20061110

VIERNES

El silencio abrió el día, envuelto en sombras y niebla. En el andén apenas unas siluetas mueven su despertar todavía inconcluso. El viernes se inicia tranquilo, lejos de las explosiones de Oriente Medio y, en el papel del periódico, aparece su eco en imágenes duras, repetidas y aún extremadamente dolorosas. Empezar el día asistiendo a los testimonios de venganza trae una visión de la realidad rota por gran desequilibrio del conflicto, alejado en los tiempos y en las tierras. La distancia aleja, no solo el sonido de la expansión de los gases liberados por el fulminante, sino la sensación del terror inminente y la angustia de vivir permanentemente en el fin de la existencia. Acabar con la irracional dinámica de sucesivas venganzas es un oficio imposible sin la renunciación y la mansedumbre. Pensar que eso solo lleva a la muerte por los que se consideran más fuertes, es solo un espejismo. La muerte acecha igualmente en todo caso. Gandhi supo que la mansedumbre, y el pacifismo, tienen el riesgo de la muerte, pero no engendra más violencia. O no tanta ni tan probable. La venganza solo alimenta nuevas formas de destrucción y eliminación, hasta la desaparición de todo lo elemental, de lo sustancial.
La trivialidad que lleva un periódico, hace compartir todo esto que comento con los apuros de Ronaldo por sus excesos en el comer. Eso, le tiene cogido por los pies y no se mueve con la soltura que necesita para sorprender a los defensas y al portero. Creo que esa compulsión por la ingestión que tiene el muchacho no es más que la manifestación de su insatisfacción. Posiblemente por la soledad que lleva el no administrar bien la opulencia, no todo el mundo que tiene cuartos es hábil y prudente con su gestión, lo que les lleva a no disfrutar de los beneficios de su riqueza.
En Atocha pasan los viajeros sin ningún control, desafiando las probabilidades de la ocurrencia, de nuevo, del mayor y más sangriento acto de violencia colectiva que en el pasado reciente hemos tenido. En Barajas se entretienen mirando las colonias y espuma de afeitar, mientras se les miran hasta los últimos restos de su intimidad. Eso si, al equipaje de mano que no se factura, si va por esta vía puede llevar usted los líquidos que quiera. No lo entiendo como no me lo expliquen muy bien.
La gente se mira, se estudia, piensa para sus adentros, y se pierde en lejanos lugares para huir del encierro en el socavón, dentro de un tren con olores amargos y agresivos. Deseando que termine el viaje cuanto antes.
El repaso de la agenda personal del día hace olvidar tanta miseria. Aunque siempre hay algún motivo para sonreír. Basta, a veces, con oír a los de al lado y pasarlo por el tamiz de la razón.