Cuando salió Gregorio de la obra era ya
las siete de la tarde. Momentos antes se oía en el tajo: – ¡Manolo! ¿Limpiaste
la herramienta? Le dijo a su compañero –Si jodío, eres más pesao que las vacas
lecheras. ¿No te dije hace un rato que me ponía con ello? Pues ya está.
Mientras esto decía, Manolo se estaba lavando las manos en el bidón que tenían
en la tercera planta, lleno de agua y Gregorio, se cambiaba en el rincón con
los pantalones que llevaba para ir a la calle, con parches, pero limpios. Se
miraba las manos, cuarteadas, con los dedos torcidos por la artrosis. Luego bajaron juntos por la escalera, que aún
no estaba terminada y saltaban de listón en listón para no escurrirse por donde
luego debían poner los peldaños. – Manolo, ¿Cuándo nos dan esta semana la
paga?, el sábado es fiesta. – Pues me dijo el jefe que nos la daría el viernes
por la mañana, que iba al banco y traería los sobres. – Bueno está. Estamos a
mitad del mes y ya estamos tiesos. Joder, esto es el cuento de nunca acabar,
¡Coño! – Anda y no te quejes, que otros no tiene ni esto. –Si, eso es verdad.
Bueno hasta mañana Manolo. Así se despedía Gregorio momentos antes de coger la
bicicleta vieja y con el hatillo donde llevaba vacía la tartera de la comida.
El trayecto de vuelta ya se lo conocía
de memoria, cogió la Ronda, y al llegar hasta el parque, se metió por el camino
de las viviendas anejas y así acortó para salir a la carretera de Puertollano.
Terminado el trayecto del parque, se cambió hacia el lado derecho de la carretera
y siguió su camino de vuelta a su casa.
No muy lejos de allí, en el garaje de
la Comisaría, Isidro, el guardia de asalto, se estaba enfundando las botas
altas de cuero que había lustrado su mujer, Antonia, y terminaba de vestirse
para hacer el servicio de tarde. El turno le tocaba a él a las siete. Terminado
el tramite, cogió las alforjas de cuero y se dirigió a la moto DKW, con la que
hacia el servicio. - ¡Cabo! ¿Tiene alguna cosa para mí? Me voy al servicio. –
No. No nada, ves con Dios. Le contestó Lorenzo el cabo. Dicho esto, arrancó la
moto y salió con tranquilidad para
coger, un poco después, la Ronda de Calatrava y seguir por la de Granada,
Cisneros y llegar hasta el Garaje Ford donde le echó gasolina a la moto, y le
firmaron el vale. Miró hacia delante, respiró profundo y dijo: - ¡El mundo es
tuyo Isidro! Se montó en la moto y llamado la atención en los pocos viandantes
que había con las explosiones del tubo de escape, se fue hacia la carretera de
Puertollano. Al llegar al acceso al Parque Gasset desde las Casas baratas, vio
circular a un muchacho en bicicleta y al llegar junto a él, le echo el alto.
Pararon los dos y aparcando la moto con la patilla, llegó hasta el chico y le
espetó – A ver, ¡la chapa del Ayuntamiento! El muchacho, en puro nervio,
contestó: - No la llevo. Mi padre la iba a comprar mañana. El guardia, sacó del
bolsillo el talón de las multas y le puso una de 25 pesetas. Que como todo el
mundo de alguna edad sabe, en aquel año, 1955, era una pasta. –Jodeee - Dijo el
chico desesperado. - Mi padre me va a dar una somanta de palos. He cogido la
bici sin su permiso. – Bueno, - dijo Isidro, estirando el cuello y tomando una
postura de superioridad- No te sanciono por ello, ni te voy a hacer atestado
por hurto de la bici. Por esta vez pase, pero la multa de 25 pesetas no te la
quita... ni que viniera el mismo Molovny con el balón debajo del brazo. (Se
refería, claro está, a Molowny el delantero goleador del Real Madrid). – Anda
chico, tira para adelante y no se te ocurra circular sin la licencia.
Después de eso, el guardia siguió su
camino por la carretera y, sin mucha prisa se adentro en La Poblachuela. Al
llegar a la altura de la huerta de Chamorro, vio en la cuneta una caja de lata
de carne de membrillo, de las de Puente Genil, con las ilustraciones muy
borrosas por el oxido y las abolladuras; en un estado muy malo. Paró la moto se
acerco con ella hasta el borde de la carretera y después de mirarla un rato,
dijo- ¡Bah! Una mierda de la lata. ¡Que la limpien los de Obras Públicas!
Siguió su camino.
Unos minutos después pasaba por allí
Gregorio el oficial segunda albañil, al que me refería antes, pedaleando
cansinamente, tanto por el enorme cansancio que llevaba a sus costillas después
de haber trabajado como un burro de carga todo el día, como por la bicicleta,
que tenía todo oxidado, los radios estaban desajustados e iba rozando la rueda
trasera con la horquilla, lo que le frenaba constantemente; pero él, no estaba
para arreglos, sino para llegar a su casa enseguida. Al pasar por el tramo de
cuneta en el que estaba la caja de lata, se quedó mirando y dejando de
pedalear, la bici se fue parando por a poco hasta quedar al lado del hallazgo.
Dejó la bici, se acercó y la cogió. Vio que pesaba algo más que una lata vacía
y la intentó abrir. Pero entre el oxido y las abolladuras, la jodía caja de
lata no se dejaba mirar sus interiores, hasta que con una tirón fuerte del albañil,
¡se abrió de improviso! Unos papeles salieron volando. Cuando se fijó con detenimiento
en ellos, se dio cuanta que aran billetes de mil pesetas. Los recogió todo
alterado. Mirando para un lado y otro, por si había algún testigo del
descubrimiento y, sin más, la metió en la bolsa del hatillo, junto a la tartera
y, montando en la bici, salió como alma que lleva el diablo. Ya dije que iba
cansino, pedaleando antes, pero ahora se le olvidó el cansancio y cualquier
otra cosa que le limitara. Llegó a su casa en escasamente diez minutos. Dejó la
bici en la cuadra, junto al borrico, se metió en la casa y cuando le preguntó
Eloisa, su mujer, que le pasaba, lo más que dijo, antes de meterse a solas en
su cuarto, fue: –Cosas mías.
Al contar el dinero,
comprobó que había 500.000 pesetas. Las guardó, sin decirle nada a nadie y fue
gastando el dinero de poco en poco e ingresando en la cartilla alguna cantidad
todos los meses. Se compró un piso en la capital, una moto Guzzi, para ir a
trabajar y les dio estudios a sus tres hijos, sin más problemas. Muchos años
mas tarde, uno de sus hijos, que era ya funcionario municipal, le dijo un día:
- papa, ¿de donde sacaste tú el dinero para darnos estudios y compra la casa?-
Gregorio, se le quedó mirando, con su cara de jubilado, lleno de canas y
lustroso por el descanso y le espetó: - Naa… una lata. No quieras saberlo… ya
te digo… una lata… Y así quedó(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 12 de julio de 2014)
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