Un día que estábamos en la
ribera del río Navia, mi amigo Berto, hábil navegante a vela, con una cerveza
en la mano, tumbados en el prado y mirando la copa de un castaño en flor, me
contó una historia que paso a relatar, con el detalle que la memoria me pueda
dar y la habilidad que pueda tener en ello.
Abrán Coviella, natural de
Cacabelos, marido de Bersinda Cuendías era muy mayor cuando se vio en un grave aprieto el viernes 10 de julio de
1953; el día en que, por Radio Nacional al mediodía, hablaron desde Londres
sobre las consecuencias de la bomba atómica. Lo oyó Abrán en el bar El Avenida,
en Navia. Fue entonces cuando le empezó la descomposición. Marchó a su casa,
desde la que se veía toda la ría, y a la caída de la tarde, mandó recado con
Sidro, un homón que segaba el prado a
cambio de dejarle el tercio. Cuando se lo dijo, Sidro puso cara de susto y le
dijo: -Abrán, si estás malu dígalo ya,
que no es mu claro. - Con poca voz y menos fuerzas le replicó: - Nun toi bien, no. -Su hijo Resto vivía
abajo, junto al puerto, donde trabajaba en el Astillero. Pallí se fue Sidro para darle el aviso. Subió al punto Resto apurando
la potencia de su moto Guzzi y, cuando llegó, se encontró al padre tumbado en el
escaño con la cara blanca como la cal. -¡Ostias
padre! ¿qué le pasó? – Ven Resto, ven, que te quiero dicir algo. – Le decía
esto moviendo los dedos de su huesuda mano hacia él, indicándole que se
acercara. Él, al verle tan mal, se acercó todo lo que pudo y prestó atención a
lo que le dijo: - Estoy malo, no tengo
fuerzas y antes de que sea más tarde quiero decirte una cosa que tengo guardada
desde hace mucho tiempo. Mira nenín, desde hace muchos años, tres después de la
guerra, guardo en secreto un muy mal día que tuve cuando fui a pescar roballizas,
allá arriba, donde el Meiro rodea El Monticón y un poco antes de que se
junte el Castadel. La tarde se estaba
echando… -Al llegar aquí, Abran respiró mas profundamente; los ojos, antes
secos, se le llenaron de lágrimas, parecía tragar saliva y miraba de vez en
cuando hacia el techo con cara de angustia y continuó: - Era tarde cumplida y las sombras de la noche que se acercaban aun no
habían acabado con la luz del día. De pronto una luz azul muy fuerte salió por
el este como si quisiera amanecer, cuando lo que tocaba era la de atardecer.
Bajó hasta los fresnos y hayas aguas arriba y solo vi un resplandor que fue menguando…
Acababa de echar la caña cuando oí la voz de
un neñu… Salió… de entre unos abedules. Parecía que jugaba con alguien,
o quizá… se escondía… Oí la voz de un hombre, sería su padre a lo lejos que
parecía llamarle… y el neñu, se agachaba tras unos brotes de fresno y callaba.
De pronto, oí chapoteo en el agua del río y vi moverse algo que removía la
corriente hacia la orilla donde estaba agachado el guaje. A dos metros de la
orilla se paró aquello que removía el río. No le di más atención y me fijaba en
el neno que seguía como escondido, hasta que, de improviso, a una velocidad
grande hacia la orilla, que no sé qué animal podría nadar así sobre el agua, apareció
una cosa que no sabría decir, por muchos años que viva, qué podría ser o a qué
se parecía. Lo tenía a una distancia cercana como daquí al carballo ese que hay
cerca del galpón. Era más grande que un hombre, tenía unos agujeros en lo que
parecía una nariz chata en la cara y ojos
como los de un llagarto, la piel era verde oscura y con escamas raras, manos
parecidas a las nuestras y patas como las aves que nadan, pero cuando corría
por la ribera del río juntaba las uñas como gatu, en zarpa. ¡Así iba corriendo
hasta que llegó al neno, lo cogió, y dándose la vuelta y mirando a todos lados,
salió otra vez corriendo y se volvió a meter en el río Meiro y… se lo llevó!..sí
sí, se lo llevó al neno ¡Dios santo!, ¡se llevó a la criatura y yo nun pude fer
nada! Dí una voz, pero solo conseguí que fuera más deprisa y desapareciera antes.
Estaba muertu de miedo. Recogí todas las cosas y vine paquí, pa Navia con la intención de pedir
ayuda, pero conforme venía, pensaba y me dije: Abrán, no te va a creer naide y
te van a echar la culpa de que el neno haya desaparecido, o que le hayas matado
tú. Así que después de dar muchas vueltas me callé. Sí, sí, me callé. Ya sabes
como las gastaban los guardias entonces, y lo poco que se resistían a echarle la
culpa a un pobre desgraciáu como yo, así es que me callé. Supe al día siguiente que el padre lo estuvo
buscando toda la noche, y que al día siguiente una partida de la Guardia Civil
lo buscó con gente del pueblo, pero no apareció ni vivo ni muertu. Si recuerdo
que, esa noche, por el sur a la altura de Coaña, vi subir la luz azul que se
hacía más pequeña hasta que desapareció. Resto, dime si me comprendes, si crees
que tu padre hizo bien con no dicir nada. Todos estos años he estado sin vivir,
muchas noches se me vuelve a aparecer en sueños el monstruo ese, que como un
mal demonio se llevó a la creatura; esas noches me pregunto que pasaría con el
pobre neno, si se ahogaría, lo haría cachos o si le sacaría las mantecas. Ya
sabes que se dicen cosas de monstruos y malos hombres que facen cosas así… Este
no era hombre, era más bien demonio y es una maldición que vuelva a mis sueños
y no me deje reposo en los años que pasaron. Me pregunto si será un castigo por
haber cogido aquellas cosas del naufragio en la playa de La Figueira en enero
de un mal año. Dime Resto, ¿Qué piensas? – ¿Que voy a pensar padre?: que
hiciste bien al no decir nada, si llegas a decirlo igual te habían dado garrote
o te habrían dejado en la cárcel toda tu vida, siendo inocente. Hiciste bien. Y
no te preocupes, descansa, que avisaré al médico. Estas mal y no hay que perder
el tiempo hablando ahora. Quédate tranquilo que ahora vengo, voy a por el
médico. Se queda contigo Sidro. ¿Quieres algo? ¿Un vaso de leche? ¿De agua? –
Agua, Resto, agua. Tengo la boca seca.
La puerta de la casa del
médico estaba cerrada; dijeron los vecinos que se había ido a la consulta y
hasta allí se fue el hijo de Abrán sin tardar para avisarle. Eso fue lo que hizo
y después de atender a una chica con la que estaba, sin más problema salieron
los dos, médico y Resto, el uno con su coche y el otro con la Guzzi que
tardaron poco en llegar hasta Abrán. Se lo encontraron muy débil. Dijo el
médico que era del corazón, le puso una pastilla debajo de la lengua y pareció despabilar
un poco. Volvió a llamar con la mano a su hijo y, esta vez al oído le dijo: -No lleves a los nenos al río Meiro. No los
lleves, nunca, me oyes...¡Nunca! al río Meiro…
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 18 de julio de 2015)
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 18 de julio de 2015)
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