(Este relato es continuación en parte del anterior)
Empezando 1753, Andrea de Remesar, hija de Eulalia, recibió carta remitida desde Ourense que le comunicaba un asunto de mucho interés relacionado con la herencia de su madre; como ya conté. En ella, hablaba de un hombre, Antón Freire, del que no sabía nada, interesado en un testamento ológrafo que habría aparecido después. No sabía la chica si pudiera ser un problema estas noticias o, si eso, podría retardar o incluso impedir su boda con Servando, que ya tenía señalada para el miércoles, dos de febrero. Por eso, y como era muy decidida, marchó pronto a ver al notario de Poio, don Benito Guntín, que señalaba la carta como tenedor de las disposiciones testamentarias de las que le decían. En la plaza del Obradoiro, al salir de rezar en la catedral, se cruzó con ella la vieja que le obligó, de una manera tan extraña, pero efectiva, a hablar con Servando sobre su pasión, que ella no supo ver. Se le acercó y le dijo: - Rapaza, tendrás fortuna coas noticias da familia.
Empezando 1753, Andrea de Remesar, hija de Eulalia, recibió carta remitida desde Ourense que le comunicaba un asunto de mucho interés relacionado con la herencia de su madre; como ya conté. En ella, hablaba de un hombre, Antón Freire, del que no sabía nada, interesado en un testamento ológrafo que habría aparecido después. No sabía la chica si pudiera ser un problema estas noticias o, si eso, podría retardar o incluso impedir su boda con Servando, que ya tenía señalada para el miércoles, dos de febrero. Por eso, y como era muy decidida, marchó pronto a ver al notario de Poio, don Benito Guntín, que señalaba la carta como tenedor de las disposiciones testamentarias de las que le decían. En la plaza del Obradoiro, al salir de rezar en la catedral, se cruzó con ella la vieja que le obligó, de una manera tan extraña, pero efectiva, a hablar con Servando sobre su pasión, que ella no supo ver. Se le acercó y le dijo: - Rapaza, tendrás fortuna coas noticias da familia.
Una vez más se quedó perpleja con lo
dicho por aquella extraña mujer. La única familia que tuvo era su madre y ella
ya no vivía. Siguió su camino convencida de los desvaríos de la vieja, mientras
se cubría con el paño la cabeza, del orbayo que estaba cayendo. Más tarde,
entró en la casa del señor notario y después de anunciarse y enseñar la carta,
la hicieron esperar en el zaguán. No tardó mucho la chica que le abrió la puerta en llamarla
al despacho del notario. Don Benito Guntin, era elegante, muy puesto, de casaca
azul oscuro, chupa de color crema y calzón del mismo color de la primera. Sus
zapatos brillaban como si de gemas de azabache se tratara y su cara, enrojecida
por el buen yantar y el buen beber, le daba un aire de rústico. Quedó desecha
esta impresión cuando empezó a hablar:
-Bos días Andrea, alégrome de coñecerche, recordo con cariño á túa
nai (madre), á que te pareces moito. Pasa, pasa, e informareite do testamento ológrafo
do que fala a carta. –Mais que é un testamento olografo don Benito?
– Dijo
él: Explícocho: é un testamento que fai o que faleceu
(que hace el que fallece) do seu puño e letra, lo firma e pon data. Así pois
don Antón
Freire dispúxoo así. Don Benito se fue a la mesa y sacó un
escrito, que era el testamento firmado por Freire, Maestro armero, y en él, primero hablaba de su viaje al Perú,
por encargo del rey, y al que no pudo
llevar a la madre de Andrea, Eulalia de Remesar, pidiendo que en caso de
fallecimiento dieran todos sus bienes a la que reconocía como hija suya, de
nombre Andrea, con el ruego de que le perdone no haber dado cuenta de esto
antes para salvar la honra de su madre a la que quiso como esposa. Para más
información sobre Antón, decía remitir aparte relación de su viaje al Perú y
las cartas que había recibido de su madre. Rogaba que antes de tomar decisión,
era menester leyera su viaje al Perú y la vida que había llevado allí, y
considerando ésta, se pronunciase si aceptaba la herencia, sin conocer en qué
consistía, mirase bien si perdonaba y así se lo debía decir a Don Benito Guntin,
notario de Poio, que tenía facultad para ejecutar como albacea, la herencia en
sus términos. Con lágrimas en los ojos, cogió el legajo en el que se contaba la
vida de su padre y, despidiéndose del notario, se lo llevó a su casa para
leerlo con detenimiento.
Esa
misma tarde empezó a leer lo que Antón Freire escribió: “Fui con la Armada Real
hasta Cádiz en la primavera de 1735, allí embarqué como armero en el navío Nuestra Señora del Carmen, llamado
también El Galgo. Después de varias destinos de guerra, al año, partimos hacia
Veracruz el 3 de mayo y llegamos allí un mes después, pese a dos temporales que
debimos soportar.” Desde Veracruz, por tierra, marchamos hasta el Puerto de
Acapulco; desde el que debíamos embarcar hasta Lima, llegando otro mes después. Mi trabajo era obedecer los destinos
que me ordenaba la Armada y por haberlo hecho con destreza es por lo que el
Almirante, mirando los informes que le dieron, ordenó, en nombre del rey, que
atendiera con otros compañeros las
necesidades de la Armada en Lima.”
Luego Antón Freire relataba sus días en el
Perú, las venturas y desventuras que allí tubo y cómo estuvo guardando cuatro
de los seis reales que tenia de paga, para su vuelta a España y retirarse en
Santiago con Eulalia su madre. Así se lo hizo saber a ella en todas las cartas
que le envió, y añadía los pagarés de la Tesorería de la Armada, que le mandó
para sus necesidades. Todo eso pudo acabar cuando cogió las fiebres en dos
ocasiones y cuando perdió dos dedos por la imprudencia de uno de los aprendices
que tenía en la armería, que hizo peligrar su trabajo. Su destreza, aun sin
dedos, y su trabajo de enseñanza con los aprendices hicieron que lo conservara.
En vista de todo ello, decidió mandar a don Benito Guntin, hombre de confianza
de su familia, los pagarés para su cobro en la tesorería de la Armada, con los
cuartos que iba guardando para el caso de su muerte. Cuando Antón recibió carta
de don Benito de la muerte de Eulalia y de la existencia de su hija, mandó su
escrito con el cotejo del comandante del puerto, por el que decidía dejar todo
sus bienes, incluyendo los ahorros, a Andrea.
Al
día siguiente, cuando hubo leído los escritos de su padre y recobrada de la
impresión que le había hecho su existencia y atención con su madre, fue a la casa
del notario y nada más llegar ante él le dijo: --Mire vostede don Benito, pensado está e dou por aceptada a herdanza do meu
pai (padre); e a vostede dou grazas por
todo o que fixo por meu pai e pola miña nai . - Non hai porque dar grazas pequena,- Dijo él- eles eran como da familia. Agora, se queres, podemos reclamar o teu
apelido Freire,
co recoñecemento do testamento.- Levareino con gusto, dispoña o que faga falta
don Benito.
–Contesto ella.
Cuando se puso el pañuelo Andrea y
parecía que iba a despedirse, le cogió del brazo el notario y le preguntó
sonriendo: - Non queres saber canto é a herdanza do teu pai? Ella se ruborizó por la falta de interés
de cuanto era lo que heredaba, y contestó: - Claro, o había esquecido.
(Olvidado). – Pois rapaza, son 477
escudos de ouro, equivalente a 4. 770 reais de prata ou 162.182 maravedies. Al oír
esto Andrea se puso no se sabe muy bien
si a llorar o reír, y la emprendió a besos con el notario.
El dos de
febrero se casaron Andrea y Servando y compraron casa en el centro de Santiago.
En el bajo, pusieron tienda de paños que regentaron durante muchos años.
Una vez más las palabras de la vieja Bruxa
estaban en lo cierto.
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 31 de enero de 2015).
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 31 de enero de 2015).
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