Las calzadas de las calles de Madrid se vieron brillantes
con la escarcha derretida y con una grisácea y luminosa luz entre la niebla el
13 de enero nada más amanecer. Las ventanas del Parador de la Cruz en la calle
de Toledo, cerradas, comenzaban a dar cuenta de su vida interior. Agricio abrió
el ventanal de su cuarto y se asomó a la calle. Era buen día: su onomástica y
además se compraría algo hermoso; al día siguiente, temprano, el viaje de
vuelta a Córdoba. Se aseó en el lavabo. Cuando bajó a desayunar al comedor, lleno
de viajeros que partían de viaje en una galera de retorno para Barcelona encontró
sitio en la mesa. Anastasia, la cocinera no daba abasto para freír huevos en el
fogón. Junto a la fuente llena de rebanadas grandes de pan, Anastasia, la cocinera
manchega del Parador, freía los huevos como nadie; todos los viajeros los
pedían como especialidad. Su misterio estaba en que los hacía como en su
tierra, Socuéllamos, con ajo y algo de pimentón. No había más misterio; si lo había,
éste estaba, en la mano para la temperatura del aceite y el tiempo. – ¡Dos
huevos para don Agricio! ¡Y un tazón de chocolate!- Dijo. Él esperó en la mesa,
leyendo el Diario de Avisos de Madrid,
único periódico supuestamente particular; aunque todos pensaron que era servil
al Gobierno, como La Gaceta de Madrid,
que ese no disimulaba, porque lo era. Agricio lo sabía como todos pero buscaba información para sus
compras. Había confirmado su viaje para Córdoba con el mozo del parador que estaba
encargado de las plazas de viajeros en la galera y de las arrobas de
mercancías. Mozo que en ese momento le daba lustre a la galera lavando los
laterales; sacándole brillo al verde oscuro de su pintura. Oyó Agricio a dos
que charlaban cuando reparó en dos informaciones que le interesaron mucho: La
primera decía: En la calle de Alcalá,
esquina á la de Cedaceros, cuarto entresuelo, de la casa núm. 5, se vende con
la mayor equidad una colección de pinturas de los mejores autores. Y la
segunda: En el de la Cruz á las 7 de la
noche, la Esclava de su Galán, comedia de Lope de Vega Carpio, en 3 actos: a
continuación se bailará el bolero por Mariana Castilla y Antonio Fabiani; y se
dará fin con un divertido sainete.
Anotó en su cuadernillo de hule las dos cosas y con ello cerró su lectura.
Cuando terminaba de tomar su tazón de chocolate, oyó decir a los que tenía al
lado, viajeros de Barcelona: - Pues en la calle Chinchilla, n º 11, cuarto 2º, interior, ha arribat una
altra remesa de paño segoviano, i els
seus preus: blau 54 reals i 43 reals, un negre 48, 46, 45 i gris a 34 i 36 –
44. Serà suficient per a dos mesos. He acordat per bescanvi amb el meu. – No
pierdes una Ricard,- dijo su compadre- te vienes con tus paños y ya tienes el
trueque: ¡paño segoviano!
Se levantó Agricio y se fue a la calle;
bajo el faldón de la chaqueta, la bolsa con sus cuartos y la libretilla de hule
para no olvidar las direcciones. Llegó hasta la Plazuela del Ángel, desde allí, esquivando coches birlochos,
carros y caballos que transitaban, hasta la calle de la Cruz donde encontró
abierto el teatro y también el despacho de
billetes; compró uno para esa noche. Con él en su bolsa, anduvo por la calle de
la Cruz, luego la calle Sevilla, hasta
llegar a Alcalá esquina a Cedaceros donde decía el Diario de Avisos vendían una colección de pinturas de los mejores
autores. En el número 5 subió hasta el entresuelo, allí se fue hasta el cuarto
donde le abrió un hombre llamado Cayetano, sesentón, locuaz y dicharachero:
pensaría que comportarse así era bueno para el negocio. – Pase, pase amigo tiene usted mi bienvenida, le voy a enseñar las
pinturas que tengo a la venta y usted decidirá si el precio es equitativo o no.
Creo que lo es, son hermosas y si me desprendo de ellas es por aliviar la
tesorería de la familia que con los tiempos que corren no anda muy holgada, y
créame, es mejor y más preciada la tranquilidad de las almas que el patrimonio,
por muy importante y hermoso que sea.- Bueno señor – dijo Agricio- estoy seguro que el aviso del diario es
certero; veamos pues, si es usted tan amable.- No lo dude Señor, son de
primeras y prestigiosas figuras de este arte como verá usted ahora. Le pasó
a una sala donde tenía los cuadros apilados en el suelo, contra la pared y
separados con unas mantas muleras para protegerlos. Enseñó todos y cada uno, y
no vio Agricio nada de particular y los autores
no parecían muy conocidos, hasta que llegó a uno de cincuenta
centímetros de largo por treinta de de ancho que perecía estar firmado por
Bayeu. En él se detuvo don Cayetano y triunfalmente se lo explicó: - Aquí tiene usted nada más y nada menos un
cuadro del gran Bayeu, Don Francisco, ilustre pintor de la Corte del rey Carlos
IV y muy estimado por su majestad don Fernando VII. Es una obra de gran valor
que representa un boceto para los frescos del Palacio de La Granja de San
Ildefonso. Se lo vendo a un precio muy rebajado, por las necesidades que ya le
conté, por solo 150 reales. Si le place su compra le vendo además junto al
cuadro del gran Bayeu unos “dibujillos del sordo”, su cuñado, don Francisco de
Goya, que bueno es, aunque no tanto como Bayeu en mi modesta opinión. Estos
dibujos hechos al grabado, pertenecen a las colecciones de Disparates y
Desastres de la Guerra, en total 22 de los primeros y 20 de los segundos, que
no son todos, pero están en muy buen estado. Se los dejo todos ellos en 54
reales, que aunque es bastante, creo que es equitativo, se alegrará de quedarse
con el lote. – Agricio se quedó pensativo unos momentos, incluso se cogió
la barbilla para dar más importancia la momento y a darle seriedad a su
meditación de la compra como se lo presentaba don Cayetano. Pasados esos momentos,
que fueron tres minutos y al vendedor se le antojaron tres horas, Agricio
levantó la cabeza y mirándolo con firmeza le habló de esta manera: - Mire usted don Cayetano, podríamos hacer
lo que se presta a muchos, como es el arte del regateo, pero soy persona que se
precia de tomarse las cosas con seriedad y no voy a hacer ese extraño arte, así
que ponderados los objetos de compra y sus precios, me parecen, como decía el
aviso, equitativos. Así que… ¡venga esa mano que estoy de acuerdo! – Se
abrió en una gran sonrisa el gentil vendedor, le dio la mano, y después Agricio
le pagó los 204 reales. Cogió el cuadro y los grabados que Cayetano envolvió en
un paño, atados con cuerda.
Llegó Agricio al parador contento con
la compra de sus obras de arte que guardó en su cuarto en el armario con la
ropa, ocultándolas. Esa noche estuvo en el
teatro disfrutando de su última noche. Al día siguiente partió con la galera a
Córdoba. Cuando llegó días después, le enseñó a un buen amigo y profesor de
pintura sus adquisiciones. Se maravilló con el Bayeu y el precio de
adquisición, pero quedó totalmente asombrado por los grabados. –Agricio,-dijo- has adquirido unas obras
maestras de Goya, mejor que Bayeu, qué duda cabe, por el precio de una levita.
Jamás encontrarás una cosa más ventajosa en tu vida. Y así fue.
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