colocar en su sitio. Tropezó con la
silla que había cerca de la puerta de entrada del despacho de Dirección. Un
golpe seco en la espinilla izquierda le hizo lanzar un quejido sofocado. – ¡La
madre que le pa!.. Y con la respiración agitada, esperó a que se aliviara
el dolor. Entró en Dirección y, siempre tanteando por la pared llegó hasta el
de Secretaría; su despacho. - ¡Qué raro que haya tanta oscuridad…debería
verse algo por las ventanas...! Pero por las ventanas no entraba la menor
luz. Debía ser un apagón general. Y en noche sin Luna… Apenas llegaba el sonido
de la lluvia cayendo sobre la ciudad. Descansó un momento y le dio por pensar
que iba a hacer ahora sin luz. Los nervios se le desataron, lo que no fue
difícil, él era bastante nervioso… y la sien parecía que le iba a estallar. –
Vamos a ver (se dijo) tengo que buscar una vela o una palmatoria. Posiblemente
en el pequeño almacén del rincón pueda haber alguna. Pero antes hay que coger
las cerillas. Recuerdo que vi una caja en el cajón del despacho de la auxiliar
de Dirección. Fue hasta allí a tientas y con el tacto intentó localizar las
cerillas. No había. Debió dejar los cajones todos revueltos pero…ni rastro de
ellas. Se sentó en el sillón de Sonia y pensó, pensó y pensó. Nada no se le ocurría
nada que fuera una solución y se fue hundiendo poco a poco en la desesperación.
-¡El teléfono! Dijo y de un salto se fue hasta él, en la pared. Al
tantear se le cayó el auricular que tuvo que recuperar tirando del cordón. Se
lo puso al oído y, aunque le dio varias
veces al interruptor de llamada, no daba el tono. No había línea. Volvió al
sillón y se hundió en él haciendo escurrir sus posaderas por el asiento hasta
quedar colgando de los brazos. Derrotado. -Debí hacer el acta ayer
(pensaba…)… o mejor… debí dedicarme a otro trabajo… o mejor aún debí dedicarme
al teatro, que era lo que siempre quise hacer… ¡Ojalá pudiera invertir el
tiempo y volver a mi juventud!, eso si con algo mas de valor para enfrentarme a
mi padre y a la vida con decisión…
Estaba en estas cavilaciones cuando le pareció ver una
pequeña luz que venía del pasillo. Se iba haciendo mas intensa poco a poco, vio
un pequeño destello que se movía detrás por el cristal esmerilado de la puerta
que estaba a medio abrir y de pronto apareció ante él una pequeña luz
brillante, muy brillante, de un verde claro metálico que se movía hacia él.
Quedó sobrecogido. No podía ser. – ¡Una vagalume! Así la llamaba su
abuela gallega, cuando le contaba cuentos. Era una luciérnaga mucho mayor de
las que había visto en sus veranos en la sierra, junto a la acequia real. De su
barriguilla salía una luz muy intensa que iluminaba un pequeño círculo de
apenas un metro de radio. Se quedó parada, suspendida en el aire, con el
pequeño zumbido de sus alas acompañando a su aparición portentosa. – Pero
¡cómo es posible que en pleno invierno haya una luciérnaga volando con el frío
que hace!.. Pensó. El esperaba que el insecto tomara alguna iniciativa y,
después de un momento, en el que parecía que se había detenido el tiempo, la
luciérnaga empezó a moverse en dirección hacia la mesa de Sonia, la siguió y
cuando se detuvo a la altura del primer cajón, Leopoldo muy despacio lo abrió y
vio con sorpresa que encima de una carpeta estaba el acta de la reunión,
terminada, perfectamente redactada y sin omitir ninguno de los acuerdos que se
habían tomado. Con su tenor literal. La cogió y acto seguido la luciérnaga se
puso en movimiento. La siguió y,
cogiendo el abrigo y su bufanda de lana saló a la calle. Los siguientes minutos
fueron los más inolvidables que recordara el secretario. Él por la calle a
oscuras y siguiendo a una extraña luciérnaga que le alumbraba hasta su casa.
Leopoldo me contó que, desde entonces, la vida para él tiene otro sentido, en que
lo prodigioso está presente. Parece ser que esa luciérnaga se le apareció más veces a lo largo de su vida y
siempre para ayudarle cuando estaba en un apuro. Siempre al final del mes de
diciembre, cuando todos los demás piensan en la Navidad. Dejó el trabajo en la
Cooperativa y puso un bufete de abogado que compatibilizó con su colaboración
en una compañía de teatro aficionado que adquirió un cierto prestigio en ámbito
nacional.
(Publicado en "La Tribuna de Ciudad Real" el 28 de diciembre de 2013)
(Publicado en "La Tribuna de Ciudad Real" el 28 de diciembre de 2013)
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