A las cinco de la mañana del siete de junio,
se levantaba Anxo para ordeñar a las vacas. Para no despertar a sus padres, ya
mayores, no se aseaba en el lavabo que tenía en el cuarto y lo dejaba para más
tarde, sino que se enjuagaba la cara en el cubo de cinc colgado en el pasillo
de abajo, luego de sacar agua en el pozo. Mientras, en la cuadra se estaba
removiendo el ganado haciendo mucho ruido. Al oírlo, se fue rápido para allá y
levantando el pestillo que cerraba la media puerta de madera vio como en el
pesebre había un hombrecillo, no más de medio metro de estatura, con barba y
jubón rojo que iba corriendo y saltando de un lado para el otro, riendo a
carcajadas y provocando a las vacas que se espantaban dando saltos para atrás.
Con cada espantada más risas y carcajadas. Anxo, extrañado primero, y asustado
después, con el pelo erizado por el susto, se armó de valor y gritó: - Eh! o teu! ¡qué fas aquí! deixa ás miñas
vacas tranquilas malnacido, haras, que se lle corte
o leite desvergonzado! El trasno, pues eso era, paró en seco, sorprendido
primero y curioso después, estudiando a Anxo y le contestó también en gallego: Son Paio, e ¡mírate
con coidado e non me insultes, ou canocerás o
meu mal xenio, home! Dicho esto dio dos saltos subió a la parte alta, donde
estaba el pajar y salió dando un salto por la piquera. Pasado el susto, Anxo se
sentó en la banqueta de ordeñar e intentó tranquilizarse, como parecía que
intentaban las vacas que le miraban con los ojos extraviados. Había oído muchas
veces relatos y cuentos que le hablaban de trasnos, duendes enanos que solían
hacer travesuras, trastadas y bromas, a veces con un humor difícil de entender,
cuando había rotura de enseres o pérdida de documentos u objetos valiosos. Por
eso temía que el hombrecillo que había visto y del que no dijo nada a nadie
hasta muchos años después, pudiera cobrarse algún tipo de venganza por las
duras palabras que le había dicho.
Anxo, después
de ordeñar las vacas, darles agua y limpiar un poco el lecho de la cuadra,
subió a tomarse el almuerzo mañanero que le había preparado su madre. Antes pasó
a asearse y lo hizo como le gustaba a él, metiéndose entero en el barreño
grande de cinc y enjabonándose todo el
cuerpo, para terminar enjuagándose después con unos buenos cubos de agua. Estando en la mesa le dijo su madre: - Anxo,
tes na cara unha estraña mirada ¿pasouche algo rapaz? (¡y vaya si le había
pasado algo!). Anxo murmuró una contestación que no se pudo entender y Andrea,
su madre, acostumbrada a los encierros en si mismo de su hijo sentenció: - Esta
ben, non digas nada, xa mo contarás se te aperta moito... Y si, claro que le
apretaba y le tenía preocupado, intrigado y, porqué no decirlo, un poco
asustado, pero como fue pasando el tiempo desde aquel día, y no pasaba nada, se
fue tranquilizando y lo aceptó como una anécdota extraña, extraordinaria y
misteriosa que hasta le hacía parecer tener un privilegio que no quería contar
a nadie, entre otras cosas porque le iban a decir que estaba mintiendo o que se
habría vuelto loco. En este tiempo que trascurrió, él, que fue siempre muy
trabajador y estudioso acabó el bachiller y luego de ingresar en la Universdad
en Santiago, completó sus estudios de Derecho y, acabado éstos, ganó
oposiciones a Notarías.
Un día que
había salido del despacho de la notaría de Lalin, en la que estaba destinado, a
su domicilio para comer, al entrar en su casa, oyó un gran revuelo en el piso
de arriba y a Antoñina, la asistenta, que estaba dando gritos totalmente fuera
de sí. Subió los escalones de la escalera de dos en dos asustado, con el
corazón en la boca, y al entrar en el comedor estaba la chica subida en una
silla, cogiéndose el delantal con una mano y la badila del brasero dorado en la
otra mano, dando golpes al aires y diciendo: - ¡Fóra, fose, trasno, ninguén
te dixo que vingas, e deixa as cousas no seu sitio, o señor vaime escaldar como
vexa este desastre, ves, ves con Deus! En el rincón, al lado de la ventana,
apoyado su codo en la mesita del teléfono, pese a que no sobresalía su cabeza
por encima de ella, allí estaba Paio, el trasno que, años atrás, vio en la
cuadra de casa de sus padres. Sin embargo, pese a lo que se podría esperar,
esta vez se tranquilizó nada más verle, y en sosiego se dirigió a él y le dijo:
- ¡Home Paio,
me laegro de verte, tes bo aspecto! ¿Que é da
túa vida? Como ves eu teño unha vida distinta, lonxe do campo, e das vacas,
pero se é o teu gusto, podes quedar a comer na casa. Iso se, nos tes que dicir que é o que tegusta comer, que eu non se moi ben que é o
que comeis os trasnos. El trasno, Paio, se compuso y mirando sonriendo a Anxo
le dijo: - Grazas Anxo, ao meu gústame comer o caldo galego, iso se, con
bastantes talladas de lacón. Asi pues Paio se quedó a comer en casa de Anxo caldo
gallego, bajo la asustada mirada de Antoniña, a la que se le advirtió que debía
guardar secreto de la presencia del trasno, cosa que hizo, y cumplió, por el
susto que le daba. Antes de terminar unas orellas de dulce que le dieron para
la sobremesa, con una infusión de té verde que bebió sorbiendo con más ruido
que el sumidero de un patio, salió por la azotea, que es al parecer por donde
vino y volvió a desaparecer. Desde aquel día, en la notaría se oía ruido de
legajos cayendo y de mesas corriendo, con la voy aguda de alguien que soltaba
risotadas mientras esto ocurria. El notario, tranquilizaba a todos, mintiendo.
Decía que era un vecinito que estaba algo escaso de magin y no era muy
responsable, pero que era inofensivo.
Cada vez que el notario se encontraba en un apuro, si le faltaba algún
papel extraviado, o si algún vecino con ganas de liarla al ir a firmar alguna
compraventa, o liquidación de herencia conflictiva, terminaba el conflicto con
solo ver a Paio entre las cortinas y dejar perplejo a más de uno, o perdiendo
alguna documento privado en el que se había forzado a alguien a perder su
propiedad.
En octubre, cuando las setas y hongos salían en los prados y bosques
cercanos, Paio y Anxo reían juntos contándose las travesuras del uno y las
torpezas del otro. Aun se oye en el archivo de la notaría, antes de abrir la
oficina, la voz del trasno que dando voces dice: - Anxooo, tes os
cartapacios soltos. Tes que xuntalos como facías coas vacaaaaas. Ha, ha , ha, ha.
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 7 de junio de 2014)
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