Por la puerta de atrás, la que daba al
huerto, salió Dionisio Iribarren, conocido en Ustaize como “el Diderot”, el
hijo de Asunción Sodupe, el sábado 5 de octubre, a la caída de la tarde. Luego
de despedirse de su madre, secarle las lágrimas, abrazarla y besarla, pasó bajo
el cascabillo viejo, junto al pilón del agua y se dirigió a la montaña con el
único equipaje del macuto que se trajo de su servicio militar. En él estaban
grabadas las letras n m u a c p, que, como había confesado a su madre
cuando se las bordó, significaban: “nunca más usaré armas contra prójimos”. En
su cabeza tenía bien guardado su destino: el lugar oculto donde ya se había
escondido su padre durante la Guerra de la Independencia. Dionisio estudió
secundaria en Estella, y luego se fue a Francia a para licenciarse en
Literatura y graduarse en Música, que le habían servido para dar clases en la
escuela en Pamplona hasta ese mismo mes de octubre que, leyendo las noticias que llegaban, se reunió
en su pueblo, Ustaize, con su madre. Sabía que su republicanismo militante en
Francia, no confesado en Navarra, terminaría por ser un grave peligro para él.
Por mucho que ejercía el disimulo, al no implicarse en conversaciones,
reuniones, y acciones que pretendían hacer valer las aspiraciones de Carlos
Maria Isidro de Borbón, hermano del difunto rey Fernando VII, lo tenían bajo
sospecha allí donde estuviera, fuera Pamplona o en el pueblo.
El día anterior, viernes, estuvo
hablando con su amigo Clemente Izal y su hermana Blanca, al pie de la huerta en
la ribera del río Salazar y, mirando valle arriba, ensombrecido por los grandes
nubarrones, previos a una enorme tormenta que descargaría por la noche, le
dijeron que habían oído que buscaban gente para el ejercito que se estaba
organizando para el levantamiento contra la regente Maria Cristina y su hija
Isabel. Blanca no decía nada, solo le miraba con cara de preocupación,
especialmente cuando su hermano advirtió a Dionisio que habían levantado
acusaciones contra él por liberal. Sabía que los hombres de Zumalacárregui eran
especialmente crueles con todo aquél que llevara el sambenito de liberal. Su
vida podía peligrar. Nunca le había dicho nada a Dionisio, y ella era más bien
una chica poco dada a expresar sus sentimientos, fueran los que fueran, por
eso, se limitaba a mirarle, como si no hubiera nadie más en el mundo, y a
decirle siempre que tenía ocasión: - Cuídate mucho por favor. Esta tarde
se lo dijo, no una, sino varias veces. La última con los ojos brillando con las
lágrimas que empezaban a asomar.
Pensaba en estas cosas Dionisio mientras
subía por la cuenca del arroyo entre las montañas de San Andrés y Zagatapia, y
al pensar en los dos amigos, reparó en ese momento en que iba a sentir mucho no
poder ver a Blanca. Le emocionó mirarla a los ojos prontos a llorar cuando se
despidió de ella. – Mejor no hacerse
ilusiones. Pensó, considerando la vida que le esperaba escondido en el
monte. Llegó hasta el escondido refugio en la falda del Fornácillo; caía la
noche. La naturaleza fue generosa con él, pese a la escasa luz que quedaba por
la avanzada anochecida, llegó hasta el gran macizo de boj dispuesto entre sus
arbustos en forma de laberinto; se introdujo en él a la cuarta revuelta, con
las ramas abrazándole y perfumándole hasta que apareció la entrada. Su abuelo
había hecho una borda para el ganado con algo de tejado, una fachada de
piedra, donde hizo puerta, practicable por mitad, para ventilación y ventana en
la parte superior donde se encontraba el catre para dormir. Dentro se
aprovechaba una cueva en la que, por la parte superior del fondo, subía una
grieta natural en la roca, que ventilaba muy arriba del monte, sirviendo de
chimenea para el fuego de la pequeña cocinilla de hierro que hacía de hogar y
calefactor en los fríos días de invierno. Dejó su macuto al lado del catre, y
cenó algo del jarrete de cordero que le dio su madre y después de dar una
vuelta por los contornos, se acostó.
Al día siguiente, domingo, 6 de
octubre, el general Ladrón de Cegama proclamó rey al
infante don Carlos con el nombre de Carlos V en Tricio (La Rioja). No se llegó a enterar hasta tres días después cuando su
madre oyó disparos en el pueblo y le dijeron que el levantamiento había
comenzado con la proclamación de Carlos María Isidro, ella se lo comentó cuando
bajó a las cuatro de la mañana a ver a su madre y recoger provisiones, como
había de hacer de vez en cuando.
Uno de esos días, con la luz de la Luna abriendo el camino de
la sierra, cuando subía hacia la borda
oculta, a las cinco de la mañana,
le estaba esperando Blanca junto a la senda del arroyo. Por un momento al oír
el movimiento de la chica que no reparaba en ello, se asustó; luego al verla le
dijo entre contento y preocupado: -Pero chica, qué haces tú aquí a estas
horas. – Te estaba esperando, tontico, y no para otra cosa que para convencerte
de que me quede contigo, no, no; ¡no me mires así!, aunque no te lo haya dicho,
nada hay que me preocupe más que pensar que estas tu aquí en la sierra solico,
y sin nadie. No solo para que te haga compañía y te ayude en lo que necesites,
sino para estar contigo, no se si lo habrás pensado, pero te quiero más que a
mi propia vida. Y nadie me va a convencer que te deje aquí. Solo si tu no
quieres y si no me quieres. Se que corres peligro allá abajo, no por la gente
del pueblo, sino por esos a los que les
entró la fiebrica de poner a una Borbón por otro Borbón, contra los del Borbón
que quiere reinar en lugar de la otra. Mira Dioni, a mi esto de la política me
parece todo envuelto en malas ideas porque poco importamos los que estamos
abajo y cuando la lían los de arriba siempre pagamos los platicos rotos con
nuestra sangrecica. Yo solo quiero vivir con la gente que quiero, especialmente
contigo, así que dime si me dejas que esté contigo. – Blanca, claro que te
quiero, muchísimo, pero, no se si es bueno que te encuentren conmigo, he oído a
la gente hablar con mucho odio y no quiero que te hagan algo malo, por
encontrarte en mi compañía. Además, ¿qué van a pensar tus padres y tu hermano,
cuando se den cuenta que no estás?, te van a estar buscando como locos. – No te
preocupes Dioni, les he dejado una carta diciéndoles que te quiero y que estoy
contigo, sin decirles donde. Nadie me ha dicho donde estabas, pero como estaba
en un sin vivir, me pasaba las noches en vela y mirando la casa de tus padres,
hasta que un día te vi llegar y luego te seguí hasta aquí. Dionisio se la
quedó mirando, la abrazó y solo fue capaz de decir medio sollozando: -Si rica
mía, quédate, ya saldremos de ésta. Siete años después, cuando terminó la
primera guerra Carlista en 1840, en el pueblo se corrió la voz de que estaban en Francia. Lo cierto es que
la madre de Dionisio desapareció tres meses después que ellos, y al parecer su
familia en el pueblo recibió una carta suya en francés.
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real del 9 de mayo de 2015)
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real del 9 de mayo de 2015)
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