Cruzamos la calle hacia el hotel y, en
ese mismo momento, se cerraban las nubes acudiendo las sombras cuando, un
coche, posiblemente un antiguo Daimler, estuvo a punto de atropellarnos. Tiré
de ella con fuerza y en dos zancadas estábamos en la puerta y una más, en el
vestíbulo. Un penetrante olor a café llenaba toda la recepción: procedía de la sala contigua,
donde había bastante gente tomándolo en las mesas. Aun no habían prohibido
fumar y el humo tamizaba la luz que entraba desde las ventanas. En una mesa,
solo, estaba Franz. Nos vio enseguida y nos invitó haciendo unas señas para que
nos sentáramos con él: así lo hicimos. Después de ver como humeaba mi café, y
estando todos servidos, Franz nos lo dijo: -Tenéis
que quedaros. No solo han cerrado la frontera sino que la policía está todo el
día en la calle buscando viajeros clandestinos. No conviene discutir con ellos;
creo que están tan asustados como nosotros y un hombre con poder y asustado es
mejor tenerle lejos. Mañana
posiblemente estará todo más tranquilo. Allí nos quedamos. Pensé en que iba a hacer y me decía: hoy ya no sé si sería capaz de volver. Las
mañanas cuando amanecen, nos son familiares. Tengo todo lo que podía
ambicionar. Nunca creí que podría vivir en otro lado; pero con Marie todo ha
sido fácil. Aquel día que cruzamos al hotel, un día cualquiera, en un lugar
de paso y… todo cambió. Nadie esperaba esto, pero en Baviera no impiden a nadie
que pueda vivir y conforme, eso me dijo Franz un día que no recuerdo. Hoy cobra
sentido. Más tarde, alargada la reunión, nos sirvieron solomillo de corzo.
Llenamos los estómagos con alegría y terminamos con aguardiente de cerezas. Acordamos Marie y yo ir allá. Nos fuimos al caserón
de Franz con las maletas. Cenamos allí y a altas horas de la noche nos quedamos
solos Franz y yo. Escribía muy bien y muchas veces nos ayudábamos mutuamente
para superar nuestros vicios de escritura. Siempre decía que su mejor tesoro
eran sus libros. En su casa no tenía muchos. Aunque aseguró que tenia de su
familia una buena biblioteca. No dormí mucho, aunque descansé lo suficiente después
de la tensión del día anterior. Al amanecer, abrí la ventana que daba a las
montañas y todo estaba nevado, llamé a Marie, nos abrazamos y en ese momento
cogimos fuerzas para vivir todo este tiempo, juntos.
GACETA LITERARIA ABIERTA. Sitio adecuado para las deposiciones de aquellas personas sensibles que tengan afición a las letras.
20151204
COMENZÓ CON EL SOLOMILLO DE CORZO
-Pero señor, ¿y en todos esos
años que ha vivido en Baviera pensó alguna vez en acabar solo aquí, en Las
Rozas? – No. Pero la vida, siempre da sorpresas, y no siempre buenas. –Ah.
¿Pero lograron salir de allí? - Sí pero no fue fácil. Mira Diego, siempre estuve
preocupado de joven en preparar mi futuro con planes y sopesando expectativas
sobre que habría de hacer para ser feliz, para conseguir todo lo que
ambicionaba. Bueno, pues nunca han salido los planes, ni las expectativas eran
como había previsto. La vida es
imprevisible. Por eso, desde que salimos del hotel Altstadt en Salzburgo, hasta que
llegamos al caserón de Franz en Baviera ninguno supimos qué nos esperaba
después, nos movimos solo por el instinto de supervivencia y con la generosidad
de los amigos. Franz se fue dos semanas después a Suiza, donde estuvo viviendo
hasta hace dos años en que falleció. Vivió fabricando agujas para los relojes
de Cuco de gran calidad: las hacía con madera de ciruelo, con enchufe de latón muy
bueno; se las pedían desde todos los lugares del mundo, tanto para la
fabricación de relojes como para repuestos. Se casó con una suiza del cantón
italiano, Gina, con la que tuvo tres hijos que mantienen su pequeña fábrica de
repuestos de relojes de Cuco. Salió de Baviera por seguridad, le dieron aviso
de que la GESTAPO le podía estar buscando. Antes de irse me vendió su casa, en
la que estuve viviendo hasta 1995. Al despedirse dijo muy risueño: - Vivirás
feliz en esta casa, pero te dará una gran alegría cuando empieces a olvidarla,
te lo digo para que la cuides siempre. Fue de mis padres y te la encomiendo a
ti, mi mejor amigo, que siempre te he considerado mi hermano.
Marie y yo estuvimos viviendo de la agricultura y la ganadería. Lo peor
fue en, y después de la guerra, que hubo
muchas dificultades pero al fin salimos adelante. En todo este tiempo no he
dejado de escribir, y tres veces el año nos hemos ido a la casa de Baviera en
la que está viviendo nuestro hijo Günter que estudia ingeniería mecánica, allí
en Alemania. Vinimos a España por motivos de salud, necesitamos los dos un
clima menos húmedo. Marie, mejoró de sus dolencias reumáticas pero no pudo con
el maldito tumor que acabó con ella. Mañana, sin falta cogeré el coche y me iré
a Baviera. Cerraré esta casa pensando
por si no vuelvo. Tengo todo arreglado. Pero tengo que ir, Günter me ha dicho
que han encontrado un maderamen extraño, como si fuera una puerta, en la pared
del estudio cuando descubrieron el paramento para un arreglo de humedades. Le
dije que lo descubriera pero quiere que esté presente yo. Parece que tiene algo
escrito que esta muy borroso. A mi edad Diego solo importa lo esencial. Por haber
conocido tanto y de haber errado tanto. Solo importa el afecto. Eres un buen
chico, y como tengo confianza en tí te cuento todas estas cosas. Te diré como
me va allí en Baviera. Mandaré mensajes con todo lo que te pueda contar. Sabes
que para la edad que tengo uso el ordenador con soltura. Me viene bien, no
tengo que ir a correos, ni comprar sobres, ni esperar varios días a que llegue.
Así que ya te contaré, debes estar atento a tu correo, sí, ya te contaré.
Esto es lo que hablamos Diego y
yo antes de partir de Las Rozas. Lo que hice el miércoles cinco de octubre. El
año de 2005 fue el que cambió de nuevo
mi vida, como aquel 1945 en que salimos por pies de aquel hotel de Salzburgo y nos fuimos a Baviera, o cuando
en 1995 nos vinimos a España, a Las Rozas. Hice el viaje de mi vuelta muy
tranquilo. Me hubiera gustado disfrutar de la comida un poco más; en Clermont-Ferrand me recomendaron Aligot y la Tartiflete, típicas en Auvergne. Me
gustó, pero me arrepentí después: muy rico todo pero demasiado fuertes para mi
estómago; pero lo bastante bueno como para hablar de ello. Al llegar a mi
destino, me estaba esperando Günter a la entrada de la casa. Nos abrazamos y
enseguida me contó lo del descubrimiento. Fuimos a verlo. Estaba muy nervioso
por ver lo que hubiera. En el panel de madera descubierto estuve viendo la
inscripción. Conseguí leer lo que decía antes de que se estropeara al levantar
las maderas, decía: Meine Bücher sind
meine Welt, und es ist alles was Sie brauchen. Que venía a decir: Mis
libros son mi mundo, y es todo lo que preciso. Detrás estaba la biblioteca de
la familia de Franz. Tenía razón, cuando ya tenía casi olvidada la casa, me
acababa de dar una gran alegría. Más de dos mil títulos, muchos de ellos
antiguos, y desclasificados, alegraron mis días.
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