La persiana no estaba bajada del todo. Por eso, nada mas
abrir los ojos, a las siete de la mañana, pudo ver el principio de la claridad
del día que empezaba a alborear. Miró al techo y le dio por pensar en lo que
estuvo cavilando la noche anterior. Recordó que había recogido sus cosas y
tenía todo preparado para el viaje. Decidió irse a la costa a vivir. Nada le
retenía en Badajoz. La familia hacia su propia vida, y ninguna relación tenía
que pudiera hacer interesante seguir viviendo allí. Vio desde la ventana como
pasaba el camión del matadero que llevaba las carnes al mercado. Le vino a la
cabeza sus vistas allí para la compra de las materias primas para la cocina y
como poco a poco, desde que volvió del País Vasco, se fue haciendo con los nombres
de todos los que le atendían y ellos le trataban como un amigo. Estaba muy
interesada la chica de las verduras en retenerle con conversaciones largas.
Nada mas verle le sonreía y parecía pasarlo bien con él. Pero no era nada
serio, Solo una manera de tontear para pasar el rato. Vio a la chica con el
novio y no parecía que estuvieran mal.
Por otra parte, Toni el carnicero, siempre le guardaba alguna pieza de
las buenas, comprándolas a un buen precio. También hablaba un rato con él pero
solo de fútbol. No era del mismo equipo pero, cosa rara, mantenía un juicio muy
razonable de la marcha de los partidos. Desde la ventana, a lo lejos, se veía
la avenida de Sinforiano Madroñero y recordó las horas pasadas con Aurelio,
llenando cuartillas digitales de todo lo que escribían, con los portátiles de
por medio. Él era demasiado riguroso con el estilo. Tenía deformación
profesional, su Licenciatura en Hispánicas le llevaban continuamente a estar
pendiente de las tildes, de las preposiciones y comas mal puestas. Eso
decía. Bueno está que se escribiera
correctamente, pero el estilo, lo que es el estilo, pensó él, y así se lo dijo
mas de una vez, es una cosa muy personal que cada escritor debe hacerlo a su
gusto y carácter, porque al fin y al cabo es lo que le da su propio sello
personal. Desde la ventana, dio su último vistazo al jardín de la avenida. Esa
misma imagen era la portada de todos sus días en las madrugadas de la ciudad.
Cogió las maletas y bajó al garaje. Miró una y otra vez a ver si llevaba las
llaves, las del piso que cerraba, y quien sabe cuanto tiempo iba a estar así, y
las del piso de Gandia, donde iba a vivir desde ese momento. Cargó las maletas,
puso la antena en el coche y salió del silencioso sótano por la enorme puerta
del garaje a la calle. Fue fácil salir de la ciudad, a esas horas el tráfico
era más que fluido, algunas calles aun estaban casi desiertas. La luz ámbar del
dial de la radio del coche le iba iluminando y las conversaciones de los
informativos le acompañaban. No prestaba mucha atención, pero se sentía bien
oyendo sus voces. Los olivares enseguida aparecieron pasando a toda velocidad,
-están cargados de aceitunas –pensó – este año habrá una buena cosecha si no se
echan a perder con los vientos del comienzo del invierno. Cuando iba a dejar la
provincia se acordó de los días en que fue por la carretera
hacia Gstaad, atravesando el valle de Ormont y cruzando el puerto del Pillon con
sus 1.546 metros. Por allí, en el teleférico, conoció a Inga, que fue muy
gentil para llevarle personalmente hasta el hotel, que no localizaba, el primer
día que llegó a los Alpes. Lo mejor es que luego se la encontró en el
periódico, mira por donde. Era la que llevaba las informaciones locales. Por el
teleférico subieron los dos el primer día que libraron hasta ascender al glaciar de Les Diablerets, punto más
alto de los Alpes de Vaud. En el restaurante, comieron y se quedaron hasta que
iban a cerrar el viaje del teleférico. Debió ser por la panorámica que se ve
desde allí por lo que intimaron tan pronto. Desde las alturas, y con una vista así,
se muestra uno generoso y abierto. Era precioso ver hasta las orillas del lago
Leman. Volvieron más de una vez. Pareció que se llevaban bien. Se comunicaban
mejor, hasta que llegaron a iniciar una relación. El destino de Inga a
Frankfurt les había separado y ahora, cuando perdió él el trabajo, apenas
tenían contacto. Siempre que viajaba en coche a un destino lejano, acababa
acordándose de todo esto. La libertad que da vivir de lo que se escribe, con
unas novelas que le estaban dando lo suficiente para vivir bien, le estaba
moviendo para esta escapada. Lo estaba deseando. Tanto por alejarse de su
ciudad, que le estaba agobiando, como por intentar nuevas cosas. Por otra parte,
estaba la llamada telefónica desde Estados Unidos advirtiéndole, de manera tan
educada como amenazadora, que no siguiera escribiendo sobre el informe que, años atrás, había sido
descubierto por descuido por la revista Nature. Había interés serio del
Departamento de Defensa. No es que tuviera mucho miedo, era más bien el hastío
que le producía todo. Estaba harto de pelear.
Vio pasar los enormes campos de vid de la llanura y paró en la cafetería
de una desierta estación de servicio. En las vueltas que daba la crema en la
taza del café, cuando lo revolvió con el azúcar, empezó a ver que no iba a
llegar a término. En ese mismo momento, sonó su móvil. Era Inga, que preguntaba
donde estaba porque quería venir a verle. Se había despedido del Franfurter
A.Z. y estaba en Barajas, donde había parado para pasar dos días en Madrid. Se
cortó la llamada. Intentó llamarla, pero ni por Watsapp pudo comunicar. Montó
en el coche. Puso el Bluetooth, con el manos libres y siguió el viaje, y una excitación que le iba
aumentando conforme se le agolpaban los pensamientos. Al rato, paró la radio, e
inmediatamente sonó el teléfono. Le dio al botón de contestar en el volante y
era Inga. –Holaaa, Teo soy Inga, ¿donde estas? –Hola chica, ¿que tal estas
rubia? Voy conduciendo camino de Gandía- -¿Que dices Teo? – Que voy conduciendo
el coche camino de la ciudad de Gandía, en Valencia. En ese momento un
golpe seco y fuerte hizo que todo se quedara en tinieblas.
Despertó a las ocho de la mañana. Estaba en
su cama del piso de Badajoz. Todo había sido una pesadilla.
Sin
embargo, a las cinco de la tarde, llamó Inga, estaba en Barajas y preguntaba
por él.
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 19 de octubre de 2013)
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