Las siete y
media, -pensó Mariana-. Se hace tarde y este muchacho no llega. No podía
esperar más: cogió las llaves y dos bolsas con la compra, las metió en el coche
y, después de poner la antena, arrancó el motor y salió. Más rápido de lo que
era habitual en ella. Conducía muy bien; prudente; no solía dar acelerones;
pero, era tal el enfado que se le iba acumulando que, salió disparada de su
calle, cogiendo la cuesta de salida de
la carretera a Monforte, a más velocidad de la que solía. La tranquilidad pudo
venir en cinco minutos y… le vino; pensó que no merecía la pena empezar así los
días de vacaciones. Sonó el teléfono y se conectó el manos libres. Le dio al
botón del volante y se oyó la voz de Ciprian -¿Si?- Oye Marian… perdona que no haya
llegado pero… el coche ¡me ha dejado tirado!.. Me dicen en el taller que ha
sido no se qué del carburador… ¿te has ido tu ya? – si tío, claro que si,
estaba ya harta de esperar… pero ¿Cuándo, cuando vienes entonces? –En cuanto
terminen con él, salgo para allá, estoy en A Cañiza, así que, en una hora o
así… y si no lo terminan… me tendré que quedar a dormir en un hotel cerca de
aquí… joder, vaya mierda Marian, qué mala suerte. – Bueno no te preocupes, ya
estoy a diez minutos de la casa de Cebreiros, allí te espero. Ten cuidado con
la vuelta. – Vale. ¿No te va a dar miedo estar sola allí?- No. No creo que haya
motivo como para que le tenga. No te preocupes. Ven cuando puedas. Un beso.-
Vale Marian. Un beso. Hasta luego-
La tarde estaba
languideciendo más pronto de lo habitual. Unas nubes cargadas de agua estaban
quitando la poca luz que le iba quedando y, la naturaleza, había tomado colores
intensos, propios de una pintura del Renacimiento. La emisora que llevaba
puesta, emitía una canción de los ochenta, algo tristona, y cambió a la emisora
de rock. ACDC, con toda la potencia de su ritmo, llenó el coche y le contagió
su energía. Se puso a gritar cantando el estribillo y así hizo el viaje que le
quedaba hasta que tomó el camino de la salida de Cebreiros, hacia las afueras,
por el norte. En ocho minutos de marcha lenta llegó hasta la cancela de la
finca, bajó, se le cruzó un tejón y le dio un buen susto. Sacó las llaves y
abrió la cancela. Volvió al coche y, una vez que había pasado, bajo de nuevo.
Se puso a pensar: ¿cierro con llave? ¿O lo dejo abierto? Recordó lo que dijo
Ciprián sobre si le daba miedo, y era verdad que no había pensado en ello, pero,
cuando le hizo ese comentario se le debió meter en la cabeza alguna mala duda.
Cerró con llave. Bajó las cosas del coche y respiró profundo cuando estuvo
dentro de la casa. Olía a guardado, como decía su marido. Le gustaba ese olor. Abrió
algunas ventanas para ventilar y se puso ha preparar la casa para estar
confortable esos días: calefacción, termo, antena de la televisión y recogió
bastante leña para la chimenea, mientras pensaba en el tejón. ¡Puto bicho!
¡Vaya susto que me ha dado. Al terminar las
tareas rutinarias, que las hacía sin pensar, se fue hasta el ventanal
grande del salón y se puso a mirar la tarde que estaba a punto de caer. La
primavera había llegado, pero aun no se notaba demasiado las últimas lluvias. Las
hierbas quemadas por el frio de la vaguada le estaban diciendo que aun no había
brotado nueva. Repasó toda la línea del horizonte y, entonces, le vio. En la
cerca, a menos de sesenta metros había un hombre de unos cincuenta años que
estaba mirando hacia allí. Él no le podía ver, por el estado de la casa en
penumbra: no había encendido las luces, y aún quedaba algo de luz solar. El
desconocido debía estar deslumbrado por la luz exterior y seguro que a ella no
la veía. Permaneció allí un buen rato, como si estuviera estudiando la casa. Los
nervios acudieron sin llamarlos. Pero el extraño se marchó. Andaba cojeando y apoyándose
en un palo que le hacía de bastón. Tenía una extraña forma de mirar, su
constante manera de escudriñar todo lo que se le ofrecía a la vista no era solo
una curiosidad extrema, era una atención como si quisiera memorizar todo lo que
veía. Recapacitó y pensó que se estaba imaginando demasiadas cosas. Recordaba aquellas
veces que se quedó sola en la casa y nunca sintió miedo, nunca, pero, en ese
momento, empezó a inquietarse y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
¿Seria por la advertencia que le hizo Ciprián, sobre si le iba a dar miedo?
Intentó pensar en otra cosa. Se sentó en el sofá y encendió la televisión. Oir
a alguien hablar le hacía mucha compañía y se recostó sobre uno de los brazos,
arrebujada con el cojin; llamó a Ciprián con el móvil. El tono seguía llamando
pero no lo cogía, al cabo de un minuto, después de volver a llamar, contestó:
-¿Marian? Dime. – Ciprián ¿te han arreglado el coche? – No. Les falta no se que
pieza y hasta mañana a primera hora no la tienen. ¿No? Entonces ¿te quedas a
dormir? – Si claro, ya te dije. Si te da miedo estar sola vuelve a Ourense.
Mañana podemos retomar el viaje desde allí. – No déjalo. Mejor te espero aquí.
Bueno, ten cuidado; hasta luego; un beso. – Hasta luego, pero hazme caso si te
sientes mal, vuelve. ¿Vale?- Vaaale-
“Mejor te espero
aquí” es la frase que le dije, pensó Mariana. Espero no arrepentirme de ser tan
cabezona.
Estuvo viendo
las noticias en le televisión y por si fuera poco, en el reportaje final
estuvieron hablando del chupacabras. Ya saben, ese monstruo que deja sin sangre
al ganado y que dicen que también lo hace con algunas personas que se vieron
sorprendidas en campo abierto. La verdad es que ya había oído hablar de ello y nunca le había dado la mayor
credibilidad, pero pensó en ese momento ¿y si fuera verdad? Dicen que en
realidad pudiera ser un extraño extraterrestre de color verde oscuro. En estas
estaba cuando oyó un ruido en el exterior como si un animal hubiera tirado algún
cacharro. Encendió la luz exterior y se asomó a la terraza con una linterna en
la mano, miró en las sombras y cuando la giró hacia la izquierda dio un grito
desgarrador. Al fondo, en el macizo de los rosales se veían brillar unos ojos
que miraban fijamente. Se dio la vuelta corriendo, se metió en la casa, cerró
la puerta con cerrojo, y bajó las
persianas de toda la planta baja. El corazón le explotaba en el pecho, de las
palpitaciones que tenía. Se movía por el salón como un animal encerrado y
desesperado. Cenó un sándwich de salmón con lechuga y tomate, con un zumo. Permaneció
cuatro horas en el sofá, tapada con una manta, con los ojos como platos, viendo
la televisión y mirando constantemente de un lado a otro aterrorizada. Pero,
poco a poco, el cansancio fue haciendo que se fuera escurriendo en el sofá
hasta que totalmente tumbada, quedo dormida.
A la mañana
siguiente, se abrió la puerta súbitamente y ella se despertó sobresaltada. Era
Ciprián que había llegado. Le contó lo que había pasado y dijo él sobre los
ojos que vio: -debía ser un gato, su órgano de la visión está provisto de una lente y una especie de espejo curvo situado detrás de la retina, que es capaz de reflejar un cono de
luz hacia la fuente que lo ilumina. –
Jopé con el puto gato. –dijo ella.
Pero ya no volvió a quedarse sola allí. (Ni su marido
tampoco).
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