Cuando vivíamos en la gran crisis,
todos estaban mirando a la economía, la particular y la general, por eso, ahora
que quedan lejos esos tiempos, cobra especial interés, para explicar sus
facultades, lo que dijo en aquellos tiempos Susana, la hija de Bart en mayo de
2014. Pasaron ya más de veinte años y los seis que tenía entonces se han
convertido en veintiséis. En aquellos días de la crisis, en primavera, cuando
hablaba su padre en el banco con su amigo, que le aconsejaba en materia de inversiones
financieras, la niña les interrumpió y dijo:
- Papá compra renovables, todas las que puedas. Es difícil de entender como
que una niña de seis años supiera lo que son las renovables y que importancia
pueden tener para la sociedad. Pero estoy hablando de Susanita, una niña que
cuando tenía 10 meses ya sabía tararear el Danubio Azul y reconocer en un corro
a todas las personas por su nombre. Además, como me contó Bart más de una vez,
esta niña tenía la misma cualidad de la tía de Bart, Lily. Tenía una facilidad excepcional
y asombrosa para la premonición, heredada de ella, con seguridad. Había
anticipado acontecimientos más de una vez, y con una precisión que dejaba
descartado el azar. Lo cierto es que los cambios drásticos en el clima, unidos
a la certeza del descenso de los recursos del petróleo, hizo que se volcaran
hacia las renovables, de manera decidida,
total. Las acciones que compró Bart de renovables, en contra de la opinión de
su amigo bancario y haciendo caso de su hija, le hizo multiplicar su inversión
diez veces. Ahora, en estos días, me contó Bart la discusión que había tenido
con su familia sobre la compra de su casa en la playa de Huelva. Se han
jubilado los dos, su mujer y él, y querían irse a vivir allí casi todo el año.
Hablaban de comprarla en Isla Canela y su hija Susana que estaba pensativa dijo
muy alterada: - ¡Ni se os ocurra! ¡Vamos,
que disparate! ¿Tú sabes papá como es ese sitio? Esta construido todo en una
zona de marismas, protegidas todas las urbanizaciones por un talud de tierra,
arena casi todo, que evita que las mareas entren e inunden todo. Si vais a
comprar algo cerca de la playa, comprar en un sitio que este protegido, muy
protegido. Puede estar cerca de la playa y sin embargo en un sitio elevado. Vamos
que si yo tuviera que comprar lo haría en un cerro o montaña, cerca del mar,
desde donde se ve un paisaje marítimo precioso y sin embargo esté a salvo de
los fenómenos de las corrientes marítimas extremas, recuerda papá que llevamos
quince años con el clima totalmente distinto, y la tierra se está adaptando a
eso. Bart, convenció a la madre (que
debía estarlo antes de que lo hiciera él, al verla asentir a lo que decía su hija).
Se compraron casa en la urbanización del Pinar de la Bola a más
de 50 metros sobre el nivel del mar, arriba de un cerro desde el que se
divisaba la costa.
Un día del año siguiente, después de tomar café en la
sobremesa, en la parte posterior de la casa, donde tenían el porche que miraba
hacia el interior, desde el valle se empezó a oír un ruido bronco, fuera
de lo común. Si no fuese por el inmenso vacío de la llanura que en ese momento
extrañamente había: sin animales, sin aves, sin nadie, pareciera que se fuera
acercando una inmensa estampida. Transcurridos unos momentos, algo empezó a
brillar como oro viejo en la entrada de los pequeños valles que llagaban hasta
este. Fue Bart dentro de la casa, con prisa nerviosa y gran inquietud, para
coger los prismáticos y mirar en aquella dirección. Pero no venía de allí, sino
desde la parte delantera de la casa, desde donde vio algo que no tenía nada de
natural. Sin haber llovido nada durante meses, sin tener cerca embalse alguno
al que poder atribuirle aquel hecho, una enorme masa de agua se iba acercando
por la llanura de la costa y se iba introduciendo por los valles laterales
orientados al sur.
Agua con parda espuma, que con los
rayos del sol, daba un color metálico, brillando con destellos propios de sus
reflejos, inundando toda la llanura. No paraba ni se atenuaba, su avance era
constante y todo iba desapareciendo a su paso: las urbanizaciones de la costa, arbustos,
árboles, colinas, y alguna casa aislada de las de labor más arriba; todo
cubierto por una voraz marea que iba engullendo todo, inundando la llanura,
cambiando el paisaje por uno muy distinto e insólito.
En ese instante, un húmedo escalofrío
de pavor fue invadiendo su cuerpo. Tenía un pensamiento que no dejaba de acudir
constantemente, obsesivamente a la cabeza: ¿de donde venía el tanta agua? ¿del
mar? Fue adentro de la casa y sus temores se confirmaron: Entre grandes
dificultades por el constante silencio de las emisoras de radio, pudo oír una
llamada de socorro general que reconocía la procedencia: era agua del mar. El mundo,
la realidad, la tranquilidad y la estabilidad, se trocaron en un gran derrumbe que se llevaba su ánimo y
el de su familia hasta la desesperación. Veía como seguía avanzando el agua y
subiendo la cota de su nivel. La campana de una Iglesia cercana comenzó a tocar
a rebato dando la alarma. Su sonido le hirió el corazón como con un cuchillo.
El agua, cada vez más cercana, y el rugido de su devastación, más fuerte y
bronco. Pensó en la gravedad del momento. Se juntó la familia, dentro de la casa
y subieron al piso superior. En los siguientes minutos interminables se empezaron
a tranquilizar cuando todo parecía perdido: la inundación se paró a escasos
metros de su casa, en el inicio de la urbanización. La tragedia era enorme.
Varios pueblos se los había engullido el tsunami: ¡Un mar inmenso de aguas
oscuras estaba ante ellos! Sin apenas aliento y rendido exclamó: - ¡Dios nos asista!
Después de quince minutos, oyeron por la radio del móvil que un mega tsunami se
había engullido la costa atlántica. Procedía al parecer de un derrumbe de
ladera de la llamada Cumbre Vieja, en un volcán de la isla de La Palma, en
Canarias. Miró Bart a su hija Susana, la abrazó y besándola con fuerza en la
frente, dijo: Gracias hija mía, nos salvaste la vida.
(Publicado el el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 31 de mayo de 2014)
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