Hace algunos años, una mañana de
invierno paseaba por Ourense. Por aquel entonces trabajaba yo en esa ciudad. El
sábado 21 de febrero paseaba, bajando por la rúa do Progreso hacia el
centro, desde el Parque de Posío di la
vuelta. A las once de la mañana el sol ya había calentado la piedra de las
losas de granito de la rúa Colón y las
de la Plaza de la Imprenta las veía luminosas desde lejos. Las suelas de cuero
son imprudentes, anuncian las pisadas en la piedra. Camino de la plaza Mayor,
con la calle sin gente, me acercaba somnoliento por el calorcillo de febrero y el
trasnochar por razón del Entroido. No soy amigo de máscaras pero sí del
alboroto, por eso, y por mi curiosidad permanente por el género humano anduve entre
la gente y el jolgorio. Decidí tomar un buen café y unos churros, leyendo el
periódico, en el café Latino. Cuando pasaba por el número 28 de Colón, me fijé
en la casa; juraría que el día anterior la había visto deteriorada y con signos
evidentes de abandono. Lo cierto es que ahora la veía con la piedra limpia y la
carpintería, ventanas y puertas, nueva; pintadas en verde carruajes oscuro,
propio de las casas de Irlanda. ¿La habían arreglado en una noche, como si
hubiera intervenido conjuro o magia? Bueno, en verdad inmediatamente pensé en
que yo me habría confundido con otra casa, en otra calle. Al fin y al cabo, yo
no conocía bien la ciudad y, aunque tengo buena memoria, podría haber alguna
confusión.
Esa tarde hablaba con Carmiña Novoa, la
hija de Ciprián, el dueño de la ferretería del barrio, y muy aficionado a los
cuentos de magia y parapsicología. Mientras el padre me buscaba un cestillo
metálico telescópico, para la cocción de verduras al vapor en toda suerte de
ollas, que había pedido, decía Carmiña que, precisamente en el barrio viejo
donde estuve paseando, se han contado historias de gente extraña y desconocida
que nadie puede identificar, ni hablar. Ella misma le había contado a su padre
la historia de un niño que rodaba el aro por la rúa de Hernán Cortés, con ropa
muy antigua, posiblemente del siglo XIX. Al llegar Cibrao y escuchar nuestra
conversación me dijo: - Mira, se ha dado
muchas veces el extraño suceso de que se vea por la mañana una calle y por la
tarde otra. Entiéndeme, no que sea otra realmente sino que, siendo la misma,
tiene otro aspecto. ¿Salto en el tiempo?
Posiblemente, pero comprenderás que el estudio de estas cosas no es fácil, ni a
la sociedad le es especialmente cómodo el plantearse que las leyes físicas no
son tan inmutables como las hemos estudiado.
Estuve pensado en estas cosas, y no por
mucho rato, mas tengo que confesar, que
todo lo que se sale de la lógica de las cosas terminamos siempre por
desecharlas, aunque no olvidarlas.
A la mañana siguiente hice el mismo recorrido
que la otra vez y, en esta ocasión, al revés, bajé por la rúa de Santo Domingo,
Praza de Santa Eufemia y Praza Maior y desde el Ayuntamiento tomé la rúa Colón
hacia el parque de Posío. Por un momento pareció que la calle era otra según
andaba por ella, pero pensándolo bien no descarté que estuviera viendo, no lo
que realmente veía, sino la que quería ver. La historia de Cibrao era realmente
interesante. Pero todas estas cosas
quedaron en nada cuando llegué hasta el numero 28. Efectivamente, ya no aparecía
como la había visto el día anterior sino como la vi días atrás, sucia, con la carpintería
sin pintar hacía muchos años y abandonada. Me quedé estupefacto mirando la casa
durante un buen rato y le hice una foto con la cámara del móvil. Luego, me di
la vuelta hacia el centro para bañar en vino mis dudas, con un mencía, en el
bar O Frade de rúa Fornos. Mientras esperaba a un buen amigo, no fue una, sino
dos, las copas necesarias para tomarme las noticias del suceso con algo más de
tranquilidad.
Cuando tocaban las campanas de la Iglesia
de Santa Eufemia para la misa de 11, al día siguiente, acudí a tomar café al
Latino con el fin de acercarme luego hasta el nº 28 de la rúa Colón. Así lo hice
y los tres primeros días vi lo mismo que había visto el domingo: una casa abandonada y en franca decadencia. Como no
tenía suficiente tiempo en la semana esperé hasta el sábado siguiente para
hacer el recorrido contrario, el mismo que había hecho el sábado anterior, esta
vez a la caída de la tarde, y la sorpresa volvió a surgir: ¡De nuevo volvía a ver
la casa nueva! Recién pintada y con la carpintería nueva y las piedras
totalmente limpias. Esta vez me di cuenta, mirando la foto que tomé, que no
había cables tendidos por la fachada que se veía totalmente limpia. Un farol de
aceite, antiguo había cerca de las bajantes del fin de la finca. Me quedé
mirándola de nuevo un buen rato y después
de varios minutos, se encendió una luz en las ventanas de arriba. Vi pasar una
silueta por ellas, previsiblemente un hombre, dibujada con la sombra en los
visillos que había dentro. Aun habiendo poca luz, intenté hacer una foto.
Salió. Toda la casa preciosa, y la luz amarillenta en los ventanales de arriba.
Me fui todo nervioso hasta mi casa y con el firme propósito de volver a hacer
el recorrido a la inversa al día siguiente. Esa noche estuve dando vueltas en
la cama mirando a un firmamento imaginario en lo debía ser el techo, que no
veía por la oscuridad, y sin darme cuenta estaba reviviendo los momentos de las
semanas anteriores en mis visitas a la rúa Colón y la casa del nº 28. Llegué a
pensar si no sería que aquella casa era para mí un inmueble como los que
siempre había soñado como casa para vivir, para cuidar, como si de una obra de
arte de la arquitectura popular fuera, de propiedad particular. Por el cansancio,
supongo, me dormí más tarde y amaneció un nuevo día, domingo y el fin y
principio de una nueva semana. Finalmente, cuando terminé mi jornada y andaba
disfrutando de mi diario paseo, hice el recorrido contrario. Volví a verla abandonada, pero esta vez con
la puerta abierta. Me atreví a pasar y cuando estaba dentro, la casa no parecía
en estado de abandono, sino esplendorosa. Parecía vacía, pero al momento oí que
alguien bajaba por la escalera, me armé de valor y apareció un caballero bien
vestido al modo del siglo XIX que me dijo: -Hola
Martín, ¿que tal esta tu padre? – Bien -Le dije sin pensar lo que decía,
paralizado como estaba. -Tenemos que ir
pronto a coger cogumelos (setas). Tú
eres el experto y yo, como sabes, el cocinero. Tengo prisa, nos vemos. Me
quedé perplejo. Martín era el nombre de mi abuelo, y recogía cogumelos como
nadie. Yo me parezco a él. La foto de la casa nueva, cuando fui a volverla a
ver se había borrado de la memoria del móvil.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 21 de febrero de 2015).
No hay comentarios:
Publicar un comentario