Urbicain. Domingo, 15 de septiembre de
1985.
Llegué a París, al aeropuerto de Orly ayer por
la mañana, a las ocho treinta. Me
esperaba Maurice Levallois Pinaud, arqueólogo y profesor en un colegio privado
de Nancy. Lo conocí en Bruselas en un congreso sobre Arqueología. Él
participaba en uno de los grupos. Siempre se interesó por los pequeños
hallazgos de patrimonio histórico y artístico de especial valor. Pensaba que es
importante advertir de ello en la educación cívica: se pierde la sociedad gran
información sobre la historia. Nos pusimos en contacto cuando avisaron desde
París a Maurice que había una pieza del antiguo Egipto que fue traída a Francia
por un capitán de las tropas napoleónicas. Maurice hizo señas desde la abarrotada
sala de espera cuando llegué con las maletas. Si no lo hubiera hecho, no lo
reconozco. Había cambiado mucho su aspecto. Barba larga muy canosa, pelo largo
con muchas ondas, que no recordaba las tuviera, lo hacían irreconocible. Detrás
de tanto pelo estaba el Maurice que yo conocía. Jovial, agradable y muy
inteligente. Me llevó del brazo hasta la cafetería del aeropuerto donde nos
despachamos un café con varios croisants de mantequilla bien calentitos,
acabados de hacer. Enseguida empezó a interrogar sobre mis experiencias en
Egipto y pasó al asunto: - Alberto, aun
no la he visto, solo me ha hecho una descripción un compañero del Louvre y creo
que es una preciosa pieza que, al parecer, pudiera ser del faraón Jaba o
Mesocris, según el nombre de Horus o de Manetón, de la III dinastía, y citado
por Eratóstenes. – Pero eso es una noticia excepcional ¿No? Mesocris esta
datado entre 2640 y 2637 antes de Cristo. Hay pocos datos de esa dinastía y
mucho menos de Mesocris. ¿Cómo presuponen eso? – Si te digo la verdad no tengo
ni idea. Pero lo que quieren de nosotros es que sigamos la pista del capitán de
caballería que se la trajo de Egipto y sus descendientes, que tienen la
pieza y la documentación. – Bueno, sigamos la pista, ¿no? –Claro, claro. Va a
ser una investigación muy interesante.
Fuimos hasta el hotel que habían
reservado y, después de asearme, le acompañé hasta el despacho del arqueólogo
del Louvre, que tenía en la Universidad de la Sorbona. Estuvimos viendo el
expediente de diligencias de investigación que había abierto en el museo y
en él había copia de los documentos que la familia del capitán de caballería
Antoine Fablet, -así se llamaba- que guardaban como un tesoro en su casa.
Realmente, el representante de la familia era un profesor de Historia, Lambert
Fablet, que vivía en el 8 de la Avenida Félix Faure de París, descendiente del
capitán, los otros miembros de la familia eran dos viejecitas de ochenta y seis
y noventa años, tías del profesor que estaban en una Residencia de las afueras
de la ciudad. Sacamos copias de los documentos y hablamos de la pieza depositada por expreso deseo del propietario. Era un reposacabezas de
bronce que figuraba un león en reposo y con una depresión en el lomo para poner
la cabeza. Este objeto funerario era de una extraordinaria belleza. No es de
extrañar la figura del león pues en la época en la que vivió Jaba/Mesocris el Sahara aún era una fértil
llanura en su mayor parte en la que habitaban todos los animales propios de la
sabana africana y el león era considerado el más fuerte. En la base de la pieza
había una inscripción en egipcio que hacía mención a la propiedad de Mesocris.
Esa noche en el hotel miré al cielo y
no se veían ni Vega, ni Daneb o Altair. Eché de menos no verlas. Noches atrás
estuve con ellas en la terraza de casa, pude ver completas sus constelaciones:
Lira, Cisne y Águila; desde la habitación del hotel, leyendo las cartas y
documentos que hablaban de la expedición del Napoleón a Egipto me acordé de
ellas. El capitán Fablet, llegó a Egipto en la nave al mando de Villeneuve.
Habían partido el 17 de mayo de 1798. Luego estuvo a las órdenes del Murat en
la batalla de las Pirámides, cargando contra los mamelucos. Una vez tomado El Cairo, una tarde que estuvo
de permiso, compró la figura junto con otros recuerdos de cestería, en Asenet,
un comerciante que vendía cualquier cosa para regalos. No le costó ninguna
moneda, solo la cambió por un macuto de campaña que llevaba él para llevar sus
pertenencias. Un dato para investigar: medidas en varas (70/10/40) y un camino
real. Contaba en una de sus cartas que la figura del león, reposacabezas regio,
le había inquietado más de una vez, porque se había despertado algunas noches
con pesadillas terribles en las que veía el asesinato de un joven, al que
degollaban y desangraban como a una res. En un dossier adjunto, el arqueólogo
del Louvre, Thibault, decía que al parecer este es el motivo por el que el
profesor de Historia, Fablet,
descendiente del capitán y actual poseedor de la pieza heredada de la familia,
pudiera haberle movido para hablar con el Louvre y exponer su posesión para
dejarlo en depósito en el museo. Había dicho que no quería tener en su casa ni
un día más esa pieza, pues le trastornaba mucho, ya que una de sus hijas, de seis
años, tenía también las pesadillas que
tuvo el capitán Fablet. Estuvo muy interesado Thibault, el arqueólogo del
Louvre, en que le describiera la hija del profesor los detalles de sus
pesadillas y sin que la niña hubiera leído las cartas del militar napoleónico. Inexplicablemente
contaba la vida del antiguo Egipto con una gran cantidad de detalles, tanto de
vestimenta como descriptiva de los
utensilios y su nombre que no podían aseverar si fueran ciertos o no, puesto
hasta ese momento se desconocía casi todo de aquella dinastía tan antigua.
Incluso, una noche, pronunció palabras que podrían corresponder al lenguaje del
antiguo reino al que pertenecía Jaba/ Mesocris. Una noche la niña habló del
nombre de Mesocris varias veces y finalmente caía en un llanto seco del que le
costaba mucho salir hasta que no despertaba realmente de su pesadilla. En otros
folios caligrafiados por el propio capitán Fablet, éste daba detalles de sus
pesadillas, con expresión de la delación y traición que condujo al asesinato
que veía en sus sueños. Por todo ello el
militar se dedicó en su vuelta a Francia al estudio de la historia antigua,
localizando, en una biblioteca de Burdeos, documentación en la que Eratóstenes,
científico del los siglos tercero y segundo antes de Cristo, amigo de Arquímedes,
hacía mención a este rey o faraón del antiguo Egipto.
Al día siguiente, fuimos Maurice
Levallois y yo al nº 8 de la Avenida Félix Faure, a saludar y cambiar impresiones
con el profesor Lambert Fablet.-Hice
investigaciones sobre Jaba/Mesocris.
Pero no encontré gran cosa – Nos
dijo. Efectivamente, no sabía mucho que no supiéramos nosotros ya. Pero dio
detalles de las descripciones que hacía su hija en sus pesadillas, que grabó y
reprodujo en un dossier que era del que tenía copia.
Nunca sabré donde termina la ciencia y
empieza la imaginación del cerebro. ¿O desconocemos realmente si éste nos
advierte de la realidad?
(Publicado el el diario La Tribuna de Ciudad Real el 5 de septiembre de 2015).
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