Marta, una amiga
que llamaré así, para guardar la palabra que le di, me contó que su marido
desde hacía años había cambiado por un incidente que tuvo. No es el mismo. Viajaba
todos los días en coche a su trabajo, fuera de Ciudad Real; así, se levantaba
muy temprano con el fin de salir antes de que amaneciera para viajar tranquilo
sin prisas y llegar puntual al trabajo. Un día, como otro cualquiera, se
levantó a las cinco y media. Después de la ducha, desayunar y recoger sus
cosas, paso por las habitaciones a dar un beso a su mujer y los chicos. Le dijo
el marido que acostumbraba a repasar mentalmente todo lo que tenia previsto
hacer para el día mientras bajaba al sótano a recoger el coche del garaje, de
manera que, cuando puso el coche en marcha aquel día, ya estaba con su agenda
mental preparada. Tomó con el coche la salida de la ciudad por la Ronda a la
carretera Nacional N-420, en dirección a
Carrión de Calatrava. Llevaba la radio puesta y escuchando un programa magazín
en el que conversaban con la gente, que le entretenía y ayudaba, tanto para estar
despierto como para no sentirse solo. El viaje comenzaba bien; tranquilo;
relajado; despierto y con el ánimo dispuesto para una nueva jornada. El tiempo,
el propio de el verano, era bueno en esa semana; algo de brisa y el comienzo del día con temperatura ideal,
suave y agradable. Además llegaba hasta él, a través de la ventanilla que tenia medio abierta, el perfume de las
plantas aromáticas silvestres cercanas, de las encinas de una pequeña dehesa a su izquierda y de las viñas que se extendían más
adelante a un lado y otro. Así pues, con el ánimo
totalmente positivo, se sentía muy bien. Pero todo iba a cambiar. Eran las seis
menos diez minutos cuando, al llegar al cambio de rasante de los cerros de
Huertezuelas, vio como a la derecha, en el arcén, a la altura de la salida de
un camino, había un hombre que parecía agricultor, con sombrero de paja, que le
estaba haciendo una extrañas señas. Conforme se acercaba comprendió que quería que le prestara atención
con sus señales. Levantó el pie del acelerador y fue frenado el coche poco a
poco. Cuando estaba a unos treinta metros empezó a arrepentirse de haber
disminuido la marcha del coche. Porque no era un hombre normal. Se le veía bien
todo el cuerpo, incluso la ropa de trabajo que llevaba puesta, pero todo él
parecía refulgir con una luz azulada especial que irradiaba una
luminosidad extraordinaria. Al pasar
junto a él, lo miró y trató de entender lo que le podía decir ese extraño
hombre, pero, tanto la mirada triste, angustiada y suplicante que tenía, como
el hecho de que, a través de él, podía ver un chaparro que había detrás, hizo
que supiera en ese mismo instante, que era un extraño fenómeno sobrenatural.
Era un espectro o fantasma; es decir, la imagen de una persona muerta. El
corazón le dio un vuelco, el pelo se le erizó y unos escalofríos le recorrieron
por todo el cuerpo. Pisó el acelerador y no quiso mirar para atrás. En un
instante se presentó en Carrión y sin dudar ni un solo minuto, dio la vuelta
por la carretera comarcal CR- 211 hasta Fernán Caballero y desde allí volvió
hasta Ciudad Real. Este viaje, lo hizo tiritando del terror que le consumía y
con las palpitaciones aceleradas haciéndole creer que el corazón iría a entrar
en crisis. Llegó hasta su casa, subió deprisa y cuando abrió la puerta del piso,
nervioso y atropellado le contó todo a Marta. Luego llamó a su empresa para
advertir que estaba enfermo. Se metió en la cama y así estuvo hasta que, a la
caía da la tarde, más tranquilo, se levantó. No le dijeron nada a nadie, porque
parecía un suceso difícil de creer. Así
siguieron su vida intentando olvidar el asunto.
Un día me
encontré con Marta que sabiendo que yo investigaba algunos sucesos parecidos,
por haber tenido noticia de ello, me rogó que indagara que es lo que pudiera
haber de real en todo esto que acabo de contar, con el ruego que no lo hiciera
público para que no se pudiera identificarles.
Aunque he pasado
por la cuesta de Las Huertezuelas en innumerables ocasiones desde que era
chico, y la conocía de memoria, aún así, me fui a la mañana siguiente hasta
allí para ver el lugar justo en el que, al parecer, habrían ocurrido los
hechos. Tomé nota del punto kilométrico y el hectómetro en el que estaba. Pensé
que si realmente se hubiera aparecido un espectro, en ese lugar, debería
corresponder a alguien que habría muerto allí recientemente, y puestos en ello,
lo normal es que hubiera sido por un accidente de tráfico. Días más tarde fui a la Jefatura de Tráfico y
pregunté si, en ese mismo lugar, sucedió algún accidente recientemente, para lo
que puse como horquilla temporal, para ello, desde el año anterior, por la
misma fecha, hasta la del suceso. Acordó el funcionario que me atendió, y que
conocía, que, en cuanto lo averiguara, llamaría para decírmelo. En ningún
momento le conté el suceso que me tenía intrigado, y, mucho menos, le hubiera
descrito el aspecto y descripción del espectro que se le apareció al marido de
Marta.
Pasaron tres
días y al tercero, a las once de la mañana recibí la llamada del funcionario de
Tráfico. La descripción que me contó hizo que me recorriera un escalofrió por
la espalda hasta ponerme los pelos de punta: Había ocurrido dos meses antes un
accidente de tráfico en ese mismo lugar, a las seis menos diez de la mañana, la
víctima había sido un hombre; debía ser agricultor; había salido del camino con
su tractor, que fue arrollado por otro vehículo. Cuando llegaron la Guardia
Civil y el juez a levantar el cadáver, encontraron en la cuneta el sombrero de
paja ensangrentado. Debió entrar en la carretera sin hacer un stop y no debió
ver al vehículo que le arrolló.
Lo he pensando
muchas veces si debía decirle esto a Marta, pero siempre terminé por resolver
que no debería decírselo. Quizá un suceso angustioso que les hizo pasar mal, no
debería volver a sus vidas. Pero lo cierto es que, estas cosas de los espectros
tiene una parte positiva: siempre cabe la duda si realmente fue verdad o...
simple alucinación. A lo mejor lee esto y es la mejor manera de verlo: como un
relato.
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