Se removió Gawen bajo el edredón de
plumas y a tientas intentó coger el vaso de la mesita de noche. Aun no había
amanecido, la claridad empezaba a sentirse encima del camino de Lindsaig. Se
incorporó y bebió unos tragos del agua helada del vaso. Después de restregarse
la cara con las manos se levantó de un salto. Se aseó y encendió la lumbre de
la cocina; cuando sus hierros empezaron a desprender su calor, acercó el
cacillo para calentar la leche. Al lado fue friendo un huevo con la grasa de
las dos lonchas de bacon. La radio empezó pronto a dar las noticias del frente.
Miró al aparador, aun estaban las cartas por las que le denegaron el
alistamiento: problemas con la vista, decían. Para abrirle la cabeza a alguien
no hace falta mucha vista y sí poco cerebro, pensó. Una hora más tarde estaba
en el acantilado cogiendo huevos de frailecillos. La cubierta vegetal verdeaba
con su color quemado por el frío. Las provisiones llegaban cada vez más tarde. Cogió
malvas para la comida, y guardaría algunas para los ungüentos. Cuando sonó el
segundo estampido de su carabina Sten, no solo cayó una perdiz roja, sino que
oyó como le llamaban de lejos. Miró y era una chica. Cuando se acercó vio que
era atractiva, morena, de unos treinta y seis años. – ¿Eres Gawen? –Dijo ofreciéndole la mano. Él se limitó a afirmar con
la cabeza y se la estrechó; le dio pie a
ella para seguir presentándose.- Soy
Robina, Robina Mac Angus. Estoy con mi tía, en su casa, en Lindsaig. Me dijo
que eres el único vecino por estos parajes. Yo vivo con mis padres en Glasgow,
pero están asustados por los bombardeos
y me han mandado aquí con tía Lilias. ¿Te importa que me quede contigo? Me
ha dicho mi tía que me podías enseñar esta comarca. Quizá te pueda ayudar a recoger provisiones y así me enseñas;
podría coger para nosotras, ¿te parece bien? Si hace falta me traigo una
carabina que tiene ella. – No chica, no es necesario, con esta tenemos
bastante, si se me acaban las municiones, otro día te traes tu. – De acuerdo.
– ¿Has estudiado algo? ¿Trabajas? Con
estas preguntas Gawen empezó a hacerse un poco la idea de quien y cómo era la
chica. Poco después ya sabían los dos, más o menos, todas sus vidas. Se
sentaron en una roca cerca del acantilado, mientras la fría brisa fuerte de aquél día movía el pelo
de Robina y las alas del sombrero de piel de él. Miraban hacia el mar, seguían
hablando y poco a poco, se encontraron totalmente indefensos ante las preguntas
del otro que cada vez eran más personales. - Me caes bien Gawen. Tienes una mirada limpia y tu voz es la de una
persona sensible y sincera. Me siento fatal con esta locura de guerra, procuro
que mis padres y mi tía no se den cuenta de mi preocupación. Robina miraba
al horizonte y cada frase la dejaba salir seguida con una larga pausa. -Llegado a este término solo quiero
alcanzar mis pequeñas metas: vivir
tranquila, leer, oír música y seguir con el ensayo que había empezado sobre la
enuresis infantil. Ahora tengo más difícil
consultar literatura médica, pero de vez en cuando me acercaré a Glasgow a la
biblioteca.
Dos semanas después, los dos parecía
que no podían vivir el uno sin el otro. Mas tarde, a él le militarizaron y
tenía que hacer informes, con la radio, de las naves y aviones que pudiera
avistar desde la costa. Pesa a todas las dificultades vivían felices ajenos a
todo el mundo.
Una tarde de junio de 1949, cuando ya
había terminado la guerra, estaba ella
leyendo en la misma roca de la costa, donde se sentaron la primera vez juntos,
él terminaba de coger plantas para provisiones y medicinales, así como otras
para alimentar los animales de su pequeño corral; se acercó Gawen por detrás y
le dio un suave beso en el cogote. - ¿Que
lees? – “Muerte de un viajante” de Arthur Miller. Es una obra de teatro en la
que cuenta las miserias de un viajante al que todo le va mal, solo tiene un orgullo,
una caña de pescar muy especial, exclusiva, que le había dado su padre, como su
gran tesoro: como aquella no la tenía nadie. Es una emocionante historia de la sensibilidad
humana en la que trasciende como
extraordinario la posesión de algo exclusivo, lo que para otros tiene poco
valor. – Eso, me recuerda el tesoro que tengo en casa que me dio mi padre.
Luego te lo enseño. – No, luego no, ahora ¡vamos!
Al llegar a la casa de Gawen, este bajó de
arriba de un armario una caja de cartón que puso sobre la mesa, la abrió y
Robina se quedó mirando su contenido, al momento le miró varias veces y luego
le dijo: - ¿Es una gaita? – Si, pero una muy especial, es una gaita romana
del siglo XVII; es decir, una gaita como la hacían los romanos pero hecha aquí,
en ese tiempo. -Mientras esto decía la iba sacando con cuidado y la piel
con la que estaba hecha parecía estar en buenas condiciones, suave. No solo eso,
sino que se la puso en posición y al momento estaba tocando Scotland The Brave.
(Escocia valiente) Cuando terminó la miró con los ojos brillantes, como cogido por
una gran emoción y se puso a tocar The Brown Haired
Maiden. (La doncella del pelo marrón). Terminó
y ella le miró sonriendo. – Tú eres mi
doncella del pelo castaño.- Le dijo. Ella le abrazó.
Dos semanas más tardes ella se fue a Glasgow a
trabajar en la Facultad de Medicina. Sus padres se oponían a que siguiera con
Gawen: solo tenía el trabajo que le dejaron del ejército para medir la
meteorología. Él, después de pensar que
no podía vivir sin ella, la siguió la semana siguiente; salió
de su casa de Fearnoch y llegó a Glasgow a un piso que le cedió el hermano de
su abuelo, Gais Mac Coinich.
Fue hasta la Facultad para verla; no pudo hablar con ella, solo la vio a través
del cristal de la puerta de la clase donde estaba, le sonrió y le mando un beso
con la mano e hizo un gesto haciendo rotar el índice como que quería verle
después. Pasaron los días y ella tardó en llamarle.
Robina, a la tercera semana después recibió
la visita de un abogado; traía el testamento de Gawen. Le dejaba a ella todos
sus bienes. Le entregó la caja con la
gaita romana y una carta. Un infarto acabó con él. En la carta había unas
palabras de Shakespere en el que había subrayado algunos versos cuando Romeo
decía: … En mi favor está el manto de la
noche, que me sustrae de su vista; y con tal de que me ames, poco me importa
que me hallen en este sitio. Vale más que mi vida sea victima de un odio que el
que se retarde la muerte sin tu amor. A veces, demorarse es perder.
(Publicado el el diario La Tribuna de Ciudad Real el 30 de mayo de 2015)
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