20080621

JUNIO TARDÍO SUSURRANDO


Todavía verdean los caminos que llevan hasta las lejanas nubes cobalto del fin de la Mancha. La luz intensa del sol, que llega jadeando por su tardía llegada, y consciente de que le ganó la partida el viento del norte arrellanado desde el invierno, llena de color todo el mundo abierto en estas tierras. Las soledades que se arremolinaron en las veredas permanecen todavía con los últimos restos del verdor en las borduras y linderos. Allí, ya están las avispas construyendo sus barrillos nidos como siempre. Los gavilanes de por aquí, quien sabe si descendientes de los que hace tanto tiempo veía en los tejados de mi casa, están satisfechos de la caza. Los topillos y zorzales han vuelto y se han acostumbrado a la cercanía de la escasa ciudad donde vivimos; se exponen y aturden por los ruidos y son presa fácil.
Hecho de menos las voces de los gañanes rectificando el surco. Solo se oyen hoy motores y, sin embargo, eso significa que se ha liberado de un esfuerzo descomunal. Me alegro por ello, pero la voz del que labraba era el sonido de las voces llaneando por los valles acomodando su débil eco en los cerros que daba la referencia de nuestra presencia en la naturaleza. Rompía con naturalidad la soledad de la llanura.
No hace mucho me acerqué a la falda del castillejo y en las charcas, que antaño tenían agarradas grandes manchas de menta perfumando todo el entorno del cerro, solo se encuentran cascos de viejas botellas y latas, algunas podridas por la herrumbre. Siempre imaginé, en los cerros estos y subiendo por sus faldas, a los caballos de los almohades que vigilaban los flancos de sus tropas ocultas detrás de sus cimas ocupadas. En lo que ahora es el bajo de Poblete y entre un soto, posiblemente de negros álamos, estaba instalado el grueso del ejército de Almansur esperando como serpiente haciéndose la muerta para el último y definitivo ataque a la ciudad de Alarcos. Justo donde se alzan nuevos chalés pareados. No creo que sea negativa esta visión nostálgica de nuestra historia. Pienso que el pueblo que no quiere recordar su historia es uno sin pasado necesario para hacer la construcción del futuro mejor. Bien es verdad que cada uno tiene una visión de lo que es mejor y que se dirige a ello por caminos diferentes. Tan cierto como que quienes ignoran la cultura y el respeto del medio terminan siendo recordados como los que hicieron retardar el progreso auténtico, el que hace a las gentes mejores y mas sabias.
Aprieta el calor y con retraso, como decía, se tuestan las hierbas de los campos dorando aquí una parcela, pintando de ocres apagados otras mas allá.
Quiero recordar los versos de Quevedo que se me acoplan como una buenas calzas a mis días de junio: “Como a imagen de milagros/me sacan por las aldeas:/ si quieren sol, abrigado/ y desnudo, porque llueva”.
Son estos tiempos raros en los que ya entiendo poco. Los míos, aprobando lo reprobable en Flandes (aunque Josep y Raimon salvaron la vergüenza) y los ajenos profundizando con un nuevo manual de autoayuda “Cómo hacerse con el poder con el mínimo esfuerzo”. Claro que siempre ha ocurrido lo mismo, y así me pasa lo que al parecer le pasaba a don Francisco de Quevedo también si seguimos con otro de sus versos: “No hay camino que no yerre, /ni juego que no pierda,/ni amigo que no me engañe, /ni enemigo que no tenga”. Bastante tengo con administrar el escaso patrimonio que va quedando de amigos y sacar el mayor partido de los aciertos si los tuviere. Eso y el afecto de cuantos me quieren, que los siento cada vez mas cerca, hacen que vea los campos de junio como los que me han de acoger, caído el sol, como a grillo, que canta las frescuras de la noche bajo las lumbreras que rodean Vega, allá en el cenit del firmamento, trayendo y llevando las brisas frescas que vienen cargadas de sueños.
Junio me va susurrando con el aliento caliente durante el día, y me libera con las frescuras de sus dulces noches plenas del néctar de la madreselva.