Cuando tenía los primeros cinco años de su vida, en Ourense,
a Francisco Lope, le llevaba Antonia al colegio. Luego le recogía mientras contaba todas las cosas que creía ella que
comprendía, pero que él, en modo alguno, sabía de que hablaba, pero lejos de
sacarla de sus reflexiones, la miraba y asentía o negaba según se terciaba. No
tardaba en enterarse de sus duelos y quebrantos, que parecían muchos, que no
eran tantos, como pudo comprobar más tarde. Él, estaba en ese momento de su vida
descubriendo el mundo y se distraía con el vuelo de una mosca, al menos esa era
la expresión de don Faustino, su profesor. Por eso se abstraía en clase,
diríase que no estaba allí, más bien en cualquier parte a la que le llevara su
portentosa imaginación. Para él, niño inteligente, en ese momento era normal ver
cosas en todas las superficies brillantes en la que se pudiera reflejar. No era
de extrañar verlo parado en el patio del recreo, junto a un charco en los días
de calma y nublado, mirando atentamente al agua. Él sabia que en ese tipo de
situaciones solía ver hechos extraordinarios. Una vez, estuvo viendo, en un
charco de la calle de aguas quietas, a sus padres con una niña pequeña; la
misma que vio, después de nacer, cuando tenía seis meses de edad. Es decir, se
anticipo a ver a su hermana pequeña antes de que naciera. Lo dijo, pero le
avergonzaron tanto con el asunto que ya nunca más contó a nadie sus visiones. Meses más tarde vio en el agua quieta de la palangana
que había en el cuarto de baño, a los diez años, en 1954, a un señor medio
calvo, ya mayor, delante de un panel de un gran aparato con muchos círculos
acristalados, medidores, registros, en el que había un volante doble y delante
una mesa grande con un teclado. Bajo
esta imagen se veía la leyenda “Home
computer” Rand Corporation. Decía que se
vería en 2004. Luego vio, a la semana siguiente, la misma imagen, en una foto
del ABC. Su padre comentó que se trataba de una calculadora compleja, como un
cerebro electrónico. – Fantasías de los americanos. Dijo. Miraba a su
padre y se sintió importante por enterarse antes que nadie de su familia. Por
eso, cuando años mas tarde vio en el plato de la sopa que se estaba enfriando,
y brillando con la luz que le daba los rayos del sol entrando por el balcón del
comedor, tamizada por los visillos, a un
perro metido en una especie de bidón, atado con correas, entre unos cojines
cuadrados, estuvo esperando a que le llegara noticia de todo aquello. Lo pudo
comprobar días antes de que fuera su cumpleaños, en aquél triste mes de
noviembre, llenos de lluvias y brumas de 1957. Sus padres le llevaron al cine a
ver La Cenicienta y en el noticiario que pusieron antes de la película, salió
la noticia de que los rusos habían mandado al espacio a una perrita, Laika, que
viajó en una cápsula tal y como la vio Paquito en el plato de la sopa.
Estos hechos extraordinarios que fue viviendo el niño durante
toda su infancia, también se fueron sucediendo después y, lejos de preocuparle,
y al tenerlo como un secreto muy personal, hizo forjarse un carácter firme, no
muy dado a rendirse ante las dificultades y, desde luego, para ver a los demás
con una cierta distancia; que le sirvió para no entrar en conflicto con nadie y
granjearse una fama de responsable y buen chico. Decían sus compañeros que no
se le podía insultar, porque él no hacia caso y lo más que hacía era sonreír. Para
disgusto de los compañeros que les
enrabietaba mucho más. No podían hacer nada, ni siquiera acudir a pegarle,
porque le veían tan pacífico que confundían su actitud con la de un tonto.
Lo mejor que le ocurrió durante su época de estudiante en la
Universidad es que un buen día de marzo, por la tarde, sentado en el estanque
del Retiro, donde había ido con unos compañeros a pasear con las chicas de la
pandilla, pudo ver reflejado, con detalle, en las aguas del canal de desagüe
del estanque, un papel con el sello de la Facultad, Cátedra de Derecho
Administrativo, en el que pudo leer, una serie de temas ordenados de 1 al 15. Tenía toda la pinta de
ser las preguntas de un examen. Ante la duda, cuando llegó a la casa de doña
Florita, donde estaba hospedado, una
señora viuda de un coronel militar de Intendencia, se encerró en su cuarto, un
interior que daba a un patio de luces en el que solo se veía una pared de cemento
y dos ventanas del piso de enfrente, y, encendiendo el flexo, cogió el libro de
Derecho administrativo y se puso con los temas que estaban señalados en el
papel que había visto en su visión. No dejó de estudiar esos temas hasta tres
días después, que los dio por aprendidos. Al día siguiente de terminar ese
intensivo estudio, le comunicaron en clase que habría un examen parcial a la semana siguiente, examen que el profesor
consideraba muy importante para facilitar el aprobado final e incluso la nota
alta para los que lo resolvieran sin problemas especiales. Como esperaba, los
temas que salieron en el examen fueron los que había estudiado y que vio
reflejados en las aguas del canal del estanque. Sacó la máxima nota posible y
fue felicitado por el profesor por el buen examen
sin fisuras que había hecho.
No le ocurrió ninguna cosa parecida acabada la carrera.
Incluso hasta años después no le volvió a ocurrir otro incidente igual a los
que, desde chico, estaba acostumbrado.
Por eso, cuando daba por terminada la facultad de premonición que tenía,
asociada a la contemplación de superficies brillantes en las que se pudiera
reflejar la luz, un día, siendo ya mayor, al término de su vida laboral, meses
antes de tener la edad para jubilarse, estaba en una cafetería de la plaza de
santa Eufemia, tomando café y disfrutando de un día de vacaciones, en los días
soleados de mayo, con el periódico en la mano, que leía a ratos para no pederse
la tranquilidad del ambiente y el ir y venir de la gente , se le ocurrió de
repente mirar a la taza de café, doble cargado, que le habían puesto y que
había dejado enfriarse, fijo en la contemplación del negro espejo que ofrecía
la taza, vio como tomaba cuerpo una serie de números, seis numerales en total.
Estuvo dando vueltas a la cabeza en esos días por ver en qué se podía concretar
esos numerales. Descartó fechas, magnitudes, coordenadas o referencias
topográficas y, así estaba cuando pasó el jueves siguiente por delante de una
administración de lotería. Nunca había echado a la suerte ni un céntimo pero
allí, en la concesión de lotería más cercana a su casa, la de la Rua do
Paseo, rellenó un boleto de lotería
Primitiva con los números que había visto. Esa semana había un bote de 150
millones de euros. Que fueron los
culpables de que dejara de trabajar, se comprara una casa en Harlem, otra en
París, en la ribera izquierda del Sena, y una casita con un huertecito en la
costa, donde acabó sus días, mucho más tarde, feliz. Nadie supo como había
acertado. El azar dijeron.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 8 de febrero de 2014)
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 8 de febrero de 2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario