Contaba el otro día que tranquilo quedó Manuel
Vasualdo, librero y aficionado a la lectura sin trabas ni censuras, cuando sus
amigos le trajeron los ejemplares del libro Tratados
sobre el Gobierno Civil de John Locke, prohibido por su contenido político.
Él los escondió en su lugar secreto y
esperó a que se tranquilizara la investigación de la Justicia bajo acusación de
traición. Manuel Vasualdo, era abogado cuyo título obtuvo en Santiago de
Compostela; oficio que ejerció como ayudante de don José Mariño, abogado y
fiscal. Poco le duró este oficio de jurisperito: su manera de ser sencilla y su
sensibilidad no le facilitaban ejercerlo sin tener día de malos tragos y meses
en los que su escasa renta se menguara por ayudar a parientes y menesterosos a
los que se prestaba con diligencia para aliviar sus pleitos y multas, de las
que él daba cumplida satisfacción sacando de su bolsillo lo que en los de ellos
no había. Aprovechó las rentas que heredó a la muerte de su padre para entrar
en el comercio de libros en el que se sentía muy a gusto y no encontraba tanta
preocupación como en el oficio anterior. Abrió un establecimiento donde vendía
libros en la Rúa Da Caldeirería, muy bien dotado de
fondos que recibía de todas las ciudades del país y también del extranjero, por
amistades que conoció en los viajes que hizo siendo mozo: allí le mandó su
padre para estudiar y aprender. Su ordenada cabeza también se reflejaba en el
orden de las grandes estanterías de madera de carballo llenas de libros, y su extraordinario gusto por el arte en los muebles decorados por el maestro
carpintero Lucas Ferro Casaveiro. Por estas cosas y su exquisita educación,
tenía muy buena fama en Santiago, que unido a los fondos de libros en materia
religiosa, parecía dejarle fuera de toda sospecha de actividades delictivas.
Por otra parte tenía una gran amistad con el padre jesuita Francisco Javier
Ortuondo, formado en el colegio de la Compañía en Viena, junto a la Catedral de
San Esteban, y posteriormente con sede en Roma, donde prestaba apoyo al General
de los jesuitas. Ortuondo era un hombre muy abierto de pensamiento y además de
experto de latín, -idioma con el que se carteaba con Manuel- griego, árabe,
además se expresaba con facilidad en inglés y francés. Era precisamente por
esta vía por la que le llegaba a Manuel Vasualdo, traducidos, los libros que se
iban publicando tanto en Inglaterra como en la Francia que despertaba a la
Ilustración. Recibidos los libros, Vasualdo se encargaba de hacer pequeñas
ediciones clandestinas con la imprenta del buen amigo Pedro Frais, presbítero,
que en cuestión de letras no se andaba con escrúpulos. Su frase más conocida, y
que repetía, era: “El conocimiento lleva
a Dios y la ignorancia a la oscuridad donde reside el Maligno”. Así pues,
en su comercio de libros, Manuel Vasualdo, hijo y nieto de hombres de letras,
tenía como tesoro no solo lo más actual de aquel año 1753 sino también lo que
no era accesible al haber sido incluido en el Índice por ser peligroso para el Reino. En sus dos lugares
escondidos del comercio y de su domicilio, tenía obras de Locke, de las que ya
comenté en otro momento, y de David Hume, también de todo tipo de ciencias de
extraordinario interés, como los que contenían la Chronologica et astronómica elementa, e palatinae biblioteca eteribus
libris versa, explota et scholiis expolita. De Mohamed Alfraganus, de gran valor para el conocimiento
de astronomía. Vivía Manuel con tranquilidad, pero sabedor de los riesgos que
corría; aun así era felíz por ser consciente de la gran ayuda que suponía el conocimiento para el progreso del país.
Después de haberse tranquilizado la investigación por el conocimiento que habrían
tenido del Libro de Locke, a las doce de
la mañana del jueves veintitres de agosto de aquel año, le llegó un billete
de don Bartolomé Fandiño, Procurador
General, para que acudiera a su despacho a responder sobre algunas cuestiones
de interés relacionadas con su oficio. Al momento, dejó dispuesto todo en su
comercio y se fue a cumplimentar la citación. Le abrió la puerta del despacho en
la galería de arriba un ujier con librea, levita roja y chaleco del mismo
color, con entorchados dorados y calzas blancas con puntillas, que debía pensar
que su rica vestimenta le daba más importancia de la que tenía, y acostumbrado de
ver en el edificio gente a la que la justicia tenía en sospecha, él miraba de
torcido, con gesto tan torvo que parecía más juez que el que estaba tras la
puerta: se limitó a decir secamente, una vez que se identificó: - Pase, el señor Procurador General le
recibe ahora, procure guardar el respeto que se debe… Manuel, le miró como
quien lo hace a las gárgolas de una catedral y contestó con el mismo tono: -Eso haré, gracias.
Bartolomé Fandiño estaba arrellanado en
un sillón que debía ser harto duro e incómodo y por su cara pensó Manuel que el
asunto le resultaba fastidioso. – Señor
Vasualdo, se ha abierto causa de indagación en la fiscalía, por la presunta
circulación por la ciudad de libros y documentos que supondrían un peligro para
el Reino. Sé de lo bien nutrida que tiene la tienda de libros de todo orden,
por eso le comunico que se personará allí un escribano de la fiscalía con ayuda
de dos empleados para hacer supervisión de los que allí se hallaren. Pienso que
esto, más que traerle preocupación le debe dar la tranquilidad, que siempre un
buen comerciante y cumplidor de la ley pretende, así pues, en dos días allí estarán.
No se preocupe que ya sé que usted es respetuoso y buen cristiano y no hemos de
encontrar gran cosa, pero, piense que la única manera de que se alejen las
sombras de sospecha sobre su oficio es que la justicia le exonere públicamente
de toda duda. – Se les recibirá con las mejores atenciones, don Bartolomé, y están
todos mis fondos de libros a su disposición. No se preocupe. – Así pues
volvió Manuel a su casa, con bastante preocupación porque ahora le tocaba a él
dejar fuera de toda duda que su actividad era correcta. Dos días después se hizo
la revisión de su comercio y se levantó Acta de lo que habían observado. En la
copia del la misma, que le pasaron al día siguiente, decían que habían
encontrado libros sospechosos, que pudieran ser por su contenido de especial
peligro para el Reino. Eran de Filosofía de Aristóteles, de Geometría de
Pitágoras y de Arquímedes, editados por profesores de la Universidad de
Palencia y la Summa contra Gentiles de
Tomás de Aquino, edición en Italiano. Fue precisamente por este último libro
por lo que le abrieron causa, que debieron cerrar a la semana siguiente cuando
intervino como testigo el regidor don José Ozores, conde Priego, que advirtió
del disparate de la causa al Procurador General, que ni se había molestado en
leer los motivos de la misma. Le costó una reprimenda de don Domingo Estévez,
canónigo de la catedral con el que confesaba todas las semanas. Lo dicho: la
ignorancia conduce a la oscuridad y ésta a todos los males (que es como decía
el presbítero que cabría definir al Maligno). Añadiría: y la indolencia.
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 15 de agosto de 2015)
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