Os lo voy a contar, pero luego no me digáis que son
las tontunas que tengo o que se me ha ido el pisto, porque no veo en ello ganas
de sobresalir ni de fantasear, que no están los tiempos como para eso.
No hace mucho que voy por las mañanas sobre las once a
la misma cafetería en la plaza y fue allí donde sucedió todo. Soy observador. No
sé si por que soy de natural curioso o es adquirida condición por mi afición a la escritura pero,
por ello, un día en que el cielo se había cubierto de negras nubes, tan negras
que, en plena mañana, pareciera anochecida, y en el instante que, por algún
lugar de poniente, se abrió la luz trocando la mañana en tarde avanzada, entró
a las once y diez uno de los que en los pueblos llaman mozo, con calzones
anchos de pana, camisa de varias décadas atrás y no muy bien aseado. Las botas
bajas llenas de barro viejo y manos grandes, fuertes, gastadas por el trabajo
duro, con las grietas que causan el haberlas dejado secar más de una vez al
aire. Nada mas llegar, se sentó con una pareja que estaba hablando en uno de
los rincones. Debían conocerse, pensé yo, porque no vieron extraña su visita. Participó
él en la conversación haciendo observaciones y le dijo a la chica que se
recogiera la cinta del pelo que se le había caído hacia atrás, lo que ella hizo
sin mirarle al momento. Me diréis ¿y que hay de extraordinario en ello? Pues sí
lo hay, como voy a contar lo mas objetivo posible.
Esto que cuento se volvió a repetir con más gente. Se
levantó de la mesa y se sentó con una mujer, sin que le extrañara, que estaba
con su hijo pequeño al que atendía de vez en cuando inclinándose sobre el
cochecito. Ella, habló por teléfono y cuando se preguntó algo, el mozo le
contestaba con la solución y ella se hacía cargo de lo dicho y lo repetía ante
su interlocutor al otro lado de la línea. Lo mismo ocurrió con dos señoras que
se sentaban cerca de donde yo estaba, y donde terminó por sentarse sin que,
como en las otras ocasiones, les extrañara su presencia. Él hacia observaciones
y las señoras se hacían eco de las mismas sin ni siquiera poner la mínima
objeción. Les advirtió que se les estaba acabando el tiempo para acudir a una cita, debía conocer eso de
antemano, y ellas, recordando la misma, se levantaron recogiendo con prisa, incluso
le contestaron con la mirada perdida hacia la concurrencia, con un “hasta
luego” cuando él les dijo adiós.
Pareció que era
yo el único que se sorprendía con este deambular de mesa en mesa de tan curioso
personaje, y el único que parecía verle, puesto que era el único que le miraba,
no así los que compartieron mesa con él, aunque parecían contestarle. Tan
interesado estaba en verlo de cerca que cuando creía que se iba a ir, me
levanté para acercarme y me arrepentí de haberlo hecho. A dos metros de el, sentí
escalofríos intensos y un olor especial. Lo que es peor, estando en la misma
línea recta hasta el espejo de la pared, me vi reflejado, junto con todos los
que estaban a mi lado, pero él no estaba en la imagen. ¡Mierdas! Me dije, con
el pulso a cien. Estuve parado allí sin que las rodillas respondieran a mis
ganas de salir corriendo. Se fue tan tranquilo como entró.
Dicen los entendidos que han estudiado estas cosas que
se debió tratar de un ectoplasma, es decir un cuerpo entero que se
semimaterializa, provistos de vida propia, hablando y caminando con total
independencia del médium que lo provoca. Es decir, un espíritu llamado y sin
control del que lo llama. ¿O el ectoplasma soy yo?..
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el día 13 de abril de 2013).
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el día 13 de abril de 2013).
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