A las seis de la mañana, cuando las campanas
de la catedral llamaban a misa, una mano cogió la aldaba de la puerta de la
casa de Lucio Grasso Alcántara, dependiente de la provisión de víveres de la
Marina, y llamaron tres veces seguidas; a la tercera salió su padre, Anselmo, a
abrir. - ¡Ya vaaa! –. Dijo desde el
patio. Nada más abrir el portalón, un hombre con uniforme de la Marina se
dirigió a él: - ¿Esta es la casa de Lucio
Grasso? – Sí, la misma, yo soy su padre. – Buenos días señor, ¿está su hijo?-
Sí, estaba durmiendo, supongo que se habrá despertado con el ruido. – Mire, le
traigo un billete urgente de la Comandancia de la Marina. Se ha llamado a su
hijo para que se incorpore a la dotación del navío de línea “El Triunfante”,
para un viaje al reino de Nápoles con la escuadra que ha de salir en los
próximos días; para traer al rey Don
Carlos, nuestro señor, a España, según disposición de la Regente del Reino, la
Reina madre. – Anselmo se dio la vuelta y desde la entrada del patio dio una
voz: - ¡Luciooo! Corre ven, la Marina te llamaaa. Poco después se vio venir
al muchacho abrochándose la camisa y atusándose los pelos que tenía revueltos.
Leyó el billete y miró a su padre, entre preocupado y con una ilusión que se abría paso en sus ojos,
cada segundo más despiertos.
En la bahía de Cádiz, aquel domingo veintiséis
de agosto, el mar en noche cerrada empezaba a recibir las primeras débiles
luminarias de un alba quedo, tranquila, la brisa llevaba las olas hasta romper
en las rocas con escasa violencia, las gaviotas empezaban sus salidas y el
sereno de la parroquia pasaba por la calle cuando el mensajero partía a su
destino. La madreselva del corral vecino perfumaba el comienzo de aquel día,
que Lucio veía de una manera distinta, nueva. El mundo se le abría sin haberlo
buscado.
El martes siguiente, fue llamado Lucio
por su patrón en la Oficina de provisión de víveres de la Marina; al llegar al
despacho, le recibió sonriendo: –Lucio, debes
saber que vas a sustituir a Francisco en la plaza de la dotación que tenemos en
la escuadra. Cayó enfermo y él mismo nos ha recomendado que seas tu el
sustituto, así se lo he hecho saber al alférez. Ahora tienes que venir
conmigo a saludar a Don Juan de Lángara
que estará al mando del navío El Triunfante en el que vas a prestar servicio en
el viaje hasta el Reino de Nápoles. ¡Vamos! No hay que aguardar ni un minuto.
-Poco después entraban en la casa donde se alojaba Don Juan, que les recibió sonriendo.
- Bienvenido al servicio de su Majestad,
Lucio. Me han hablado mucho y bueno de ti y espero que estés bien con nosotros
en este hermoso y, espero, feliz viaje.
Solo quiero decirte que en esta misión, en algún momento tienes necesidad de mi
ayuda para algún entuerto que se te presente, no dejes de hacérmelo saber. Tendrás
mi ayuda.
El
día veintinueve partieron de Cádiz, once navíos, dos fragatas y dos tartanas,
que como es sabido se refiere, no a carros cubiertos sino a pequeños barcos de
vela latina. Todo ello al mando de Don Juan José Navarro, Marqués de la
Victoria, entre ellas, El Triunfante bajo las órdenes de Don Juan de Lángara y
donde iba Lucio como apoyo para los suministros. Pasaba los días y parte de las
noches, cuando los trabajos de apoyo que le habían encomendado terminaban, en
cubierta, viendo el ancho mar que no parecía tener fin. Días tranquilos unos, otros
con mar rizada o marejada y alguno con seria amenaza de tempestad. Pensó Lucio
en esos momentos en los que el mar enseña su enorme poder, en los que se
presenta el sentimiento más profundo de indefensión, si merecía la pena la
aventura que estaba viviendo ante la posibilidad de perder todo, hasta la vida,
pero nunca le faltó la voz experta marinera que le tranquilizó. En el alba del
día 27 estaba en cubierta cuando oyó vocear fuerte al vigía: -¡Tierraaa! Habían
llegado al Reino de Nápoles. Por la tarde fondearon delante de la capital. Allí
estuvieron hasta que partió la comitiva real el día 7 de octubre, subiendo en
el navío los infantes Don Antonio y don Francisco Javier. Por eso el día 13,
Lucio vio desde la cubierta, cerca, a distancia de voz, el navío real Fenix, al que se acercaron para que los
reyes saludaran a sus hijos, que estaban con ellos en El Triunfante. Todo no fue tranquilidad, el 14 llegó una borrasca
por el oeste-sudeste que los tuvo encajando golpes de mar para temor de algunos.
Dos días después, con mar picada del este, llegaron a Barcelona, y desembarcaron
los reyes: fue el día en que llegó una chalupa hasta El Triunfante en la que venía Chiara, una muchacha napolitana, huérfana,
que estaba al servicio de los infantes. Cuidaba de la dieta italiana que
demandaban. Desde ese día, en el que ella le miró, nada más subir al navío,
buscaron los dos la manera de coincidir en cubierta, lo que hacían al alba en
el castillo de proa. Pasaron Alicante, Cartagena, Vélez Málaga, hasta que el 28
de noviembre llegaron fuera de las Puercas, frente a Cádiz, donde anclaron. Días después estaban
los dos paseando por las calles de la ciudad, luego de recibir el permiso para
ir a sus casas. Chiara lo recibió y con la comprensión de la comitiva real, se
instaló con una renta baja en una casa
que le facilitó don Juan de Lángara. Dos meses después recibió Don Juan el
agradecimiento de Don Alfonso Clemente de Aróstegui, ministro plenipotenciario
en Nápoles, que hacía saber que Chiara debía ser tratada como si fuera hija
suya.
Bajo los ficus del huerto de San
Francisco, que muchos años más tarde sería la Plaza de la Mina, solían sentarse
Lucio y Chiara, donde encontraron los hechos comunes en sus vidas, que gustaban
compartir. En los ojos de Chiara encontraba Lucio la misma tranquilidad que le
dio el mar cuando apaciguó sus energías y, en sus labios, la enorme,
apasionante y embriagadora aventura como la que no dudó en emprender al partir
para el viaje real a Nápoles. Se casaron
meses después en la iglesia del Convento de San Francisco. No había ningún mes
de septiembre en el que él no celebrara con ella, el día 29 su partida hasta
Nápoles, ni octubre en el que ella no le invitara a celebrar el día 16 en el
que se conocieron, con una enorme, caliente y sabrosa pizza Margherita.
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