En otro tiempo, allá por los años cincuenta, vivía un
muchacho, Nepu, llamado así por abreviar su nombre, Juan Nepumoceno, que vivía en
una casa hecha con mortero de tierra y dormía en un viejo camastro, con colchón
de borra, caliente en invierno y fresco en verano. Desde su cama viajó con su imaginación por el
mundo, del que sabía, por los libros que cayeron en sus manos, haciendo mil
aventuras que acababan fundidas con el sueño. Se levantaba temprano y salía
todos los días de su casa, a las ocho, camino del mercado donde tenían sus padres un puesto de
verduras y frutas. Andaba con la mirada
baja, ensimismado en sus pensamientos, tantos y tan dispares que le tenían
abstraído todo el día. Un día, mientras subía cuesta arriba por la calle Ciruela,
pensó en qué había de hacer para tener dinero y aventuras y liberarse de un
trabajo tan duro. Hizo bachiller, pero no terminó de verle utilidad a cuanto le
enseñaron. Así, con su titulo y unos pocos cuartos guardados en una lata de
tomate de a kilo, recordando la invitación de su tío Paco, se despidió con decisión
de los suyos y una madrugada cogió el tren correo de Madrid. Desde allí, buscando
aventuras, saltó hasta Irlanda, donde le ofreció un trabajo un cliente del bar
de su tío, un profesor de ingles natural de allí, en The Silver Corn, un bar de la costa, cerca de Kilkenny; lugar
de reunión de los hombres del pueblo, a la caía de la tarde, para contar lo que
había ocurrido en el día, o lo que podía haber ocurrido y no ocurrió; pues esa
era la disposición de aquella gente al soltar la imaginación, como nuestro
muchacho. Vivía feliz allí, con su buen carácter y alegría que hacía pensar a los
parroquianos que era limpio de mente como un niño. Lo que provocaba ser el
objeto de bromas intentando que el mozo fuera madurando en la vida. Trataron de
emparejarle con todas las chicas de buen ver de los contornos y él lo mas que
hacía era ponerse tan rojo como un tomate.
Un día cuando bajó al sótano a coger una caja de botellas de
whisky que habría de reponer, cuando la tenía a mano, en el silencio de la
bodega oyó moverse y tintinear unas botellas vacías. Pensó en un ratón y fue a
ver por donde trasteaba. De pronto, oyó una voz que le decía: Ná fháil fiu gar!
Soltó un respingo y vio asustado como desde el fondo le miraba un hombrecillo
barbudo, de no más de una cuarta, que levantaba su mano, amonestando,
sacudiendo el dedo índice de su mano izquierda. Con la caja de whisky subió los
escalones de madera de dos en dos, llegando arriba pálido, sin respiración y
moviendo la caja, con un temblor que no podía parar, hasta hacerla sonar como
unas campanillas. Rompieron a reír todos los clientes y preguntaron entre
carcajadas si había visto al diablo. Cuando recuperó el aliento dijo lo que vió
y oyó. Todos prestaron gran atención y mirándose entre sí con interrogación,
permanecieron mudos. Rompió el silencio el mas viejo y dijo con convicción: Es
Ahodán, vio al muchacho y se ha dado cuenta que le puede ver, por eso ha dicho
lo que ha dicho. Entonces Nepu preguntó ¿y qué ha dicho?, es gaélico y yo
apenas se cuatro palabras… A lo que contestaron a coro: ¡Ni se te ocurra
acercarte! Nepu insistió: no, si no me voy a acercar, pero que quiere decir eso…
¡Ni se te ocurra acercarte! Contestaron muertos de risa. Viendo que el chico se
estaba haciendo un lío, Calleigh, el zapatero, se le acercó y le explicó: esas
palabras quieren decir: ni se te ocurra acercarte. Ah, dijo Nepu. Y quedó
tranquilo.
Sirvió esto para dar conversación varios meses a la parroquia
y Nepu fue tomando confianza con el duende barbudo, que al parecer tenía esa
naturaleza. Así, otro día, habiendo bajado con la misma intención, le dijo el
duende con cara de un buen amigo: Tá tú chun dul
avíale. Ni mor do thuismeteorí ann. Beida muid ag cabhrú; que en gaélico quería
decir: Tienes que volver a casa. Tus padres te necesitan allí. Te ayudaremos.
Así pues, sin dudar, se despidió de
todos y cogió el camino de vuelta hasta llegar a casa de sus padres, donde los
encontró empobrecidos por la desatención de la huerta, por enfermedad de su
padre y porque la madre no daba más para atenderla. Pronto se recuperaron hasta
empezar a vivir mejor, con su trabajo en la huerta y dando clases de inglés. Recordaba
con nostalgia sus aventuras en Irlanda, hasta que un día, subiendo a la cámara
de su casa donde guardaban el grano, entre los sacos se encontró con otro
hombrecillo, que en perfecto castellano dijo sonriendo: Nepu, me dijo Ahodán
que te ayudara. Ya te iré diciendo. Y así fue. Vive feliz, conservando su
limpieza de carácter, como un niño, lo que le hace ver a los duendes.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el día 4 de mayo de 2013)
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el día 4 de mayo de 2013)
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