20090715

ESCAPADA A LA BRISA DEL MAR



He vuelto a tomar el Metro y en la línea 3. Todas las mañanas voy al trabajo metido en el socavón como iba antaño a clase. Los coches son más modernos, rápidos, y tienen unos monitores sordomudos que van dando información sobre múltiples cosas, mientras arriba en la calle siguen los martillos hidráulicos torturando los oídos, como entonces, en los calores del verano. Los vecinos de Madrid nos estamos forjando para cuando sea viable la vida en Marte, una vez que se complete la terraformación del planeta. Los índices de acidez, contaminación, y luminosidad de la atmósfera madrileña, son un buen comienzo para preparase para el viaje.
Pese a todo las viejas casas del casco antiguo permanecen firmes y con la misma apariencia que cuando todavía creía que no iba a envejecer nunca. Siguen oliendo a cocido, a humedad crónica y solo el sonido se ha visto cambiado por las nuevas voces que los pueblan. ¡Mira mi amol no me hagas salil otra vez que ya vine de trael los mandaos! Se oye por el hueco del patio. Sigo leyendo con más interés recuperando mi antigua costumbre de escapar al mundo de las páginas. Solo me puede rescatar la promesa de volver a tomar unas cervecitas bien tiradas en la primara tabernilla que sepan hacerlo en condiciones.
La luz del mes de julio sigue inclemente en las calles calentando el asfalto hasta el punto de licuación. Calor desde el suelo, desde los motores de los coches que pasan a oleadas soltando un abrasador aliento, y desde las rejillas del aire acondicionado que hacen mayor el infierno madrileño. Hoy marcho a las vacaciones con la esperanza de refrescarme con la brisa del mar. Los vencejos que vinieron de África hace tiempo que planean por las calles al atardecer, junto con los aviones y golondrinas. No se oyen las campanas avisando de las novenas, pero aún hay gente que se sienta en las terrazas de las aceras creyendo que el fresco es una situación y no un producto directo de los cambios de aires. Por eso, como si fuera un tic o hábito irracional, se sientan y ponen cara de alivio fingido mientras hablan con gran lentitud de la última crisis que, como todas las que han pasado, parece no acabar nunca.
Un perro estaba echado en el umbral de un portal, aprovechando el fresco del las baldosas. Algo así es lo que voy a hacer para descargar el cansancio y el estrés que he acumulado en todos estos meses de ajetreo. Me asomaré como siempre al periódico, que cerraré con el convencimiento de que todo es mejorable. Como siempre.Q.Ko.