Cuando le pregunté a mi amigo Alfredo
que iba a ser de él cuando fuese mayor, después de reprocharme que no pensara
en el futuro, me contestó que le gustaría ser como su tía Salvina, la hermana
de su padre, Sócrates, e hija de su abuelo Corban, que así se llamaba. Su tía
era callada, con fama de prudente. Se limitaba a observar a la gente antes de
pronunciar palabra alguna, salvo si preguntaban; entonces si, contestaba,
aunque, si podía, con monosílabos. No es que fuera huraña, no, simplemente que
no le gustaba hablar. Alguna vez dijo que ya se había equivocado lo bastante
para volver a hacerlo, a no ser que fuera inevitable. De mediana estatura, de
pelo castaño con las canas mudando a gris, retenía algo de la belleza que debió
tener en su juventud. Todo el día ocupada, con sus obligaciones y con las de
los demás, pues, de puro generosa, nunca daba prioridad a sus aficiones que
rara vez la ocupaban. Solo de vez en cuando, la vieron leyendo, oyendo música o
dándole a las agujas de punto para hacer mantas de patchwork, con los restos de
lana que le sobraban de cuantas prendas tejía sin parar en cualquier estación
del año. Un día contó a Alfredo sus andanzas por el mundo. Praga, en la que
había estado viviendo como funcionaria de la embajada de Francia, pues tenía la
doble nacionalidad por su nacimiento en Paris, o sus experiencias en Roma o
Lisboa. Ella nunca dijo que es lo que había estudiado, pero su hermano,
Sócrates, dijo que había sacado el doctorado en Astrofísica en la Sorbona. Se
contaba que estuvo trabajando para la NASA durante varios meses en Robledo de Chavela, en el Madrid Deep Space Communications
Complex (MDSCC), el Complejo de Comunicaciones del Espacio Profundo
de Madrid, con ocasión de la misión del Apollo XI, en 1969, cuando pisaron, Armstrong, Michael
Collins, y Edwin E. Aldrin la Luna por primera vez; pero esto,
nunca se pudo confirmar por la familia, y era una cuestión de la que ella no
quiso hablar nunca. Se la veía en las noches de verano, y algunas de las de
invierno, hiciera frío o calor, salir a la terraza de su casa de Cercedilla,
con un telescopio de gran potencia que había comprado, escrutando el Universo y
anotando en un grueso cuaderno de tapas duras y de color verde al agua. Una vez
que tuvo más comunicación con su sobrino Alfredo, le hablaba sobre sus teorías
sobre la comunicación interestelar, con mucha pasión. Hablando de ello, sí se
extendía en su discurso; creía que no debía esperarse señales en ondas radioeléctricas, sino por la luz de las
luminarias que hay en el cielo. Cuando
fueron presentados los discos compactos en 1980, (CD), explicó a su sobrino que sus teorías sobre el rayo
láser, debía ser una forma avanzada de transmisión de señales y mensajes. Más
tarde más prudente, callada, se entretenía en las cosas sencillas de la vida
como forma de ser feliz. También es desde entonces empezó a hacerse más
frecuente sus días en la casa de Cercedilla. Se iba los jueves y permanecía allí
sola, a no ser que alguien se animara a ir con ella, hasta el domingo. Su
casa, a media distancia entre la
población y Fuenfría, tenía unas vistas extraordinarias, sin que le afectara
demasiado la contaminación lumínica. En las noches de verano, en la terraza se
abría Salvina a sus invitados y les explicaba la composición de las
constelaciones, su observación en la antigüedad y la posibilidad de vida en
otros planetas. Se extendía en explicar cómo el agua era la clave de estos
proyectos de terraformación artificial.
Pero siempre terminaba con su obsesión de la posible comunicación
mediante la luz con otros planetas habitados. Cuando le interpelaban sobre
estas cuestiones siempre decía lo mismo:- Ahora ya no es un problema el recibir
y enviar señales de luz, o luz concentrada –láser-. El problema es hallar la
forma de construir un aparato que sea eficaz para recibir y luego transcribir
estos mensajes.
Ella se confesaba incapaz para ese
trabajo pero seguía estudiando, en sus momentos de intimidad, para poder
facilitar ese proyecto.
Un día, martes para más detalle, y por
lo tanto inusual para sus habituales días en la sierra, se excusó con la
familia y dijo que tenía que ir a Cercedilla sin faltar. No explicó la causa de
tan imprevista partida y se la vio
haciendo la maleta en la que metió su cuaderno grueso de tapas al agua verde,
al que me refería antes.
El sábado por la tarde y preocupada la
familia, al no haber contestado a las llamadas telefónicas la tía Salvina,
Alfredo y su padre decidieron ir a verla y quedarse hasta el domingo. Al llegar
a la casa les recibió ella con buena cara, más bien con muy buena cara, ya que
tenía un aspecto radiante, Parecía hasta más joven, dinámica, optimista. Eso
deshizo la preocupación y se aceptó las excusas de no haber cogido las
llamadas, que al parecer fue porque se había dejado el teléfono en la salita y
ella estaba muy ocupada en la buhardilla. Inmediatamente se puso a hacer la
comida como si quisiera dar una impresión de normalidad a su silencio. Una vez
que dejó Alfredo su maleta en su cuarto, mientras miraba por la ventana el
paisaje de la sierra, algo le impulsó a subir a la buhardilla a ver que pudiera
estar haciendo su tía que tanto le tenía abstraída. Cuando pasó vio en la mesa de estudio varios
cuadernos de tapas al agua, uno abierto con un lápiz encima. Se acercó y leyó: “En el libro de Job (Capítulos 9 y 38)... Él hizo la Osa y Orión,
Las Pléyades y las Cámaras del Sur... y ¿Pueden atar las cadenas de la Pléyades
o desatar las cuerdas de Orión?... ¿Puede establecer su reino en la tierra? Los
antiguos profetas sabían de las leyes de las estrellas que no sabemos hoy.
También parece que las Pléyades como Orión afectan las actividades en
la tierra de alguna manera. Al lado había una serie muy amplia de
formulas matemáticas, algebraicas, que, reconoció Alfredo no saber cual era el
sentido de ellas.
Por
la noche estaban Sócrates y su hijo Alfredo sentados al lado de la lumbre,
viendo una película mientras que Salvina había subido a la buhardilla. Bajó
después de un rato y salió a la terraza abrigada con una manta. Cuando menos
aguardaban, se vio un instantáneo fogonazo rojizo que venía del exterior junto
con un sonido sordo como el que hace una máquina que estuviera aspirando una
gran corriente de aire o agua. Se miraron los dos y Alfredo le dijo a su padre
alarmado: -¿Qué ha sido eso? – Salieron corriendo hacia la terraza y cuando
llegaban a la puerta, vieron y oyeron otro gran destello, como fogonazo azulado
que iluminó toda la casa. Se pararon y se cubrieron la vista con el brazo. Cuando
cesó, salieron y vieron que solo estaba la manta con la que se cubría Salvina.
Un destello recorrió el firmamento hacia la constelación de Orión. Nunca más volvieron a ver a su tía y hermana.
En su cuaderno, había una especie de despedida, para ellos incomprensible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario