La
puerta del número 15, B de Lindfield Road se abría todos los días, minuto más o
minuto menos, a las ocho de la mañana. Era el momento en que la campana
“Banger” de San Pablo se oía desde la lejanía. Primero miraba al cielo, como si
quisiera comprobar que lo dicho por el parte meteorológico era cierto. Se subía
el cuello de la gabardina, se la abrochaba y salía decidido por el pequeño
jardín de la casa. Dentro del viejo Ford Escort, encendió el motor, y dio la
vuelta a la rueda de la calefacción hasta ponerla en la temperatura habitual.
Encendió la radio: desde la BBC, hablaban de las noticias del mundo. Julio
Samson, lo tenía claro, a punto de la jubilación, no tenía el más mínimo
interés en dejar el trabajo. No porque le tuviera especial afición, no, solo
era para él su profesión: no su modo de vida. Eso lo tenía claro. Bajó del coche
en el aparcamiento y se dirigió a su trabajo. –Buenos días don Julio. -Dijo el portero. - Buenos días, Andy. -
Simplemente había llegado a un punto que no tenía nada mejor que hacer. Subió
las escaleras y entró en su despacho. Aún estaba reciente la marcha de su hijo
a Glasgow. No lo lamentaba, sabía que era lo que quería hacer, vivir con su
mujer escocesa y su hijo. Pensaba en esto cuando sonó su móvil. Descolgó; era
Henry, su hijo: - ¿Papa? Oye, estoy
pensando que no fui muy listo al hablarte así, cuando me despedí de ti. Sabes
que no quería molestarte, pero estaba muy nervioso. Es la primera vez que me voy
de tu lado para ir a vivir lejos. Bueno, es verdad que tenemos mucha ilusión
Tina y yo: por esta ocasión de vivir en una casa grande, con todo a mano,
trabajo, escuela para el niño, y con centro a tiro de piedra, pero parece que
nos dio un golpe de fortuna cuando recibió Tina la herencia de su tío. Nadie de
la familia lo esperaba, jamás dijo él que había hecho semejante fortuna, por lo
visto es muy común en la familia de Tina que se hagan ricos y no digan nada.
Dice ella que es porque son descendientes de hebreos prestamistas de la Edad
Media, algo avaros o algo así, pero no concuerda mucho; parece ser que tenía
varias fundaciones de obras sociales, en fin, que nos ha hecho un favor el tío
Silas. Quiero papa, que vengas en cuento puedas, te estoy preparando una
habitación igual que la que tienes en Lindfield. Cama muy parecida a la tuya, con
el mismo tipo de colchón, un bureau casi igual al que tienes en casa y librería
para que tengas una buena colección de libros y las carpetas para tus cosas.
Quiero que cuando vengas te encuentres como en tu casa. Lo necesitamos Tina y yo, sabes que
te queremos, y lo necesita el pequeño Julio, que no hace más que preguntar
cuándo viene el abuelo. –Vale, vale, chico. Iré. Pero no te preocupes, estoy
contento con vuestra nueva vida. Ojalá y os vaya así mucho tiempo. Administra
bien vuestra suerte y el patrimonio. La vida da muchas vueltas y debes estar
preparado para cuando vengan días malos. Iré a veros en una semana. Me acercaré
en tren. Hace mucho que no cojo uno y me gustaba hacerlo. Disfrutaré del
paisaje. Un beso a todos, hijo. –Un beso papá. Ven. No lo dejes.
Pensó
Julio, una vez más y por un momento, si se jubilaba o no. Miró por la ventana.
Se fijó en un grupo de castaños junto a Sheperton Road y le vinieron las imágenes
de su vida en la casa de sus abuelos en Mordiford. Extraños días aquellos de
guerra y, sin embargo, felices con los abuelos y su madre. Los días de cuidar
las gallinas, el cerdo y las vacas; y recoger escaramujo para hacer mermelada.
Decían en la BBC que podrían suplir con mucho la falta de vitamina C por
carecer de los cítricos del sur de Europa. Volvió a la realidad y se dijo: No.
Su vida estaba en Londres y hasta que no encontrara unas ocupaciones que le
interesaran, seguiría con el trabajo. Se sumergió en su ocupación hasta que
Susan, la Técnica de comunicaciones, se asomó y le dijo: - ¿Julio? ¿Te vas a quedar a vivir en la oficina? – Se levantó como
un autómata y se fue a comer. Decidió ir andando.
Tres
calles más arriba, vio a un niño de unos cinco años, sentado, solo, en un muro
del jardín. Parecía extraviado. Serio, quieto. Con la mirada perdida… -Hola chico. - Hola señor -dijo volviendo la
cabeza y sonriendo. – tengo un mensaje para usted; estoy sentado encima de él.
- Diciendo esto, se levantó y debajo de sus posaderas había un libro muy
grueso. Se lo dio. - ¿Y esto? ¿Cómo es
que me lo das? Es tuyo. –No Julio. Es para ti. Léelo y sabrás cuál es el
mensaje. –Diciendo esto se dio la vuelta y diciendo: ¡Bay, bay! Desapareció corriendo. Cogió el libro y vio que el
título estaba en árabe. Comió y después del trabajo se fue a casa y allí, en su
estudio, con un vaso de cacao caliente, lo abrió. Estaba en inglés victoriano.
Decía en el prólogo que era una traducción de una serie de textos muy antiguos
encontrados en la biblioteca de un conde, descendiente de un noble del siglo
XV. Comenzó a leer.
Desde el alminar de planta cuadrada
de más de cuarenta varas de alto veía el almuédano el patio de naranjos donde
Jawhar solía salir a coger las flores para que su madre hiciera el agua de
azahar. Llegaba hasta allí el olor del jazmín y del incienso que quemaba el
imán en su cercana casa para la purificación. Jalîl subía antes de hacer la
llamada, para contemplar los pasos breves que daba ella en el jardín y la
delicadeza de su forma de recolectar las flores. Desde allí veía la ciudad y
tomaba notas para que sus pensamientos no cayeran bajo el humo blanco y sin
olor del olvido. Eran las anotaciones las que luego harían volver a la vida sus
pensamientos y la luz del día cuando todo se volviera sombras y dificultad para
el recuerdo hermoso. Decía Jalîl: -Permite, oh Señor, que pueda recibir el don
de contemplar a Jawhar aunque sea en mis pensamientos, como recibo el hermoso canto
de las aves que se mueven alegres entre los naranjos y se esconden entre la
enredadas ramas del jazmín perfumado. Así como el favor de poder escribir, con
pluma certera, le realidad en que se torna un hermoso sueño para retener el
gran tesoro de cuanto veo en esta afortunada ciudad en la que vive Jawhar.
Más
adelante, ante la cercanía de estar vencido por el sueño. leía Julio Samson: En el puesto de Karim en Dowleh, bazar de Kashan, siempre había azafrán de
la India, la mistura de especias Köfte Bahari, Coriandro, también llamado
cilantro, Nane o Menta, Kekik, llamado orégano, albahaca, tomillo y cien
hierbas aromáticas, más otras tantas, todas ellas de alto valor culinario y
medicinal. Sus clientes habituales, cocineros, médicos, boticarios, venían a
hablar con él, antes de hacer su pedido. Querían saber y aprender sus pericias
de cultivo y recolección en las laderas de los montes cercanos. Siempre decía
que la recolección tenía que hacerse con el rezo, por lo bienes que la
naturaleza y que el Señor nos daba y ofrecía, pero sobre todo hablando con las
plantas para no coger nunca más de lo necesario y solo lo necesario. Los
invitaba a ir con él para reconocerlas; y que no tuvieran nunca más que acudir
a él para comprar.
Julio
Samson, el padre de Henry, suegro de Tina y abuelo de Julio, fue viviendo con
la lectura del libro, y con ella, fue de viaje por los tiempos, por Oriente y
sus civilizaciones. Pidió la jubilación y se marchó a Glasgow con ellos. Olvidó
su manera de vivir habitual. Siguió leyendo y empezando a conocer en la
naturaleza todo cuanto se le ofrecía. Vivió, cuanto pudo, y feliz.
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