En una ciudad de la Mancha, cuyo nombre
no es menester mencionar, paseaba por una calle adyacente a su plaza Mayor, Doloritas,
una señora que venía de la misa de ocho de la Catedral. Iba abstraída en
animada conversación por el móvil con su hermana Justa, viuda como ella, y con
la que compartía a diario su agenda. Levantada la cabeza, recogido el bolso
bajo el sobaco, y mirada perdida. Para ella, no existía la calle por la que
andaba como una autómata, estaba más en rebatir los argumentos de Justa sobre
la conveniencia de ir a visitar a su amiga del colegio, Edu (Eduvigis en
realidad), discrepando por la razón: que
le había hecho un feo cuando acudieron a saludar al Obispo. Cometió Edu el grave error de hacerse la graciosa a su
costa, y claro, le sentó fatal. Cuando
más énfasis ponía en sus razones para no ir a verla, creyendo que lo más
conveniente era esperar un tiempo para que Edu le pidiera perdón por su
atropello, de improviso, y cuando pasaba
por el borde de le acera al lado de un imbornal, de éste salió una voz que con
firmeza, voz grave, como si Morgan Freeman hablara, le dijo: - ¡Cuidado que
eres bruja Doloritas! La voz del imbornal aumentada por la cavidad subterránea,
como si de una gran tinaja fuera, hizo que diera un respingo que le hizo saltar
hacia dentro de la acera, y gritar un ¡AAAAHHGG!; con la mala fortuna que al
caer del salto se rompió un tacón de los zapatos que tanto le gustaban, unos Curapíes
que compró, no se sabe bien cuando, y que eran de su gusto; eso hizo que el susto,
el disgusto y la desgracia aún mas grande.
Los viandantes la miraron sorprendidos, tanto de su salto, como de su
grito espeluznante y de la especie de baile con movimiento de caderas al
romperse el tacón que no hubiera superado una bailarina egipcia; tratándose
como era ella una señora, seria, con ropa seria, gorrito con lazo gris serio y
a la que le habían caído ya bastantes años sobre sus espaldas, sin haber movido
ni un músculo ni ejercicio desde que cumplió los cuarenta y nueve, convencida
como estaba de que cumplir los cincuenta la convertía en una señora.
Ella interrogó a los que estaban a su
lado: - Lo han oído ustedes eh, eh? Uno de ello tomó la palabra y educadamente
le contestó: - ¿qué es lo que teníamos que haber oído señora? – Lo que me ha dicho
alguien desde el imbornal, ¿no? ¿No lo han oído? – Señora yo no he oído nada ¿y
vosotros? –dijo volviendo la cara hacia los que le acompañaban. Ellos negaron
con la cabeza. – Pues se ha oído bien fuerte, vamos, pero bien fuerte. Bueno…
¡Está bien!
Nada más que llegar a su casa, le contó
el susto a su hermana mientras se tomaba su Pipermint, con pelos y señales;
Justa, la estuvo interrogando para enterarse de su historia con todo detalle.
Lo que hizo, sin olvidar dato alguno, e incluso adornando con algunos más que
se fue inventando, sin tener conciencia de que así lo hacía. Iba en su propia
naturaleza, que le pedía algo más que una historia interesante.
Al día siguiente no fue en la misma calle
donde se dio el susto sino en la de la pescadería donde había ido a comprar un
verdel para la comida. Al pasar por uno de sus imbornales, la misma voz que el
día anterior le habló esta vez, y dijo: - ¡Doloritas, pedazo de bruja, como no
te corrijas vas a ir al puto infierno! El salto en esta ocasión no tuvo malas
consecuencias para los tacones de sus zapatos sino que al retroceder del brinco
que dio, se topó con la farola nueva del Ayuntamiento que, nada más llegar
hasta ella, se dio en la frente que había protegido con el antebrazo sin mucho
éxito, y la hizo rebotar hasta el mismo borde de la acera donde estaba el
imbornal. Al verse junto a la boca negra entre rejillas, le parecieron fauces
dentadas y levantando las manos echó a correr gritando: -¡Socorro, aaaahgg!
Al llegar a su casa y contarle las
nuevas a su hermana, tomando sus copitas de Pipermint que decía calmarle los
nervios, ésta le convenció de ir a la Comisaría a denunciarlo. Estaban
convencidas de que algún sinvergüenza del Ayuntamiento, que debía trabajar en
el alcantarillado, la estaba acosando. Allí la escucharon con atención, eso si,
abriendo mucho los ojos, mirándola como a enajenada y, después de redactar la
denuncia, acordó y prometió el cabo que la atendió que preguntaría en el
Ayuntamiento si en esas calles había operarios trabajando. Por la tarde llamó a
las señoras y les aseguró que no había nadie en esas calles operando en el
servicio y que además, en esos tramos, no cabía nadie en el alcantarillado pues
su luz era muy pequeña. Quedaron las dos con
más frustración que disgusto. Doloritas por no encontrar castigo para el
dueño de la voz y Justa porque lo que era una historia interesante se trocó en
fantasía que necesitaba tratamiento.
Trató con mucha delicadeza de explicarle que a lo peor había tenido algunas
alucinaciones, a lo que Doloritas reaccionó con mucho enfado: - ¿Yo loca?, ¿que
estas diciendo? ¿Que estoy loca? ¡Vamos, vamos, vamos! No lo esperaba de ti,
Justa. ¡Vamos! ¡Que decirle eso a tu hermana...! Te juro que lo oí como te
estoy oyendo a ti, y salía del hueco maloliente del imbornal… Claro… (Empezó a
hacer pucheros, restregándose los ojos con sumo cuidado para escenificar su
dolida reacción) ya no puedo contar contigo…
Justa no se dio por vencida y con
tiento, y algunos besos, finalmente la convenció de ir al médico. Esperaron a
que finalizara la consulta para entrar a la visita y explicarle al galeno las
historias que les traían en vilo. Don Julián, (que así se llamaba el médico)
las abrasó con preguntas, con un tono que parecía muy trascendente y de gran
importancia y que sin que lo advirtieran algunas de ellas fueron: ¿Toma
medicinas? ¿Hace bien la digestión? ¿Tiene gases? Y finalmente: ¿bebe algo de
alcohol? A lo que las dos al unísono respondieron: Si unas copitas de Pipermint
que nos gusta mucho. ¿Cuántas? – Bueno…-dijo Justa. –Ella se toma tres al día,
mañana tarde y noche. Muy pequeñas… ¿sabe? La verdad es que no eran tres, ni
seis, sino algo más de la docena, puesto que si a ella le gustaba el Pipermint,
a Doloritas, le volvía loca. Por eso tenía buenas chapetas en las mejillas y la
nariz enrojecida, con sus venillas y todo. El Médico fue tajante - ¡Se acabó el
Pipermint! ¡Señora, se esta usted intoxicando! (que era la forma culta de
decirle que se estaba alcoholizando y
veía y oía alucinaciones). Salieron las dos del brazo cogidas y Doloritas con
cara de haber cometido un grave crimen. No salió en varios meses de su casa y su
desintoxicación fue curada con croquetas, que tanto le gustaban a Doloritas y
que suplieron al Pipermint, con la consecuencia de ponerse como un tonel. Pero
ya no volvieron a hablarle desde los imbornales.
(Publicado el 6 de diciembre de 2014 en el diario La Tribuna de Ciudad Real)
(Publicado el 6 de diciembre de 2014 en el diario La Tribuna de Ciudad Real)
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