Al
parecer, cuenta la auténtica narración de la fábula.
Hace mucho tiempo, un día de agosto que
la temperatura había subido por encima de lo normal en las frondas de los Alpes,
cerca de los baños de Bad Gastein, una muchacha, joven, hermosa, delicada,
paseaba con unas amigas por el bosque. Llevaba un libro en el bolsillo de su
falda y se detenía de vez en cuando a ver las plantas del borde del camino y
los minerales que iba encontrando. Las lecciones de profesor Kellen Schrader la
tenían muy interesada en la naturaleza. Algo sofocada por el esfuerzo que había
hecho subiendo la pendiente, decidió sentarse en una roca en el borde del
camino que serpenteaba por la montaña bajo la sombra de una enorme haya. Los
haces de luz del sol llegaban desde las copas de los árboles dándo color a la
naturaleza. Desde lejos la llamaban sus amigas que habían decidido bajar antes
que ella. - ¡Emmanuelaaaa! ¡Ven con
nosotras! Vamos a ir a comprar al pueblecito más cercano. –Ella les
contestó con firmeza: – ¡Marchad
vosotras! Yo bajaré dando un paseo, quiero buscar algunas plantas que me
interesan. – Bueno, allá tu, pero no te demores o nos regañarán a todas, por
favor, no lo hagas. No os preocupéis, enseguida bajaré a la Residencia. –
Dicho esto, Emmanuela siguió sentada en la roca
abanicándose con lentitud y mirando con detenimiento a todo lo que veía
alrededor. Un arroyo bajaba pleno con la corriente precipitándose por la
pendiente por un lecho de piedras y rocas entre las que habían prosperado
plantas acuáticas que servían para amortiguar algo el gran rumor que llenaba
todo el contorno. La resina de las coníferas perfumaba el aire y atenuaba el
olor de la umbrosa humedad de hongos y de podredumbre de la madera muerta.
Desde lo alto de los árboles, un cascanueces
y el gallo lira se escondían de una
águila real que sobrevolaba en las alturas; aun así, se oía cantar a los
pájaros que no parecían temer su presencia ni la de la chica. Se sentía
tranquila, no parecía temer la soledad que le iba envolviendo y aun era temprano
para inquietarse por la vuelta para la hora de la comida. Quizá la reprendieran
por quedarse, pero ella no temía estar sola.
Tan bien estaba, que se recostó en el tronco del haya junto a la roca y
sacó el libro; lo abrió y leyó el título: Historia
del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut. Del Abate Prévost. Pasando por encima de la advertencia del
autor, comenzó a leer: Me veo obligado a hacer remontarse a mi
lector a la época de mi vida en que me encontré por primera vez con el
caballero Des Grieux. Ocurrió unos seis meses antes de mi viaje a España.
Aunque rara vez saliese de mi soledad, la complacencia que sentía por mi hija
me obligaba en ocasiones a diversos viajes cortos… El bosque la envolvía mientras leía y en unos
momentos parecía que nada ni nadie la iba a importunar, sin embargo, de manera súbita, no muy lejos,
oyó la voz de un hombre, como encerrada
en vasija, que la llamaba: - ¡Joven, por
favor, acércate! – Ella, algo asustada, miró hacia donde parecía que estaba
el origen de la voz cerca del arroyo,
sobre una pequeña roca. Pero no veía nada. Miraba para un lado y otro pero no
veía a nadie. – No joven, no, por favor,
no me vas a ver como imaginas, estoy aquí encima de la roca pequeña la que está
rodeada de helechos. Emmanuela miró a donde le decía y allí no había ningún
hombre o joven, nadie; pero sí había una pequeña rana de color dorado que
parecía mirarle. – Si, si, soy yo, la
ranita ésta pequeña que estas viendo. -La rana se movía y parecía mover la
boca cuando se oía la voz. Sorprendida por el prodigio que estaba viendo, una
vez recuperada de la sorpresa preguntó. -¿Cómo
es que hablas? ¿Quién te ha enseñado? ¡No sabía que los batracios pudierais
hablar! – Bueno (dijo la rana) en realidad no me ha enseñado nadie, y las
ranas no suelen hablar. Soy Francisco del Este, heredero de los Ducados de
Módena y Reggio y estoy llamado para regir después de mi padre. Un brujo, que
vivía en el castillo al servicio de mi padre y que solía vivir a su costa, enojado
por haber seducido a su hija, le dio por pedir más de lo razonable y mi padre
se enfureció con él, así que lo despidió. Él se ha vengado echándome un conjuro
convirtiéndome en esta rana exótica que ves. Solo hay una manera de romper el
hechizo: una joven de sangre real debe besarme en la boca y al momento
recuperaré mi forma humana. ¿Usted joven es de sangre real? – Mire, eso creo, soy Emmanuela de Parma, hija
natural de Fernando de Parma, y sí, tengo sangre real que corre por las venas
de las monarquías de Francia, España, y Parma. – Entonces quizá pudierais
ayudarme y hacerlo también con los Ducados del Módena y Reggio, si falto yo lo
mas probable es que haya un grave
problema con la sucesión y con esos conflictos, suele correr la sangre. Eres
muy hermosa y gentil, veo que te gusta leer, con lo que deduzco que eres
inteligente y culta, escuché que les decías a tus amigas que buscabas plantas,
solo una persona que le interesa la naturaleza puede ser buena con la gente y
tratarla con dignidad. Yo he conocido muchas jóvenes hermosas y de buena cuna,
y creo que a lo mejor podía hacer que te interesaras por mí, soy apasionado y
culto y pienso hacer feliz a la mujer que quiera casarse conmigo. No, no digas
nada todavía, se que las relaciones entre dos jóvenes deben ser lo suficientemente
respetuosas para que pueda haber algo mas que atracción y que puedan quererse.
No podrás saber cómo soy si no se rompe el conjuro, ahora solo ves una pequeña
rana. – La verdad es que estoy muy
confusa y no se que pudiera hacer, tal y como lo dices ranita, parece
razonable, y el esfuerzo que debo hacer no es muy difícil; siempre me han
gustado los animales y una pequeña ranita no me da ni miedo ni asco. Esto
parece locura pero… ¡Acepto este desafío que me propones! Haré lo que me dices
y necesitas. - ¡Bieeen, muchísimas
gracias! Eres muy gentil y te lo agradezco mucho, creo que me gustas.
Diciendo
esto, Emmanuela se acercó a la roca con las palmas de la mano en forma de
cuenco, que con sus guantes de seda pareciera un hermoso lecho, y saltando
sobre ellas la ranita, la cercó hasta su boca y la besó en la suya. Un gran
destello iluminó esa parte del bosque deslumbrando a Emmanuela. Luego de
disiparse una bruma apareció un joven de hermosas facciones vestido de amarillo
dorado que sonreía. La joven Emmanuela empezó a sentirse muy mal, el corazón se
le empezó a acelerar y una gran parálisis le empezó a invadir por todo el
cuerpo. Viéndola mal, él sin dejar de sonreír le dijo: - Debo disculparme contigo, y lo siento mucho. No te dije que el brujo
me convirtió en una rana dardo venenosa o con su nombre científico: Phyllobates terribilis. Lo siento chica, morirás en breve,
pero, como dijo Maquiavelo, es una Razón de Estado.
Diciendo
esto, Emmanuela se acercó a la roca con las palmas de la mano en forma de
cuenco, que con sus guantes de seda pareciera un hermoso lecho, y saltando
sobre ellas la ranita, la cercó hasta su boca y la besó en la suya. Un gran
destello iluminó esa parte del bosque deslumbrando a Emmanuela. Luego de
disiparse una bruma apareció un joven de hermosas facciones vestido de amarillo
dorado que sonreía. La joven Emmanuela empezó a sentirse muy mal, el corazón se
le empezó a acelerar y una gran parálisis le empezó a invadir por todo el
cuerpo. Viéndola mal, él sin dejar de sonreír le dijo: - Debo disculparme contigo, y lo siento mucho. No te dije que el brujo
me convirtió en una rana dardo venenosa o con su nombre científico: Phyllobates terribilis. Lo siento chica, morirás en breve,
pero, como dijo Maquiavelo, es una Razón de Estado.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real el 11 de abril de 2015)
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