El cielo plomizo dejaba ver las nubes en movimiento el lunes
13 de febrero de 1826. La mañana fresca alivió de gente las calles y el humo
del horno de la botica bajaba hasta la calzada revocando, con el olor a azufre
del carbón quemado. Parecía que el mundo se había detenido... Pero no, todo
seguía su inevitable curso...Oyó el boticario al caballo parar junto a
la botica y cómo las botas daban un golpe en el suelo húmedo de la calle.
Reconoció a Damián, el guarnicionero, su buen amigo. Mientras, él envolvía los
dos cartuchos de papel, donde se podían leer en uno: Ajedrea y en el
otro, Anís estrellado. Decía a Dominica cómo había de tomarlos. Miraba
con incredulidad ella y con autoridad le espetó. - Mire señora Dominica, no
se inquiete, con el anís estrellado le desaparecerán los gases que son los que
le aprietan y provocan esos dolores que dice, y la ajedrea es para que no se le
arruine el estómago. - Si usted lo dice don Mateo, así será. Es usted un hombre
formal, cosa que va siendo escasa.
Sonó la campanilla de la puerta de cristal biselado con el
emblema de la botica. Lejos, tocaban a vísperas en San Pedro, un repique con la
campana gorda, las 11.30. Se abrió la puerta con los golpes de la
campanilla y la voz de Damián: - Buenos días boticario, te traigo tu
encargo: el horcate y la collera. Como veras, mejor no los va a tener ni el
rey: con piel de vaca de primera. Espero que hoy no tengas mucha prisa y
trabajo; quiero hablar contigo. - Vale Damián; para un buen amigo siempre hay
conversación, aunque haya trabajo y prisas. - Me alegro que digas eso, pocos
hay como tu, con buen genio. Necesito al amigo. - Sabes que lo tienes. Sube a
la rebotica y espérame allí. Tengo que hacer algunas fórmulas y, mientras,
hablamos. - Subo. Se despidió Mateo de la señora Dominica y detrás de su amigo
subió las breves escaleras que accedían a la rebotica.
Un crisol, encima de
la mesa, pucias, matraces de cristal, redomas, y retortas brillando con el sol
de la ventana. Un penetrante olor a alcoholes y aceites esenciales llenaba la
estancia. Pacientemente, en la oscuridad
del rincón, una paila de cobre y un alambique callaban sin relucir.
- A ver mi encargo…
huy, huy, huy, has hecho un trabajo bueno, Damián, muy bueno. Tengo horcate y
collera para toda la vida.Qué bien rematado todo. Coses como nadie. Gracias
hombre, ya me dices lo que te debo…- Bueno Mateo, si hay que hacer cuentas
tendremos que poner en la romana todo lo que me has ido dando este año y los
remedios que me mandó el médico. Si hay que dar cuenta de mi salud, entre los
dos, me la estáis sujetando, como dos mozos más fuertes que los del carro. – Bueno
Damián, ya liquidaremos. Cuenta ¿que es lo que hay? ¿Qué te preocupa? - Mateo,
recordarás que vine en agosto porque me dolía mucho el pecho y parecía que me
habían clavado un cuchillo justo en el medio. El médico me dio aquél remedio de
las tisanas y una dieta de fraile. Bueno está, no es que me quitara los
dolores, no, pero algo de alivio si he tenido todo este tiempo, pero ahora me
volvieron y me dejan parao todo el día. Me canso como un viejo. Quiero que me
digas qué carajo es lo que tengo, si es que lo sabes y cómo me puedo aliviar.
Tengo más fe en ti que en el matasanos.
Se quedó pensando, mirándole el farmacéutico, y pasado un
momento contestó: - Mira Damián, por todo lo que me has venido contando, tu
mal es que las venas las debes tener atascadas, Esto ya lo vio el gran Leonardo
Da Vinci hace mucho tiempo en una autopsia, y cuando están así las venas, duele
el corazón, que tiene problemas para dar suelta a la sangre y por eso estas
cansado. Así que te voy a dar un saquito de sanguinaria para que te hagas una
infusión, una por la mañana y otra cuando anochezca. Luego te digo donde la
puedes coger del campo. Esta hierba tiene la propiedad de hacer la sangre mas
suelta y facilita la circulación. Y por otra parte, te doy esta cajita en el
que veras unos sobrecitos con ralladura de corteza de sauce que sirve para lo
mismo, desatasca algo las venas, y además quita inflamaciones. Te haces una
infusión, aparte de la otra, por la mañana al desayunar. Las medidas están
apuntadas. Sigue con la dieta sin mantecas. Dentro de tres días me dices
como te va. Si no tomas esto puedes verte mal cuando menos lo esperes, de
repente. - De acuerdo Mateo así lo haré. Gracias – Espera… hay una cosa
que no me has contado Damián, y que seguro está haciendo que estés peor de tu
salud. ¿La has visto? Damián se le quedó mirando con los ojos vidriosos y tras
unos segundos de silencio dijo: - No. La he escrito varias veces y no me ha
contestado. Bueno, ya me voy haciendo a la idea. Estas cosas, sobre todo cuando
no se entienden, necesitan su tiempo, pienso… ¿no? -Así puede ser. Pero cuídate.
La vida da muchas vueltas. - Y tú ¿cómo andas Mateo? Me contaron que estuvo
aquí el alguacil, mandado por el señor conde, para hacerte preguntas. No te voy
a preguntar que es lo que querían, porque me lo puedo imaginar. Desde la Real Cédula de 1824, todos están
obsesionados con controlar y delatar. No se olvidan que tú nos ayudaste a los
liberales. - No te preocupes Damián. Tarde o temprano se hará la luz. Mientras…
yo… tranquilo, y tú cuídate mucho, que sabes que en este pueblo se te quiere,
se te aprecia y valora. - Gracias Mateo. Tú si eres un buen amigo.
Salió Damián de la botica cuando los pucheros echaban sus
aromas por las chimeneas, el aire racheado se encargaba de hacer sahumerios por
las calles. El carro del panadero, pasó cargado de sacos de harina camino de la
tahona. Las nubes oscurecían el mediodía pero no parecía inminente que fuera a
llover. Damián llegó a su taller y se
pasó un momento por la cocina, donde en la alacena, dejó los remedios que le
dio Mateo.
- ¿Que traes Damián? Dijo su madre, mientras le daba
vuelta al puchero. - Son los remedios madre, que me ha mandado el boticario,
don Mateo. No los cojas que me van a hacer falta. - No te los cojeré, no, que
bastantes guarrerías ya tomo yo. ¿Pero tú, anímate que eso es lo que te
trae de mal vivir? La vida da muchas
vueltas. – Si, eso dijo don Mateo.
Al mes siguiente, el segundo jueves, que se había levantado
con un sol esplendoroso y ya olían las flores de los almendros, salió con
prisas el boticario hacia la casa de Damián. Le abrió la puerta su madre con
los ojos rojos, enramados, y le miró con angustia. Movió la cabeza negando y el
boticario se puso a llorar. En el taller estaba Damián, sentado, quieto, con los ojos fijos en el infinito. En
su mano derecha, apretada la uñeta, y en la izquierda una trozo de cuero nuevo.
Un grupo de leznas, yacían derramadas en el suelo. Le preguntó Mateo a la madre
si se había tomado los remedios y ella… dijo que no sabía, que los guardaba en
la alacena. Fue el boticario hasta la alacena y vio que los remedios estaban
intactos. No se había tomado nada. La madre le dio una carta con leyenda: Para
Mateo Velasco el boticario.
Le pedía perdón por no haber tomado sus remedios. Se entregó
a la naturaleza.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 15 de febrero de 2014)
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 15 de febrero de 2014)
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