-¿A donde vas chico? -Poray. Abrió
la puerta del zaguán y el aire frío de la mañana se coló sin pedir permiso. - Hace
frío y el relente de la mañana no se ha ido. Abrígate. ¿Vas con alguien?-No
padre. Déjalo. -Como quieres que lo deje. Te veo todos los días apagao. Y no me
quiero meter en lo que no me llaman, pero no quiero que veas solo las puertas
que se cierran. Eres muy joven y son más las que se abren que las que se
cierran. Te pregunto porque luego tu madre me pregunta a mí yo no sé que
decirle. Como si yo supiera algo; por eso me lo pregunta. Ya sabes como es, que
cuando no te ve contento se empieza a preocupar y empieza a barrenar hasta que
saca lo que quiere; por eso barrena tanto con su cabeza. Así es tu madre. Y yo
no quiero saber nada que no sea asunto mío, pero tanto te quiere tu madre como
tu padre, ¿sabes? Pero, no me hagas caso que cuando te pregunto: ¿a dónde vas?
No quiero que me digas lo que vayas a
hacer sino donde vas a estar; para saberlo. Si yo lo sé, pues te puedo buscar,
si hay una necesidad; pero nada más. Por eso te preguntaba. -Bueno padre, pues
que quieres que te diga, pues me voy poray,
a dar un paseo a la viña vieja o poray.
Luego vengo.
La
bruma que en el mes de noviembre suele hacerse más espesa conforme se aleja del
pueblo, hacía que el camino fuera perdiendo poco a poco sus contornos; sus
orillas sin cielo; sin nada más que una brillante y grisácea luz, llena de
humedad. La desaparición, casi sin notarlo, de casi todo, tranquilizaba su
ansiedad; poco a poco se sintió mejor. El ruido de sus pisadas en la grava del
camino marcaba el tiempo acompasado de su alejamiento. Un pájaro, quizá zorzal,
conversaba a lo lejos cuando su aleteo brusco, violento, le asustó. Unas pisadas, rápidas, que no eran las suyas
le empezaron a acelerar las pulsaciones. Alguien venía con prisa. No venía paseando. Entre la niebla apareció un
hombre mayor, más bien bajo; de apariencia extraña. Sandalias gruesas, de
cuero; trapos reliados en las piernas cubriendo en su parte superior calzones
oscuros abrochados en la derecha del vientre, y cubiertos en la cintura por
faja de paño oscurecida por el tiempo y la suciedad, lamparones de grasa,
propio del que se suele limpiar la navaja en ella. Se abrigaba con una extraña
capa de paño, algo raída que ocultaba sus manos. Cabeza con barba descuidada,
coronada por una vieja montera de piel de cabra, encasquetada con fuerza. Podía ser tanto un mendigo como uno que venía de podar.
Parecía tanto estar vencido por un duro trabajo y metido en extremada pobreza.
Con ser extraña su aparición, mas extraño y sorprendente fue lo que le habló:
-A la paz de Dios, señor, ¿me podía decir por
donde cae la aldea? - A lo que el
muchacho, con la mejor disposición le contestó: - Mire usted, no hay por aquí
ninguna aldea. Allí más adelante está Tomelloso, que no es aldea sino un pueblo bien grande. El hombre, algo enfadado y algo de queja, sin
perder el respeto, le replicó: - El
Señor, es mozo y no tendré a cuenta lo que dice, pero ha de saber que Tomelloso
es la aldea donde nací hace mas de cincuenta años, y así es verdad como me
llamo Martín del Campillo, que me llaman
“el Viejo”, es donde vivo y es aldea, de no mas de ochenta vecinos, todos del
Rey, nuestro señor; y encomienda de Don Luis Hernández Manrique, marqués de
Aguilar; está a un legua de Argamasilla, cuatro de Sucuéllamos y seis del Toboso. Si no es por que fui a por
leña a tres leguas al término de Alhambra, perdiendo el borrico en esta maldita
marea que me impide ver los tomillares, estaría ya en mi casa calentándome con
un buen caldo, que en este momento es lo
que busco con más interés. Llevo perdidas tantas horas que ni la patrona, me ha
podido ayudar, a no ser que haya dispuesto que
sea vuesa merced y que me diga el camino cierto; así es que, si hace
merced y tiene a bien dejar las chanzas para otro momento, dígame llegar, o me
tendrán que recoger el Hospital de pobres que Don Diego Galindo dispuso para
nuestro pueblo.- Eran tales las palabras
del hombre y, aparentemente, tan cargadas de convicción, que creyéndole loco,
le indicó el camino sin más discusión. El hombre, después de darle las gracias,
desapareció entre la bruma lo mismo que había aparecido, sin dejar rastro ni
ruido.
Cuando
llegó a su casa el joven, contó lo sucedido. Por lo extraño del relato, el
brillo de sus ojos, sus enrojecidas orejas y la tiritona que finalmente cogió,
le metieron en cama con una buena calentura delirando. Avisado el médico, y ver
alta fiebre y respiración muy agitada, lo envió al Hospital de Alcázar, al que
le llevó en coche su padre sin mas tardanza. Repitió tantas veces la
conversación con su aparecido hombre en los momentos de delirio febril, que todos
pensaron que tuvo alucinación. Días después
se recuperó de la bronconeumonía, con los cuidados del Hospital y los caldos de
gallina que le hizo su madre.
Sin embargo, su experiencia del día cinco de
noviembre, entre la niebla, le mantuvo inquieto de tal forma que acabó
recurriendo a uno de sus profesores del Instituto.
-¿Estás seguro
que eran esas palabras las que mencionó el hombre que se te apareció? – dijo su
profesor de Historia. Porque según
cuentas esa manera de hablar es cervantina. Propia del siglo XVI. Los datos que
das del pueblo que describe es el de aquellos tiempos. Es curioso... –dijo
pensativo, no sé si por la duda o la reflexión. –Déjame que haga alguna
averiguación y ya te digo lo que pienso de todo esto. ¿Vale? Vicente, asintió con la cabeza y se
despidió de él sin mucha esperanza de aclarar algo. Pero se equivocaba. A la
semana siguiente recibió una llamada de teléfono del profesor. -Vicente,
soy Javier, oye... ¿tu sabes lo que son las Relaciones de Felipe II?, -No. -¿Ni siquiera te lo han explicado alguna vez? -No, no tengo ni puta idea. ¿Que es? Pues una especie de encuesta de población que encargó el Rey y que se refería a la situación de los
pueblos, del siglo XVI. - No, no lo sabía. Ni nadie me contó de qué iba eso.
- Mira, es que es curioso; pero quiero que me lo
vuelvas a repetir tal y como lo contaste.
Vicente lo hizo, de nuevo. - Joder Vicente, todo los detalles que me
citas concuerdan fielmente con la descripción que hacen de Tomelloso, unos
tíos, que daban su testimonio, en el siglo XVI en el libro de las Relaciones de
Felipe II y en cuanto a la fecha, dice: …“a cinco días del mes de noviembre de
1578”. Y ahí no queda todo ¿Sabes como se llamaba uno de ellos? -¿Cómo?
-Martín
del Campillo, llamado “el Viejo”.
Esto le ocurrió a un muchacho
que un día se perdió en la niebla, en Tomelloso.
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