Oyó Lucía a su madre llegar a su cuarto.
Abrió las contraventanas y le dijo: Lucía mi niña, levanta. Hoy tenemos muchas
cosas que hacer, venga, vamos ,vamos, vamos, ¡que estás de vacaciones!.. Ella abrió
los ojos y sacó las manos de detrás del embozo de su cama. Su pelo estaba
revuelto y, sin embargo, su cara estaba preciosa como siempre y aún más
graciosa con los ojos hinchados por el sueño. Traía Susana, su madre, el
vestido de la niña que dejó encima de la silla y cogiéndola en brazos, dándole
besos, se la llevó hasta el baño. Lavada, peinada y perfumada se sentó ella en
la cocina para desayunar. - ¿Lucía, que le vas a pedir a los Reyes Magos? Dijo
su madre sin mirarla, mientras atendía al cazo que calentaba la leche. Lucía se
puso a mirar al techo pensativa. La luz de la ventana era intensa. El sol
entraba con fuerza en la casa aquella mañana de diciembre en la que aun se veía
en algunas casas salir el humo de las chimeneas con olor al azufrado humo del
carbón. En Santiago de Compostela había hecho unos días una pausa y no llovía,
atendía más a la niebla que llegaba desde las cuencas de los ríos empujada
hacia abajo por la densidad del aire frío. En la radio, cantaba Lola Flores
aquella canción en la que decía dar azuquita,
canela y clavo a la pava. Lucía se despertó de su ensimismamiento y le dijo
a su madre: -Mamá, ¿le has dado tu eso al pavo del corral? – ¿A qué te refieres
nena? –Lo que dice esa señora de la canción: azuquita, canela y un clavo. – Ja
ja ja, que chica ésta, que cosas se le ocurren… no rica no, solo maíz, y va que
chuta.
Abrieron la puerta de la casa y madre e
hija se fueron hacia el centro de la ciudad, a perderse por las estrechas ruas,
haciendo sonar las suelas de sus zapatos sobre las húmedas piedras del viejo granito.
Estuvieron dando vueltas y comprando todo los que precisaba para la comida y
algunos dulces para después. Lucía se empeñaba en pegar las narices en los
escaparates cuyas luces hacían salir los colores de cuantas cosas estaban a la
venta. Su madre se paró a hablar con una
pareja de amigos, Marta, pariente suya, y José Juan compañero de trabajo y se
distrajeron más de la cuenta, sin advertir que Lucía se escapaba por una de las
calles cercanas. Cuando repararon en la niña la empezaron a buscar muy preocupados,
angustiadas la madre y su amiga. Después que pasaron unos minutos, Marta la vio,
como no, con la nariz pegada en un escaparate del que salía una luz especial. Era
una juguetería en la que, desde allí, se veían extendidos por el suelo, como
continuación de los que se veían desde la calle, cientos de juguetes; de madera pintada de vivos colores: trenes,
patines, marionetas articuladas, construcciones geométricas, animales con el
rabo de cuerda de esparto, y muchos más. – ¡Lucía, pero chiquilla, cómo se te
ocurre venir hasta aquí sin decir nada! ¡Tu madre esta muy preocupada! Lucía,
parecía no escuchar nada, tenía la vista fija en uno de los juguetes más
grandes, al que señalaba con el dedo y repetía con mucho interés: -Ese, ese,
ese, ese lo quiero. Me lo pido, ¡ese me lo pido! –Pero Lucía rica ¡si eso es un
coche de pedales que es para niños, no para una niña como tu! – No, no, no; es
para niñas también y yo quiero uno. Se lo contó Marta a su madre y desde ese
día, cada vez que salían de compras o de paseo, Lucía tiraba de la mano de su
madre para ir a ver su coche de pedales. Verde, con las ruedas con un ribete
blanco que le daba más fuerza a la goma, el asiento acolchado en tela negra y
un volante metálico negro en el que Lucía soñaba poner sus manos a guiar.
Un día hubo una refriega con su primo
Manuel: porque él también quería el coche de pedales y decía que lo había
pedido antes que ella, que en modo alguno estaba dispuesta a reconocer. Lucía
desde el día que vio el coche de pedales ya no tuvo descanso. Cogía las sillas
pequeñas y les daba la vuelta para hacerse a la idea que era un coche de
pedales, para eso cogía el plato de la maceta de la Planta del Dinero que movía
a un lado y otro como si fuera un volante. La miraba su madre y llegó a hablar con
su padre por si era posible que le echaran los Reyes Magos el coche de pedales.
A su padre no le gustó mucho a idea y zanjo el asunto no muy bien: -¡Por Dios
Susana! ¿Una niña jugando con un coche? ¿Pero te has vuelto loca? La niña tiene
que jugar con cosas de niña, muñecas y cosas de esas. Además Susana, ¿tú sabes
la pasta que cuesta el cochecito? ¡Nada menos que 450 Pesetas! Vamos... Que no
estoy dispuesto a dar ese dineral por darle el capricho a la niña. Nos hace
falta para cosas más importantes. Ves pensado otra cosa que le pueda gustar; ya
le diremos que los Reyes no tenían el coche de pedales. ¿Vale? – Bueno. Pero no
es ningun disparate, o si no, ¿Cómo es que te has enterado que cuesta eso?
¡Anda, dílo! ¿Tanteabas comprarselo, no?
- Yoo, no, me lo ha dicho mi hermano que fue a preguntar para Manuel.
Llegó el día de Reyes Magos, y cuando
se levantó la niña para ver sus regalos, el coche no estaba. Había una muñeca,
una cocinita con sus trastos en miniatura, un saltador con sonajeros en las
empuñaduras y un muñeco de madera, con brazos y piernas abiertas como si fuera
una doble pinza de colores, que, al ponerlo en una escalerita de madera, bajaba
por ella dando vueltas cabeza abajo; caramelos, pinturas y cuentos. El coche de
pedales, pero rojo, se lo echaron a su primo Manuel, que para eso su padre
tenía el riñón bien cubierto.
No hace mucho, un día de Navidad que
había caído un hermosa y copiosa nevada, paseaba Lucía con su marido por la
Plaza Mayor de Madrid, donde vivían. Sus hijos se habían independizado y ellos
vivian en un pequeño apartamento, un ático, en el barrio de Chamberí. Además de
tomarse un chocolate en San Ginés, querían comprar algunas cosas para el
pequeño Belén, antes de que vinieran sus hijos a cenar en Nochebuena. Contaban, detrás de sus bufandas que les
protegía de un intenso frío, los días de Reyes cuando eran chicos. Lucía contó
su vieja historia del coche de pedales verde. - ¿Cuantas veces me lo has
contado? Dijo el marido. – No se, unas cuantas. Que quieres que te diga, fue mi
frustración de niña.
Llegó la Nochebuena y después de cenar
fueron todos al cuarto de los padres donde encima de la cama estaban puestos
los regalos. Alli había una enorme caja que estaba envuelta en un papel rojo.
En él había un cartelito con el nombre de Lucía. Lo abrió y era un coche de
pedales verde, como el que pidió de chica, pero hecho a escala mayor de manera
que ella podía subirse y darle a los pedales. Lo había mandado hacer su marido
y ella, como no, se subió y se dio unas vueltecitas por el apartamento.
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 13 de diciembre de 2014)
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 13 de diciembre de 2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario