El 16 de noviembre en el ventanal del
taller de Andrés, en la calle del Olivar, se veían reflejadas las nubes
algodonosas del día, que iban desapareciendo en un cielo de azul metálico
intenso. Cuando pasó por la calle Irene vio el reflejo de cielo en el cristal y
a Andrés trabajando dentro, para lo que había encendido la luz amarillenta de
la tulipa de porcelana que colgaba del techo, encima de la mesa de trabajo,
algo sucia por el polvo del serrín. Estaba repasando suavemente con el cepillo
de madera pequeño y se auxiliaba con la gubia;
acariciaba la madera una y otra vez apara comprobar la textura de la que
estaba preparando de una bancada. Sonrió Irene. Día frío, de luz deslumbrante al
que no acompañaba el viento que soplaba, no muy fuerte, pero calando su baja
temperatura hasta los huesos. Miró hacia arriba y volvió a leer Andrés Rui. Restaurador. Se decidió a entrar.
Sonó la campanilla y Andrés, cuando la vio, sonriendo le dijo: -Hola chica, me alegro de verte. Has
escogido un mal día para salir. –Hola Andrés. ¿Tienes mucho trabajo hoy? –
Alguno hay, pero, ¿por qué lo dices? ¿Se te ocurre alguna cosa? ¿Tal vez que
salgamos más tarde a tomar unas cañas, eh chica? – No pensaba en eso, sino si
te iba a entretener; pero ahora que lo dices, si te apetece y puedes, me parece
bien: ¿quedamos a las nueve en el bar de Argumosa, en El Automático? – Si
puedo; vale, allí estaré. Pero dime: ¿cómo te va a ti, chica? –Bien, hoy libro.
Estuve todo el fin de semana trabajando y con problemas, pero ya pasó todo.
Creo que me vendrán bien esas cañas. – Bueno pues quedamos allí. –Vale, te
dejo. Hasta luego.- Hasta luego chica.
A las nueve vio a Andrés que había
llegado al bar y se sentaba en la mesa del fondo. Lo veía frotándose las manos
escocidas y repasando una tirita que se
habría puesto en el dedo índice de la mano izquierda para contener la
hemorragia de un corte. Le preguntaría por eso. El ruido de las voces de los
clientes del local turbaba un poco. Él sacó su agenda y estubo tomando notas.
Cuando estaba en ello, levantó la cabeza al ver de reojo que alguien se había
acercado a su mesa: Irene, sonriendo, habló primero. – Hola chico. ¿Has pedido ya? – Andrés sonrió al oír que ella le
llamaba como solía hacerlo él a ella. –No,
estaba esperando a que llegaras para hacerlo. Siéntate. Levantó la cabeza, y
llamó la atención de un camarero que se acercó y le pidió las cañas. – Bueno Irene, cuéntame, ¿qué problemas
tuviste el fin de semana? – Ah, ¿eso? Que quieres que te diga. Me tocaba el
turno, como te dije y un tío cansino, no se si estaría algo trompa, pero seguro
que habría bebido algo más de lo debido, estuvo toda la tarde dándome la vara.
Primero haciéndose el gracioso, luego dos horas más tarde volviendo para
invitarme a cenar con él, y ante mi negativa, se fue y antes de acabar del
trabajo al día siguiente, volvió con las mismas y luego, ante mi negativa,
montó un número violento dando voces y resistiéndose ante los de seguridad que
se lo llevaron a la calle; parece que lo tranquilizaron. Ya no ha vuelto. –
Bueno mejor así. Supongo que te habrás preocupado mucho. Lo siento. Si tienes
otra vez problemas de esos me avisas y me llevo el formón gordo y le arranco
los ojos como si fueran unos bígaros, ¿eh? – Irene soltó una carcajada, luego,
zanjó el asunto: - mejor no. No creo que haga falta. – Le miraba entre
complacida y embelesada y cuando se dio cuenta que se estaba ruborizando. Calló
unos segundos y cambió de tema. Se quedaron algo más de una hora hablando. Se
contaron todo lo que querían saber el uno del otro y parecían estar algo más
que una amistad superficial. La Plaza de Lavapiés empezó a tener otro sentido para Irene. Ella
pasaba por allí todos los días desde su casa, en la calle del Olmo, hasta la
estación del Metro y a la vuelta del trabajo, del Metro hasta su casa. Podía
bajar por la calle Ave María, como hacía muchas veces antes, pero desde que le
presentaron a Andrés en Melo`s, la noche del sábado 14 de noviembre de 1998
había cambiado de itinerario y siempre bajaba por Olivar. Para verle, y si
podía, saludarle. No era mucho, pero no sabía cómo llegar a más por conocerlo:
le gustaba.
El día de la lotería de Navidad con
niebla. La contaminación había bajado y dejó el aire limpio, salvo por el olor
del aceite quemado por los churros fritos de un bar. Bajaban por la calle del
Olivar Irene y su amiga Sofía, cuerpo erguido, hacia atrás por la cuesta: iban
charlando, riendo y elevando la voz a veces para poner énfasis en sus palabras.
Como una mayoría de españoles, perdían el pudor y contaban sus intimidades, en
voz alta, al ir con alguien de confianza; como si la calle, el Metro o
cualquier sitio público fuera un lugar neutral y aséptico. – Tienes que repetir y venir más días a casa Sofía. Vemos una peli y
con las que tenemos, pasamos un buen rato en casa. ¿No me digas que no es una
buena forma de acabar después de ir de copas por el barrio, no? – Ya te digo
Irene, lo he pasado genial. Nunca me olvido de las Zapatillas de Melo`s,: ¡que
ricas! ¿cómo las harán? ¿es jamón york? Y el queso, ¿es francés?- No tía no, el
jamón es lacón gallego cocido y el queso de Tetilla? – Pues están geniales. –
Ya te digo. Casi mejor que George Clooney. – Bueno, bueno, no sé, no sé.
Reían con ganas. – Por cierto, Irene,
¿que pasa contigo con el chico ese que trabaja por aquí? ¿Cómo se llamaba?
–Andrés – Eso, Andrés. Me hablas mucho de él y me parece que te gusta cantidad,
¿a que sí? No me digas que no, que te veo los ojillos cada vez que hablas de
él. – No, nada, de verdad, nada. Solo nos saludamos y nada más cuando nos
vemos. – ¿Y cuando os veis?- No, bueno, vernos, vernos, nunca, solo he estado
con él cuando me lo presentaron un sábado en Melo`s y, después, solo lo veo en
su taller ahí abajo cuando paso. - ¿Ahí abajo tía? ¿dónde? ¿dónde? –Ahí abajo,
ahora pasaremos por delante. Ya te digo. - ¿Es mono?, anda ¡dime que sí! –Bueno
sí me gusta pero ya sabes que a mi me da corte presentarme y hacerme la
encontradiza, ¡joder! digo yo que los hombres deben hacer un poco si le
interesas ¿no? – Bueno chica me estas contando las cosas… como dando vueltas,
pero a mí me dices lo que hay ¿te gusta el Andrés? ¡anda! ¡dílo! – Bueno sí me
gusta, pero no le conozco mucho. – ¿Quieres que le hagamos en unos minutos una
visita? –No, no tía me da mucho corte. – ¡Qué corte ni que niño muerto! , mira,
pasamos por delante, echas un vistazo, y si está solo, me aprietas la mano y
pasamos a saludarle. ¡Qué demonios! A lo mejor me gusta también a mí... -
¡Oyeee tu! No te pases...- vale pues vamos. En el ventanal del taller de
Andrés se veían reflejadas las nubes algodonosas del día; iban desapareciendo
en un cielo azul metálico intenso… Pasaron, lo saludaron y quedaron para ir al
Automático a tomar unas cañas. Era la primera vez que iba Irene a quedar con
él. Luego, vendrían más. Lo que había pensado ella antes, tantas veces antes,
parecía premonición. Cosas de la imaginación
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