El metro llegó hasta la estación de
Delicias; se abrieron las puertas y Susana miró a un lado y otro: solo había
una viejecita que llevaba un esportillo de esparto en el que asomaban largas
hojas de unas cebollas. Se preguntó cómo llevaba eso a esas horas la buena
señora. ¿Vendría de comprarlas? Siguió
su camino. Subió por las escaleras y ascendió al ruido de la calle. Compró dos
cupones de los ciegos y los guardó en el bolso detrás del forro de satén. En el
kiosco, que estaba cerrando, pidió tabaco, una caja de cerillas y el Informaciones. Los titulares decían:
“Gromyko se entrevista con MacMillan para ir eliminando diferencias con los
países occidentales” Pensó que aquello le interesaba poco, por no decir nada.
Se fue a las páginas de sucesos y leyó una noticia breve: “Encuentran al
asesino del crimen del estraperlista de Ciudad Real”. No había duda: el
estraperlista era Dámaso. Acusaban del crimen a un habitual de la navaja que
había trabajado en un desolladero. Había cometido, antes de esa acusación, ocho
asesinatos. Todos ellos de gente sin un duro y que tenían una cosa en común: su
carácter contestón. Seis mujeres y dos hombres. Pensó que hasta ahora estaba
algo tranquila, después del tiempo que había pasado; ahora, con más razón, lo
estaba mucho más: caso zanjado. Mientras
bajaba por el acceso de la Estación de Delicias, sorteando a dos taxis, se le
acercó un joven con pantalón bombacho. –Señorita,
perdone usted, ¿tiene hora? - Las nueve y cincuenta minutos. – Gracias guapa. Se marchó sonriendo hacia la Estación. Dentro, fue Susana hasta la Cantina. – ¿Me sirve un café con leche? - ¡Como no! –Dijo
el camarero. -Ahora mismo. La cafetera
Faema empezó a bufar mientras hojeaba tranquila el periódico. Esa
tranquilidad apaciguó al revisor que la miraba con cara inquisitorial cuando la vio sin
equipaje. Al verla así, se atrevió a preguntar con inusual exceso de confianza, como si se
tratara de una amistad del barrio: ¡Qué!
¿A Lisboa de vacaciones? – Ella le miró a los ojos y contestó muy escueta: -Algo así. Sonrió y fue bastante para
cerrar las dudas de aquel hombre avinagrado. Siguió por el andén y al pasar
junto a la máquina del tren, entre el vapor que desprendía, vio salir del otro
lado al muchacho de pantalón bombacho que la abordó antes. Con una amplia
sonrisa, dijo al pasar a su lado: - ¡Hola!.
Subió a su vagón de Wagons-Lits Cook y se arrellanó en el asiento
del departamento. Las camas aun no las habían bajado y seguían escondidas en
las paredes laterales. Se quitó los zapatos de tacón y movió los dedos de los
pies: empezó a sentir un espeso sueño. A los cinco minutos estaba dormida
cabeceando sobre su pecho. Levantaba la cabeza con cada golpe de vencida y
hacía como si quisiera despertarse; pero los párpados apenas llegaban a
levantar todo su recorrido. Soñaba con
su viaje de escapada que años antes hizo hasta Madrid huyendo de Dámaso, o
mejor dicho, de su vida en aquella casa oscura de la calle de la Palma, donde
la exprimían hasta el alma. Con el choque de las uniones de los vagones
despertó: el tren se ponía en marcha. Eran las veintidós horas cuarenta minutos
y por la megafonía anunciaban la salida: Tren
408, con destino Badajoz y Lisboa esta
procediendo a su salida. Pocos minutos después una noche negra envolvía al
tren y decidió ir al coche Restaurante a tomar algo. Sentada en la mitad del vagón,
pidió al camarero el menú y más tarde daba cuenta de una tortilla francesa con
copa de vino tinto y un crujiente pan que le devolvieron los ánimos abandonados.
Se decía: “Susana no seas tonta, se
supone que te vas lejos para emprender una nueva vida, ¡anda chica déjate de
tristezas y anímate!, Tienes pasta para vivir como una reina durante un buen
tiempo y el idioma portugués no es tan difícil; además mujer, los portugueses
nos entienden a la mil maravillas. ¿No es eso lo que dijo la señora Marcela?”
después de las consideraciones que se hizo, y de la cena que terminó con un
flan casero y un whisky con hielo, se
fumó un Reno mentolado que le dio entretenimiento, mientras veía subir las
volutas de humo. Se iba a levantar para ir a su departamento cuando vio llegar
hasta el comedor al muchacho que había visto en la Estación. Se acercó sonriendo
y con toda naturalidad se dirigió a ella: - Hola
otra vez chica guapa, perdona si te molesto, pero si no tienes inconveniente,
me gustaría convidarte a una copa, ¿te apetece algo? Ella le miró sonriendo
y después de estudiarlo detenidamente le contestó: -¿Porqué no? Un whisky con hielo. – ¿Alguno en especial? – No, con que sea escocés, me vale. No me
gusta esa mierda americana que hacen con carbón vegetal.
Se sentaron los dos juntos y, antes de
que les sirvieran, estaban hablando directamente: - ¿A dónde vas? ¿A Badajoz? – No, a Lisboa. Mi madre es portuguesa y vive
allí. Yo nací en Madrid, pero nos fuimos a vivir a Portugal cuando murió mi
padre. Él tenía pasta y mi madre, que heredó lo mas gordo de su patrimonio, decidió
que nos fuéramos a Lisboa: allí es donde vivimos. Cuando cumplí los diez y
siete me mandó a estudiar Derecho a la Complutense de Madrid, donde estoy
durante el curso en un Colegio Mayor, pero ahora que han suspendido las clases
por no sé qué fiesta o por obras, o por las dos cosas; que yo no me quise
enterar bien, tengo unos días para juntar con el fin de semana y me voy a Lisboa.
Estudio el cuarto curso así que el año que viene, si se me da bien, y créeme, hasta
ahora voy sacando los cursos sin especial problema, terminaré la carrera y
veremos qué es lo que hago, si… oposiciones… o me dedico a hacer el burro como
abogado. ¿Y tú, chica guapa, vas a Badajoz? – No, - Se rió con ganas – Tampoco voy a Badajoz, también voy a
Lisboa. Me voy a ver cómo se vive
allí. Estoy cansada de dar tumbos en Madrid. Tengo lo suficiente para empezar y
aguantar un tiempo y ya encontraré un trabajo con el que vivir. Para mí todo va
a ser nuevo y algo de miedo me da, pero no me acobardo nunca por estas cosas. –
Bueno si no te parece mal, te doy mi teléfono
y quedamos en Lisboa. Te voy enseñando la ciudad y las cosas de allí. - ¿No eres muy joven para salir con una mujer
bastante mayor que tu? – Bueno a mí no me importa, y si a ti no te importa
tampoco, a los demás que les den. Me caes muy bien, y me gustas mucho. No solo
porque eres muy guapa, sino sino porque
eres inteligente, tienes ese aire tristón que llevas como si el mundo te fuera
totalmente ajeno. Pareces buena persona. Eso, para mí, es una manera de que parezcas
atractiva que, junto con las piernas tan bonitas que tienes, no creo que haya
nada más que me atraiga más. – No, ¡si el chico no se corta! – Dijo como si
se lo explicara a alguien imaginario.-En
otras circunstancias y con otra clase de hombre, y tu, parece que lo eres, me resultaría desagradable, pero contigo, no
sé porqué, me caes bien, muy bien. Eres natural, inteligente y sin complejos.
Me gusta.
Estuvieron hablando de sus cosas
durante una hora y luego se retiraron a sus apartamentos. Hasta que él, llamó
al suyo y pasaron la noche juntos. Nunca el trayecto Madrid-Lisboa se hizo tan
corto.
Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 28 de agosto de 2015)
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