La citación del notario de la plaza de
Josep Pla de Figueres rompió la mañana de un sábado primavera. La subió Montse
dando varias voces por la escalera. - ¡Niño, una carta del notario para ti! Se
recogió en su estudio, abrió la ventana, y dejó que el olor del jazmín entrara
en la habitación. Sentado en la mecedora abrió el sobre. Cuando lo leyó su cara
cambio de expresión y de color. Se levantó y se volvió a sentar, esta vez en el
sillón de mimbre junto a la mesa. Su tía Matilde había muerto. Nadie le llamó. Las
lágrimas empezaron a correr por su mejilla. Movía la cabeza para un lado y
otro, no para negar sino como si quisiera quitarse de encima la angustia que le
embargaba. Sosegado después, llamó al teléfono del notario. – Buenos días, soy Bernat Dosrius Gelcem, me
han mandado ustedes una carta en relación con el testamento de mi tía Matilde
Dosrius Ribelles, quisiera que me dijeran a qué hora puedo ir el día 25,
viernes. – Buenos días, espere que lo miro… ah si, la sucesión de doña Matilde
Dosrius, bien… me ha dicho el notario que vengan a las 10.30.- De acuerdo allí
estaré. Bernat se quedó mirando el móvil y un momento después estaba
llamando a su hermano. – ¿Roger? ¿Sabías
que la tía Matilde ha muerto? – Ah si, joder tío, me enteré muy tarde, me llamó
Berta cuando ya estaba preparado el
entierro, murió de un infarto; te llamé al fijo pero no me cogiste el teléfono.
No te iba a dar tiempo. Perdona que no te lo haya dicho antes, pero se me fue
de la cabeza, tengo un follón tremendo con la cuenta de Sabater, que me ha
tenido ocupado todo este tiempo. Joder, hermano, perdona, pero se me olvidó. –
Eres un cenutrio Roger, siempre te ha importado un pijo todas las cosas de la
familia y estas obsesionado con ese trabajo tuyo de publicidad, propaganda… ¡o
la mierda que sea! ¿Has recibido una carta de la notaría de aquí, de la Plaza
Pla? – Pues no sé, si, ahora que lo dices creo que recibí algo ayer, espera… si,
tengo aquí un sobre de él, ¿Qué es? -¡Qué huevos tienes! Te importa todo una
mierda. Un día te vas a llevar un disgusto... Bueno léela. Estamos citados el
viernes 25, a las 10.30. Es para que nos lean el testamento, el notario tiene
el encargo de hacer efectiva las últimas voluntades de la tía.
Llegó
el viernes. El despacho del notario tomaba luces entre espesas cortinas de
damasco: dibujaban el perfil del fedatario que cobraba vida con el sol
iluminando tanto a él como a la escritura que tenía entre sus manos. Leyó el
testamento y después de la introducción de rigor y las instrucciones al
albacea, llegó el momento de sus disposiciones: Tía Matilde le dejaba una
petaca llena, de raro tabaco, y un papel
con tinta azul; con letra inglesa,
aprendida en Casterton, escribió: “lo
hemos hablado y disfrutado muchas veces. Por el contenido, sabrás que te dejo el
continente mejor que tengo: sus años son su aprecio: tuyos para tu suerte. Si
no lo aciertas en una semana, quedará para obras de beneficencia. Se que eres
listo, y que mereces lo mejor”.El apartamento, de Madrid, se lo dejaba a su hermano Roger. Eso
si estaba bien claro.
La
risa de su hermano cuando salían le hirió profundamente. Parecía que se estaba
mofando de haber sido premiado por la tía Matilde. Ella nunca se había privado
de reconocer que su favorito era Bernat. No solo porque era el que siempre se
acordaba de su santo y cumpleaños, sino que la visitaba con frecuencia y acudía
a verla y a solucionarle los problemas domésticos cuando era necesario; la llevó
al médico, y al hospital cuando tuvo la
operación. Estaba amargado, no por la herencia extraña sino porque no haber
estado con ella en sus últimos momentos. Mandó a la mierda a su hermano, que
seguía con una sonrisa cruel y se fue a
su casa, no sin antes quedar con el notario, para darle contestación. Le dio la
petaca y el escrito, pistas de su herencia para dar solución al enigma o acertijo
que la tía Matilde le había propuesto para conocer su herencia.
En
los momentos de tranquilidad, cuando llegaba a su casa después del trabajo,
donde cavilaba sobre el enigma, salía después de comer al patio, donde la tía Matilde
decía se encontraba en la gloria cuando
le visitaba. Recordó las cosas que según ella, decía un pallés en el pueblo del
su abuelo, San Llorenç, de la mala suerte de sentarse debajo de la higuera.
Ella lo recordaba y lo hacía: se reía a
carcajadas por ello. La verdad es que se
estaba muy bien bajo la frondosa higuera, y le hacía parecer a estar en el
tiempo de la Iliada y la Odisea, de las que sus historias comentaron ella y él
tantas veces. Cogió la hamaca, se tumbó en ella y pensó en la posible solución
los tres primeros días. Cogía la petaca, la abría y la cerraba, miraba a su
interior y pensaba: ¿Petaca?.. ¿Petaca?.. ¿Tabaco? El contenido de la petaca era el tabaco… Un
tabaco rojizo… No. No se le ocurría nada que pudiera tener algo de lógica.
Volvió a repasar una y otra vez la carta de la tía: “Ya sabes de mi afición… Sí, eso estaba claro. Su afición era los jeroglíficos, los enigmas y
los acertijos. Eso era algo de eso: una especie de jeroglífico con la petaca
que le dejaba o un acertijo. Pero que tenía que ver una petaca con una cosa de
valor, o el tabaco… Bueno, la tía Matilde siempre en sus acertijos ponía
trampas para hacerlos más difíciles. Pero ¿Cuál sería la trampa? Al cuarto día
ya empezaba a estresarse, no tanto por perder una herencia valiosa, que
parecía, sino por no saber resolver el enigma de la tía. Después de tomar el
primer sorbo del café, bajo la higuera, cogió la petaca y la abrió por enésima
vez y se quedó mirando a lo que parecía tabaco. Por primera vez se le ocurrió
una cosa que no había hecho hasta eso momento: acercó la nariz dentro de la
petaca. ¡Aquello no olía a tabaco! ¿A qué olía? Acercó la nariz varias veces y
ese olor le resultaba conocido. De pronto se le ocurrió pensar en los hábitos
de la tía Matilde. Debía ser algo que ella conocía muy bien. ¿Qué sería aquello
que parecían hojas secas trituradas, pero que no era tabaco? Pensó en algunas
especias de las que tenía la tía en su cocina, que eran muchas… ¿orégano? No.
Perejil tampoco, este era rojizo y el perejil es verde oscuro, cuando está
seco, ¿salvia?..No, no. El pimiento choricero triturado es rojizo pero no huele
así. De pronto cayó en la cuenta: ¡Té! Es té rojo, si claro que sí, huele a té.
Vamos a ver si el té es el contenido ¿cual es su continente habitual? Una
tetera, un juego de té. …El continente
mejor que tengo: sus años son su aprecio… decía la carta de la tía. ¿Cuál es el juego de té mejor que
tenía la tía? Recordó que le había enseñado un juego de té chino que tenía en
la vitrina del salón. Estaba convencido: ese era el objeto de la herencia y que
además decía la tía que era de valor. Llamó al notario y confirmó la solución.
Dos meses mas tarde se subastaba en Sotheby’s el juego de té de diez piezas de
Tai-Tsu (1390), dinastía Ming. El remate fue de diez millones de euros. ..Tuyos para tu suerte… dijo la tía. Y tenía razón. (Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 27 de junio de 2015).
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