El jueves uno octubre de 1974, un coche
aceleraba por la recta de la pista forestal que subía hacia el puente de Rozas,
cerraba la tarde y el bosque se estaba oscureciendo, ni con las luces se podía
ver bien el camino a seguir; al llegar al puente, el conductor lo vio a la
derecha e intentó girar. Él hizo una mueca con la cara enseñando los dientes
apretados. Chirriaron los engranajes del vehículo y las ruedas sufrieron en un instante.
Demasiado deprisa para evitar que se deslizaran por la tierra del camino y la
gravilla hizo lo demás: salió de la pista y se fue directo hacia el río
Bayones. Solo paró cuando llegó hasta una enormes zarzas y arbustos que estaban
al otro lado de la ribera: el golpe fue progresivo pero, pese a abrazo de los
arbustos, al dar con el talud del fondo recibió un golpe seco, duro; su cabeza
giró bruscamente hacia delante y se dio un fuerte golpe con el volante; una caja
de herramientas y las bolsas que iban en el asiento de atrás pasaron a su lado
y golpearon el parabrisas hasta romperlo; se le apagó todo, el silencio le
golpeó y no se enteró por que lo hacía. El bosque volvió a su silencio del
anochecer; las llamadas de los pájaros se empezaron a oír cada vez menos, mas
lejanas, el viento racheado levantó las hojas caídas y los sonidos de la
naturaleza, con silencios rotos por las aves rapaces se extendió por toda
aquella parte de la montaña. Ucieda, el pueblo más cercano, ni siquiera llegó a
enterarse de lo que acababa de ocurrir.
- ¿Sabes lo que te digo, Adriana? Que
no quisiera verme otra vez en el apuro que tuve con ella, ya sabes… la mujer es
buena, muy buena y siempre, desde que yo la conozco, y eso es desde que yo era
una chiquilla; se ha comportado con una bondad que se ve poco, y es de una
dulzura extraordinaria; bueno, no se si el afecto que le tengo me hace exagerar
algo lo que te estoy diciendo pero, es que es así, te lo juro. Mira, sin ir mas
lejos, el martes pasado me la encontré en el mercadillo y, nada más verla, me
acerqué a saludarla, ya sabes que yo no soy mucho de saludar pero en este caso
es que me veo siempre inclinada a hablar con ella y ser cariñosa, porque ya te
digo es buena muy buena; pues bueno, me acerqué y la saludé y la dije: - ¡Doña
Manoli, cuanto me alegro de verla! ¿Cómo esta usted? Y ella me dijo que estaba
bien. Y ya sabes por lo que ha pasado la pobre: tres veces lo han detenido y
dos de ella tuvo cárcel, pero claro es un hijo y por un hijo se hace lo que
sea. Bueno, pues en ese momento dije: Ya sabe usted que cuando necesite algo de
mi, me llama, sabe que le di mi teléfono; y dijo: -No te preocupes guapa si lo
preciso te llamo, muchas gracias. - Y, entonces digo yo: de eso nada, para
buena usted, que siempre esta haciendo el bien a todos; y ya sé que como vive
sola, seguro que necesita ayuda, así que
me llama y no hay más que decir, que yo acudo y, con mucho gusto, ¡ojalá y
hubiera mucha gente como usted! - Y dijo ella: -gracias niña, lo tendré en
cuenta. Y así nos despedimos… y te digo que el hijo, cuentan que se le ha
presentado en las ultimas semanas cuatro veces borrachito perdido y otras
tantas con tres avisos del juzgado de deudas que contrajo en aquel garito que
montó, porque ya sabes que no estudió nada, ni se puso a trabajar hasta que
tuvo los cuarenta… - Pero Silvia, por Dios, que tampoco son así las cosas, eso
que montó no era un garito sino un Café; se lo arrendaron los que se fueron a
Barcelona, porque si bien les daba para comer, no les llegaba para los estudios
de los chicos; el tío de él, el hermano de Doña Manoli, el de la tienda de
tejidos en Madrid, le avaló para el préstamo que pidió para hacerse con el
Café. Pero este muchacho, no se si es que tiene mala suerte o que le hacen
pagar las locuras que hizo, le pasó lo que yo me temía... la gente… es muy
mala, no entraban a tomarse nada allí y así pasó que solo estaban en el Café
cuatro gatos, y los que habían…los que les trae sin cuidado todo, algunos que
no son muy recomendables y así ocurrió que la oportunidad que le estaban dando
su madre y su tío, pese a que me consta que él se lo tomó con mucho interés y
trabajo, recuerda que lo tenía siempre muy limpio, tanto por fuera como por
dentro, y él lo estuvo pintando y arreglando, que eso todos lo vimos, pues
¡nada!, que no hubo manera para que pudiera vivir como una persona normal; y
las deudas se le acumularon por los gastos que no podía pagar, sobre todo el
pago del préstamo para lo del traspaso. Así que… ya sabes…todo lo que pasó. –
Ya, si tienes razón en lo que dices Adriana pero es que creo de verdad que el
que nace malo, malo se muere, y este muchacho debió nacer torcido porque desde
muy pequeño ya se iba torciendo. Su madre ha penado lo suyo por su culpa y el
padre, que como sabes murió cuando esperaba al tranvía en Madrid, no supo
educarle y lo que hacía la pobre mujer para educarle y llevarle por lo derecho,
pero el padre, que en paz descanse, la desautorizaba delante del chico y así
este no había quien lo enmendara. En fin, una desgracia para la pobre doña
Manolita que siempre ha sido una mujer ejemplar. Y eso que no es de las que están
todos los días en misa, pero esos sí, ejemplar y modélica y nadie podrá decir
que no sea buena o que no sea un modelo a seguir. Y hablando de ella: ¡mira por
donde viene!
Efectivamente, la mujer de la que
hablaban, doña Manolita, se acercaba a paso ligero con la cara descompuesta y
con una palidez evidente. La abordó Adriana preocupada: - ¡Por dios, doña
Manolita que le pasa! – Es mi hijo, me ha dejado una nota terrible. Diciendo
esto le alargó un papel y Adriana lo cogió y leyó: “ Querida madre, mi buena y
bondadosa madre, siempre te he dado disgustos y aunque en estos dos años
últimos parecía que te iba a poder dar la alegría de ver a tu hijo con trabajo
e intentando tener una familia, ya sabes lo que esta pasando, tengo deudas por
todos los lados, me acosan y no me dejan vivir por todas aquellas cosas que
hice hace años, que por mi ya estaba superadas pero para los demás parece que
no. Te he visto llorar cuando te retiras a tu cuarto; y se que todo eso es por
culpa de este hijo que no te ha dado mas que disgustos. Me voy, voy a intentar
levantar mi vida en otro lado, cuanto más lejos mejor; vendí todo y tengo
pagado el préstamo del tío; por eso, si lo consigo, ya te lo diría, pero si no
te digo nada es que sigo peleando para conseguirlo. Muchos besos madre y
cuídate mucho ya que yo no he sabido hacerlo y no podré ahora tampoco. Un
abrazo y muchos besos. Tu hijo: Alejandro. - ¡Cuánto lo siento doña Manolita!
pero no se preocupe, a lo mejor es lo que le conviene y, ya verá, un día vuelve
para darle una alegría.
No volvió. Encontraron, una semana
después, el coche escondido entre las zarzas, destrozado y el cadáver de
Alejandro dentro: la cara desprendía paz y sonreía. En ese tiempo, su madre
había muerto. Le dijo al médico que la asistió antes de morir: -ya verá doctor,
como mi hijo Alejandro consigue lo que se propuso, y sonrió.
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 4 de octubre de 2014).
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